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Aliento mientras se espera el regreso del Señor
Comentarios sobre 1 Tesalonicenses
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0 - Introducción
Tesalónica (o Salónica) es una ciudad del norte de Grecia. Su municipio cuenta ahora con más de 300.000 habitantes, mientras que la población de la aglomeración supera los 800.000. Es el segundo centro más grande del país, después de la capital, Atenas. El rey Casandro de Macedonia fundó Tesalónica en el año 315 a.C. En la época del apóstol Pablo, era la ciudad más poblada de Macedonia y la capital de una de las cuatro provincias de esta región. Junto con Éfeso y Corinto, Tesalónica participaba activamente en el comercio marítimo del mar Egeo.
La ciudad de Tesalónica fue uno de los puntos de partida de la predicación del Evangelio en Europa y, como tal, es de especial interés para el cristianismo. Leemos en el capítulo 16 del libro de los Hechos cómo el apóstol Pablo y sus compañeros Silas y Timoteo fueron impedidos por el Espíritu Santo en dos ocasiones de predicar la Palabra de Dios en Asia Menor. Tras una visión nocturna, llegan a la conclusión de que el Señor les llama a evangelizar a los de Macedonia. Así que partieron hacia ese destino.
La ciudad de Filipos fue la primera en ser visitada, en el año 49, durante el segundo viaje misionero de Pablo. El Evangelio se predica, las almas son salvadas y son bautizadas a pesar de los obstáculos de Satanás. Pronto, acusados de provocar problemas en la ciudad, Pablo y Silas fueron arrastrados ante los magistrados, azotados y encarcelados. A pesar de estas circunstancias aparentemente adversas, la Palabra del Señor es proclamada al carcelero y a su familia con resultados felices. Mientras tanto, las autoridades de la ciudad se enteran de que los que han maltratado sin primero juzgarlos son romanos. Al darse cuenta de que acababan de infringir las leyes romanas, rogaron a Pablo y a sus amigos que abandonaran la ciudad.
Desde Filipos, Pablo y Silas van a Tesalónica. Durante esta visita, que se recoge en Hechos 17:1-9, Pablo explica y expone durante tres sábados que Cristo debe sufrir y resucitar. El resultado es notable: algunos judíos, un gran número de griegos y bastantes mujeres importantes, persuadidos por esta predicación, se unen a Pablo y a Silas.
Los celos judíos, sin embargo, interrumpen la obra tan bien comenzada. Pablo y Silas tuvieron que salir de noche de Tesalónica para ir a Berea. Aquí también se ganan almas para Cristo. Una vez más el enemigo está activo y no puede soportar tal testimonio. Pablo es despedido por los hermanos de Berea y es conducido a Atenas, desde donde se dirige a Corinto.
Fue durante esta estancia en Corinto, probablemente en el año 50 o 51, cuando Pablo escribió esta Primera Epístola a los creyentes de Tesalónica, a los que había dejado con prisa y por los que estaba preocupado. El corazón del apóstol permaneció con sus queridos tesalonicenses a pesar de la distancia. En el capítulo 2 de la Epístola, nos enteramos de que Pablo había querido ir a ellos, pero que Satanás se lo había impedido; en el capítulo 3, que había enviado a Timoteo para fortalecerlos y consolarlos. Tras recibir buenas noticias de Timoteo sobre su fe, Pablo se siente animado. Esta es la ocasión para que escriba esta Epístola, la Primera de todas sus Epístolas en el Nuevo Testamento.
El propósito de la Primera Epístola de Pablo a los Tesalonicenses es animar a estos jóvenes creyentes y, por supuesto, a todos los que la leerían más adelante. La palabra paraklêsis, que significa estímulo, aparece nueve veces en griego. También se traduce como exhortación y consuelo.
Este tema dominante de la Epístola de Pablo a los Tesalonicenses sugiere siete divisiones para su fácil estudio:
- Pablo animado por el recuerdo de los de Tesalónica (cap. 1);
- los tesalonicenses animados por la visita de Pablo (cap. 2);
- Pablo animado por las noticias de Timoteo (cap. 3);
- los tesalonicenses animados a caminar en santidad (cap. 4:1-12),
- a esperar la venida del Señor para los suyos (cap. 4:13-18),
- a velar y ser edificados antes del día del Señor (cap. 5:1-11),
- y alentados por diversas recomendaciones como hermanos en el Señor (cap. 5:12-28).
La segunda venida del Señor Jesús es, sin duda, el estímulo por excelencia que el Espíritu Santo pone ante nosotros en esta Epístola. Ya sea para los santos o con los santos, el pronto regreso del Señor es la verdadera esperanza cristiana, nuestro estímulo y consuelo. Obsérvense las cinco menciones a la venida del Señor y sus efectos:
- nos libra de la ira venidera (1:10),
- manifiesta la gloria y el gozo del siervo fiel (2:19-20),
- fortalece nuestros corazones en la santidad (3:13),
- nos consuela por nuestros hermanos cristianos fallecidos (4:18)
- y nos anima a mantenernos irreprochables en la espera del regreso del Señor (5:23).
Que el Espíritu Santo, a través de la lectura de la Primera Epístola de Pablo a los Tesalonicenses, y de los comentarios que acompañan a estos versículos, nos anime a perseverar hasta el próximo regreso del Señor. ¡Sí, vengo pronto! Amén; ¡ven, Señor Jesús! (Apoc. 22:20).
1 - La memoria de los tesalonicenses (Capítulo 1)
El primer capítulo de la Primera Epístola de Pablo a los Tesalonicenses destaca tres rasgos importantes de la vida cristiana: la fe, el amor y la esperanza. La fe caracteriza a todos los que creen en el Señor Jesús y en su obra en la cruz. La verdadera fe se traduce entonces en frutos visibles en los nacidos de nuevo: el amor hacia Dios y hacia los hermanos en el Señor. Por último, el amor del Salvador, más concretamente, produce la espera del Señor Jesús en aquellos a los que ha redimido: es la esperanza de su regreso para llevarnos a él.
Para el apóstol Pablo, el recuerdo de estas tres preciosas cualidades de la vida cristiana de los tesalonicenses era motivo de gratitud a Dios y de estímulo personal.
1.1 - Saludos (v. 1)
«Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo: Gracia y paz a vosotros» (v. 1).
Estos saludos de tres hermanos a la iglesia en Tesalónica son sencillos y cálidos. Pablo no menciona su título oficial de apóstol, como hace en la mayoría de sus otras Epístolas. Se une a los dos hermanos que trabajaban con él en Tesalónica. Timoteo, su verdadero hijo en la fe, como lo llamaba, había vuelto de fortalecer y animar a los tesalonicenses. Silvano, probablemente conocido como Silas en los Hechos, también había acompañado a Pablo en su primer viaje; es muy probable que Pedro lo considere un «hermano fiel» (1 Pe. 5:12).
Todos los cristianos de Tesalónica formaban entonces la Iglesia, o Asamblea, en esa ciudad. La iglesia local no es estrictamente un lugar. Debe ser una reunión de personas que han creído en el Señor Jesús y han aceptado su salvación. Prometió su presencia a los que se reunieran en su nombre (vean Mat. 18:20).
Los miembros de la iglesia en Tesalónica ya conocían a Dios revelado por el Señor Jesús en su relación más íntima como Padre. «Nadie ha visto jamás a Dios: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer» (Juan 1:18). El hijo de Dios no solo conoce a Dios, sino al Padre revelado por su Hijo. No se trata de una capacidad intelectual de comprensión, sino de una relación personal con las personas divinas. La apreciación y el disfrute de tal relación es el privilegio de los hijos de Dios por la fe. Se observa que en las Epístolas de Pablo solo se habla de la iglesia en Tesalónica como si estuviera en Dios Padre. También se ve como en el Señor Jesucristo, no solo en el Salvador. Ya como iglesia joven, reconoció la autoridad y los derechos del Señor sobre sí misma y sobre cada uno de sus hermanos y hermanas.
El saludo en sí, Gracia y paz, es el mismo en todas las Epístolas de Pablo. En sus Epístolas individuales a Timoteo, el apóstol añade la misericordia, ya que se trata más bien de una ayuda divina para el individuo. La gracia puede definirse como el favor inmerecido de Dios hacia nosotros: es lo que «trae salvación» (Tito 2:11), lo que nos «basta» en el camino (2 Cor. 12:9) y lo que se traerá en la «revelación de Jesucristo» (1 Pe. 1:13). La paz es tanto la paz con Dios, cuando hemos confesado nuestros pecados y nos hemos vuelto hacia él (Rom. 5:1), como la paz de Dios que guarda nuestros corazones y mentes en Cristo Jesús (Fil. 4:7). En este primer versículo, se trata, por supuesto, de la paz de Dios y no de la paz con Dios.
1.2 - Temas para la acción de gracias (v. 2-4)
«Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo mención de vosotros en nuestras oraciones» (v. 2).
Las buenas noticias sobre la fe, el amor y la esperanza de los tesalonicenses, comunicadas por Timoteo, dan a Pablo la oportunidad de dar a conocer sus sentimientos hacia los cristianos tesalonicenses. No fue solo por algunos hermanos y hermanas, quizá más queridos que otros, sino por todos que dio gracias. No lo hizo solo ocasionalmente, sino constantemente o sin cesar.
¡Qué gran lección para nosotros hoy! Todos podemos, en los momentos que pasamos en presencia del Señor, hablarle de nuestros hermanos y hermanas cristianos, y dar gracias por ellos. Siempre encontraremos algo que agradecer por ese hermano o hermana, tal vez más lejano o menos amable, pero por el que Cristo ha dado su vida y al que ama. Un resultado evidente de esta práctica será el fortalecimiento de los lazos de afecto fraterno que nos unen. Pablo les diría más tarde a los filipenses que agradecía a su Dios todo el recuerdo que tenía de ellos en cada una de sus súplicas (Fil. 1:3-4).
«…recordando sin cesar vuestra obra de fe, vuestro trabajo de amor y la paciencia de vuestra esperanza en nuestro Señor Jesucristo, delante del Dios y Padre nuestro» (v. 3).
Recordando su tiempo con los tesalonicenses, Pablo tiene tres cosas que agradecer: su fe, su amor y su esperanza; estas tres virtudes interrelacionadas son indispensables para la vida cristiana. Como ya se ha escrito, estos tres grandes principios eran los motivos poderosos y divinos de la vida de los tesalonicenses; contribuían a su gozo (vean el v. 6). Su vida práctica fluía de su estrecha relación con Dios Padre y su Hijo, el Señor Jesucristo. En Apocalipsis 2, la iglesia en Éfeso tendrá obras, trabajo y paciencia. Pero parece que con el abandono de su primer amor –que se le reprocha– solo quedó una forma exterior. Éfeso había perdido los elementos cristianos fundamentales de la fe, el amor y la esperanza.
La gracia de Dios y la fe sustituyen a la Ley dada por Dios a Israel, su pueblo terrenal. Las obras de la Ley no pueden justificar a nadie, porque por medio de la Ley se conoce el pecado. Pero a través de la fe en la obra del Señor Jesús en la cruz, estamos justificados gratuitamente por la gracia de Dios. La obra de la fe es la manifestación externa de la fe implantada en nosotros. Los que ven nuestras buenas obras glorifican a nuestro Padre celestial (Mat. 5:16). Cuando hemos puesto nuestra confianza en la persona y la obra del Señor en la cruz, podemos caminar en las buenas obras que Dios ha preparado de antemano, es decir, hacer esas obras (vean Efe. 2:8-10).
El amor, por supuesto, se opone al odio. Antes de nuestra conversión éramos «insensatos… odiándonos unos a otros» (Tito 3:3). El que cree se hace partícipe de la naturaleza divina y es capaz de amar, porque Dios es amor (1 Juan 4:8). Este amor en nuestros corazones se expresa en el trabajo que resulta de él. No es una obra de obligación o mercenaria, sino una obra de sumisión y gratitud hacia quien nos amó y se entregó por nosotros (Gál. 2:20).
En cuanto a la esperanza, Pablo dirá a los efesios que no la tuvimos en el pasado. Entonces estábamos sin Cristo. Ahora bien, Cristo es nuestra esperanza (1 Tim. 1:1). Desde su conversión, los tesalonicenses habían perseverado en la paciencia de la esperanza, la del Señor Jesucristo. La esperanza interior del cristiano se muestra en su paciencia: no en la inquietud de sus pensamientos y la febrilidad de la acción continua, sino en la tranquila seguridad de que el Señor viene pronto y en el servicio inteligente para él.
