Índice general
4 - Cuarta división – La administración de la ciudad
Nehemías
Nehemías 11. La distribución del pueblo.
Nehemías 12. La dedicación de las murallas.
Nehemías 13. La disciplina de la ciudad.
4.1 - La distribución del pueblo (Nehemías 11)
El tema del capítulo 11 es la distribución del pueblo en la ciudad y en la provincia. Como resultado de esta distribución, Jerusalén está poblada por un cierto número de hijos de Judá (v. 4-6), y de Benjamín (v. 7-9); un número considerable de sacerdotes (v. 10-14); algunos levitas (v. 15-18); y los porteros (v. 19). Luego en la provincia encontramos el remanente de Israel, compuesto por sacerdotes, levitas y netineos (v. 20-21); los hijos de Judá (v. 25-30); y Benjamín (v. 31-35).
La distribución del pueblo por todo el país es importante cuando se ve en relación con las murallas y las puertas, que constituyen el gran tema del libro de Nehemías. Porque esta distribución muestra claramente que las murallas no se erigieron para confinar al pueblo de Dios, por un lado, ni para excluirlo, por otro. Había hijos de Judá y de Benjamín, sacerdotes y levitas que habitaban tanto fuera como dentro de los muros, y con razón, según el ordenamiento de Dios. Debemos recordar que fue una nación la que fue al cautiverio, y no solo los ciudadanos de Jerusalén, y que fue un remanente de esta nación el que regresó.
Para entender la necesidad de los muros y las puertas debemos tener en cuenta que, en primer lugar, Dios liberó a un remanente de su pueblo del cautiverio y lo trajo de vuelta al país, bajo Zorobabel, para construir la Casa de Jehová (Esd. 1:2-3). Pero una vez construida la Casa, se hizo necesario construir los muros y levantar las puertas para mantener la santidad de la Casa del Señor.
Los muros y las puertas no se erigieron para que unos pocos dentro de los muros pudieran reclamar el derecho exclusivo a la Casa del Señor, o para excluir a los que estaban fuera de los muros y tenían acceso a la Casa. Si los de dentro hubieran hecho tal pretensión, no solo habría sido el colmo de la presunción, sino también el abuso más grave posible de los muros y las puertas. Habría sido utilizar los muros y las puertas para la exaltación de sí mismos, la exclusión de muchos del pueblo de Jehová de sus privilegios y la negación de los derechos del Señor [1].
[1] En los días de Ezequiel, los habitantes de Jerusalén reclamaron de hecho esta posición ultra-exclusiva. Dijeron a «toda la casa de Israel» «Alejaos de Jehová; a nosotros es dada la tierra en posesión» (Ez. 11:14-15). De este modo se afirmaba que solo los que estaban dentro de la ciudad poseían los privilegios del pueblo de Dios.
La doble manera en que Jehová reprende su suposición –su pretensión exclusiva y autosatisfecha– es significativa. En primer lugar, el resultado inmediato de esta pretensión exclusiva de Jerusalén fue que «la gloria de Jehová se elevó de en medio de la ciudad» (v. 23). Perdieron lo que reclamaban en exclusiva, pues Dios no relacionará su gloria con el orgullo espiritual y la presunción de los hombres. En segundo lugar, en cuanto a «toda la casa de Israel», los excluidos, el Señor dice: «Les seré por un pequeño santuario en las tierras adonde lleguen» (v. 16). Esto último no era más que un ejercicio provisional de misericordia y compasión (aunque no por ello menos real): pues el propósito de Dios es tener a todo su pueblo en «la tierra de Israel» (v. 17); separado del mal (v. 18); unido de corazón (v. 19); obediente a la Palabra y disfrutando de la relación con Dios (v. 20). En última instancia, como sabemos, este propósito se cumplirá.
