Teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
La tentación del Señor Jesús no fue para ver si Él podía fallar, sino para probar que Él no iba a fallar. La tentación de Satanás manifestó la santidad y la fortaleza del Segundo Hombre en contraste con la debilidad y el fracaso del primero.
Cuando consideramos esta tentación es importante recordar que nuestro Señor no cesó de ser Dios cuando se hizo Hombre. Él es Dios y Hombre en una sola Persona gloriosa, y el propósito de la tentación era evidenciar esto. Él siempre pudo decir: “viene el príncipe de este mundo y él no tiene nada en mí” (Jn. 14:30). No se encontró ningún rastro de impiedad ni debilidad en Él; siempre fue Aquel sin pecado, y Satanás mismo dio prueba de esto cuando se retiró derrotado de aquella escena.
Un hermano anciano que solía reunir jóvenes a su alrededor para enseñarles la Biblia, decía a menudo: «Muchachos, independientemente de lo que hagamos, mantengamos claro el carácter de Dios». Cuando consideramos el tema santo y misterioso de la tentación del Señor, debemos recordar incansablemente nuestro deber de sostener el santo carácter del Señor Jesús. Si Él no fuera el santo e inmaculado Cordero de Dios, entonces Él mismo hubiera necesitado un redentor.
H. A. Ironside
¡Santo, Santo, Santo! Hijo del Eterno,
Que hasta aquí viniste con gran humillación;
En tu humana vida Tú te has revelado,
Cual Dios en el mundo, ¡Bendita Salvación!
S. E. McNair