Como los de Éfeso, algunos creyentes solo poseen las obras, el trabajo y la paciencia que son visibles para el hombre. Pero, como los de Tesalónica, cuánto mejor es poseer también la energía que proviene de la fe, el amor y la esperanza. El trabajo, la labor y la paciencia resultantes no pasan desapercibidos para nuestro Dios y Padre.
«…sabiendo, hermanos amados por Dios, vuestra elección» (v. 4).
Pablo había visto rápidamente el fruto de la predicación del Evangelio entre los creyentes de Tesalónica. Se entiende que el término «hermanos», utilizado en plural aquí y en otras partes de la Epístola de Pablo, se refiere a los hermanos y hermanas, ya que tanto los hombres como las mujeres eran activos en la iglesia (vean Hec. 17:4). Esto le bastó para reconocer que Dios, en sus planes eternos, había elegido a estos hermanos antes de la fundación del mundo (Efe. 1:4) y que los amaba. También nosotros, como creyentes, somos elegidos y amados por Dios. Nuestra aceptación del Evangelio, es decir, la buena noticia de la salvación de Dios confirma nuestra elección. ¿No debería esto animar nuestras almas, quizás cansadas de las dificultades de esta vida? Se ha escrito sobre la elección que “no puede ser una excusa para la incredulidad; se descubre una vez que se cree; es causa de humildad y adoración para el creyente”.
1.3 - Carácter del Evangelio (v. 5)
«Porque nuestro Evangelio no llegó a vosotros solo en palabras, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en mucha certidumbre; y sabéis qué clase de personas éramos entre vosotros a causa de vosotros» (v. 5).
Este Evangelio predicado por Pablo y sus compañeros, que había producido la obra de la fe, el trabajo de amor y la paciencia de la esperanza no era un mensaje ordinario. El Evangelio, como leemos, es «poder de Dios para salvación a todo el que cree» (Rom. 1:16). El vocablo español “dinamismo” deriva de la palabra griega que significa poder. El Espíritu Santo, esa Persona divina enviada a la tierra por el Señor, permite que el poder del Evangelio se manifieste en su predicación. El resultado es la comprensión y la seguridad en el oyente receptivo, e incluso una gran plenitud de seguridad, es decir, una convicción completa, como en el caso de los tesalonicenses.
El portavoz del Evangelio, según su relación personal con Dios y su testimonio, facilitará o dificultará la manifestación del poder de la Palabra de Dios, la libre actividad del Espíritu Santo y la seguridad de los que escuchan. La conducta de Pablo había sido intachable, como sabían los tesalonicenses. No había perjudicado la predicación del Evangelio, ni sus resultados.
El Evangelio también se distingue por nuestro amor a las almas. El Señor no puede utilizarnos eficazmente si solo vemos en los que no se salvan sus pecados, su adhesión a tal o cual sistema religioso o sus debilidades. Al igual que los de Éfeso y Pérgamo (Apoc. 2), podemos, por así decirlo, odiar las obras de los nicolaítas [1], y no sostener su doctrina; pero no debemos despreciar a los propios nicolaítas… Amemos más bien a las almas en la misma medida en que Cristo nos ha amado, pues también nosotros estábamos en las tinieblas antes de nuestra conversión.
[1] Siguiendo la doctrina de Balaam, los nicolaítas enseñaban a los cristianos que eran libres de comer cosas sacrificadas a los ídolos y de cometer fornicación (vean Apoc. 2:14).
1.4 - Consecuencias del Evangelio (v. 6-8)
«Y vosotros llegasteis a ser imitadores nuestros y del Señor, recibiendo la Palabra en medio de mucha aflicción, con el gozo del Espíritu Santo» (v. 6).
Puede sorprender que Pablo hable de los tesalonicenses como si fueran sus primeros imitadores. Pero esto no fue presuntuoso. Al imitar a Pablo, se convirtieron en imitadores del Señor, pues Pablo seguía al Señor. Para él, vivir era Cristo (Fil. 1:21). Se nos exhorta a considerar la conducta de hombres como Pablo y a imitar su fe (Hebr. 13:7). Pablo fue un hombre con las mismas pasiones que nosotros, al que se le mostró la misericordia; es un ejemplo para los que creen en el Señor Jesús para vida eterna (1 Tim. 1:16). En cuanto a la imitación del Señor, es imitar al que tiene todos los derechos sobre nosotros en el mundo que lo ha rechazado.
Sin embargo, hay un precio que pagar por imitar al Señor después de recibir la Palabra. «No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima del señor» (Mat. 10:24). Las tribulaciones (otras traducciones: pruebas, aflicciones), como la oposición de los que nos rodean, a menudo son el resultado de nuestro compromiso con el Señor al principio de la vida cristiana.
«…hasta llegar a ser modelos para los creyentes de Macedonia y Acaya» (v. 7).
El versículo 7 es la consecuencia del anterior. Al tomar al Señor como modelo e imitarlo, el cristiano se convierte pronto en un modelo para los demás creyentes. No son necesariamente los creyentes con dones espectaculares o gran poder externo los que se convierten en modelos para los demás. A menudo son hermanos y hermanas que sufren en silencio por el nombre del Señor, que perseveran a pesar de todo, pero que están llenos del gozo del Espíritu Santo. Obsérvese también que no ha habido ningún esfuerzo por imponerse como modelos; se han convertido en modelos. El versículo 8 nos dice cómo.
«Porque a partir de vosotros ha resonado la Palabra del Señor, no solo en Macedonia y Acaya, sino que en todo lugar vuestra fe se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de decir algo» (v. 8).
El poder del Evangelio, que es de Dios, había demostrado ser superior al de Satanás. Satanás había tratado de obstaculizar la obra de Pablo en Tesalónica desde el principio y de desanimar a los jóvenes creyentes con grandes pruebas. Pero la Palabra del Señor había seguido extendiéndose por todas partes, apoyada por el elocuente testimonio de los tesalonicenses hacia Dios. Tesalónica gozaba de una posición geográfica privilegiada como puerto marítimo en el que recalaban muchas personas y como ciudad atravesada por una de las grandes vías del Imperio romano, la vía Egnatia. Los cristianos de Tesalónica tuvieron, pues, la oportunidad de predicar el Evangelio a muchos visitantes. Pablo no puede dejar de notar esta impresionante manifestación de fe. ¡Qué poderoso instrumento para difundir la Palabra del Señor es la fe activa de los creyentes!
1.5 - El testimonio del Evangelio (v. 9-10)
«…porque ellos mismos cuentan de nosotros de qué manera nos acogisteis, y cómo os volvisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero» (v. 9).
Pablo no solo no tuvo que decir nada sobre la fe de los tesalonicenses en Dios, sino que tampoco tuvo que contar cómo el Espíritu Santo le había utilizado al principio en Tesalónica. Esto era bien conocido en Macedonia e incluso más al sur en la región de Acaya. Además, se dijeron tres cosas sobre estos nuevos creyentes: su conversión, su servicio y su espera.
En primer lugar, la conversión de los tesalonicenses. Había sido un giro de 180 grados, un cambio radical de dirección. En el griego leemos que se habían vuelto primero a Dios, alejándose de los ídolos. Esto nos da una excelente explicación de lo que es la conversión. Dios nos atrae primero a sí mismo, lo que nos lleva a alejarnos de los ídolos. Un ídolo no debe ser considerado como una simple estatua muda. Se ha dicho que es todo lo que hay en el corazón lo que ocupa el lugar que solo pertenece a Dios. En su nueva posición, el hombre convertido puede ahora mirar «a cara descubierta» como en un espejo la gloria del Señor (2 Cor. 3:18), disfrutando así de su presencia.
En segundo lugar, se menciona la historia de su servicio. Si los tesalonicenses se habían convertido, era para servir al Dios vivo y verdadero. ¡Qué contraste con servir a ídolos sin vida y falsos! Debemos reconocer que Dios no requiere los servicios de ninguno de nosotros. Pero en su gracia, nos ofrece el privilegio de ser sus siervos para cumplir sus planes. Nuestra responsabilidad como siervo (la palabra griega doulos también significa esclavo) es dejar de lado nuestra propia voluntad y buscar la del Señor para hacerlo. «Amo a mi señor», podía decir el siervo hebreo, «no saldré libre». ¿Nos hemos planteado alguna vez esto para nosotros mismos? «Y será su siervo para siempre». ¡Qué preciosa dedicación! Recordemos que nuestro Maestro fue el primero que tomó la forma de siervo y se hizo obediente hasta la muerte de cruz (lean Éx. 21:2-6 y Fil. 2:5-11).
En tercer lugar, se habla de lo que estaban esperando.
«…y para esperar de los cielos a su Hijo, al que ha resucitado de entre los muertos, a Jesús quien nos libra de la ira venidera.» (v. 10).
Los tesalonicenses no estaban ocupados con la perspectiva de la muerte o de ir al cielo, sino con la venida del cielo de un Hombre resucitado, Jesús. Su tumba está vacía. Dios puso su sello de aprobación a la obra de su Hijo en la cruz al resucitarlo de entre los muertos y sentarlo a su derecha, en previsión del día en que él, el Hijo de Dios, volverá a juzgar la tierra. Pero no es como tal que lo esperaban los tesalonicenses o como deberíamos esperarlo nosotros. Jesús viene para llevarnos con él y así protegernos de la ira que vendrá sobre un mundo impío que rechaza a Dios. Para nuestro consuelo, observamos que el cristiano no experimentará estos juicios sin comparación: «Dios no nos ha destinado para la ira» (5:9), pero «la ira sobre ellos ha llegado a su extremo» (2:16). Para tranquilizarnos, también podemos leer Romanos 8:1 y Apocalipsis 3:10.
Nuestra bendita esperanza (Tito 2:13) es la perspectiva de que el Hijo de Dios venga del cielo para llevarnos con él en cualquier momento. ¡Cómo esta actitud de feliz expectativa de los nuevos conversos en Tesalónica debió alegrar el corazón de Pablo y animarlo en sus propias circunstancias difíciles! ¿Esperamos ansiosamente al que vendrá pronto?
2 - La visita del apóstol Pablo (Capítulo 2)
El apóstol Pablo, como acabamos de ver, se sintió alentado por el recuerdo de la fe, del amor y de la esperanza mostrados por los tesalonicenses en su ausencia. Consideraremos ahora cómo el apóstol, durante su viaje entre ellos, había exhortado y consolado, animando así a los tesalonicenses a caminar de una manera digna de Dios. Este segundo capítulo de la Epístola revelará también los sentimientos de Pablo por aquellos que habían llegado a serle queridos.
2.1 - Acogida de los siervos (v. 1-2)
«Porque vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no ha resultado vana» (v. 1)
Los versículos 9 y 10 del capítulo 1 describen los resultados de la llegada de Pablo a los creyentes de Tesalónica; el capítulo 2 describe el carácter de la obra de Pablo entre ellos. Para emplear una expresión utilizada por Pablo en otro lugar, se había abierto una puerta grande y eficaz (1 Cor. 16:9). Cuando Dios mismo abre la puerta, el trabajo que sigue no es en vano, sino que produce frutos para Su gloria. Sin embargo, el versículo de Corintios añade: Y hay «muchos adversarios». Esto es lo que vemos en el versículo 2 de nuestro capítulo.
«…sino que tras padecer y ser maltratados en Filipos, como sabéis, cobramos confianza en nuestro Dios para anunciaros el Evangelio de Dios entre mucha lucha» (v. 2).
En Hechos 16 leemos que Pablo y Silas habían sufrido a manos de gentiles en Filipos. Después de ser azotados, fueron arrojados a la cárcel y les ataron los pies con grilletes de madera. En Hechos 17, la lucha había continuado en Tesalónica, esta vez por parte de judíos celosos. Sin embargo, estos peligros no habían disminuido el celo de Pablo por predicar el Evangelio, pues su audacia no era el resultado de su confianza en sí mismo, sino en su Dios.
La palabra Evangelio aparece ocho veces en las 2 Epístolas de Pablo a los Tesalonicenses. La utiliza cinco veces en relación con Dios (1 Tes. 2:2, 8-9; 3:2; 2 Tes. 1:8); tres veces Pablo habla de él en relación consigo mismo (1 Tes. 1:5; 2:4; 2 Tes. 2:14). Esta expresión de nuestro Evangelio en sus Epístolas es notable, y sugiere la identificación del siervo con su Maestro en el servicio. Veamos ahora lo que caracteriza al Evangelio y al evangelista.
2.2 - Característica del Evangelio predicado (v. 3-6)
«Porque nuestra exhortación no procede del error, ni de impureza, ni con engaño» (v. 3).