De modo que ni los habitantes de Jerusalén podrían reclamar en exclusiva los privilegios de la presencia del Señor (de hecho, la Presencia se aleja de ellos), ni el pueblo de Jehová podría verse privado de esa Presencia en otro lugar una vez que esa primera gloria se hubiera alejado de Jerusalén.
Reconozcamos entonces claramente que el pueblo fue traído de vuelta a la tierra para construir la Casa y que los muros se hicieron necesarios, cuando la Casa fue construida, para mantener su santidad. Sin los muros, la Casa no podría mantenerse en la santidad que se convierte en la Casa de Dios para siempre. Sin la Casa, los muros solo habrían encerrado a una compañía selecta que buscaba su propia exaltación mediante la exclusión de los demás. Si se usan correctamente, los muros mantienen la santidad de la Casa de Dios y aseguran así los privilegios de la Casa de Dios para todo el pueblo de Dios. Si se abusa de ellos, se convierten simplemente en la insignia de un partido y en la seguridad de una secta.
Por lo tanto, la comprensión correcta de esta porción del libro de Nehemías es de la más profunda importancia para aquellos que, en nuestros días, han sido liberados de los sistemas de los hombres, para buscar, una vez más, mantener los principios de la Casa de Dios. Prestando atención a las lecciones de la historia de este remanente, se salvarían de muchas trampas en las que es muy fácil caer. En efecto, debemos darnos cuenta de que sin separación del mal es imposible mantener la santidad de la Casa de Dios, pero también debemos darnos cuenta del grave peligro que existe de abusar de la indudable verdad de la separación para formar una compañía selecta que excluye a muchos del pueblo de Dios, niega al Señor sus derechos y, al final, pierde la verdad misma de la Casa de Dios que una verdadera separación del mal mantendría.
Tal es la gran lección que podemos aprender de la distribución del pueblo. El método de la distribución tiene también una voz para nosotros, recordándonos que si buscamos caminar en la luz de la Casa de Dios debemos estar preparados, como el remanente en los días de Nehemías, para circunstancias de gran debilidad. La distribución por sorteo es un testimonio de esta debilidad. El hecho de que tal método fuera necesario ponía de manifiesto cuán pequeño era el número de los que habían regresado a la tierra de Dios. Ya hemos aprendido que «la ciudad era espaciosa y grande, pero poco pueblo dentro de ella» (7:4). Y, sin embargo, aunque su número era pequeño, su celo por la Casa de Dios era grande. Así sucedió que los que estaban fuera de la ciudad –«el resto del pueblo»–, en su deseo de sostener la Casa y la ciudad, recurrieron a echar suertes, y en abnegación renunciaron a uno de cada diez hombres para vivir dentro de los muros; y además expresaron su buena voluntad bendiciendo a «todos los varones que voluntariamente se ofrecieron para morar en Jerusalén».
Cuán diferente será en el día venidero de la gloria de Jerusalén. Entonces, en efecto, la ciudad seguirá siendo «espaciosa y grande», pero ya no serán pocos los habitantes. En aquel día el país será demasiado estrecho a causa de los habitantes; y de la ciudad dirán: «Estrecho es para mí este lugar; apártate, para que yo more» (Is. 49:14-21). Esto en verdad nos recuerda (para tomar prestado el pensamiento de otro), que la reforma, y la restauración, y los renacimientos, por brillantes y benditos que sean, están muy lejos de la gloria que ha de venir. Había habido reforma en los días de los reyes; había habido restauración en los días de Esdras y Nehemías, y estos santos restaurados habían disfrutado de sus avivamientos, pero ya fuera reforma, restauración o avivamiento, siempre fue en circunstancias de debilidad externa. Tampoco es de otra manera hoy en día. La cristiandad también ha tenido su reforma; nosotros también hemos presenciado la restauración y el reavivamiento, pero siempre en circunstancias de debilidad, porque por muy amplio que sea el terreno de Dios, siempre será demasiado estrecho para la carne religiosa; y aunque la Casa de Dios abarque a todo su pueblo, siempre serán solo unos «pocos» los que estarán preparados para caminar de acuerdo con sus principios y disfrutar así de sus privilegios.
