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La vida de David y las lecciones para nosotros


person Autor: F. WALLACE 1

flag Tema: David


Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2001, página 17

1 - David, el amado

David, el joven pastor que se convirtió en rey de Israel, tiene un nombre muy significativo. De hecho, este nombre significa «amado» y en varias ocasiones vemos a David siendo objeto de amor de aquellos que entran en contacto con él. «Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón» (1 Sam. 13:14).

Por encima de todo, David es el amado de Dios. Incluso antes de su unción, se le presenta como un hombre conforme al corazón de Dios. Él es el que Dios ha elegido para ser rey de Israel, su pueblo (1 Sam. 16:6-13). David era particularmente atractivo en su apariencia física (v. 12) y era un joven excepcionalmente dotado (v. 18). Además de todo lo que era naturalmente, se nos dice que Dios estaba con él y que en muchas ocasiones el Espíritu de Dios obró en él y a través de él.

En todos estos rasgos de carácter, David es un tipo admirable del Señor Jesucristo, el «amado Hijo» de Dios.

El título de Amado se le da a nuestro Señor en varios pasajes. Hemos sido «colmados de favores en el Amado» (Efe. 1:6), agradamos a Dios como Cristo mismo; este es el privilegio del cristiano, en cuanto a su posición. El Hijo fue amado por Dios «antes de la fundación del mundo» (Juan 17:24). Comenzó su vida en la tierra fuera de la vista en Belén, Egipto y Nazaret, y luego su Padre, desde el cielo, lo reconoció públicamente como su «amado Hijo» (Mat. 3:17). Poco antes de su muerte en la cruz, cuando su vida de servicio y perfecta obediencia en la tierra estaba llegando a su fin, se escuchó de nuevo la voz del Padre para proclamar a este humilde hombre como su «amado Hijo» (Mat. 17:5). El siervo del Señor, como el profeta había predicho, era su «Amado» (Mat. 12:18). Él mismo nos revela que su Padre lo ama porque da su vida para hacer la voluntad de Dios (Juan 10:17).

Cuando Pedro predica el Evangelio en la casa de Cornelio, dice de Jesús que «Dios estaba con él» y que él fue ungido «con el Espíritu Santo y con poder» (Hec. 10:38). La vida de Jesús, el Hijo amado de Dios, tal como se describe en los 4 Evangelios, nos está revelada como el hombre más atractivo y accesible. Y al mismo tiempo, tiene un poder al que nada puede resistirse.

En las Escrituras, se menciona a algunas personas que amaban a David. Consideremos ahora las características de su amor.

1.1 - «Saúl le amaba mucho» (1 Sam. 16:21)

Un amor que se convierte en odio

La primera impresión de Saúl, cuando le trajeron a David, fue muy favorable. Inmediatamente le dio un puesto de confianza a su lado. Era capaz de apreciar su habilidad para tocar el arpa, esta música le daba paz cuando su mente estaba perturbada. En el momento de la victoria sobre Goliat, David volvió a aumentar en su estima. La belleza, la habilidad y el poder eran características valiosas para Saúl. Pero su amor por David pronto fue puesto a prueba y no resistió.

Después de la victoria sobre Goliat y la derrota de los filisteos, las mujeres alaban a Saúl por haber herido a sus 1.000 hombres, y a David a sus 10.000 (1 Sam. 18:6-9). Para Saúl, que era de una estatura una cabeza más alta que todo el pueblo, esto solo puede significar una cosa: es = eres grande, pero David lo = te supera. Su amor y gratitud por David se desvanecen. En su mente celosa, ve a David como un enemigo peligroso que solo aspira a arrebatarle el trono. Y entonces su amor da paso al odio, la violencia, el engaño y la obsesión por matar a David (18:11, 21; 19:1, 10; 20:33).

La experiencia de David en esta parte de su vida nos recuerda la experiencia del Señor Jesús, el Ungido de Dios, en un grado aún mayor. Por la voz profética puede decir: «Me devuelven mal por bien, y odio por amor» (Sal. 109:5), y de nuevo: «Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza los que me aborrecen sin causa; se han hecho poderosos mis enemigos, los que me destruyen sin tener por qué» (Sal. 69:4).

