Manda a Aarón y a sus hijos, y diles: Esta es la ley del holocausto: el holocausto estará sobre el fuego encendido sobre el altar toda la noche, hasta la mañana; el fuego del altar arderá en él.
¡Qué imagen tan preciosa! El holocausto debía arder “toda la noche, hasta la mañana”. En la oscuridad de la noche, mientras Israel estaba durmiendo o murmurando, el grato olor del sacrificio subía delante de Dios. ¿No vivimos actualmente en la noche de la ausencia del Señor Jesús mientras esperamos que Él venga como el Lucero resplandeciente de la mañana? Durante esta larga y oscura noche, cuando la ruina de la Iglesia profesante se manifiesta cada vez más, y el fracaso del pueblo del Señor abunda por todas partes, es de gran bendición pensar que el grato olor del sacrificio está tan fresco delante de Dios como lo estuvo cuando se ofreció.
¿Podemos aplicar esto individualmente? ¡Claro que sí! Si nos alejamos espiritualmente del Señor, dejándonos arrastrar por las cosas del mundo, ¿cambia esto nuestra aceptación delante de Dios? No, pues el grato olor del sacrificio de Cristo permanece delante de Dios más fresco que nunca, y en aquel sacrificio somos hechos aceptos. ¿Puede cambiar este olor grato? ¡Jamás! La aceptación del creyente nunca cambia, aunque nuestra apreciación de él si puede variar. A menudo cantamos:
Fluctúa mi amor / Mi gozo viene y va;
La paz con Dios, mi Salvador / jamás se mudará
Aunque podemos fallar y alejarnos del Señor, y aunque nuestros corazones se tornen tan fríos como la piedra, ¡qué bendición meditar en que el holocausto arde durante toda la noche!
Que Dios nos conceda el conocer cada vez más de aquella maravillosa obra del Señor Jesús hecha en la cruz. Será el tema de nuestra alabanza en la gloria. Nuestro bendito Salvador atraerá completamente nuestros corazones y hará brotar de nuestros labios las acciones de gracias y la adoración. ¡Qué podamos realizar esto desde ya!
R. F. Kingscote