Bien por nosotros, si reconocemos y aceptamos las circunstancias de la debilidad exterior, pues entonces no seremos desviados del camino de la separación porque los que toman el camino son pocos en número. Entonces caminaremos a la luz de la gloria venidera, sabiendo que, si mantenemos la verdad y caminamos a la luz de la Casa de Dios, estamos manteniendo lo que se manifestará plenamente en los nuevos cielos y en la tierra nueva. Allí, ciertamente encontraremos el Tabernáculo de Dios en la belleza de la santidad, pero la debilidad habrá pasado para siempre. La debilidad pasará, pero la Casa permanecerá. ¿No nos anima y alienta recordar que lo que mantenemos en la debilidad se mostrará en la gloria?
Además, ¿no podemos decir que ni siquiera los muros y las puertas son permanentes? En efecto, serán siempre necesarios mientras la Casa de Dios esté en un mundo malvado. Pero la Casa permanecerá cuando los muros ya no sean necesarios.
Es verdad que la ciudad celestial tiene sus muros de jaspe y sus puertas de perla porque, aunque la ciudad presenta a la Iglesia de Dios toda gloriosa, sin embargo, presenta a la Iglesia en relación con un mundo en el que el mal seguirá existiendo, aunque sea refrenado. Pero en la visión Juan nos lleva más allá del día milenario a esa escena hermosa, donde todas las cosas anteriores han pasado, ve descender la santa ciudad, nueva Jerusalén. Pero lo que realmente ve en la tierra nueva no es una ciudad, sino la morada de Dios. «He aquí», dijo una gran voz desde el cielo, «el tabernáculo de Dios está con los hombres» (Apoc. 21:3). El tabernáculo de Dios está allí, pero los muros y las puertas de la ciudad han desaparecido para siempre. No se necesitarán muros donde no haya mal que excluir. No habrá más separación porque el mar no existirá.
4.2 - La dedicación de las murallas (Nehemías 12)
En la primera parte de este capítulo (v. 1-26) Jehová distingue por su nombre a los que estaban directamente ocupados en el servicio de la Casa de Dios. No era poca cosa a los ojos de Dios, en un día de debilidad, mantener el servicio de la Casa, y, en medio de las penas de su pueblo, dirigir la alabanza y la acción de gracias a sí mismo. Y Dios ha marcado su aprobación registrando los nombres de los sumos sacerdotes, los levitas, los que dirigían «los cantos de alabanza», los que guardaban «sus ministerios» y los porteros que guardaban «las entradas de las puertas» (v. 8-9, 24-25).
Ahora todo está preparado para la dedicación de los muros. En el capítulo 6 se relata la terminación de la muralla. Pero entre la terminación y la dedicación del muro está el relato de una serie de incidentes que, en su conjunto, presentan la dedicación de todo el pueblo. Se recupera la autoridad de la Palabra; a la luz de la Palabra, el pueblo se juzga a sí mismo, confiesa sus pecados y se consagra por alianza al servicio de Dios. Luego, un cierto número se dedica a los intereses de la ciudad y al servicio de la Casa.
Esta dedicación del pueblo, como podemos llamarla, da paso a la dedicación de los muros. Con vistas a esta dedicación, se busca a los levitas y se los trae a Jerusalén; los cantores se reúnen; y los sacerdotes y los levitas se purifican a sí mismos, al pueblo, a las puertas y a los muros (v. 27-30).
Tras esta purificación, se forman 2 compañías para dar la vuelta a las murallas. Estos 2 coros, después de haber recorrido en procesión las murallas, se reúnen en la Casa de Dios (v. 40). Allí cantaron en voz alta, ofrecieron grandes sacrificios y se regocijaron, pues Dios les había hecho gozar con gran alegría. También las mujeres y los niños, que se habían asociado a los hombres en la confesión de los pecados, se asocian ahora a ellos en los cánticos de alabanza (v. 41-43).