Tenemos en este versículo la primera mención de la palabra paraklêsis, o estímulo, traducida aquí como exhortación. Al relacionar este versículo con el anterior, entendemos que el Evangelio es, en cierto modo, el primer estímulo para que el pecador perdido venga a Jesús. Su propósito no es seducir o engañar; esto contradiría el carácter del Dios vivo y verdadero (1:9). El Evangelio tiene una pureza intrínseca; solo el hombre puede alterarlo con lo que añade o quita.
El Evangelio no es un ardid: el oyente no debe temer una trampa hábilmente escondida. En este sentido, los que buscan un beneficio económico deshonesto o un prestigio indebido al evangelizar no glorifican a Dios. Pablo nos ha dejado un modelo: al evangelizar, hizo que el Evangelio fuera gratuito (1 Cor. 9:18). Por supuesto, el trabajador del Señor es digno de su salario (Lucas 10:7; 1 Tim. 5:18).
La exhortación de Pablo se distinguía, pues, por su verdad, pureza y sinceridad. Por eso Dios puede aprobar ese Evangelio.
«…sino que según hemos sido aprobados por Dios, para que se nos confiara el Evangelio, así hablamos, no como agradando a los hombres, sino a Dios que prueba nuestros corazones» (v. 4).
Como en todo servicio cristiano, la aprobación de Dios es necesaria para aquellos que son nuevos en el servicio del Evangelio. El Señor había dicho de Pablo que era «un instrumento escogido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel» (Hec. 9:15). Desde el principio, vemos que Pablo «predicaba a Jesús en las sinagogas, [afirmando] que es el Hijo de Dios» (Hec. 9:20). Posteriormente, Dios, que está de acuerdo, debe probar los corazones de sus siervos. Estas pruebas son necesarias por dos razones: para que no se culpe al servicio y para que nadie culpe a los siervos (2 Cor. 6:3; 8:20).
Es cierto que no todos estamos llamados a ser evangelistas, pero se nos anima a hacer «obra de evangelista» (2 Tim. 4:5). Podemos, según nuestras capacidades, hacer un servicio similar al de quien ha recibido el don de la evangelización.
«Porque nunca vinimos a vosotros con palabras aduladoras, como sabéis; ni con pretexto de avaricia; Dios es testigo» (v. 5).
Los tesalonicenses podrían atestiguar que de la boca del apóstol no salió ni una sola palabra de adulación, pero Dios es el único testigo verdadero que puede discernir los verdaderos motivos de las acciones humanas. «Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras» (Jer. 17:10). Como escribió un siervo fiel: “La lealtad absoluta a la verdad debe ocupar el primer lugar en la vida de todo siervo de Dios”. La verdad es absoluta y exige una lealtad incuestionable.
«…ni buscamos gloria procedente del hombre, ni de parte vuestra, ni de otros; aunque como apóstoles de Cristo hubiéramos podido seros una carga» (v. 6).
La gloria humana es como la flor de la hierba: «La hierba se seca, y la flor se cae» (1 Pe. 1:24). Los siervos han sido atrapados por la gloria que viene de los hombres, y a veces de los cristianos. La única gloria del siervo de Dios es la aprobación de su Maestro. Pablo fue más allá y se negó a ser pagado por los tesalonicenses. Nada debía ser un obstáculo para comunicar la Palabra del Señor, que permanece para siempre (1 Pe. 1:25).
2.3 - Características del evangelista (v. 7-12)
«Al contrario, fuimos amables en medio de vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos» (v. 7).
Una de las características del esclavo del Señor debe ser su mansedumbre hacia todos (vean 1 Tim. 2:24). Pablo utiliza el ejemplo de una nodriza que muestra delicadeza en el cuidado de los niños pequeños que se le confían. Esta ilustración del carácter de la presencia de Pablo entre estos jóvenes creyentes muestra su afecto por ellos. También pensamos en el afecto conmovedor de Cristo, que alimenta y cuida (el mismo verbo en griego que en el caso de la nodriza) a su Iglesia (Efe. 5:29).
«…así, teniendo un tierno afecto por vosotros, queríamos comunicaros no solo el Evangelio de Dios, sino también nuestras mismas vidas, por cuanto llegasteis a sernos muy queridos» (v. 8).
Hasta ese punto Pablo y sus compañeros se preocupaban por estos jóvenes creyentes: estaban dispuestos a dar la vida por ellos. Pero sabemos de un hombre más grande que Pablo que, «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13:1). Fue por los pecadores perdidos que Jesús, en su amor, entregó voluntariamente su vida en la cruz. Siempre es precioso para cada uno de nosotros recordar que el «Hijo de Dios, el cual me amó y él mismo se dio por mí» (Gál. 2:20). El siervo de Dios está dispuesto a poner sus bienes y recursos a disposición de su Maestro; está dispuesto a dar su propia vida si esa es la voluntad del Señor.
«Porque os acordáis, hermanos, de nuestra fatiga y dura labor; cómo trabajando noche y día para no ser una carga a ninguno de vosotros, os predicamos el Evangelio de Dios» (v. 9).
Pablo se dirige a los creyentes de la iglesia como hermanos 14 veces en la Primera Epístola a los Tesalonicenses y siete en la Segunda. Para nosotros, los cristianos, este es nuestro título de nobleza. Nuestra libertad para usarlo entre nosotros proviene del hecho de que el propio Señor Jesús nos llama sus hermanos (Juan 20:17). Pero el Señor es «el primogénito entre muchos hermanos» (Rom. 8:29) y, por lo tanto, sería irreverente llamarlo nuestro hermano. Él es nuestro Señor.
Pablo, por tanto, recuerda a sus hermanos que, aunque les había predicado el Evangelio, sus manos no habían permanecido ociosas. Como en el caso de los corintios, «siendo libre de todos» en sus necesidades materiales, a todos «se había esclavizado, para ganar el mayor número» (1 Cor. 9:19). En su oficio de hacer tiendas de campaña (Hec. 18:3), sus manos habían sido utilizadas no solo para sus propias necesidades, sino también para las de los que estaban con él (Hec. 20:34). En 2 Tesalonicenses 3, Pablo también es capaz de reprender con autoridad moral a los que andaban desordenados no trabajando en nada y entrometiéndose en todo.
«Vosotros sois testigos, y Dios, que nuestra conducta para con vosotros los creyentes ha sido santa, justa e irreprochable» (v. 10).
Este versículo explica además por qué Pablo podía ser imitado (1:6). Tres aspectos de su conducta son objeto del testimonio de los tesalonicenses y de Dios. En primer lugar, su conducta era santa, es decir, separada del mal, promoviendo así la cercanía a Dios. En segundo lugar, la justicia caracterizaba sus relaciones con los hombres: sus semejantes no podían reprocharle ninguna injusticia. En tercer lugar, en relación consigo mismo, como siervo con un servicio particular, no tenía nada que reprocharse. Si imitamos ese modelo, Dios será glorificado por nuestra conducta.
«…y también sabéis cómo, tratando a cada uno de vosotros como un padre a sus propios hijos, os hemos exhortado, consolado» (v. 11).
Anteriormente, como hemos observado, Pablo utilizó la imagen de una nodriza para describir sus afectos. Aquí, la imagen de un padre es apropiada para quien anima, consuela y da testimonio de las cosas de Dios a cada uno de sus hijos. En nuestra sociedad, estas responsabilidades de un padre, e incluso de un padre cristiano, se dejan a menudo en manos de la madre, cuando no son simplemente ignoradas. Conocemos los resultados posteriores, que son perjudiciales para los niños. Es un asunto serio para cada padre examinarse a sí mismo y ver hasta qué punto anima, consuela e incluso da testimonio a sus hijos. También puede ser fuera del círculo familiar donde Dios nos da la oportunidad de encontrar un alma que necesita ser alentada, consolada y edificada por nuestro testimonio para continuar su camino de manera digna de Dios.
«…y testificado para que andéis como es digno de Dios, que os llama a su reino y gloria» (v. 12).
Se exhorta a los efesios a andar de manera digna de la vocación a la que han sido llamados (Efe. 4:1). Este llamado se remonta a la eternidad, pues Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo. Pablo pedirá a Dios que los colosenses se comporten de manera digna del Señor para agradarle en todo (Col. 1:10). Se trata, obviamente, de la época actual. Aquí el apóstol quiere que los tesalonicenses caminen de manera digna de Dios. Tiene que ver con la eternidad, Dios llamándonos a compartir su propio reino y gloria pronto. ¡Qué motivo de gozo para el creyente que ha aceptado la Palabra de Dios al darse cuenta de que le espera una herencia así!
2.4 - La recepción de la Palabra y posterior sufrimiento (v. 13-16)
«Por esto también damos gracias a Dios sin cesar de que, al recibir la Palabra del mensaje de Dios por parte nuestra, la aceptasteis no como palabra de hombres, sino tal como es en verdad, la Palabra de Dios, la cual también obra en vosotros que creéis» (v. 13).
Acabamos de ver algunas características del Evangelio predicado y del propio evangelista. Pero ¿qué acogida reservaron los tesalonicenses a la Palabra de Dios? La recibieron como lo que realmente es, es decir, como inspirada por Dios. La recepción de este testimonio divino define lo que es la fe. ¡Qué seguridad para el creyente! «El testimonio de Jehová es fiel», leemos en el Salmo 19, versículo 7. ¡Qué perfectamente el evangelista ha desempeñado su papel! No fue su palabra la que se recibió, sino la propia Palabra de Dios que utilizó a un hombre como instrumento para manifestar su gracia. El contacto entre Dios y el alma del oyente se establece ahora. A partir de entonces, la Palabra de Dios actúa en el creyente.
«Porque vosotros, hermanos, llegasteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea; porque vosotros habéis padecido las mismas cosas de vuestros propios compatriotas, como también ellos de los judíos» (v. 14).
Los tesalonicenses, como vimos en el capítulo 1, se habían convertido en imitadores de Pablo, así como del Señor. Aquí se habían convertido en imitadores de las iglesias de Judea. Leemos que fue a raíz de una gran persecución contra la iglesia en Jerusalén que «todos fueron dispersados por las regiones de Judea y Samaria, menos los apóstoles» (Hec. 8:1). Pablo recuerda que los hermanos que habían salido del judaísmo habían sufrido a manos de los judíos. Los tesalonicenses habían soportado sufrimientos similares de parte de sus compatriotas.
Pero Dios, habiendo permitido primero estos sufrimientos, había bendecido en su gracia a la iglesia en Tesalónica, de modo que, como las iglesias de Judea, Galilea y Samaria, estaba en paz, siendo edificada y caminando en el temor del Señor, y creciendo por el consuelo del Espíritu Santo (Hec. 9:31). Incluso hoy en día, muchos cristianos encuentran oposición a su fe cristiana por parte de sus conciudadanos. El Señor Jesús es capaz de simpatizar con esas personas, porque experimentó ese sufrimiento: «Los suyos no lo recibieron» (Juan 1:11), «Ni aun sus hermanos creían en él» (Juan 7:5).
«…los cuales mataron tanto al Señor Jesús como a los profetas, y a nosotros nos expulsaron. Estos no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres» (v. 15).
Pablo reprocha a los judíos incrédulos cinco cosas. En primer lugar, habían dado muerte al Señor Jesús; Pedro les recordó el día de Pentecostés: «Vosotros matasteis crucificándolo por manos de hombres inicuos» (Hec. 2:23). En segundo lugar, eran responsables de la muerte de los profetas: el Señor había hecho una acusación similar contra los escribas y los fariseos hipócritas y contra Jerusalén, «que matas a los profetas» (Mat. 23:37). En tercer lugar, habían expulsado a Pablo por medio de la persecución: evidentemente, Dios se había servido de estas circunstancias para permitir que el Evangelio se predicara en otros lugares, pero la responsabilidad de perseguir a los enviados de Dios seguía vigente. En cuarto lugar, se acusa a los judíos de no agradar a Dios; el Hijo de Dios, en cambio, siempre hizo lo que agradaba al Padre (Juan 8:29). La exhortación también se dirige a nosotros más adelante en nuestra Epístola para agradar a Dios (4:1). La quinta y última acusación es que se opusieron a todos los hombres al obstaculizar –como veremos en el siguiente versículo– la predicación del Evangelio.
«…impidiéndonos hablar a los gentiles para que se salven, siempre colmando la medida de sus pecados. Pero la ira sobre ellos ha llegado a su extremo» (v. 16).
