No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.
Si bien nuestro Señor Jesucristo, al venir a este mundo, ciertamente introdujo una nueva dispensación de Dios, Él es enfático en declarar que de ninguna manera vino para destruir la verdad del Antiguo Testamento. Es más, Él ha venido claramente para cumplir la verdad contenida en él. Ninguna jota, la letra más pequeña del alfabeto hebreo, ni una tilde, el punto más pequeñito para distinguir una letra de la otra, pasará. Las Escrituras originales, tal como Dios las dio en hebreo, son de una perfección absoluta. Lo mismo podemos decir del Nuevo Testamento escrito en griego.
Sin embargo, tengamos en cuenta que Cristo no dijo simplemente que Él vino para guardar la ley, sino para cumplirla. Esto no se trató simplemente de su conducta personal en el mundo, sino del hecho de que Él vino para cumplir las exigencias de la ley en representación de otros. Para hacer esto, Él debía aceptar la sentencia de muerte en su lugar, porque Él vino para salvar a su pueblo de sus pecados (Mt. 1:21). Ellos no habían guardado la ley y estaban expuestos a su solemne juicio, el cual se debía ejecutar bajo sentencia de muerte. Para honrar completamente la ley y quitar de sobre ellos sus justas demandas, Él mismo debía soportar la sentencia por la culpabilidad de ellos. Sabemos que Él hizo esto por medio del gran sacrificio de sí mismo en el Calvario. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero” (Gá. 3:13). Por lo tanto, el creyente no está “bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro. 6:14), pero respeta la ley y agradece a Dios por el hecho de que sus justas demandas hayan sido cumplidas por su Señor.
L. M. Grant