El Señor Está Cerca

Jueves
7
Enero

Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño.

(Salmos 32:1-2)

El pecado perdonado

El pecado de David estuvo compuesto por: (1) una transgresión con­tra la ley de Dios y (2) una iniquidad premeditada. En ningún caso se trató de “un pecado de ignorancia”, por el cual podría haberse aceptado un sacrificio por el pecado. En el caso de David, la ley demandaba la muerte del ofensor, y él, como rey, si hubiese actuado basándose en la ley, sólo habría podido ordenar su propia ejecución. Es por ello que no debemos extrañarnos al ver la pesada mano de Dios sobre él, haciéndole sentir en su conciencia la inmensidad de su culpabilidad. Al final, habiendo quedado al descubierto su pecado, su alma fue agobiada, expuesta y quebrantada delante de Dios—no hubo excusas, sino una humillante confesión. El engaño en el que incurrió debe dar paso a una sincera y honesta confesión de toda la sórdida verdad, rindiéndose por completo a la misericordia de Dios.

Considere con qué rapidez respondió Dios. Es como el padre corriendo a recibir al hijo pródigo: “Tú perdonaste la maldad de mi pecado” (v. 5). No hay demora, sino un perdón pleno de parte de Aquel que está muy por encima de la ley. Hoy sabemos que este bendito perdón está basado en el incomparable sacrificio de Cristo, quien clamó en el Calvario: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). Entonces uno de los ladrones, arrepen­tido, encontró el mismo perdón inmediato (vv. 42-43). Este perdón es consistente con la naturaleza bendita, santa y llena de gracia de nuestro Dios. “Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado” (Sal. 130:4). Es el mismo perdón que necesita todo hijo de Adán, independientemente de que su pecado haya sido tan grave como el de David o no.

Es verdad que David posteriormente, segó los tristes resultados del gobierno de Dios. Sin embargo, el perdón de Dios fue pleno y abundante, al igual que la restauración misericordiosa de David a su comunión. ¡Oh, Señor, qué gracia la tuya!

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