Los judíos se negaron a obedecer el Evangelio y no permitían que otros lo recibieran. Esto es aún más grave porque al hacerlo, estaban obrando en contra de un mandato divino: «Ahora ordena Dios a los hombres que todos, en todas partes, se arrepientan» (Hec. 17:30). La consecuencia de tal oposición a la obra de Dios es que la ira acabó cayendo sobre ellos. En la actualidad, los judíos están, en su mayoría, dispersos por las naciones. En el futuro, Dios utilizará al Anticristo y al Asirio (1 Juan 2:18 e Is. 7:17) para castigarlos en su propio país. El Anticristo, o la otra bestia (Apoc. 13:11-18), será el enemigo interior; el asirio, la vara de la ira de Dios (Is. 10:5), el enemigo exterior. Pero Dios derramará sobre su pueblo Israel un espíritu de gracia y súplica, y los habitantes del país se volverán hacia su Mesías rechazado (Zac. 12:8-14). Dios no abandonará a su pueblo terrenal.
2.5 - El deseo de Pablo de volver a ver a los tesalonicenses (v. 17-20)
«En cuanto a nosotros, hermanos, que fuimos separados de vosotros por algún tiempo, de vista pero no de corazón, procuramos con mucho deseo ver vuestro rostro» (v. 17).
Pablo solo llevaba unas tres semanas en Tesalónica. Pero este corto tiempo le bastó para formar un estrecho vínculo de afecto con los tesalonicenses. Como una nodriza los había cuidado; como un padre los había animado. Y ahora su ausencia le resultaba dolorosa, aunque en su corazón no se separaba de ellos. ¡Qué gran deseo debe haber sido para él volver a verlos! Pero Satanás se lo ha impedido.
«…porque deseábamos ir a veros, yo mismo, Pablo, una y otra vez, pero Satanás nos lo impidió» (v. 18).
Cuando el Espíritu Santo impidió que Pablo predicara la Palabra en Asia para que fuera a Bitinia, el resultado fue la conversión de almas en varias ciudades, incluida Tesalónica. En este versículo vemos al Adversario, pues es lo que significa Satanás, impidiendo en dos ocasiones que Pablo fuera a los tesalonicenses. Sabemos que una forma de actividad de Satanás es oponerse a los hermanos levantándose como acusador contra ellos (Apoc. 12:10). En un día venidero, su actividad se manifestará en la operación de milagros, señales y prodigios de falsedad del Anticristo (2 Tes. 2:8-9). Por otro lado, es reconfortante saber que el Dios de paz pronto aplastará a Satanás bajo nuestros pies (Rom. 16:20).
«Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona en que nos gloriamos? ¿No lo sois vosotros delante de nuestro Señor Jesucristo en su venida?» (v. 19).
Encontramos en este versículo la única pregunta que hace Pablo en su Epístola. Su propósito es probablemente llamar la atención de sus lectores tesalonicenses. Mirad, dice, en relación con ese día futuro de la venida del Señor, vosotros sois mi esperanza, mi gozo, mi corona. Sobre el tema de la esperanza, leemos que Cristo Jesús es nuestra esperanza (1 Tim. 1:1). Ahora bien, que los tesalonicenses sean la esperanza y la corona de Pablo sugiere que, tal vez, junto con la bendita esperanza de ver a Cristo en su venida, hay también una gloria muy especial reservada para aquellos que habrán sido instrumentos en las manos de Dios para convertir y animar a las almas.
«Porque vosotros sois nuestra gloria y nuestro gozo» (v. 20).
La gloria y el gozo de Pablo no solo están relacionados con la venida del Señor. Los tesalonicenses fueron también una fuente de gloria y gozo para el apóstol. Pablo se dirigirá a los de Filipos en términos similares: «Hermanos míos, muy amados y añorados gozo y corona míos, estad así firmes en el Señor» (Fil. 4:1). ¡Qué felicidad para el corazón del siervo fiel al gloriarse y regocijarse en aquellos que son el fruto de su trabajo en el Señor!
Es con esta feliz nota que terminamos la segunda parte de nuestro estudio. Pablo, durante su estancia, había podido animar a los creyentes de Tesalónica. Ya había sido recompensado por la conducta de los tesalonicenses, que caminaban de manera digna de Dios. Ahora esperaba ser glorificado por el Señor en su venida, en relación con los frutos de su trabajo. Cómo no anticipar también nosotros ese día maravilloso en el que Cristo, el Siervo perfecto, «verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho» (Is. 53:11).
3 - Las noticias de Timoteo (Capítulo 3)
Así, Pablo había deseado mucho volver a ver a sus queridos hermanos y hermanas, pero Satanás se lo había impedido. Veremos en esta tercera parte de nuestro estudio, correspondiente al capítulo 3 de la Epístola de Pablo, que este había enviado a Timoteo a informarse sobre los tesalonicenses. Timoteo había vuelto con buenas noticias sobre su fe y su amor. Animado, Pablo puede dar gracias y perseverar en la oración por sus hermanos.
3.1 - Envío de Timoteo (v. 1-5)
«Por lo cual, no soportándolo más, nos pareció bien quedarnos solos en Atenas» (v. 1).
Sin duda, en una ciudad extranjera como Atenas, la presencia de un Timoteo o un Silas habría sido un gran consuelo para el apóstol Pablo. Pero el amor no busca su propio interés (1 Cor. 13:5). Si es cierto que Pablo estaba atenazado por el amor de Cristo (2 Cor. 5:14), también amaba a los hermanos hasta el punto de no preocuparse por sí mismo. Ese amor por los hermanos es más poderoso que los obstáculos que pone Satanás: si Pablo no pudiera ir él mismo a Tesalónica, enviaría a otro hermano.
«Y enviamos a Timoteo, nuestro hermano y colaborador de Dios en el Evangelio de Cristo, para fortaleceros y exhortaros en vuestra fe» (v. 2).
En el servicio del Señor, Timoteo y Pablo estaban estrechamente vinculados. Timoteo no era solo un hermano, sino nuestro hermano; no era un siervo cualquiera, sino un compañero de trabajo. Es de un hermano así de quien Pablo acepta separarse en aras de los intereses más apremiantes de los tesalonicenses. Anteriormente Timoteo había hecho el trabajo de un evangelista, ahora estaba llamado a hacer el trabajo de un maestro fortaleciendo las almas y el de un pastor animando las almas. Timoteo significa «querido por Dios». Que Dios, en su gracia, siga dándonos siervos queridos por él, capaces de enseñar animando y de animar enseñando.
«…para que nadie sea perturbado por estas aflicciones; porque vosotros mismos sabéis que a esto estamos destinados» (v. 3).
Los tesalonicenses, como ya hemos visto, habían recibido la Palabra de Dios con grandes pruebas que habían provocado el sufrimiento de los suyos. El corazón de Pablo no quedó impasible ante esto, pues sabe muy bien que el Enemigo puede utilizar estas pruebas para sacudir la fe de los jóvenes creyentes. ¿Cómo es que estamos destinados a sufrir pruebas? Pablo, en una Epístola a Timoteo, le escribe que todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos (2 Tim. 3:12). Vivir piadosamente significa vivir para Dios y sus intereses, que los no nacidos de nuevo no pueden entender ni aceptar. Por lo tanto, las pruebas son frecuentemente la parte de aquellos que quieren honrar al Señor en su camino cristiano.
«Porque cuando aún estábamos con vosotros, os predecíamos: Vamos a padecer aflicciones, así como sucedió y sabéis» (v. 4).
Pablo no había ocultado nada a los nuevos creyentes de Tesalónica. Habían escuchado del apóstol que serían probados. Su predicación del Evangelio no se había basado en el principio de seducir, ni de ocultar nada, para hacer nuevos conversos y así ganar gloria personal. El mismo Señor habla de los que tienen tribulación en el mundo. Esta tribulación en un mundo y por un mundo que ha rechazado a Cristo es quizá necesaria para que no amemos este mundo, sino para que nuestros ojos se fijen en el que viene pronto. Y añade: «Tened ánimo, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Pedro nos recuerda que estas aflicciones son de corta duración, para que la prueba de nuestra fe sea motivo de alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo (1 Pe. 1:6, 7).
«Por eso también yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, por temor a que el tentador os hubiese tentado, y que nuestro trabajo fuese en vano» (v. 5).
Pablo utiliza esta fuerte expresión por segunda vez en su Epístola: «No pudiendo soportar más». La primera vez, en su deseo de conocer la condición espiritual de los tesalonicenses, había elegido quedarse solo en Atenas. Aquí, con el mismo deseo, había decidido enviar a Timoteo a informarse sobre el estado de su fe. Pablo sabe muy bien que esta iglesia en Dios Padre y en el Señor Jesucristo puede ser guardada por el poder de Dios. Pero no subestima el poder de Satanás, el tentador, y los estragos que puede causar en la fe de los creyentes. Conviene que el siervo no solo haga el servicio que el Señor le ha encomendado, sino que también se preocupe por los frutos que resultarán de ese servicio.
3.2 - Buenas noticias de Timoteo (v. 6-8)
«Pero ahora que Timoteo ha vuelto de vosotros a nosotros, y nos ha dado buenas noticias de vuestra fe y amor, que siempre tenéis un buen recuerdo de nosotros, que deseáis vernos, como nosotros también deseamos veros a vosotros» (v. 6).
Las buenas noticias comunicadas por Timoteo debieron calmar la ansiedad del apóstol y también le hicieron feliz. Las pruebas no habían sacudido la fe de los tesalonicenses, ni enfriado su amor. Es cierto que había dificultades en cuanto a su esperanza; Pablo les responderá más adelante. Sin embargo, no solo seguían recordando bien a Pablo, sino que anhelaban volver a verlo. El saber que compartían su afecto por ellos y que perseveraban en la fe y el amor era un gran estímulo para Pablo.
«…por eso, hermanos, respecto a vosotros fuimos consolados, en todo nuestro aprieto y aflicción, por medio de vuestra fe» (v. 7).
Sabemos que Pablo se preocupaba constantemente por el estado de todas las iglesias: su solicitud por ellas lo mantenía asediado todos los días (2 Cor. 11:28); y esto, a pesar de sus propios peligros. Dado que la fe de los tesalonicenses no había sido sacudida, Pablo se siente animado. Sabía muy bien que Satanás ataca la fe de los creyentes, especialmente de los jóvenes (v. 5). Por eso había enviado a Timoteo para que los animara en este sentido (v. 2). La noticia de su fe, reportada por Timoteo, tiene el efecto de animar al apóstol en su dolor y aflicción –sin duda sus necesidades y pruebas personales.
«…porque ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor» (v. 8).
Pablo podría decir que para él vivir es Cristo. Pero también vivió para los que son de Cristo. Su preocupación por la joven iglesia de Tesalónica era tan grande que se estaba muriendo, por usar su expresión en otro lugar (2 Cor. 6:9). Ahora, como resultado de las buenas noticias traídas por Timoteo, fue revivido (literalmente: vivió). Pero el apóstol no se detiene ahí. Ahora les ordena que se mantengan firmes en el Señor, sin duda en medio de las pruebas; en su Segunda Epístola los animará a mantenerse firmes, o a perseverar (2 Tes. 2:15).
3.3 - Acción de gracias y oraciones (v. 9-13)
«Porque ¿qué acción de gracias podemos dar a Dios por causa vuestra, por todo el gozo con que nos gozamos por motivo de vosotros en presencia de nuestro Dios» (v. 9).
Una vez disipados sus temores, Pablo no solo puede volver a vivir, sino que puede dar gracias a Dios por preservar a sus queridos tesalonicenses. Es como si no hubiera suficiente acción de gracias para mostrar su gratitud a Dios por todo el gozo que le han dado sus hermanos. El propio Dios es testigo del gozo que Pablo disfruta.
«…insistiendo en nuestras oraciones de noche y de día para poder ver vuestro rostro y completar las deficiencias de vuestra fe?» (v. 10).
Al final de su Epístola, Pablo exhorta a los tesalonicenses a orar sin cesar (5:17). En este versículo, vemos a Pablo orando constantemente, noche y día, pero también con urgencia. ¿Y por qué esas oraciones? En primer lugar, volver a verlos. Satanás, recordemos, le había impedido ir a ellos cuando había buscado ver sus rostros (2:17-18). Pablo confiaba en Dios, pues deseaba compensar lo que les faltaba en su fe. ¿Qué faltaba en su fe? No el amor, pues anhelaban verlo y Dios les enseñó a amarse unos a otros (3:6; 4:9). Por supuesto, siempre podían abundar en el amor (3:12). Pero, quizás, faltaba la esperanza. Nótese que en este capítulo Pablo no menciona las buenas noticias de Timoteo sobre la esperanza. Como se ha señalado anteriormente, Pablo abordará esta necesidad más adelante en su Epístola.
«Que nuestro mismo Dios y Padre, y nuestro Señor Jesús, dirija nuestro camino hacia vosotros» (v. 11).
