El Señor Está Cerca

Martes
12
Enero

Y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arre­pentimiento para perdón de pecados... Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víbo­ras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento.

(Lucas 3:2-3, 7-8)

Los profetas y sus profecías — Juan el Bautista (2)

Israel se encontraba en un grave desorden, los gobernantes del cuarto imperio gentil mencionado en Daniel 2 y 7 estaban en el poder. El sumo sacerdocio de Israel, dado por Dios, estaba en confusión, pues había dos hombres ejerciendo ese oficio al mismo tiempo. Por más de 400 años, Dios no le había hablado directa­mente a su pueblo, desde los días de Malaquías. El profeta de Dios, como el Elías de antaño, estuvo en el desierto "hasta el día de su manifestación a Israel." (Lc. 1:80). Entonces la palabra de Dios vino sobre él, y él dio un audaz paso hacia adelante, predicando el bau­tismo de arrepentimiento para la remisión de pecados. Su texto fue tomado de Isaías 40.

Grandes multitudes, compuestas de todo tipo de personas, iban masivamente a oír la voz en el desierto. Algunos solo buscaban su propia satisfacción, después de todo, ¡eran descendientes de Abra­ham! ¡Cuán ofendidos debieron sentirse cuando los llamó genera­ción de víboras y les advirtió de la ira venidera! Otros si eran sin­ceros, y actuaban según su predicación, arrepintiéndose de sus pecados, y se bautizaban para simbolizar aquel arrepentimiento, y luego le pedían dirección, pues querían saber cómo vivir ahora una vida distinta.

Juan tenía una respuesta para cada uno. Y el pueblo se pregun­taba: «¿Es este el hemos estado esperando?» Este profeta de Dios utilizó esta oportunidad para hablarles de Aquel que venía, que era más poderoso que él, y que podía bautizar con el Espíritu Santo y fuego. De la misma forma, ¡cada siervo de Dios debe desviar la mirada de sí mismo y fijarla solamente en Cristo!

Eugene P. Vedder, Jr.

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