La dedicación de las murallas pone de manifiesto el aprecio por lo que Dios ha realizado. La procesión alrededor de las murallas daría al pueblo una visión global de la extensión de la ciudad. Según el salmista, andan «alrededor de Sion»; cuentan «sus torres»; señalan… «atentamente su antemuro» y consideran «sus palacios». El resultado es que, según el mismo Salmo, se dirigen a Jehová en alabanza diciendo: «Grande es Jehová, y digno de ser en gran manera alabado en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey». Entonces, cuando estos dos coros se reúnan en la Casa de Dios, seguramente podrán retomar las palabras de este Salmo: «Nos acordamos de tu misericordia, oh Dios, en medio de tu templo» (Sal. 48).
¿No es evidente que la dedicación de los muros –con la procesión alrededor de los muros y la reunión de acción de gracias en la Casa de Dios– tiene hoy su respuesta en la apreciación de la belleza de la Asamblea a los ojos de Cristo cuando se la considera en toda su extensión según los consejos de Dios? Y esta valoración de la Asamblea según los designios de Dios suscita la alabanza y la acción de gracias al Señor. La verdadera apreciación de la Asamblea nunca conducirá a la autosatisfacción o exaltación de la Asamblea, sino que vuelve la Asamblea hacia Aquel a quien la Asamblea pertenece, y para cuyo placer y gloria la Asamblea ha sido traída a la existencia. Si apreciamos la Asamblea vista según los consejos de Dios, nos llevará a decir: «A él sea la gloria en la Iglesia en Cristo Jesús, por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén» (Efe. 3:21).
Además, aprendemos de esta bella escena en los días de Nehemías, que cuando el Señor obtiene su porción de su pueblo, los siervos del Señor –aquellos que se dedican al servicio del Señor, también obtendrán la suya. Por eso leemos: «Todo Israel… daba alimentos a los cantores y a los porteros, cada cosa en su día» (v. 44-47). Si se descuida a los siervos del Señor, es señal segura de que el pueblo de Dios no tiene más que una débil aprehensión de la Asamblea y de su belleza para Cristo. Cuanto más valoremos la Asamblea tal como la ve Cristo, tanto más consideraremos un privilegio cumplir con nuestras responsabilidades y nuestros privilegios al ministrar en las cosas temporales a los siervos del Señor que nos ministran en las cosas espirituales.
En comparación con el número de los que regresaron del cautiverio, solo unos pocos parecían haber participado en la dedicación de las murallas. Pero los que rodeaban las murallas tendrían para sí una visión ampliada de la ciudad y una mayor alegría en el Señor, y otros, aunque no tomaran parte en la dedicación, se beneficiarían en cierta medida, pues leemos: «El alborozo de Jerusalén fue oído desde lejos» (v. 43). En nuestros días hay quienes aceptan en términos la verdad de la Asamblea y, sin embargo, nunca parecen entrar en la verdad según Dios. No han caminado alrededor de Sion, ni la han rodeado, ni han señalado sus baluartes, ni han considerado sus palacios. Por eso han sabido muy poco lo que es entrar en el santuario de Dios y cantar sus alabanzas. Sin embargo, se beneficiarán de quienes lo hagan. En la casa de Betania, en los días de nuestro Señor, nadie tenía tanto aprecio por el Señor como María, que ungió los pies del Señor, pero otros se beneficiaron de su acto, pues «la casa se llenó del olor del perfume» (Juan 12:3).
4.3 - La disciplina en la ciudad (Nehemías 13)
En el capítulo final aprendemos que la santidad práctica de la ciudad solo puede mantenerse mediante el ejercicio de una disciplina que se ocupe de las diferentes corrupciones a medida que surgen. Hoy en día tampoco es así. Sin el ejercicio de la disciplina de acuerdo con la Palabra de Dios, la santidad no puede mantenerse en las asambleas del pueblo de Dios una vez que el mal se ha manifestado.