Si se iba a abrir el camino para volver a Tesalónica, tenía que ser por Dios mismo. Dos cosas son notables en este breve versículo. En primer lugar, la dependencia de Pablo de su Padre celestial y del Señor para abrir el camino (de hecho, el apóstol escribirá la Segunda Epístola a los Tesalonicenses antes de volver a verlos). En segundo lugar, como otros han señalado, el testimonio dado a la divinidad del Señor. El verbo de la frase es efectivamente singular (también en griego), a pesar de los dos sujetos. El Señor Jesús, como Dios, tiene tanto la misma naturaleza que el Padre como una personalidad distinta. «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (Juan 1:1).
«Y el Señor os haga crecer y abundar en amor, los unos para con los otros, y para con todos, así como también nosotros para con vosotros» (v. 12).
La oración de Pablo para sí mismo es que el Señor le abra el camino para volver a ver a los tesalonicenses. Su oración por ellos es que el Señor les dé más amor. No solo para crecer en el amor, sino para abundar en él. Los estándares cristianos son altos, porque nuestra posición es alta. Pablo desea que no solo se amen unos a otros, sino que ejerzan su amor hacia los que no son de la casa de la fe. El amor que el Señor había producido en el corazón del apóstol por los tesalonicenses es el modelo que se ofrece para fortalecer sus corazones.
«…para fortalecer vuestros corazones, sin reproche en santidad delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos» (v. 13).
Esta tercera mención de la venida del Señor Jesús es específicamente con los santos, no para los santos. El primer regreso del Señor para recogernos es la bendita esperanza; su segundo regreso con nosotros, la aparición de su gloria (Tito 2:13). La pura gracia de Dios se muestra en relación con la venida del Señor por nosotros; nuestra responsabilidad, en relación con su venida con nosotros. En esa venida con nosotros seremos manifestados con Cristo en la gloria (Col. 3:4).
Pero antes, habremos sido manifestados ante el tribunal de Cristo para recibir según las obras hechas en el cuerpo, sean buenas o malas (2 Cor. 5:10). En esta manifestación, o comparecencia, ante el tribunal de Cristo, no se dice que seremos juzgados, pues Cristo ha sido juzgado en lugar del creyente. Además, «No hay, pues, ahora ninguna condenación para los [que están] en Cristo Jesús» (Rom. 8:1). En previsión de estas manifestaciones, nuestra responsabilidad es no tolerar nada ajeno a la santidad de Dios en nuestras vidas.
La consideración de este último versículo pone fin a nuestro capítulo. Pablo introduce la idea de santidad que desarrollará en el capítulo 4 de su Epístola. El tema de la santidad es muy importante, como veremos, en nuestro caminar cristiano. Por un lado, Dios se siente honrado de ver este fruto de la naturaleza divina en su propio pueblo. Por otra parte, la apreciación de verdades como la venida del Señor por nosotros va de la mano de un caminar separado del mundo y del mal. Pidamos al Señor que disponga nuestros corazones para caminar con Dios, como Enoc, aquel hombre de fe de la antigüedad. Dios se lo llevó, pues Enoc había recibido el testimonio de que le había agradado (Gén. 5:24 y Hebr. 11:5).
4 - La santidad en la conducta (Capítulo 4, versículos 1-12)
Los siguientes versículos presentan importantes verdades subjetivas para el creyente que está esperando el regreso del Señor Jesús. Se refieren al camino cristiano para agradar a Dios. Si estas verdades se ponen en práctica, preparan el corazón del creyente para apreciar las verdades objetivas que consideramos a continuación, es decir, los acontecimientos que rodean la venida del Señor.
En los primeros 12 versículos del capítulo 4, Pablo exhorta a los tesalonicenses con tres mandatos: a Dios, a andar según su voluntad (v. 3-8); a los hermanos, a andar en amor fraternal (v. 9, 10); a los de fuera, a andar honradamente (v. 11-12).
Pero primero Pablo anima a los tesalonicenses a abundar en una conducta que agrade a Dios.
4.1 - Caminar y agradar a Dios (v. 1-2)
«Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo debéis andar y agradar a Dios (y es así como andáis), que abundéis más» (v. 1).
Pablo había apoyado sus enseñanzas a los tesalonicenses sobre el camino cristiano en su propia conducta: santa, justa e irreprochable (2:10). Si nuestro caminar, es decir, nuestra vida cristiana, es agradable a Dios, será un buen testimonio para los que nos rodean. Ahora se nos anima a hacer más progresos antes de que vuelva el Señor (3:13). Pedro, en relación con el día de Dios, exhortará a la santa conducta y a la piedad (2 Pe. 3:11). El Señor puede animarnos, y lo hará, a perseverar en nuestro camino terrenal para agradar a Dios.
«Porque sabéis qué instrucciones os dimos en el nombre del Señor Jesús» (v. 2).
Bajo el Antiguo Pacto, es decir, la Ley, todos los mandamientos de Dios tenían que ser guardados absolutamente; de lo contrario, era una maldición. Afortunadamente, Dios, en su misericordia, había proporcionado sacrificios que se ofrecían continuamente cada año; pero no podían hacer perfectos a los que se acercaban al altar (Hebr. 10:1). El Señor Jesús se ofreció él mismo como sacrificio por los pecados, y debido a la excelencia de su Persona y sacrificio, el creyente está ahora limpio por la sangre de Jesucristo (1 Juan 1:7). En el tiempo presente de gracia, la observancia de las instrucciones del Señor ya no se basa en el temor, sino en el amor a nuestro Salvador: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama» (Juan 14:21). Los tesalonicenses guardaron estas instrucciones del Señor que Pablo les había dado. La primera instrucción tiene que ver con Dios.
4.2 - Caminar según la voluntad de Dios (4:3-8)
«Porque la voluntad de Dios es vuestra santidad; que os abstengáis de la fornicación» (v. 3).
Dios no es en absoluto indiferente a la forma en que los cristianos se comportan en el mundo. Pablo dirá con lágrimas a los de Filipos que muchos andan como enemigos de la cruz de Cristo (Fil. 3:18). Dios quiere santificarnos, separarnos moralmente del mundo y de todo lo que puede contaminarnos en este mundo. Nótese la palabra santidad que se repite en los versículos 5 y 7 del capítulo 4 y en el versículo 13 del capítulo 3. Debemos manifestar prácticamente esta posición de santidad en la que la fe en Jesucristo nos ha colocado. Dios desea que participemos en su santidad. Una de las instrucciones es abstenerse de la fornicación (inmoralidad sexual, según otras traducciones), una de las primeras obras de la carne (vean Gál. 5:19). El siguiente versículo nos da otra instrucción.
«…que cada uno de vosotros sepa poseer su propio cuerpo en santidad y honor» (v. 4).
Pablo recordará a los corintios que sus cuerpos son miembros de Cristo. Nuestros cuerpos no son para la inmoralidad sexual, sino para el Señor, porque le pertenecemos. Además, son, para los creyentes, el templo del Espíritu Santo que habita en ellos. Por eso se nos exhorta a glorificar a Dios en nuestros cuerpos (vean 1 Cor. 6:13-20). En estos versículos, no se nos dice que resistamos la inmoralidad sexual, sino que huyamos de ella. Obsérvese la conducta de José ante las insinuaciones de la mujer de su amo en Génesis 39: se negó (v. 8), no escuchó (v. 10), huyó (v. 12).
La palabra griega para «cuerpo» significa literalmente «vaso» (skeuos) y podría referirse a la esposa del creyente, como en 1 Pedro 3:7. Este versículo podría traducirse, por tanto, así: “Que cada uno de vosotros sepa tomar una esposa para sí en santidad y honor”. El matrimonio evita la trampa de la inmoralidad sexual. En otro lugar, Pablo exhorta a los corintios a que cada hombre tenga su propia esposa y cada mujer su propio marido, a causa de la inmoralidad sexual (1 Cor. 7:2).
«…no bajo la pasión de lujuria, como los gentiles que no conocen a Dios» (v. 5).
El cristiano encuentra que su conocimiento de Dios lo distingue de la gente de las naciones, los incrédulos, que no conocen a Dios. Su nueva naturaleza le permite discernir el pecado y también las oportunidades que pueden llevar al pecado. Por un lado, el pecado es lo que produce en nosotros toda clase de codicias (Rom. 7:8); por otro lado, la codicia, una vez concebida, da a luz el pecado (Sant. 1:15). Recordemos que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos para hacer lo que queramos, pues hemos sido comprados por precio (1 Cor. 6:19-20).
«…que nadie se sobrepase y defraude a su hermano en este asunto; porque el Señor es el vengador acerca de todas estas cosas, como también os lo dijimos y testificamos con antelación.» (v. 6).
Al continuar con este tema de la santidad y la abstención de la inmoralidad, Pablo nos recuerda los derechos lesionados del hermano cuya esposa ha sido llevada a engañar a su marido. El Señor mismo podía intervenir vengando a este hermano del que otro se había aprovechado. Podía juzgar, e incluso castigar, al hermano culpable de tal pecado. En Corinto, algunos habían sido culpables de inmoralidad (1 Cor. 5:1). El Señor había disciplinado a los creyentes que habían cometido tales pecados y no se habían juzgado a sí mismos (1 Cor. 11:30-32).
«Porque no nos ha llamado Dios a impureza, sino a santificación» (v. 7).
Mientras el Señor vela por los intereses de los perjudicados, nosotros también somos responsables de dar cuenta de nuestros actos a Dios, que nos ha llamado a vivir una vida santa. Nuestro Dios es un Dios santo cuyos ojos son demasiado puros para ver el mal (Hab. 1:13). Cuando su Hijo fue hecho pecado en el Gólgota, Dios apartó su rostro. Es importante que nos demos cuenta de la santidad de Dios, cuando, a pesar de su llamado, con demasiada frecuencia tratamos el tema del pecado con ligereza. Si lo hacemos, despreciamos a Dios.
«Por tanto, el que esto rechaza, no rechaza al hombre, sino a Dios que os da su Espíritu Santo» (v. 8).
Este versículo introduce otra Persona divina: el Espíritu Santo o el Espíritu de santidad, como leemos en Romanos 1:4. Dios nos lo ha dado para que habite en nosotros, como ya hemos mencionado. Dios considera que la santidad es lo suficientemente importante como para darnos una persona divina que haga esta labor en nosotros. Si perseguimos nuestras propias lujurias en lugar de la santidad práctica, despreciamos (rechazamos, según otras traducciones) a Dios. No hagamos esto. Más bien, como aquel resto fiel de los días de Malaquías, pero con mayor luz, temamos a quien nos ha dado el don de su Hijo y del Espíritu Santo, para caminar según su voluntad y no ya la nuestra.
4.3 - Caminar en el amor fraternal (4:9-10)
«En cuanto al amor fraternal, no tenéis necesidad que yo os escriba; porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros unos a otros» (v. 9).
En medio del pueblo de Dios, el verdadero amor que debemos encontrar es el amor fraternal. Este amor por los hermanos y hermanas no se aprende del mundo. Lo enseña Dios. Se recibe con el nuevo nacimiento: «Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los hermanos» (1 Juan 3:14). El Señor, en su amor por nosotros, nos llama sus hermanos (Juan 20:17). Quiere que seamos verdaderos filadelfios, es decir, que amemos a los hermanos.
«…porque en verdad lo hacéis para con todos los hermanos en toda Macedonia. Pero os exhortamos, hermanos, a que abundéis más» (v. 10).
El amor de los tesalonicenses por los hermanos no se limitaba a unos pocos hermanos de la iglesia local. No, se extendió a todos los hermanos de la región de Macedonia. ¿En qué consiste el amor fraternal? En primer lugar, se caracteriza por el afecto mutuo (Rom. 12:10). Además, es tal que estamos dispuestos a dar la vida por los hermanos (1 Juan 3:16). En la Epístola a los Hebreos se nos exhorta a perseverar en el amor fraternal (13:1); aquí, en nuestro versículo, se nos exhorta a abundar en él más y más. Como hemos visto antes, es el Señor quien nos hace crecer y abundar en el amor mutuo.
4.4 - Caminar con honor (v. 11-12)
«…y que os apliquéis a vivir apaciblemente, a ocuparos de vuestros asuntos, a trabajar con vuestras manos, como os lo encargamos» (v. 11).
