Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón.
Recientemente asistí a un funeral, y esto me dio la oportunidad de reflexionar sobre la vida y las palabras que habían sido pronunciadas acerca del hermano que había sido llamado a la presencia del Señor. Entonces me pregunté: ¿Qué habrían dicho de mí, si este hubiese sido mi funeral? Obviamente, nunca hablamos mal de aquel que había de partir, y aún más importante, no se trata de lo que los hombres pueden llegar a decir, ¡sino de lo que Dios dirá!
Como creyentes, ¿oiremos las palabras “¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel!”? (Mt. 25:23 NVI). Un viejo himno dice: «Dentro de poco, cuando vea Su rostro…desearé haberle dado más, mucho más». Debemos meditar en esto hoy, pues mañana será demasiado tarde. ¿No es una bendición especial el poder servir al Señor, hacer su voluntad y ser un testimonio para Él aquí y ahora? ¿No es precioso hacer todo esto en un mundo que lo odió y rechazó, donde podemos manifestar nuestro amor a Él por medio de nuestro servicio, obediencia y adoración?
No solo debemos meditar en estas cosas, sino el que debemos tomar la decisión de ponerlas en práctica. En el Antiguo Testamento, vemos que Daniel no solo meditó acerca de su situación, y no solo se propuso en su corazón no contaminarse con las exquisiteces de la mesa del rey (cosas que como judío no podía comer si quería ser fiel a Dios); sino que puso en acción ese propósito de corazón.
¿Cuántas veces no hemos sido desafiados por el Señor, quien nos ha hablado a través de la hojita de un calendario, un pasaje bíblico, una predicación; y sin embargo nada cambia? “He aquí ahora el tiempo aceptable” (2 Co. 6:2)—no solo para salvación, sino también para consagrarnos por completo al Señor, no porque estemos obligados a hacerlo, sino porque lo amamos.
Albert Blok