La primera dificultad que tuvo que afrontar el remanente fue la influencia corruptora de «todos los mezclados con extranjeros» (v. 1-3). Parecen representar a quienes en nuestros días quisieran estar bien con el pueblo de Dios en el camino de la separación, y sin embargo mantienen sus vínculos con la cristiandad corrupta. En los días de Nehemías había israelitas por un lado y amonitas y moabitas por otro; pero también había «los mezclados con extranjeros», una clase que no era ni definitivamente israelita ni pagana, sino que pretendía tener vínculos con ambos. El remanente comprendió por la Palabra de Dios que no solo los paganos no debían ser admitidos en la congregación de Jehová, sino que no podían tolerar a los que mantenían vínculos con los paganos: la multitud mixta.
La segunda dificultad era la corrupción de la Casa de Dios por un líder (v. 4-9). Eliasib utiliza su posición de sacerdote para favorecer los intereses de su amigo, y así, entre el pueblo de Dios, introduce a alguien en la Casa de Dios lo que es contaminante. Nehemías trata este mal de manera drástica, sin dejarse intimidar por la alta posición del infractor. Nada puede ser más solemne que un líder de la Asamblea de Dios haga a un lado los principios de la Asamblea de Dios para promover los intereses de un amigo personal, y al mismo tiempo cuente con su posición para silenciar toda oposición. El mal de tal carácter exige, en efecto, una acción drástica sin acepción de personas.
La tercera prueba es el abandono de la Casa de Dios (v. 10-14). Aquellos que se dedicaban al servicio de la Casa de Dios fueron desatendidos, y por lo tanto se vieron obligados a volver al trabajo secular –huyeron «cada uno a su heredad»; el resultado fue que la Casa de Dios fue abandonada. Esto parece haber sido el resultado directo de la corrupción de Eliasib, que había introducido y hecho provisión para un enemigo de la Casa de Dios, en detrimento de los verdaderos siervos de Dios. Nehemías no se contenta con expulsar al infractor y sus impurezas, sino que reinstaura a los verdaderos siervos y vela por que se haga lo necesario para atender sus necesidades. Nosotros tampoco debemos contentarnos con excluir a los que son falsos, sino que también debemos hacer lo necesario para mantener a los verdaderos siervos. Además, es significativo que Nehemías no diga: “¿Por qué se descuida a los levitas?”, como cabría esperar, sino: «¿Por qué está la casa de Dios abandonada?». Reconoce que el abandono de los siervos de Dios es un indicio de algo aún más grave: el abandono de la Casa de Dios.
La cuarta dificultad era la profanación del sábado (v. 15-22). Cuando se abandona la Casa, se profana el sábado. En lugar de ser apartado para Jehová, se utilizó para favorecer los intereses temporales del pueblo y se convirtió en un día común. Y en nuestros días, los que descuidan la Asamblea de Dios no tendrán sino poco respeto por el Día del Señor. Si como Nehemías tenemos la Asamblea de Dios en el corazón, veremos que cerramos las puertas contra todo lo que nos desvíe del servicio del Señor en el Día del Señor (v. 19).
La quinta prueba fue la infidelidad a Dios (v. 23-31). En este caso particular se manifestaba en las alianzas impías entre el pueblo de Dios y las naciones circundantes. En este mal la familia del Sumo Sacerdote tomó una parte principal. Una vez más, Nehemías se ocupa drásticamente del mal, tratando así de mantener la pureza del pueblo de Dios.
Llama la atención que estas medidas disciplinarias no solo afectan a los habitantes de la ciudad, sino también a los de fuera (v. 15), y además se aplican a todas las clases sociales.
Los sacerdotes utilizan su santo oficio para favorecer los intereses del enemigo de Dios (v. 4).
Los gobernantes descuidan la Casa de Dios (v. 11).