La exhortación de este versículo es fomentar un clima en el que pueda desarrollarse el verdadero amor fraternal. La inquietud en lugar de la vida apacible, el ocuparse de los asuntos ajenos en lugar de los propios, la ociosidad en lugar del trabajo honesto: son obstáculos que impiden cultivar el amor fraterno y, por desgracia, pueden degenerar en excesos que deshonran a Dios. Pablo les había exhortado a que se aplicarán a vivir en paz, a ocuparse de sus propios asuntos y a trabajar con sus propias manos. El verbo «aplicarse» tiene el significado de ser ambicioso, de fijarse un objetivo concreto. Por lo tanto, el esfuerzo es necesario, pero está motivado por el deseo de tener un buen testimonio.
«…para que andéis honestamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nadie» (v. 12).
Una vida tranquila, el mantenimiento de nuestros propios asuntos, y el trabajo de nuestras propias manos, producen primero un buen testimonio a los del mundo. Estemos seguros de que estos últimos saben discernir una conducta honorable de uno que está de acuerdo con el llamado del cristiano. Es cierto que un cristiano se hace notar por sus palabras, pero se distingue de los demás por su conducta. En segundo lugar, seremos independientes de los demás. En esto, Pablo es un ejemplo para nosotros: podría haber vivido del Evangelio (1 Cor. 9:14-15), pero en lugar de ello eligió trabajar noche y día para no ser una carga para ninguno de los tesalonicenses (2:9).
Al concluir este capítulo, recordamos las dos principales verdades subjetivas que nos han ocupado: la santidad en nuestro caminar y el amor fraterno entre nosotros. Solo podemos comprender verdaderamente el valor de las verdades sobre la venida del Señor, que examinaremos en el próximo capítulo, si nuestra conducta honra al Señor y si amamos a los hermanos.
5 - La venida del Señor (Capítulo 4, versículos 13-18)
En esta sección de la Epístola de Pablo a los Tesalonicenses, nos están presentadas dos verdades objetivas: la venida del Señor con los suyos (v. 13, 14) y su venida por los suyos (v. 15-18). Para entender más sobre la venida del Señor con los suyos, tenemos que leer los primeros versículos del capítulo 5 y también la Segunda Epístola a los Tesalonicenses. En cuanto a la venida del Señor por los suyos, o lo que a menudo se llama «el arrebato», los versículos 15-18 son muy instructivos, así como los de 1 Corintios 15.
Veremos que las enseñanzas relativas a la venida del Señor dadas por el apóstol Pablo tienen por objeto calmar la ansiedad de los tesalonicenses respecto a los hermanos y hermanas fallecidos. Estos creyentes ansiosos serán alentados por las preciosas verdades que les serán reveladas.
5.1 - La venida del Señor con los suyos (v. 13-14)
«No queremos que ignoréis, hermanos, acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza» (v. 13).
Al leer este versículo, discernimos una preocupación particular entre los jóvenes creyentes de Tesalónica por los que se habían dormido –esa es la expresión que la palabra de Dios utiliza para los creyentes fallecidos. Por supuesto, les dolía ver a sus seres queridos abandonarlos. Pero no es a eso a lo que se refiere Pablo aquí. Les dolía que, habiendo recibido y aceptado esta verdad del regreso del Señor, los hermanos y hermanas que habían dormido en el Señor no disfrutaran de este gran acontecimiento de la venida del Señor con todos los santos. Pero veremos que no poseían toda la verdad sobre la venida del Señor: como mínimo, ignoraban a los que habían dormido. El apóstol reforzará su esperanza arrojando luz sobre estas verdades de la venida del Señor con y para los suyos.
«Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá con él a los que durmieron con Jesús» (v. 14).
Para entender este versículo, tenemos que darnos cuenta de que está conectado con los primeros versículos del capítulo 5. Se trata del día del Señor, cuando él vendrá a ejercer su juicio contra un mundo rebelde, para ser glorificado en sus santos y admirado en los que han creído (2 Tes. 1:7-10). Estaremos con él entonces. Nótese que es Dios quien trae (devuelve, en otras traducciones), con Jesús, a los que han dormido en él. Podemos creer en este acontecimiento venidero tan firmemente como creemos en la muerte y resurrección del Señor.
Los siguientes versículos nos dan detalles de la resurrección de los cristianos cuando el Señor venga a recogerlos. Dios entonces traerá a estos creyentes resucitados, así como a los que están vivos, con el Señor en su día. Él vendrá a establecer su reino milenario de paz en la tierra.
5.2 - La venida del Señor para los suyos (v. 15-18)
«Porque esto os lo decimos por palabra del Señor: Que nosotros los que vivimos, los que quedemos hasta el advenimiento del Señor, de ninguna manera precederemos a los que durmieron» (v. 15).
La expresión «la palabra del Señor» significa una revelación especial a Pablo que le da la autoridad para presentar las siguientes enseñanzas sobre la venida del Señor para su pueblo, es decir, el arrebato. Nótese en los versículos 15-18, las cinco expresiones relacionadas con este título de Señor:
- la palabra del Señor,
- la venida del Señor,
- el Señor mismo,
- encontrarse con el Señor,
- con el Señor.
No perdamos nunca de vista el primer lugar que tendrá el Señor en ese feliz momento del arrebato de la Iglesia. Nuestra verdadera esperanza es verlo pronto cuando vayamos a conocerlo.
Así que nos alegramos de estar informados de los acontecimientos que tendrán lugar en el arrebato de la Iglesia. El apóstol nos instruye sobre los vivos que permanecerán hasta la venida del Señor; no serán llevados a la presencia del Señor antes que los que han dormido. En cierto modo, los muertos en Cristo precederán a los vivos al ser resucitados primero. Todos los creyentes irán juntos al encuentro del Señor.
«…porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero» (v. 16).
El Señor mismo bajará del cielo para recoger a los suyos. Él ya ha venido a esta tierra y los hombres lo han rechazado. Descendió a las partes inferiores de la tierra, es decir, a la muerte, pero también ascendió por encima de todos los cielos (Efe. 4:9-10). Este gozo de venir a por los suyos le pertenece. ¡Qué momento tan glorioso será cuando los creyentes de la Iglesia y los santos del Antiguo Testamento vayan al encuentro del Señor!
Los tres instrumentos utilizados por el Señor para llamar a los suyos sugieren, en efecto, que la Iglesia no será llamada sola. Por supuesto, el clamor del Esposo será escuchado por la Amada: Cristo desea presentarse la Iglesia a sí mismo, gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada parecido (Efe. 5:27). Cristo es la Cabeza, o el Jefe (la misma palabra en griego), de la Iglesia (Efe. 1:22; Col. 1:18): para ella su voz es una voz de mando. En cuanto a Israel, vemos que los ángeles desempeñan un papel importante en su historia nacional. La propia Ley fue ordenada, o administrada, por ángeles (Gál. 3:19). Por lo tanto, para los santos de Israel, el Señor utilizará la voz del arcángel. Finalmente, todos los demás que murieron en la fe –los Abel, Noé, Job, Rut, Naamán, etc.– serán llamados por la trompeta de Dios.
Como resultado de este llamado irresistible del Señor, los muertos resucitarán. No todos los muertos, sino los muertos en Cristo. No son los muertos según la familia de Adán, sino los que han experimentado el nuevo nacimiento en su vida los que experimentarán primero el poder de esa vida que reside en el Hijo de Dios. Habiendo pasado por la muerte en la tierra, conocerán el poder de la resurrección como su Señor. Es un bendito consuelo para los que quedamos en la tierra saber que los que nos han precedido conocerán lo que el Señor conoció: después de la muerte, la resurrección del cuerpo que se unirá al alma y al espíritu.
¡Qué alentador para los cristianos de Tesalónica aprender que los muertos no perderían nada en la venida del Señor, sino que serían los primeros en experimentar este poder a su regreso! Ya no tenían motivos para lamentarse, pues ahora tenían una esperanza.
«Luego nosotros, los que vivamos, los que quedamos, seremos arrebatados con ellos en las nubes para el encuentro del Señor en el aire» (v. 17a).
Los muertos, por tanto, responden al llamado del Señor. Entonces los vivos que permanezcan en la tierra responderán al llamado del Señor. Por lo tanto, habrá creyentes en la tierra cuando el Señor regrese. Nuestra generación puede ser la que vea el regreso del Señor. Nuestro Maestro podría estar llamándonos hoy a su presencia.
Algunos quisieran privarnos de este gozo de ir al encuentro del Señor muy pronto sugiriendo varios arrebatos. No conocen el corazón del Señor. “Seremos arrebatados con ellos” excluye la idea de más de un arrebato. «Con ellos» significa tanto los muertos en Cristo como todos los creyentes presentes en la tierra al regreso del Señor. Además, estamos animados a esperar al Señor en cualquier momento. La promesa del Señor «vengo pronto» se repite tres veces en el último capítulo del Apocalipsis (v. 7, 12, 20).
¿Dónde se celebrará el encuentro? En las nubes. El mundo que rechaza a Cristo no será testigo de este maravilloso momento en el que todos los redimidos serán transportados a la presencia del Señor Jesús que vendrá por ellos. Recordemos que Él mismo, cuando fue levantado de la tierra, fue recibido en una nube y llevado ante los ojos de su pueblo (Hec. 1:9). El mundo no sabía de su levantamiento de la tierra. Con las nubes volverá más tarde, y entonces «todo ojo lo verá» (Apoc. 1:7). Esta será su venida con los suyos.
Nuestro versículo especifica además que nos encontraremos con él en el aire. Sabemos que los principados, las autoridades, los gobernantes de las tinieblas, los poderes espirituales de maldad están en los lugares celestiales (Efe. 6:12). El propio Satanás está allí. Estos son los lugares que el Señor ha elegido para reunirse con sus redimidos. Así manifestará su gloriosa autoridad y poder sobre el enemigo de nuestras almas.
«…y así estaremos siempre con el Señor» (v. 17b).
Muchos creyentes dicen que su gozo será ir al cielo. Lo que la Palabra de Dios dice sobre el gozo del creyente es aún más maravilloso. Al malhechor en la cruz, Jesús le dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:43). Era cierto que el malhechor iría al cielo, pero su verdadero gozo sería estar allí con Jesús.
También para nosotros no ha cambiado esta bendita perspectiva: pronto estaremos con el Señor. No solo eso, sino que siempre estaremos con el Señor. Nada que distraiga nuestra mirada del Amado, ni que debilite nuestro afecto por él. Durante la eternidad rendiremos homenaje y culto en la Casa del Padre a quien dio su vida por nosotros.
«Consolaos, pues, los unos a los otros con estas palabras» (v. 18).
Las verdades sobre el regreso del Señor Jesús para buscar a los suyos son una fuente de ánimo en este mundo. Es reconfortante pensar que iremos al encuentro del Señor con todos nuestros hermanos, dormidos en él o vivos, que Satanás no podrá impedir este acontecimiento único y que estaremos siempre con el Señor.
Es bueno que nos animemos unos a otros con estas palabras, porque a menudo uno de nosotros puede perder de vista la bendita esperanza a causa de los afanes y preocupaciones de esta vida. Recordemos a menudo, hermanos y hermanas, que Jesús viene pronto según su promesa. Esta esperanza nos mantendrá alejados del mundo y de todas sus artimañas, y nos dispondrá a esperar en la noche a la estrella de la mañana, el propio Señor Jesús.
6 - El Día del Señor (Capítulo 5, versículos 1-11)
Los versículos 15-18 del capítulo 4 forman una especie de paréntesis; describen los acontecimientos que rodean la venida del Señor para arrebatar a los creyentes. El capítulo 5 es una continuación del tema introducido por Pablo inmediatamente antes de estos versículos, y referente al hecho de que Dios traerá de vuelta a los que han dormido a través de Jesús. Se trata de la manifestación del Señor al mundo con los creyentes. Este evento particular es conocido en la Palabra de Dios como el día del Señor.
Los versículos 1 al 3 del capítulo 5 de la Epístola de Pablo tratan específicamente del Día del Señor. Del versículo 4 al 7, veremos nuestro privilegio de ser hijos de la luz y, en consecuencia, nuestra responsabilidad de no dormir, sino de ponernos la coraza de la fe y del amor y el yelmo de la salvación. Por último, en los versículos 9 al 11, consideraremos lo que Dios ha puesto ante nosotros, y nos animaremos a edificarnos mutuamente.
6.1 - El Día del Señor (v. 1-3)
«Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, hermanos, no tenéis necesidad de que se os escriba» (v. 1).
Encontramos la expresión «tiempos y ocasiones» tres veces en la Biblia. Daniel 2:21 [2]: Dios cambia los tiempos y las estaciones. En Hechos 1:7 [3] sobre la restauración del reino a Israel: los tiempos y las épocas que el Padre ha reservado para su propia autoridad. Y aquí en nuestro versículo, sobre el Día del Señor. Está claro que la expresión se utiliza en relación con la tierra y sus habitantes.
