El Señor Está Cerca

Viernes
5
Febrero

Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes. Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.

(Génesis 3:20-21)

Algunos sacrificios en Génesis (4)

Dios había maldecido la tierra como consecuencia del pecado de Adán. Esta maldición aún continúa afectando la creación y cada aspecto de la vida en la tierra. Como resultado del veredicto divino, Adán, tomado del polvo de la tierra, moriría y volvería a ella. A partir de ese momento la tierra produciría espinas y cardos; Adán necesitaría de mucho esfuerzo para cultivar la tierra, lo que lo haría sudar para poder comer (v. 19). Adán no se quejó ni rebeló, sino que aceptó la disciplina de Dios y se sometió a su veredicto—por medio de la fe. Aun cuando Dios le habló de muerte, Adán pudo ver más allá: cómo Dios transformaría algo malo en algo bueno, e incluso en algo mejor que antes.

Fue en ese momento que Adán le dio a su esposa el nombre “Eva”— ¡viviente, que da vida! Sin embargo, Adán se convirtió en cabeza de una raza caída: todos sus descendientes serían peca­dores. Sin embargo, a causa de su fe, Dios lo convirtió en “figura del que había de venir” (Ro. 5:14), aquel que es llamado el postrer Adán. Por su parte, Eva aceptó el juicio de Dios y también el rol que le fue dado: convertirse en “madre de todos los vivientes”. Cuando dio a luz a su primer hijo, Eva pensó que quizás la promesa de Dios se había cumplido (Gn. 4:1). ¡Cuánto se equivocó! De hecho, Eva tuvo fe, pero su interpretación fue equivocada y se dio cuenta rápido que Caín no era la «simiente de la mujer», sino la simiente de la serpiente (aunque físicamente proveniente de Adán).

Dios cumplió la profecía del versículo de hoy cuando su Hijo vino, nacido de mujer, “la virgen” (Is. 7:14). Nuestro Señor, la Simiente de la mujer, es Dios hecho Hombre, el cual vino para convertirse en el Supremo Sacrificio, por medio del cual los pecadores redimidos son llevados a Dios (1 P. 3:18). Dios proveyó el sacrificio necesario para vestir a Adán y Eva, y de la misma manera Él nos vistió con Cristo, ya que somos “aceptos en el Amado” (Ef. 1:6)

Alfred E. Bouter

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