La lección importante que podemos aprender de este trágico episodio en la vida de Saúl es que el hombre natural no puede apreciar a Cristo por lo que realmente es. El Espíritu de Jehová se había apartado de Saúl a causa de su infidelidad (1 Sam. 16:14). Jehová mismo se había apartado de él (18:12), y él fue abandonado a sus propios recursos. Vemos en él lo que es la carne.

Hoy en día, el Espíritu de Dios mora en cada creyente. De este modo, puede apreciar las glorias de Cristo y las inmensas bendiciones que nos traen su muerte y resurrección. El servicio supremo del Espíritu es glorificar a Cristo (Juan 16:14). Y si el Israel incrédulo piensa: «No hay parecer en él… sin atractivo para que le deseemos», el creyente, habitado por el Espíritu, puede decir: «Para que en todo tenga la preeminencia» (Is. 53:2; Col. 1:18).

1.2 - Mical amaba a David (1 Sam. 18:28)

Amor natural limitado (vean: 1 Sam. 18:20; 19:11-17; 2 Sam. 6:16, 20-23)

Los versículos mencionados anteriormente testifican del verdadero amor que Mical, la hija de Saúl tenía por David. Saúl, en su odio, pensó que podía usar a su hija para ser una trampa para David y matarlo. Pero sus esfuerzos fracasaron. Mical demostró su amor por David salvándole la vida; ella usó una treta a través de la cual escapó de los mensajeros del rey enviados para matarlo.

Es triste ver la actitud de Mical mientras David baila con todas sus fuerzas ante el arca de Jehová (2 Sam. 6:12-16). Sus comentarios agudos y sarcásticos hirieron profundamente a David. Tal vez no estaba contenta de verlo vestido con un efod de sacerdote en lugar de una túnica real. Sin embargo, cualquiera que fuera la razón de sus agudos comentarios, David le hizo entender que los intereses de Jehová y de su pueblo eran su principal preocupación. Ella debería haberlo sabido, ella que, en asociación con David, fue colocada a la cabeza del pueblo. Vemos aquí una brecha causada por su incomprensión de lo que hacía feliz a su esposo: la introducción del arca de Jehová en la ciudad de David. Esta ruptura en su vínculo con David probablemente nunca se curó.

Si los sentimientos naturales y las responsabilidades humanas tienen un lugar que Dios honra, nunca deben tener prioridad sobre las cosas espirituales. Dios creó a Eva para que ayudara a Adán (Gén. 2:18). Mical estaba dispuesta a ayudar a David en asuntos prácticos, pero no en el ámbito espiritual. Es muy deseable que los esposos estén unidos en el mismo pensamiento en todos los asuntos, pero especialmente cuando se trata de los intereses del Señor. Zacarías e Isabel (Lucas 1:6), Aquila y Priscila (Rom. 16:3-4) nos dan buenos ejemplos de esto.

¡Que una esposa cristiana se regocije al ver a su esposo ser un siervo humilde, devoto y comprometido con el Señor, y que lo anime a serlo, en lugar de aspirar a un lugar de honor para él en este mundo, a costa de la esterilidad en las cosas espirituales!

1.3 - «Jonatán lo amaba como a su alma» (1 Sam. 18:1)

Un amor maravilloso que tiene un triste final (vean 1 Sam. 18:1-4; 19:2; 20:17; 2 Sam. 1:26)

El amor recíproco entre David y Jonatán es uno de los elementos más conmovedores de la vida de David. Jonatán, un poderoso guerrero, se siente atraído por el valiente vencedor de Goliat. Cuando vio al joven pastor, con la cabeza de Goliat, hablando humildemente con Saúl su padre, su corazón se encariñó con él e hizo un pacto con él. Jonatán se despoja de su túnica principesca y de sus armas y se las ofrece a David. El heredero al trono de Israel reconoce en David a alguien que está por encima de él.

