Teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.
¡En repetidas ocasiones la Biblia compara la vida del creyente con una carrera! En estos versículos, el énfasis está en que debemos despojarnos de todo peso y pecado que tan fácilmente nos enreda, para correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, y hacerlo con los ojos puestos en “Jesús, el autor y consumador de la fe”. Además, 1 Corintios 9 nos dice que debemos correr con vistas a obtener el premio, una corona incorruptible (v. 25).
Los escritores del Nuevo Testamento conocían los Juegos Olímpicos y otras competiciones de atletismo griegas. Sabían cuán importante era correr con perseverancia y competir conforme a las reglas. Los héroes de la fe mencionados en Hebreos 11 se nos presentan como espectadores de la carrera de nuestra vida, mientras nosotros miramos al Señor Jesús como nuestra meta y nuestro ejemplo. Él también será el Juez definitivo de nuestra carrera terrenal, y con justicia determinará y nos concederá nuestra recompensa en el Tribunal de Cristo (2 Co. 5:10).
«El Señor llama a su presencia a sus siervos, pero prosigue su obra». ¡Cuán cierto es esto! En este sentido, cada uno de nosotros puede ver su vida como una parte importante de una carrera de relevos. A cada uno se nos ha dado un «testimonio», el cual debemos entregar a su debido momento. Es primordial que estemos preparados para pasar el testimonio en manos de otro sin equivocación alguna. “Ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí” (Ro. 14:7). En Romanos 14, se nos dice que vivimos y morimos para el Señor, y es justo ese capítulo el que recalca la importancia de que vivamos para Dios, juntos y en armonía, independientemente de nuestros diferentes orígenes, opiniones, convicciones o todo aquello que llamamos «ejercicios de corazón».
Eugene P. Vedder, Jr.