Los nobles toman la iniciativa de profanar el sábado (v. 17).
El pueblo concluye alianzas impías (v. 23).
Pero la fidelidad de un hombre hace que estos males sean tratados disciplinadamente sin acepción de personas, y así se mantiene la santidad de la Casa de Dios.
En la proporción en que las medidas disciplinarias se refieren a todos los que habían regresado a la tierra de Israel, y no simplemente a los moradores de Jerusalén, queda claro que dan por sentado que el interés de todo israelita se identifica con la prosperidad de la Casa; además, los moradores de la provincia son tan necesarios para el mantenimiento de la Casa como los que habitaban dentro de la ciudad. Puede que los sacerdotes y levitas intramuros se ocuparan más directamente del servicio de la Casa, pero el relato deja bien claro que los intramuros dependían de los extramuros para su alimentación diaria. La imagen presenta a un pueblo unido en el mantenimiento de una Casa, que está rodeada por los muros de la ciudad para mantener su carácter sagrado.
También se observará que, en general, los males tratados son aquellos que el pueblo se había obligado a evitar poco antes, mediante un pacto con juramento y maldición. Qué pronto tienen que probar su propia debilidad y, en consecuencia, la debilidad de la Ley para mejorar o refrenar la carne. Por el momento, estos males son tratados a través de la fidelidad de un hombre. Pero con el paso de Nehemías, estos males se reafirmarán hasta que en los días de Malaquías caractericen a la masa, y la única esperanza que quede para los piadosos sea la venida del Mesías. El remanente de los días de Malaquías temía a Jehová y pensaba en su Nombre, por lo que podemos decir con seguridad que no renunciaron a ningún principio de la Casa de Dios, pero no hicieron ningún pacto para mantener la integridad de la Casa. Para ellos no había ningún llamado a hacer provisión para su futura buena conducta, pues esperaban que el Hijo de justicia se levantara con sanidad en sus alas. Todo detrás de ellos era fracaso, todo alrededor de ellos corrupción, pero todo delante de ellos gloria.
4.4 - Observaciones finales
Para concluir este breve esbozo del libro de Nehemías, no está de más hacer algunas observaciones adicionales sobre su aplicación a las condiciones actuales.
Con respecto a Israel, el propósito de Dios era tener su Casa en la ciudad de Jerusalén, en medio de un pueblo que habitara en su país. Tres principios importantes están relacionados con este propósito. Con la Casa está el pensamiento de Dios morando; con la ciudad Dios gobernando; y con la nación y el país Dios bendiciendo. Donde Dios habita, Dios debe gobernar; y cuando Dios gobierna, Dios bendice. Así pues, el propósito de Dios es habitar en medio de un pueblo redimido, gobernándolo para su bendición. Este propósito se realizará en un día venidero.
El libro de Nehemías presenta la historia de un remanente de la nación que actúa a la luz del propósito original de Dios para toda la nación, mientras espera el cumplimiento futuro en el día milenario.
Hoy en día, lo “material” en Israel tiene su contrapartida “espiritual” en la Asamblea de Dios. Sabemos que la Asamblea de Dios se presenta como la Casa de Dios (1 Tim. 3:3); y como la ciudad del Dios vivo (Hebr. 12:22; Apoc. 21). Además, los creyentes están vistos como una «nación santa» (1 Pe. 2:9). De modo que, una vez más, podemos decir que el pensamiento de Dios es habitar en medio de un pueblo redimido, gobernándolo para su bendición. El propósito de Dios para la Asamblea se realizará plenamente en la Jerusalén celestial, como lo será para Israel en la Jerusalén terrenal.
