El Señor Está Cerca

Jueves
21
Enero

Aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna sal­vación para todos los que le obedecen.

(Hebreos 5:8-9)

La obediencia del Hijo de Dios

La verdad de que Cristo es el Hijo eterno es lo que le dio un carácter tan incomparable a su servicio aquí en la tierra. En la Deidad existe uniformidad de voluntad y, por lo tanto, no vemos sumisión mutua. En la Deidad, el Hijo no sabía lo que era la sumisión, pero en la tierra “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia”. En la humilde posición de dependencia que tomó, el Hijo eligió recibir los mandamientos del Padre y ser obediente a ellos con infinita prontitud y placer. ¿Qué tipo de obediencia podría asemejarse a esta en naturaleza y valor?

Al tomar sobre sí, por medio de su encarnación, este estado de sumisión, el Hijo fue perfeccionado en todas las relaciones propias de esta dependencia. Así como en la Deidad la voluntad del Hijo coincidía constantemente con la voluntad del Padre, esto se man­tuvo perfectamente cuando tomó forma de siervo. Este despliegue de obediencia invariable a la gloria del Padre no se llevó a cabo en el cielo inmaculado, sino en una tierra pecaminosa; y no por un arcángel, el más elevado de los siervos de Dios, sino por el Hijo del amor del Padre, en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Sin embargo, por distinguido que sea el servicio de un ángel, este jamás podrá ser más que la obediencia de un siervo. Pero la obediencia de Cristo fue la obediencia de Aquel que tenía el excelentísimo nombre de Hijo y que no estaba obligado a obedecer. Su lugar en la casa del Padre era el de “Hijo sobre su casa”; su Persona le confería la supremacía absoluta. Moisés, el dador de la Ley y líder del pueblo, no ocupó un lugar más elevado que el de un siervo en aquella casa (He. 3:5-6)

W. J. Hocking

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