Entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y no consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno.
Esto sucedió pocos días antes de la crucifixión de Cristo. Aunque ese terrible evento ya proyectaba su sombra sobre Él (cf. Lc. 12:50), su alma se llenó de santa indignación por el honor de su Dios y Padre. Algunos han sentido que las acciones del Señor en esta ocasión estuvieron algo fuera de su carácter paciente, el cual normalmente manifestaba para con los pecadores.
Pero es, sin duda alguna, un vistazo a lo que había en el corazón del Señor. Para poder comprender y apreciar correctamente esta escena de los evangelios, necesitamos leer el pasaje de Isaías 56:3- 7. Allí los gentiles, el hijo del extranjero y el eunuco fueron invitados a ir al templo (“a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración”) para adorar allí al Dios vivo. El plan de Dios siempre ha sido que Israel fuese “luz de las naciones”. Si un gentil quería aprender acerca del Dios vivo, entonces debía poder ir al templo y buscarlo allí.
El Señor Jesús citó este pasaje de Isaías cuando purificó el templo. Este debía ser una “casa de oración” para todas las naciones, ¡pero el comercio de mercancías estaba realizándose, precisamente, en el «atrio de los gentiles»! Muchas personas venían de países extranjeros (como el etíope de Hechos 8:27) y necesitaban cambiar las monedas de su país para poder pagar el impuesto del templo en la moneda local. Los cambistas obtenían grandes ganancias con el tipo de cambio, pero no solamente esto, pues también había mercaderes que vendían animales para los sacrificios. La gente caminaba de un lado a otro con sus bolsas y utensilios. ¡El corazón del Señor se ofendió profundamente al ver cuán mal representado era su Padre! ¡Cuán a menudo Dios es mal representado por quienes profesan ser sus seguidores en la actualidad!
Brian Reynolds