Tenemos la mente de Cristo.
Haya, pues, en vosotros este sentir [la misma mente; JND] que hubo también en Cristo Jesús.
A primera vista, puede parecer extraño que el apóstol les escribiera a los carnales corintios que “tenemos la mente de Cristo”, mientras que exhortó a los fieles filipenses a que tuvieran la misma mente que hubo en Cristo Jesús. Sin embargo, ambas escrituras son perfectamente consistentes, pues las palabras griegas traducidas “mente” son diferentes. En realidad, a los corintios les dijo: «tenemos la facultad de pensar como Cristo», mientras que a los filipenses les dijo: «Haya en vosotros esta forma de pensar, la cual también estuvo en Cristo Jesús».
¿Y cuál es la forma de pensar de Cristo? Los siguientes versículos nos lo explica de una forma maravillosa. El primer hombre, Adán, quiso ascender en la escala de la creación, para llegar a ser como Dios: y cayó. Desde entonces, toda la raza adámica hereda, por naturaleza, su forma de pensar. Pero en Filipenses 2 vemos a Cristo, quien antes de su encarnación era “en forma de Dios” (v. 6). Para Él no era algo ilegítimo el ser igual a Dios, pues Él era Dios. Por lo tanto, era imposible para Él elevarse por sobre o que ya era. Para Él había solo dos posibilidades: permanecer exactamente dnde estaba y tal como era, o tomar un camino descendente por medio de la encarnación, un camino que no se detendría hasta llegar a la muerte de cruz. Su forma de pensar consistía en descender y humillarse a sí mismo.
La forma de pensar de Adán ha llenado la tierra con pecado y violencia, y aún permanece en cada uno de nosotros la tendencia a pensar como Adán, porque la carne aún permanece en nosotros. La forma de pensar de Cristo es vida y paz, y al tener su naturaleza, su Espíritu, tenemos la capacidad de pensar como Él. Preferimos infinitamente más a Cristo que a Adán. La contemplación de su mente nos llena con alabanza y adoración. ¡Pensemos más como Él!
F. B. Hole