El Señor Está Cerca

Lunes
22
Marzo

Aconteció que habiendo Samuel envejecido, puso a sus hijos por jueces sobre Israel … Pero no anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, deján­dose sobornar y pervirtiendo el derecho.

(1 Samuel 8:1-3)

Un día antes que Saúl viniese, Jehová había revelado al oído de Samuel, diciendo: Mañana a esta misma hora yo enviaré a ti un varón de la tierra de Benjamín, al cual ungirás por príncipe sobre mi pueblo Israel, y salvará a mi pueblo.

(1 Samuel 9:15-16)

Pasando el testimonio (3)

Cuando Samuel envejeció puso a sus hijos como jueces sobre Israel; este fue uno de los pocos errores que leemos en toda su vida de fidelidad. Sus hijos fueron jueces en Beerseba, en el extremo sur del país, lejos de donde él solía juzgar y donde había edificado un altar al Señor (7:17). Ellos demostraron ser indignos de la posición de responsabilidad sobre la que habían sido puestos, y esto generó que Israel demandase un rey.

Esta petición afectó mucho a Samuel, pero Dios le dijo que hiciera lo que el pueblo le pedía, pero primero debía advertirles cuales serían las consecuencias de vivir bajo la autoridad de un rey. Al elegir un rey, Samuel debía aprender a no confiar en sus propios sentimientos o jui­cios, sino a depender de Dios para que le mostrara a quien ungir por rey. Dios le habló (lit. le “reveló al oído”) y le dijo que al día siguiente enviaría al hombre indicado. Cuando Saúl llegó, Dios le recordó que él era el hombre de quien había hablado, y que debía ungirlo por rey.

Más adelante, cuando Saúl demostró ser desobediente e incapaz de gobernar, Dios le dijo, por medio de Samuel, que había bus­cado un hombre conforme a su corazón para sustituirlo. Samuel fue enviado a Belén para ungir a este hombre por rey. Uno por uno, siete de los ocho hijos de Isaí pasaron delante del profeta: hombres altos y de buen parecer. Pero Samuel aún debía aprender que las aparien­cias engañan. El hombre solo puede ver las apariencias, pero Dios mira el corazón. David era el hombre conforme al corazón de Dios.

¡Seamos cuidadosos de no pasarle el testimonio a la persona equivocada!

Eugene P. Vedder, Jr.

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