Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, ¿qué es la madera de la vid más que cualquier otra madera? ¿Qué es el sarmiento entre los árboles del bosque? ¿Tomarán de ella madera para hacer alguna obra? ¿Tomarán de ella una estaca para colgar en ella alguna cosa? He aquí, es puesta en el fuego para ser consumida; sus dos extremos consumió el fuego, y la parte de en medio se quemó; ¿servirá para o bra a lguna?
Dios es el Dios de verdad. Él ama lo que es real y detesta la pretensión. El Señor Jesús, cuando estuvo en la tierra como Dios manifestado en carne, tuvo la misma actitud. Estaba lleno de amor por los pecadores perdidos, y siempre fue bondadosamente compasivo hacia cualquiera que deseaba conocer la verdad. Pero, por otro lado, denunció severamente la hipocresía y la justicia propia, pronunciando duros juicios sobre los que buscaban tapar su verdadera condición delante de Dios.
Si hay vida divina en el alma, entonces habrá fruto para el Señor, el cual será visible exteriormente. Este fruto será una evidencia clara de que hubo un arrepentimiento genuino y que la gracia regeneradora de Dios obró en el corazón, y ningún tipo de profesión puede compensar la falta de esto. El comportamiento será coherente con el carácter producido por la obra del Espíritu Santo en el interior. Cuando los que profesan ser salvos producen fruto, el cual proclama la autenticidad de lo que dicen que se forjó en sus almas, entonces el Señor es glorificado. Un mero profesante, es decir, quien profesa ser cristiano, pero no lleva fruto, es como una viña sin uvas (cf. Gá. 5:22, 23, Jn. 15:2). Es prácticamente inútil. Los creyentes son llamados a ser luz en este mundo oscuro, atrayendo a otros a Cristo.
Para hacer frente a estas responsabilidades “es necesario nacer de nuevo” (Jn. 3:7). El hombre natural no puede vivir en una esfera espiritual, pues no entiende las cosas de Dios (1 Co. 2:14). Por lo tanto, los siervos de Dios son reconocidos por sus frutos. El servicio y el fruto fluyen de la vida divina impartida en el nuevo nacimiento.
H. A. Ironside