David dijo con vehemencia: ¡Quién me diera a beber del agua del pozo de Belén que está junto a la puerta! Entonces los tres valientes irrumpieron por el campamento de los filisteos, y sacaron agua del pozo de Belén que estaba junto a la puerta; y tomaron, y la trajeron a David; mas él no la quiso beber, sino que la derramó para Jehová.
En el relato de estos tres valientes vemos una bella figura de la adoración. Ellos vencieron al enemigo y le trajeron a David el agua que deseaba beber, a pesar de los abrumadores obstáculos y el gran riesgo personal que esto implicaba. No estaban obligados a hacerlo, pues no formaba parte de su responsabilidad militar. Ellos actuaron simplemente por amor a su rey.
De igual manera, no debemos adorar al Señor por obligación, sino por amor. La verdadera adoración involucrará tiempo, esfuerzo y sacrificio, y en algunas ocasiones tendremos que vencer grandes barreras que nuestro enemigo interpone en nuestro camino. ¿Te has dado cuenta la cantidad de obstáculos y distracciones que parecen presentarse cuando deseas pasar algo de tiempo en adoración al Señor?
Que David derramase el agua al suelo hace parecer que el acto heroico de estos tres valientes fue en vano. Pero David consideró su proeza tan importante que la honró y elevó a un nivel superior, pues ofreció el agua en libación al Señor. Nuestros momentos de meditación en adoración al Señor pueden parecerle a algunos un desperdicio de tiempo y esfuerzo. Después de todo, agradecer y alabar al Señor no alimenta a los hambrientos ni provee a los necesitados. Sin embargo, a los ojos de Dios, nuestra adoración privada, así como nuestra adoración pública, es de gran valor, pues trae refrigerio al corazón del Señor. “Rebosa mi corazón palabra buena; dirijo al rey mi canto; mi lengua es pluma de escribiente muy ligero” (Sal. 45:1).
D. R. Reid