Pronto, el amor de Jonatán por David se pone a prueba y se descubre que es real. Mientras su padre Saúl manifiesta su odio y profiere amenazas contra David, Jonatán habla valiente y sabiamente en su nombre. Al ver que su intervención no tenía ningún efecto duradero, advirtió a David de las malas intenciones de Saúl hacia él. Se comporta como un verdadero amigo. Entonces llegó el momento en que era demasiado peligroso para David permanecer en la corte del rey. Los 2 amigos se reúnen en secreto y vuelven a hacer un pacto (1 Sam. 20:8, 16, 23, 42).

La última vez que vemos a David y Jonatán juntos es en 1 Samuel 23:15-18. Jonatán afirma su certeza de que David algún día se convertirá en el rey de Israel y expresa su esperanza de que él será el segundo en el reino. Luego se separaron. David va al desierto y Jonatán regresa a la corte de su padre. Es precisamente en este momento cuando aparece una falla en el amor de Jonatán. No estaba dispuesto a compartir las luchas y tristezas de David, pero esperaba compartir su gloria final. Por lo tanto, en lugar de luchar por su amigo, lucha por los intereses de su padre. El resultado es que muere con él (1 Sam. 31:6).

David apreciaba y estimaba mucho el amor de Jonatán por él. Esto se ve en el lamento que pronuncia a su muerte: «Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres» (2 Sam. 1:26). Es mérito de David que no menosprecia el amor de Jonatán por él, pero hay que reconocer que Jonatán no compartió las penas y humillaciones de su amigo, ni lo apoyó con su presencia cuando esperaba el trono que Dios le había prometido.

Esta es una lección solemne para aquellos que creen en el Señor Jesús. Nuestro Señor también es un rey rechazado. Sabemos por la Palabra de Dios que algún día, quizás muy pronto, él se sentará en su trono y administrará la tierra para la gloria de Dios. ¿Anticipamos por fe el gran honor de reinar con él? Y si es así, ¿estamos dispuestos a compartir realmente su rechazo actual? Las 2 cosas están relacionadas (Rom. 8:17; 1 Pe. 4:12-14; vean también Mat. 19:27-29). Nuestro amor por el Señor Jesús, nuestro Salvador, ¿Es suficiente para resistir las exigencias de la naturaleza y las atracciones de este pobre mundo en ruinas?

1.4 - «Israel y Judá amaban a David» (1 Sam. 18:16)

Un amor fluctuante

Con su victoria sobre Goliat, David se había ganado el corazón de las tribus de Israel y Judá, pero pasó mucho tiempo antes de que se le reconociera incuestionablemente como rey de todo Israel.

Después de la muerte de Saúl y sus hijos en el monte Gilboa, pasó un período de incertidumbre para Israel. Judá sigue fielmente a David, mientras que las otras tribus se aferran a la casa de Saúl (2 Sam. 2:4, 8-11). Eventualmente, este último desaparece de la escena y todo Israel y Judá se someten a David (5:1-5).

Pero el amor de Israel por David no tiene estabilidad. Durante la revuelta de Absalón, abandonan al rey y siguen a su hijo (15:6, 13), pero después de su derrota y muerte, regresan a David (19:9-10). Instigados por Seba, de Benjamín, abandonan de nuevo a su rey para volver a él cuando la rebelión fracasa (20:1-22). Fue la tribu de Judá la que, en general y a pesar de sus defectos, permaneció más fiel a David.

¿Qué podemos aprender de esta confusión y deficiencias?

• El amor por David debería haber unido a las tribus de Israel. El amor por Cristo y la búsqueda de sus intereses deben unir a los que creen en él hoy en día.

• El amor por David debería haber desenmascarado y repelido las artimañas de Absalón. El amor a Cristo debe permitir a los creyentes rechazar las solicitudes de Satanás y del mundo.

• El amor por David debería haber llevado a las tribus a evitar las palabras hirientes y las divisiones. El amor por Cristo debe ayudar a los creyentes a perdonarse unos a otros y a trabajar juntos para su gloria.

«La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable» (Efe. 6:24).

