El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré.
Todo lo que profundiza nuestra vida espiritual, así como lo que estimula nuestras almas, es gracias a la obra de Dios en nosotros por medio del Espíritu Santo. Sin su inspiración, todas nuestras palabras son inútiles, todos nuestros esfuerzos para por alcanzar la santidad son en vano, y todo nuestro servicio es estéril. El trabajo del Espíritu Santo, invariablemente, es llevarnos a una comunión más estrecha con el Padre y con su Hijo Jesucristo en relación con la verdad de las Escrituras. Si vivimos en una comunión estrecha con el Señor y encontramos nuestro gozo en Él, entonces podremos llevar a cabo nuestro servicio de atraer a otras personas a su bendita Persona.
Lo que perjudica este servicio no es solo la debilidad de nuestra fe, la negligencia, o la evidente falta de coherencia en nuestras vidas. Puedo ser irreprochable en mis convicciones o acciones y, sin embargo, ser un obstáculo para el bien espiritual de los demás, siendo realmente una cisterna seca y vacía. Caminar en santa comunión con Dios no es solamente el secreto del gozo y de la bendición; es la condición primordial en todo servicio útil y aceptable. El valor de lo que hacemos depende mucho de lo que somos, y lo que somos depende mucho del lugar en donde permanecemos. “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:4-5).
La mayor fuente de poder para un servicio útil es la influencia de una vida que habita constantemente al abrigo del Altísimo. Allí es donde podemos beber de la fuente de toda vida, de toda pureza, y de toda fertilidad espiritual.
E. H. Hopkins