Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios.
Enoc, séptimo desde Adán, fue un testigo fiel en sus días. A los sesenta y cinco años de edad, él tuvo un hijo y lo llamó Matusalén. Esto dejó una huella profunda en Enoc, pues leemos que después de haber engendrado a Matusalén, él caminó con Dios hasta que Dios lo traspuso sin ver muerte. Durante su relativamente corta vida, mientras caminaba con Dios, Enoc sintió profundamente la decadencia de toda la raza humana, a pesar de que el primer hombre, Adán, vivió el mismo periodo de tiempo que Enoc durante 300 años.
Aunque Enoc vio la impiedad a todo su alrededor, él caminó en separación de ella. Sus ojos fueron abiertos, y él testificó en contra de ella. Dios no se deja a sí mismo sin testimonio (Hch. 14:17), y durante ese periodo, Enoc fue su testigo. Hasta el día de hoy, la profecía de Judas aún espera su cumplimiento, aunque se acerca rápidamente (Jud. 14-15).
En Hebreos 11, el Espíritu de Dios resume la vida de Enoc en un solo versículo. Él trajo contentamiento al corazón de Dios—él “caminó…con Dios”. Cuando Enoc aún vivía, él tenía la seguridad de que sería librado del día del juicio. Por fe, Enoc disfrutó el momento en que sería tomado para morar con Aquel que está en lo alto, que fue el mismo con el que caminó mientras estuvo en esta tierra.
La historia de Enoc es un hermoso ejemplo para nosotros. Cristo se dio a sí mismo por nuestros pecados, y por medio de él hemos sido librados del presente siglo malo (al igual que Enoc). El desafío que tenemos es el de caminar en comunión con Dios, separados de forma práctica de este mundo y sus impiedades. Nuestra esperanza es el retorno de su Hijo, a quien Él resucitó de entre los muertos— Jesús, quien nos libra de la ira venidera (1 Ts. 1:10).
Jacob Redekop