Edificó Noé un altar a Jehová, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocausto en el altar. Y percibió Jehová olor grato.
Dios juzgó la maldad del hombre a través de un gran diluvio, el cual purificó la tierra por completo. De vuelta en tierra firme, Noé erigió el primer altar mencionado en la Escritura. Al edificarlo justo después del diluvio, Noé estaba diciendo que la tierra renovada le pertenecía a Dios, honrando así sus derechos como el Creador y Redentor. También fue la forma con la que Noé agradeció a Dios por sus cuidados durante este periodo de juicio tan difícil.
El nombre Noé significa «aquel que trae descanso». ¿En qué sentido trajo descanso? Noé presentó en su altar un representante de cada animal limpio que había sido reservado dentro del arca con el fin de presentarlos en holocausto a Dios. De esta forma, un olor fragante, u olor de reposo, subió a Dios. Así fue como Noé trajo descanso; pues primero debía venir el descanso para Dios. Luego, tanto Noé como otros pudieron disfrutar del descanso del mundo posdiluviano; lo cual es figura del mundo venidero; cuando “será glorioso su descanso” (Is. 11:10 VM). Además, ya que se ejecutó el juicio de Dios sobre el pecado y el mal, los supervivientes se presentaron delante de Dios con acción de gracias y alabanza. Su adoración subió y se mezcló con el olor fragante que ascendió del holocausto.
Hoy es igual: nuestra alabanza y acciones de gracias pueden elevarse hacia Dios, unidas al buen olor del sacrificio de Cristo, un perfume que subirá perpetuamente delante de Dios. Fue así que, al mirar anticipadamente el perfecto Sacrificio venidero, Dios encontró descanso en el sacrificio de Noé, aun cuando el corazón del hombre no había cambiado en nada. “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (v. 22). Habiendo encontrado satisfacción en el sacrificio de Noé, Dios pudo bendecir la tierra y las estaciones, y también hacer un pacto de bendición con Noé, el cual incluso es llamado “pacto perpetuo” (Gn. 9:15-17).
Alfred E. Bouter