1.5 - «Hiram siempre había amado a David» (1 Reyes 5:1)

Un amor constante, que se manifiesta en acciones (vean 2 Sam. 5:10-11; 2 Crón. 2:11-16)

Después de conquistar Jerusalén, el rey David se había vuelto cada vez más poderoso. La razón principal de sus sucesivas victorias se nos indica: «Jehová Dios de los ejércitos estaba con él». Fue en este momento cuando Hiram, rey de Tiro, fue presentado. No sabemos si David e Hiram se conocieron alguna vez, o por qué Hiram estaba tan dispuesto a proporcionarle a David obreros y materiales para construir su palacio. Tal vez el rey de Tiro, como muchos otros, quedó cautivado por las habilidades y la destreza militar del rey de Israel. Tampoco sabemos cuándo comenzó su admiración e interés por David, pero sí sabemos que demostró su amor con obras y palabras. De las pocas palabras que nos dice la Escritura, podemos sacar instrucciones para nosotros mismos.

La importancia y el valor de sus obras se indican en 2 Samuel 5:11 y en 2 Crónicas 2:11-16. Contribuyó a la construcción de la casa de David, y luego al templo, en la época de Salomón. En el segundo de los pasajes mencionados aquí, reconoce la dignidad real de David (v. 12), y se inclina ante su supremacía diciendo de él «mi señor» (v. 14).

La mayoría de los cristianos profesos reconocen que la dignidad y la gloria de Jesús son únicas. Pero ¿podemos decir de él que “él es mi Señor”? Demostramos verdadero amor por él cuando prácticamente reconocemos su autoridad sobre nosotros y hacemos su voluntad. «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14:15). También lo demostramos en la forma en que usamos todo lo que se nos confía. Hiram puso sus posesiones y siervos a disposición de David para la construcción de su casa. Si verdaderamente amamos al Señor, se manifestará en la forma en que amamos a los hijos de Dios, ponemos nuestros hogares a disposición de él y usamos nuestras fuerzas y tiempo para servirle.

2 - El ejército de David (1 Crónicas 12)

2.1 - Un centro de reunión

David, el hombre conforme al corazón de Dios, había sido ungido rey de Israel por el profeta Samuel. Pero no había llegado el momento de sentarse en el trono, mientras Saúl, el rey a quien Dios había rechazado a causa de su desobediencia, todavía lo ocupaba. Para escapar de los celos y la feroz enemistad de Saúl, David había tenido que huir y se había refugiado en un lugar fuerte en el desierto.

Fue en este punto que muchos comenzaron a reunirse a su alrededor. David, el joven entrañable, el vencedor de Goliat y de los filisteos, se convierte en el centro de unión de un ejército. Vemos hombres que se separan de sus tribus para unirse a David y ayudarlo (1 Crón. 12:8, 16, 21).

Todo esto nos enseña una lección solemne e importante. Jesús, el ungido de Dios, no ocupa actualmente un trono real en esta tierra (Sal. 2:6; Lucas 1:32-33; Juan 19:19). Se le niegan sus legítimos derechos; están usurpados por hombres desobedientes y rebeldes, dirigidos por Satanás. El Señor Jesús fue rechazado por este mundo, y todavía lo es. Sin embargo, él es el centro de unión de todos aquellos que lo aman y están dispuestos a mantener los derechos del Señor en sus vidas, independientemente de la oposición que se pueda levantar contra él y contra ellos. Aceptan de todo corazón tener comunión con él hoy en sus sufrimientos, y, como buenos soldados de Jesucristo, esperan pacientemente el día de su gloriosa manifestación. Entonces compartirán su gloria.

2.2 - Separados y comprometidos

De la tribu de Gad, «hombres de guerra muy valientes para pelear», se desprenden “para unirse a él” (1 Crón. 12:8). Por su parte, los hijos de Benjamín y Judá se consagraron voluntariamente a él: «Por ti, oh David, y contigo, oh hijo de Isaí. Paz, paz contigo, y paz con tus ayudadores, pues también tu Dios te ayuda» (v. 18). La consagración a David implicó la separación de Saúl y de sus intereses, y el apartamiento para David y sus intereses. Fue una decisión muy seria. Al consagrarse a David, reconocieron su plena autoridad sobre ellos para dirigirlos.

