Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Génesis 1 registra el relato divino de la maravillosa obra creadora de Dios. Él miró su creación con satisfacción, y dijo que era buena “en gran manera” (v. 31). Dios le dio a Adán un rol único, estableciéndolo como cabeza sobre toda su creación. Hecho a su imagen, Adán representaba a Dios y, para poder obrar competentemente, él fue hecho según la semejanza de Dios. Es en este contexto que Dios le dio a Adán la responsabilidad especial de cultivar y guardar el Jardín del Edén. Como una prueba de su obediencia, Dios le ordenó que no comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal (Gn. 2:17).
Cuando todos los animales, puestos bajo la autoridad de Adán, se acercaron a él de a pares, un macho y una hembra, el hombre aún estaba solo. Fue entonces cuando Dios hizo que cayera en un sueño profundo y le sacó una de sus costillas para formar a una mujer—esto es una figura de los sufrimientos de Cristo para obtener a su Esposa. El Señor Dios cerró su herida; y entonces lleva a la mujer: ¡ella salió de él y fue llevada a él! Adán comprendió que Dios había formado a Eva y también la gran diferencia existente entre el reino animal y ellos dos. Había una unión especial entre Adán y su esposa: “hueso de mis huesos y carne de mi carne”; él la llamó Isha (mujer), porque fue tomada del Ish (hombre).
El Autor divino autorizó esta unión, estableciendo que el hombre dejaría a su padre y a su madre, se uniría a su mujer, y que ambos serían una sola carne. Esta unión perteneció a la primera creación, pero ilustra la unión entre Cristo y la Iglesia (Ef. 5:30-32), la cual está relacionada con la nueva creación. En Edén no había necesidad de sacrificio, pero la desobediencia del hombre, y su consecuente caída, pronto harían que fuese necesario.
Alfred E. Bouter
