El Señor Está Cerca

Sábado
16
Enero

Jeremías endechó en memoria de Josías. Todos los cantores y cantoras recitan esas lamentaciones sobre Josías hasta hoy; y las tomaron por norma para endechar en Israel, las cuales están escritas en el libro de Lamentos.

(2 Crónicas 35:25)

La piedad y la determinación de Josías

Josías ascendió al trono de Judá a la tierna edad de ocho años. Fue hijo de Amón, un rey perverso, y nieto de Manasés, cuya gran mal­dad se detuvo cuando fue llevado cautivo a Babilonia, lo que hizo que se volviera al Señor (2 Cr. 33:9-13). Josías tuvo que haber escu­chado algo sobre la conversión de su abuelo, pues a sus dieciséis años comenzó a buscar al Señor con todo su corazón. Su fe y poder espiritual brillaron notablemente en días en que Israel, como nación, se había hundido en una triste condición de alejamiento de Dios.

Antes de oír hablar del libro de la ley de Dios, Josías destruyó la idolatría en todo Judá y ordenó reparar la casa del Señor. Al comen­zar esta obra, el libro de la ley fue encontrado. Josías, profunda­mente afectado por la lectura de la Palabra de Dios, hizo un pacto delante del Señor “de guardar sus mandamientos, sus testimonios y sus estatutos, con todo su corazón y con toda su alma” (2 Cr. 34:31).

Josías ordenó celebrar la Pascua, la más escritural desde los días de Samuel (v. 18). Aunque la fe de Josías era genuina y su influencia hizo que Judá lo siguiera, Dios tuvo que decir: “Judá no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente, dice Jehová” (Jer. 3:10).

Después de todo esto, y a pesar de las serias advertencias recibi­das, Josías lamentablemente se entrometió en un conflicto que no era suyo, y murió prematuramente. Lo cual generó gran lamentación en el pueblo. ¿No es todo esto profundamente instructivo para todos nosotros? Debemos seguir el ejemplo de Josías con todo nuestro corazón, pero también ser advertidos por su fracaso.

L. M. Grant

Toma nuestros corazones, llénalos de tu verdad,
De tu Espíritu los dones y de toda santidad;
Guíanos en obediencia, humildad, amor y fe;
Nos ampare tu clemencia, ¡oh Señor!, propicio sé.

R. Robinson

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