Con la verdad ante nosotros podemos darnos cuenta de cuán lejos se ha apartado la cristiandad del propósito de Dios para su Asamblea. En lugar de que Dios habite en medio de un pueblo redimido y gobierne para su bendición, vemos un vasto sistema religioso en el que se deja de lado todo principio de Dios. Tiene su expresión más pronunciada en una gran organización eclesiástica (compuesta, en su mayor parte, de profesos no regenerados del cristianismo en lugar de los nacidos de nuevo), la cual, en lugar de ser la morada de Dios, pronto se convertirá en «morada de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo, en guarida de toda ave inmunda y aborrecible» (Apoc. 18:2). Además, su dominio, en lugar de ser una bendición para el hombre, ha corrompido la tierra y perseguido a los santos (Apoc 16:18; 17:24; 19:2).
Además, vemos que la gran mayoría del pueblo de Dios ha estado cautivo de este gran sistema babilónico, aunque, por la gracia de Dios, unos pocos han sido liberados al abrirse sus ojos para ver la verdad de la Asamblea de Dios como la Casa de Dios. Estos últimos han tratado de caminar en la verdad del pensamiento original de Dios para la Asamblea mientras esperan su plena realización en la gloria.
Ellos, como el remanente en los días de Nehemías, se encuentran en circunstancias de gran debilidad, enfrentados a oposición y dificultades, y acosados por trampas. Frente a todas las dificultades, tratan de mantener la santidad de la Casa de Dios, el gobierno de la ciudad y la bendición del pueblo de Dios. Sin embargo, el mantenimiento de los principios de la Casa de Dios sería su primer cargo; la administración, o gobierno, seguiría, y, si se utiliza correctamente, estaría directamente bajo la influencia de la Casa y en armonía con su carácter y orden; por lo tanto, para la bendición del pueblo de Dios.
Así fue en los días de Esdras y Nehemías. El restablecimiento de la Casa bajo Zorobabel y otros, y la restitución de su orden por medio de Esdras, fue el primer cuidado del remanente. Más tarde la Casa fue rodeada por las murallas de la ciudad, y la administración o gobierno se estableció en relación con la Casa. Desde el principio la Casa fue siempre accesible a todo israelita de cualquier parte del país, siempre suponiendo título e idoneidad moral, y conformidad con las ordenanzas de la Casa. No era cuestión de restringirla a los pocos que realmente vivían dentro de los muros de la ciudad. Si tal hubiera sido el caso, se habría hecho un grave mal uso de las murallas y se habría falsificado el verdadero carácter de la Casa al limitar sus privilegios a una compañía selecta y autoconstituida.
Por otro lado, ignorar la administración, o regla, consistente con el orden y la santidad de la Casa, sería igualmente serio, llevando a que cada hombre haga lo que es correcto a sus propios ojos; el fracaso en mantener la santidad de la Casa de Dios; y la pérdida de bendición para el pueblo.
Así se nos advierte que la santidad de la Casa de Dios y la bendición del pueblo de Dios, pueden perderse igualmente por el ultra exclusivismo por un lado o por el latitudinarismo [2] por el otro.
[2] Latitudinarismo: Doctrina y actitud adoptada por algunos teólogos anglicanos en el siglo 17 que defienden que hay salvación fuera de la Iglesia, rechazan los dogmas, dan preferencia a la razón sobre la Biblia y las tradiciones, y propugnan una amplia tolerancia en materias religiosas.
Si deseamos conocer la mente de Dios para el momento en que vivimos, haremos bien en repasar estos temas con Dios, recordando que, aunque «Toda la Escritura está inspirada por Dios, y útil para enseñar, para convencer, para corregir, para instruir en justicia» (2 Tim. 3:16), ciertas Escrituras tienen un mensaje muy definido para un día de ruina. De tales Escrituras ninguna, quizás, tiene un lugar más importante que el libro de Nehemías en el Antiguo Testamento y la Segunda Epístola a Timoteo en el Nuevo. Que Dios nos dé la gracia de buscar diligentemente su mente, en su Palabra, y someternos a ella sin reservas. Solo así podremos retener firmemente lo que tenemos para que nadie tome nuestra corona.