Prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente.
Pronto llegará el día en que el reino de Cristo será establecido en este mundo con poder y gloria. Los profetas del Antiguo Testamento expresaron esto muchas veces y diversos pasajes del Nuevo Testamento lo verifican. Los reinos de este mundo serán entregados a Cristo y Él reinará como el Hijo de David y el Hijo del Hombre (Dn. 7:13-14; Lc. 1:32). Ningún conocedor de las escrituras puede negar esta verdad con honestidad.
El error que los discípulos cometieron fue pensar que el reino estaba a punto de manifestarse. Todavía no habían entendido el misterio de que Dios iba a tomar de las naciones un pueblo que estuviera unido a un Cristo rechazado y asociado con Él como miembros de su cuerpo. Podían ser perdonados por aquel error, pues el Señor aún no había muerto en la cruz y el Espíritu Santo aún no había descendido. Sin embargo, ¿qué excusa tienen los creyentes hoy en día para cometer el mismo error? Parece que muchos creyentes piensan que se puede lograr una diferencia en el estado moral de cada país a través de la política. Pero ¿ha sido llamada la Iglesia a mejorar el mundo o establecer el reino? La verdad es que no encontramos en ninguna parte del Nuevo Testamento que debamos esforzarnos en imponer la moralidad cristiana en los no redimidos o iniciar un gobierno teocrático. Todo lo contrario, Pablo reprende a los corintios por pensar que ellos “reinaban” (1 Co. 4:8).
Alguien ha dicho que «la política crea extraños compañeros de cama». Esta necedad será confirmada asombrosamente cuando las naciones democráticas, junto con el Israel apóstata, se unan en un pacto impío entre el “falso profeta” y la “bestia”. ¡Qué Dios preserve a nuestros propios hijos del partidismo político de cualquier índole, sea este de izquierda o derecha, pues sabemos que el fin último del mundo político será levantarse en contra del Rey de reyes!
Brian Reynolds