Los soldados que no tienen otros intereses que los de su jefe, y que obedecen fielmente sus órdenes, constituyen un buen ejército, cuyo valor aparece en el momento del combate. Este principio se aplica enteramente a aquellos que siguen al Señor Jesús. En los primeros tiempos de la Iglesia, cuando los creyentes eran bautizados, prácticamente decían: nosotros, que somos judíos, hemos terminado definitivamente con todo lo que tiene que ver con el culto judío. O, nosotros, que somos gentiles, cortamos todos los lazos con el paganismo y la idolatría. Todos decían, de hecho, que estaban bautizados para Cristo y querían vivir solo para él y sus intereses. Debería seguir siendo así hoy en día. «Comparte sufrimientos como buen soldado de Cristo Jesús. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, para agradar al que le alistó por soldado» (2 Tim. 2:3-4).

En lo que a nosotros respecta, ¿cuántos intereses ocupan el lugar de los del Señor? ¿Nos damos cuenta de que la separación para Cristo es un privilegio y un honor? Ese debería ser el objetivo de todos nosotros. «Si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo» (Rom. 10:9). Confesar a Jesús como «Señor» significa reconocer que solo él tiene autoridad sobre nosotros, y que no hay otro «Señor» en nuestras vidas. ¿Hay otros intereses que queremos preservar a expensas de la fidelidad a Cristo?

Tengamos en el corazón ser verdaderos soldados de Jesucristo, resueltamente separados y fieles. Esto significará que pondremos nuestro tiempo y nuestras fuerzas a su disposición; esto conducirá a pruebas y luchas; pero ¿tenemos el deseo de oírle decirnos un día: «Siervo bueno y fiel»? (Mat. 25:21)

2.3 - ¿Por qué luchar por David?

En la historia de este mundo, las naciones han librado guerras por todo tipo de razones: a veces para expandir su poder o territorio, a veces para poner fin a las tiranías o para oponerse a la agresión. Pero el ejército de David tenía un objetivo que era justo y simple: hacer de David el rey indiscutible de Israel.

Dios, en sus decretos soberanos, había rechazado a Saúl de su posición real, y había escogido a otro hombre, mejor que él, para ser rey en su lugar (1 Sam. 15:23, 28). El ejército de David estaba actuando de acuerdo con la voluntad de Dios y con miras a su realización.

Saúl, el hombre desobediente, es una imagen de la carne. David, el hombre conforme al corazón de Dios, es un tipo de Cristo. La carne es incapaz de agradar a Dios (Rom. 8:7-8). Cristo se deleita en el corazón de Dios; él es su amado (Mat. 3:17; 12:18). Si los soldados de David se comprometieron «para traspasarle el reino de Saúl, conforme a la palabra de Jehová» (1 Crón. 12:23), los cristianos también deberían actuar de acuerdo con la voluntad de Dios para Cristo. La supremacía universal de Cristo en la tierra es algo futuro. Pero su autoridad sobre los suyos debe ser algo corriente y actual.

«Nuestro viejo hombre», incapaz de agradar a Dios, «ha sido crucificado con Cristo» (Rom. 6:6). Cuando Dios envió a su propio Hijo para ofrecerse a sí mismo como sacrificio, «condenó al pecado en la carne» (Rom. 8:3). Con la muerte de su Hijo amado, ha dejado a un lado por completo al viejo hombre y todas sus obras. Debido a la muerte, resurrección y exaltación de Cristo a la gloria, y también debido a la venida del Espíritu Santo, el cristiano ya no está desde el punto de vista de Dios bajo el dominio del pecado y de la vieja naturaleza. Está «en Cristo Jesús», en una nueva posición; ya no está «en la carne» (v. 1, 9). Tiene un nuevo poder, el Espíritu de vida en Cristo Jesús. Tiene una nueva manera de actuar, y los justos requisitos de la Ley se cumplen en él si camina en el Espíritu (v. 4).