La Iglesia, como dice un himno, es extranjera en la tierra. (Himnos y Cánticos, francés, n° 109,1).
Considerada como fuera del tiempo y de la época, es celestial: su Cabeza está glorificada en el cielo (Col. 1:18); sus miembros fueron elegidos antes de la fundación del mundo en Cristo (Efe. 1:3, 4); se les ve sentados juntos en los lugares celestiales en Cristo Jesús (Efe. 2:6); su ciudadanía actual es celestial y esperan al Señor Jesús que transformará sus cuerpos de humillación en cuerpos de gloria similares al Suyo (Fil. 3:20-21).
[2] Daniel 2:21: Hebreo (Diccionario Strong): 2166 = Edad, ocasión designada, tiempo.
[3] Hechos 1:7: Griego (Diccionario Strong): 2540 = Tiempo fijo o apropiado, oportunidad, sazón, tiempo .
«Porque vosotros mismos sabéis con precisión que el día del Señor viene como ladrón en la noche» (v. 2).
En este versículo, dos cosas caracterizan el día del Señor: es un día terrible –se menciona la perspectiva del ladrón– y es un día de oscuridad –se menciona la noche–. Los tesalonicenses deberían haberlo sabido. Leemos en el libro del profeta Joel: «Grande es el día de Jehová, y muy terrible; ¿quién podrá soportarlo?» (2:11); y de nuevo, que es un día de tinieblas y de oscuridad, día de nube y de sombra» (2:2). Otro profeta, Amós, había dicho a la casa de Israel: «¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz» (Amós 5:18).
Los siguientes versículos de nuestro capítulo dejan claro que los cristianos no deben temer la llegada de ese día. Tienen la promesa del Señor: «Te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre todo el mundo habitado» (Apoc. 3:10). Al igual que el apóstol Juan en el capítulo 4 del Apocalipsis, habremos subido al cielo de antemano. Para saber más sobre el día del Señor, debemos leer cuidadosamente la Segunda Epístola de Pablo a los Tesalonicenses. Los santos en ese día acompañarán al Señor (vean Zac. 14:5 y Col. 3:4). El Señor será «glorificado en sus santos… y admirado en todos los que creyeron» (2 Tes. 1:10).
«Cuando estén diciendo: ¡Paz y seguridad!, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como el dolor de parto a la que está encinta; y no podrán escapar» (v. 3).
Bajo el dominio de la Bestia, a la que se le dará «autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación» (Apoc. 13:7), parece que el mundo disfrutará de cierta paz. Ya son muchos los que están convencidos de que pronto se alcanzará la paz mundial. Además, y esto es evidente hoy en día, el mundo experimentará una seguridad cada vez mayor de los eventos sobrenaturales. Cada vez hay menos miedo a estos fenómenos. Se rechaza la idea de la intervención de Dios en los asuntos humanos, por no decir que simplemente no se teme a Dios e incluso se le niega. ¡Qué trágico engaño que tiene su origen en Satanás, el padre de la mentira! Una destrucción repentina vendrá sobre aquellos que son objeto de tal seducción.
Israel, la mujer de Apocalipsis 12:1-5, ya ha dado a luz a un hijo varón que ha de alimentar a las naciones y que ha sido arrebatado a Dios y a su trono. Este es el Señor Jesús, el Hijo de Dios. Israel será retenido en el desierto en un lugar preparado por Dios y alimentado durante tres años y medio. Esto sugiere el cuidado providencial de Dios por un remanente fiel de Israel durante la gran tribulación. Pero el mundo es como una mujer embarazada que no puede evitar los dolores del parto natural: no escapará a los terribles juicios de un Dios santo y justo.
El cristiano no tiene nada que temer. Cristo es su paz (Efe. 2:14) y su seguridad (Is. 33:6). Mientras el mundo busca la paz a toda costa y se ilusiona con su seguridad, el cristiano sabe que Cristo lo ha hecho todo en la cruz y se alegra de ello. La paz y la seguridad del cristiano no son solo para el tiempo presente, sino para la eternidad.
6.2 - Privilegio y responsabilidad (v. 4-8)
«Pero vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que el día os sorprenda como ladrón» (v. 4).
Este versículo, que comienza con un «pero», hace la distinción entre el creyente y el incrédulo. Los creyentes no están en la oscuridad. Literalmente esta envolvió al mundo cuando Cristo, en la cruz, cargó con nuestros pecados (vean Mat. 27:45-46) y fue hecho pecado por nosotros. Las tinieblas morales han persistido hasta el día de hoy en este mundo que aún rechaza a Cristo y la obra de la redención. Como en el caso del ladrón que prefiere la oscuridad para actuar, así el día del Señor sorprenderá al mundo en la oscuridad. Pero en lo que respecta a los cristianos, como en el caso de los hijos de Israel en la tierra de Gosén (vean Éx. 10:21-23), hay luz en sus moradas, aunque las tinieblas morales envuelvan al mundo.
«…porque todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche, ni de las tinieblas» (v. 5).
En el primer día de la creación, Dios separó la luz de las tinieblas. «Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche» (Gén. 1:5). Esta importante distinción en la naturaleza se encuentra también en la esfera moral. El creyente es considerado de la luz y del día; el incrédulo, de la oscuridad y de la noche. El Señor fue, en efecto, el primer hombre que manifestó este carácter de luz, es decir, de santidad; pero no fue comprendido ni acogido por los que son de las tinieblas (vean Juan 1:1-13). En cuanto a nosotros, Dios envió a su Hijo para redimirnos y adoptarnos; somos hijos y también herederos de Dios (Gál. 4:4-6). Este carácter divino de santidad está ahora impreso = grabado en nosotros. Antes de nuestra conversión éramos de la noche y de la oscuridad como Satanás; ahora somos de la luz y del día como Cristo.
«Así, pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios» (v. 6).
En la vida cristiana, cada privilegio conlleva una responsabilidad para el creyente. En los versículos 4 y 5 vimos que no estamos en las tinieblas, que somos hijos de la luz y que no somos de la noche ni de las tinieblas. Por lo tanto, en el versículo 6, sigue nuestra responsabilidad: a diferencia de los incrédulos que duermen espiritualmente, los creyentes están llamados a velar y a ser sobrios. Para velar, porque esperan ver al Señor Jesús aparecer pronto como la estrella de la mañana, antes de que amanezca. Ser sobrios, pues de lo contrario empañan el testimonio a los ojos del mundo antes de que sean retirados de esta escena terrenal a su hogar celestial. ¡Qué responsabilidad ante el Señor y ante los que no han creído en el Evangelio!
«Porque los que duermen, de noche duermen; y los que se embriagan, de noche se embriagan» (v. 7).
Moralmente en este mundo es de noche; los de este mundo están dormidos. No tienen ningún motivo espiritual para mirar. La intoxicación en sus diversas formas, por ejemplo, solo empuja al hombre hacia la oscuridad de la noche moral. Los cristianos no somos inmunes a caer en este estado de sueño e intoxicación. La naturaleza pecaminosa en nosotros es la misma que la de los incrédulos. Pero, gracias a Dios, tenemos recursos a nuestra disposición.
«Pero nosotros, siendo del día, seamos sobrios, vestidos con la coraza de la fe y del amor, y, por casco, la esperanza de salvación» (v. 8).
Los que son del día, los cristianos, deben ser sobrios, sobre todo con respecto a su cuerpo. En cuanto a sus almas, deben proteger sus afectos por el Señor Jesús poniéndose la coraza de la fe y del amor. La esperanza de la salvación es como un yelmo para sus mentes, manteniendo sus pensamientos fijos en el que esperan en la noche y en las cosas de arriba, no en las de la tierra (Col. 3:2). Como en el capítulo 1, versículo 3, estas tres cualidades de la vida cristiana –fe, amor y esperanza– se mencionan juntas. ¡Que estas virtudes de los tesalonicenses, preciosas para el Señor, se encuentren en nuestras vidas mientras esperamos a Aquel que viene pronto!
6.3 - El plan de Dios para nosotros (v. 9-11)
«…porque Dios no nos ha destinado para la ira, sino para obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo» (v. 9).
El libro del Apocalipsis describe la manifestación de la ira de Dios contra este mundo impío por medio de siete sellos, siete trompetas y siete copas. Debido a su santidad, Dios debe juzgar a este mundo que ha rechazado y matado a su Hijo. Sin embargo, el creyente no está destinado a la ira: estos terribles juicios no caerán sobre él, porque Cristo ya ha comprado su liberación al dar su vida. Nuestro versículo y el de Romanos 8:1 citado anteriormente: «No hay, pues, ahora ninguna condenación para los [que están] en Cristo Jesús», nos tranquilizan sobre nuestra posición frente a los juicios de Dios en esta tierra.
La cuestión de la ira de Dios ha sido resuelta para el creyente en el pasado: “Dios no pretendía que nos enojáramos. Cristo sufrió la ira de Dios por nosotros”. Para los incrédulos, aunque todavía no la sientan, la ira de Dios está actualmente sobre ellos: «la ira sobre ellos ha llegado a su extremo» (2:16). En cuanto a la ira que se manifestará en el futuro, no hay que temer: «Jesús quien nos libra de la ira venidera» (1:10).
«…quien murió por nosotros, para que, ya sea que estemos despiertos, o que estemos dormidos, vivamos juntos con él» (v. 10).
Los tesalonicenses estaban preocupados por estar separados en la venida del Señor de los suyos que ya se habían dormido. Aquí se habla de los que se han dormido en Jesús (4:14) o, si se prefiere, de los muertos en Cristo (4:16), en contraste con los que caminan en este mundo sin la vida de Dios (5:6-7). Pablo ya los había animado diciéndoles que juntos, los creyentes en la tierra y los muertos en Cristo serían arrebatados en las nubes para encontrarse con el Señor en el aire (4:17). En nuestro versículo, va más allá: no solo seremos arrebatados juntos, sino que viviremos juntos con el Señor. El arrebato es el medio para lograr su objetivo de tenernos siempre con él. Esto es un gran estímulo para cada uno de nosotros.
«Por lo cual, exhortaos unos a otros, y edificaos unos a otros, como también lo hacéis» (v. 11).
Se nos exhorta a hablar de estas cosas relativas a la manifestación del Señor al mundo, pero también del comportamiento adecuado en la espera del Señor, es decir, a velar y a ser sobrios. Hablar de estas cosas no está reservado solo a unos pocos hermanos mayores o a los más fundamentados en la Palabra de Dios. Todos estamos llamados a edificarnos mutuamente. Esto es lo que hacían los jóvenes creyentes de la iglesia en Tesalónica.
El Día del Señor es una verdad sobre la cual el Espíritu Santo ha preservado para nosotros muchos versículos en la Biblia. El conocimiento y la apreciación de este acontecimiento único deberían tener dos resultados prácticos en nuestras vidas. La luz de nuestro testimonio debe ser tal que brille en las tinieblas para gloria de Dios; él podrá utilizarla para despertar a las almas que perecen y para fortalecer a otras que le pertenecen. Además, ya deberíamos gozarnos al pensar que pronto estaremos por la eternidad en presencia de aquel que nos amó y se entregó por nosotros. Que nuestro Señor mismo nos dé ánimo con estas preciosas verdades de su pronto regreso.
7 - Los hermanos exhortaron (Capítulo 5, versículos 12-28)
En estos últimos versículos de la Primera Epístola de Pablo a los Tesalonicenses, el apóstol dirige una veintena de exhortaciones a los creyentes tesalonicenses. Estas exhortaciones pueden agruparse de la siguiente manera:
- en relación con la vida de la iglesia (v. 12-14),
- con la vida cristiana en general (v. 15-18),
- con la actividad del Espíritu Santo (v. 19-22).
La Epístola termina con recomendaciones a Dios y exhortaciones finales (v. 22-28).
Es siempre con la libertad de un hermano en Cristo hacia sus hermanos que Pablo se dirige a los de Tesalónica. Estas exhortaciones, también aquí, pretenden animar a los santos con palabras convincentes. Los versículos 23 y 24 ocupan un lugar especial en medio de estas exhortaciones: Pablo encomienda a estos jóvenes creyentes a Dios mismo, para que se mantengan irreprochables. Es cierto que somos débiles, pero Dios está ahí para ayudarnos y apoyarnos mientras esperamos el regreso del Señor Jesús.
7.1 - La vida de la Iglesia (v. 12-14)
«Os rogamos, hermanos, que apreciéis a los que trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor, y os amonestan» (v. 12).
