En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía.
Los últimos capítulos del libro de Jueces muestran el rápido declive de la fidelidad de Israel a Dios. Cuando entró en ese trayecto descendente, su progreso fue rápido, y su final terrible, el cual estuvo marcado por la codicia, la apostasía, la corrupción y la destrucción. Leemos que “no había rey en Israel”, y que “cada uno hacia lo que bien le parecía”. Los tristes resultados fueron el único resultado posible ante la anarquía y autocomplacencia que caracterizó al pueblo.
“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Ro. 13:1). Dios ha establecido reyes y autoridades gubernamentales para el bien de los hombres, pues es necesario que estos sean gobernados y controlados. Aquellos que viven vidas de paz y tranquilidad en este mundo deben sujetarse a los poderes establecidos. Estos gobernantes representan de lo que es más alto y sublime, es decir, a Dios mismo. Él es el gran Gobernante (el Rey Inmortal) y someterse a Él es sinónimo de paz y bendición para los hombres. Si su yugo ha sido despreciado, porque el pecado es rebelión contra Dios, entonces la anarquía ha tomado el lugar que le corresponde a su justo gobierno. Esta es la condición natural de todo ser humano, pues la Escritura dice: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino” (Is. 53:6).
¡Cuán gloriosas son, entonces, las buenas nuevas de que Dios ha encontrado un camino justo para bendecir a los pecadores! En gracia, Él llama a los hombres a reconciliarse consigo mismo. Todos los que obedecen su llamado son perdonados y, en lugar de caminar en la senda de destrucción y muerte, son conducidos por Él en sendas de justicia y vida.
“Exhorto…que se hagan rogativas, oraciones…por todos los hombres… y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Ti. 2:1-2)
J. T. Mawson