Lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.
Cristo es la justicia del creyente, así como leemos también en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él”. Cuando no teníamos justicia delante de Él, Dios mismo nos la proveyó, y esa justicia se encuentra en Cristo crucificado, resucitado y glorificado. En la ley, Dios demandaba justicia de parte del hombre; en el evangelio, Dios provee justicia para el hombre. Esto hace una vasta e inmensa diferencia para cualquier persona que honestamente lucha y se esfuerza para obtener justicia para sí mismo delante de Dios.
Había una gran diferencia entre el delantal que Adán se hizo y la túnica que Dios le dio (Gn. 3). Dios no participó en la elaboración de la primera vestimenta, y el hombre no participó en la segunda. No había nada de Cristo en la primera, no hubo nada del hombre en la segunda. El delantal de Adán resultó ser inútil cuando fue necesario. Cuando Adán oyó la voz del Señor Dios, él tuvo miedo y huyó para esconderse. Él dijo: “estaba desnudo”, lo que nos muestra que se comprendió cuán inútil era el delantal que se había hecho: ni siquiera pudo satisfacer a su propia conciencia. Sin embargo, no fue así con la túnica de Dios. Ahora Adán podía decir: «¡estoy vestido!», pues Dios mismo le había preparado una vestimenta, la cual estaba basada en la sangre derramada, desplegando así una verdad de importancia capital.
La justicia divina descansa sobre las bases de la redención consumada. La cruz es su gran fundamento; la gran verdad central del cristianismo.
C. H. Mackintosh