No leemos que Pablo haya designado a hermanos para determinadas funciones en la iglesia en Tesalónica. Se trataba simplemente de reconocer a ciertos hermanos a los que el Señor había llamado a servirle. A estos hermanos tres cosas les caracterizaban:
- trabajaban en medio de la iglesia local,
- tenían autoridad espiritual para dar dirección,
- y advertían a otros hermanos y hermanas.
Estos hermanos conductores (vean también Rom. 12:8) estaban motivados simplemente por el deseo de ser útiles al Señor como sus instrumentos para el bien de la iglesia. Debían ser muy apreciados.
«…y que los estiméis altamente en amor, a causa de la obra de ellos. Vivid en paz entre vosotros» (v. 13).
Es cierto que el trabajador es digno de su alimento (Mat. 10:10), y que el que es instruido en la Palabra debe hacer participar de todos los bienes temporales (Gál. 6:6). Pero no es a estos principios de Dios, aplicables a los siervos, a lo que el apóstol apela aquí. Si debemos tener las manos abiertas, también debemos tener el corazón abierto hacia los siervos fieles de la iglesia. Hay hermanos y hermanas que sirven al Señor permanentemente, y otros que han mantenido un trabajo secular y que también sirven al Señor. Dios sabe cuánto los unos y los otros están recompensados por su dedicación con una palabra de aliento de sus hermanos y hermanas. Es importante conocer el trabajo de estos siervos, orar por ellos y mostrarles nuestra estima en el amor.
La paz entre los miembros de una iglesia local favorece el reconocimiento de la autoridad moral de aquellos que el Señor ha puesto a la cabeza entre nosotros. Se dejan de lado todos los sentimientos de celos, de orgullo, de búsqueda de los propios intereses en lugar de los de Jesucristo (Fil. 2:21). Por eso, debemos estimar mucho en amor a los que se dedican al Señor y a su iglesia local. La paz también caracterizó a las iglesias de Judea, Galilea y Samaria. Es de suponer que gracias a ese clima favorable fueron edificados, caminaron en el temor del Señor y crecieron gracias al consuelo del Espíritu Santo (Hec. 9:31).
«Hermanos, os exhortamos: amonestad a los desordenados, animad a los desanimados, sostened a los débiles, tened paciencia con todos» (v. 14).
Este versículo presenta dos principios importantes para el buen funcionamiento de una reunión cristiana. En primer lugar, una reunión de este tipo no debe ser un conjunto de personas que hagan lo que quieran. Es importante saber cómo comportarse en la Iglesia del Dios vivo (1 Tim. 3:15): en primer lugar, hay que advertir a los que viven de forma desordenada.
En segundo lugar, nuestra preocupación por las almas debe ser tal que aprovechemos las oportunidades que nos da el Señor para consolar y ayudar. En una ocasión, David recibió en la cueva de Adulam a todos los que se habían reunido con él: gente angustiada, endeudada, con amargura en el alma (1 Sam. 22:1-2). Hoy nos encontramos con esos hermanos y hermanas. Para aquellos que pueden tener dificultades para saber cómo tratar a los hermanos erráticos, desanimados o débiles, siempre hay oportunidades para mostrar paciencia a todos.
Por último, es otro privilegio importante observar que el estímulo de Pablo se dirige a todos los hermanos y hermanas, no solo a los que están a la cabeza. Pidamos al Señor que nos ayude a hacer estos diversos servicios para él y para los santos en la Iglesia de Dios.
7.2 - La vida cristiana (v. 15-18)
«Mirad que nadie devuelva mal por mal; pero seguid siempre lo que es bueno entre vosotros, y para con todos» (v. 15).
La gracia nos eleva por encima de los principios y prácticas aceptadas por el mundo. Aunque a menudo es natural y aceptable en nuestra sociedad devolver mal por mal, debemos tener cuidado con ese comportamiento. Además, debemos proseguir lo que es bueno. Esta práctica se extiende no solo a los cristianos que nos rodean, sino a todos los hombres. En otras partes estamos exhortados a perseguir la justicia (1 Tim. 6:11; 2 Tim. 2:22), el amor (1 Cor. 14:1), la paz (Hebr. 12:14; 1 Pe. 3:11) y las cosas que tienden a la paz y la edificación (Rom. 14:19). Nuestra búsqueda del bien debe estar marcada por la perseverancia: «perseguir siempre».
«Estad siempre gozosos» (v. 16).
Esta exhortación del apóstol, así como las que le siguen, tiene por objeto animar al cristiano en su camino hacia el cielo. Al hacer nuestras estas palabras, no solo se transformará nuestra vida individual, sino también la vida de nuestros encuentros cristianos. Se nos anima a alegrarnos siempre. No puede ser la alegría del mundo, porque eso depende de diversas circunstancias. Como dice un himno (Himnos y Cánticos, en francés, n° 86, 1), solo puede ser “esa alegría excelente que tu Espíritu, Jesús, pone en un corazón”. Este gozo, especialmente la de ver pronto al Señor Jesús, nadie nos lo quita (Juan 16:22).
El Espíritu Santo, a través de las Epístolas de Pablo, nos anima a gozarnos en el Señor (Fil. 3:1; 4:4) y con los que se gozan (Rom. 12:15). Incluso a los corintios, a los que Pablo tuvo que hablar como si fueran carnales (1 Cor. 3:1), pero que se habían arrepentido, el apóstol les pudo escribir más tarde: «Hermanos, alegraos, buscad vuestra perfección, consolaos, tened un mismo sentir, vivid en paz» (2 Cor. 13:11).
«Orad sin cesar» (v. 17).
Si la lectura y la meditación de la Biblia es el alimento del cristiano, la oración es el aliento de su alma. ¿Qué caracteriza a la oración? Podemos aprender del Señor en Getsemaní en Lucas 22:39-46:
- Tenía un lugar habitual para orar: Iba, «según su costumbre, al monte de los Olivos».
- Oraba solo: «Se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra».
- Era dependiente de Dios: «Oraba de rodillas».
- Oraba en voz alta: «Diciendo…».
- Se dirigía a su Padre: «Padre, si quieres…».
- Buscaba su voluntad: «No se haga mi voluntad, sino la tuya».
- Oraba intensamente, sin cejar en este empeño: «Oraba con más fervor».
¡Qué lección del divino Maestro, y qué modelo para nosotros! Pidamos al Señor que nos ayude a perseverar en la oración y a velar en ella con acción de gracias (Col. 4:2).
«Dad gracias en todo, porque tal es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros» (v. 18).
Si nos regocijamos en el gozo del Señor y tenemos comunión con Dios en la oración, podemos estar seguros de que no faltarán cosas por las que dar gracias. Es cierto que puede ser difícil dar gracias en todas las cosas, pero sigue siendo la voluntad de Dios para nosotros. Aunque no siempre lo veamos así, «todas las cosas cooperan juntas para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su propósito» (Rom. 8:28). A menudo vemos las cosas como a través de un cristal semitransparente: vemos oscuramente (1 Cor. 13:12). Pero en la gloria comprenderemos que nuestras circunstancias, incluso las más difíciles, fueron ordenadas para nuestro bien por un Dios de amor y sabiduría. Ya podemos dar gracias en todas las cosas.
7.3 - La actividad del Espíritu Santo (v. 19-22)
«No apaguéis el Espíritu» (v. 19).
Leemos del Espíritu Santo que los creyentes no deben contristarlo (Efe. 4:30); Israel había sido culpable de tal acción (Is. 63:10). Por otra parte, se exhorta a los tesalonicenses a no apagar el Espíritu, es decir, a no actuar de forma que se impida la manifestación del poder del Espíritu Santo en el seno de la iglesia local. Debe llevarnos de vuelta, ayudarnos a poner en orden nuestra vida, antes de enriquecernos con bendiciones espirituales y de otro tipo.
«No despreciéis las profecías» (v. 20).
En los primeros tiempos de la Iglesia, antes de la existencia de los libros del Nuevo Testamento, las profecías eran nuevas revelaciones hechas por el Espíritu Santo a los cristianos para la edificación de otros hermanos y hermanas. La palabra de carácter profético hoy en día consiste en un mensaje presentado por un hermano bajo la guía del Espíritu Santo, dando la mente de Dios sobre un tema particular, de acuerdo con las circunstancias del momento, a los hermanos y hermanas. Puede ser una palabra de exhortación, de consuelo, de salvación, pero siempre para edificación y bajo la guía del Espíritu Santo por medio de la Palabra de Dios. No hay que despreciar las profecías, porque vienen de Dios. Asimismo, debemos respetar al que trae la palabra profética, como un vaso útil para el Maestro.
«Examinadlo todo; retened lo bueno» (v. 21).
Para los tesalonicenses, las normas para probar todas las cosas, especialmente las profecías, se encontraban en el Antiguo Testamento y en las instrucciones de Pablo. En cuanto a nosotros, tenemos el privilegio de poseer toda la Palabra de Dios. Especialmente en lo que respecta a las profecías sobre acontecimientos futuros, hoy en día aparecen muchos de los llamados profetas y comentaristas de profecías. Debemos estar atentos, como aquellos nobles bereanos que «recibieron la Palabra muy atentamente, examinando cada día las Escrituras para ver si lo que oían era así» (Hec. 17:11). Si las cosas son buenas, debemos conservarlas para nuestro propio beneficio.
«Absteneos de toda forma de mal» (v. 22).
A los jóvenes creyentes de Tesalónica, Pablo se dirige de forma categórica. No se trata de examinar las diversas formas que puede adoptar el mal. Si hay que analizar las profecías y conservar lo que es bueno, hay que rechazar el mal en todas sus formas. Seamos «sabios para el bien, e ingenuos para el mal» (Rom. 16:19). Esta es nuestra salvaguarda.
7.4 - Recomendaciones a la gracia de Dios y exhortaciones finales (v. 23-28)
«Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, sea conservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (v. 23).
El tema de la santidad, junto con el estímulo y la venida del Señor, es un tema importante en la Epístola de Pablo. La santidad en el servicio en el capítulo 2 (v. 10). Santidad en los afectos en el capítulo 3 (v. 11-13). La santidad en la conducta cristiana en el capítulo 4 (v. 1-8). Solos, somos impotentes para lograr la santidad en nuestras vidas, para separarnos de este mundo y dedicarnos a Cristo y a sus intereses. Debemos confiar en Dios, que puede santificarnos por completo, para que seamos preservados irreprochables hasta el regreso del Señor. Toda nuestra persona debe conservarse irreprochable: nuestro espíritu, que incluye nuestras capacidades intelectuales, nuestra alma, que es la sede de nuestros sentimientos y afectos, y nuestro ser corporal.
«Fiel es aquel que os llama, quien también así lo hará» (v. 24).
Dios, el Dios de paz, dio su paz a nuestras conciencias cuando creímos en su Hijo y en su obra en la cruz. Su paz guarda ahora nuestros corazones y nuestras mentes en Cristo Jesús (Fil. 4:7). A pesar de nuestros defectos, nuestro Dios es fiel para llevar a cabo sus planes para nosotros, especialmente el plan de santificarnos completamente. Él no dejará de completar lo que se ha propuesto hacer por nosotros.
«Hermanos, orad por nosotros» (v. 25).
Puesto que tenemos el privilegio de ser hermanos en el Señor, tenemos la responsabilidad de orar unos por otros, y también por los siervos del Señor. Pablo, Silvano y Timoteo mencionaban a los tesalonicenses en sus oraciones (1:2). Ahora ellos pedían, a su vez, las oraciones de los santos.
«Saludad a todos los hermanos con un beso santo» (v. 26).
Los saludos de Pablo y sus compañeros son para todos los hermanos (y hermanas). Se expresan calurosamente en un beso sagrado. (Vean también Rom. 16.16; 1 Cor. 16.20; 2 Cor. 13:12; 1 Pe. 5:14).
«Os conjuro por el Señor, que sea leída esta carta a todos los hermanos» (v. 27).
La Epístola de Pablo comunicaba la Palabra del Señor. Por lo tanto, era conveniente que se leyera a todos los hermanos santos, es decir, a los apartados para el Señor. Todos nos beneficiamos, incluso hoy, de leer y escuchar atentamente la Palabra de Dios.
«La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros» (v. 28).
Este saludo final es característico de todas las Epístolas del apóstol Pablo. Encontramos en él la mención de la gracia, ese gran tema de gozo para nuestros corazones. Al igual que hizo cuando estaba en la tierra, el Señor nos sigue mostrando su gracia ahora en la gloria.
El Señor Jesucristo desea que cada uno de nosotros, hermano o hermana, disfrute de esta gracia hoy y hasta que él vuelva. Recurramos a él en abundancia a través de todas nuestras circunstancias para que nos anime en el viaje que aún tenemos que hacer antes de encontrarnos con él.