Una vez cada tres años venía la flota de Tarsis, y traía oro, plata, marfil, monos y pavos reales.
Durante los primeros años de su reinado, Salomón apreció la sabiduría y la inteligencia por sobre todas las cosas. En su bondad, Dios respondió al deseo de su corazón y le dio “sabiduría y prudencia muy grandes”. Él fue más sabio que todos los hombres. En Proverbios 3, Salomón recomienda la sabiduría de la siguiente manera: “Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia”, estimando que el oro y las piedras preciosas no tienen valor al lado de ella (v. 13, 15).
Sin embargo, a medida que la prosperidad material del reino iba creciendo, leemos que sus importaciones consistían en “oro, plata, marfil, monos y pavos reales”. ¡Monos y pavos reales! Para alguien como él, preeminente en la tierra debido a su sabiduría, este es ciertamente un gran descenso. En otro lugar también leemos una mezcla extraña de cosas en la vida de Salomón: “Dediqué mi corazón a conocer la sabiduría y el conocimiento, la locura y la necedad” (Ec. 1:17 RVA-2015). Al principio Salomón consideró que la sabiduría era más preciosa que el oro fino y las piedras preciosas; pero más adelante recurrió a la locura y la necedad. Los monos son sinónimo de necedad y los pavos reales de la vanidad.
¡Qué inconstancia en el gran rey de Israel! ¿Pero qué hay de nosotros? Tenemos a nuestro alcance una sabiduría que Salomón jamás imaginó, ¿pero la anhelamos? ¿Qué valor le dan nuestros corazones al gran misterio de Dios “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:3)?
Los monos y los pavos reales—¡necedad y vanidad! Pero Salomón los deseaba. Puede que valoremos a estas criaturas tan particulares, ¿pero nos aferramos a lo que representan? Escudriñemos nuestros corazones y examinemos nuestros caminos.
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23-24)
W. W. Fereday