Pero los soldados están enzarzados en un conflicto; y Gálatas 5:16-26 nos dice en qué tipo de combate está involucrado un creyente: «Lo que desea la carne es contrario al Espíritu, y lo que desea el Espíritu es contrario a la carne» (v. 17). ¿Qué se ve en nuestras vidas? ¿Cristo, el hombre según Dios, o el hombre según la carne, sobre quien Dios pronunció condenación en la muerte de Cristo? Pablo podía decir verdaderamente: «Con Cristo estoy crucificado» y «Cristo vive en mí» (Gál. 2:20).

Volvamos a nuestro capítulo 12 de 1 Crónicas. El versículo 38 muestra la angustia de aquellos que se unen al ejército de David. «Todos estos hombres de guerra, dispuestos para guerrear, vinieron con corazón perfecto a Hebrón, para poner a David por rey sobre todo Israel; asimismo todos los demás de Israel estaban de un mismo ánimo para poner a David por rey». Estos soldados tenían un corazón recto (no tenían otro objetivo) y eran de un solo corazón (tenían un solo deseo y un solo motivo) para hacer a David rey sobre todo Israel. El afecto único que estos soldados tenían por David contribuyó a la moral de este ejército. ¡Qué lección para los que creen en el Señor Jesús! Si el lugar de Cristo como Cabeza hubiera sido reconocido y guardado en los corazones de aquellos que componen su Cuerpo, las divisiones humillantes y las desgracias que han caído sobre la Iglesia nunca habrían sucedido.

2.4 - El equipamiento del ejército

Un ejército sin el equipo necesario para la guerra está destinado a la derrota. Los soldados de David estaban bien equipados. Tenían escudos, picas y todos los instrumentos necesarios (1 Crón. 12:2, 8, 33). Además, estaban dispuestos «para la guerra» y estaban dispuestos a usar sus armas para establecer y mantener la autoridad de David sobre Israel.

¿Necesitan los cristianos armas de combate? Sí, si quieren ser buenos soldados de Jesucristo. «Toda la armadura de Dios» está disponible para todos los creyentes (Efe. 6:13-18). La armadura es necesaria, incluso vital, porque estamos tratando con las fuerzas invisibles de los poderes satánicos. Sin la armadura completa de Dios, los creyentes son vencidos por el poder y las artimañas de Satanás. Hay que ponerse todas las piezas de la armadura. Si omitimos una parte de ella, nos exponemos a ser golpeados por «los dardos encendidos del maligno».

Las «fortalezas» del enemigo son imponentes, pero las armas del cristiano, hechas «poderosas en Dios», pueden destruirlos (2 Cor. 10:3-5). Ningún cristiano debe asustarse por los enemigos de la fe, por fuertes que parezcan. «Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz» (Rom. 13:12). «Seamos sobrios, vestidos de la coraza de la fe y del amor, y por casco, la esperanza de la salvación» (1 Tes. 5:8). Demos gracias a Dios por el equipo seguro y completo que está a nuestra disposición para «la buena lucha» (1 Tim. 1:18).

Pero si dejamos que nuestras armas se oxiden, si no las usamos, sufriremos muchas derrotas. Satanás está multiplicando sus ataques contra la verdad cristiana. El honor de Cristo está en juego. Los creyentes que tienen sus lomos debidamente «ceñidos con la verdad» y que caminan en el poder del Espíritu Santo, deben estar listos para la defensa y el ataque, de acuerdo con las instrucciones de su Jefe.

Recordemos el triste período de la historia de Israel, cuando no había armas en la tierra (1 Sam. 13:19-22). ¡Ni siquiera quedaban herreros! Los israelitas dependían de los filisteos, sus opresores, para afilar o reparar sus herramientas agrícolas. Eran entonces sus esclavos. ¡Tengamos cuidado de no caer en una situación similar!

2.5 - Un joven recluta

Entre los que vinieron a David, las Escrituras mencionan a Sadoc, un «joven valiente y esforzado» (1 Crón. 12:28). Este joven de la tribu de Leví había reconocido en David al rey que Dios había elegido, y estaba dispuesto a dedicarse por completo a su causa. Tenemos todas las razones para creer que fue Sadoc quien fue nombrado sacerdote en el reinado de David y Salomón (1 Crón. 29:22; 15:11; etc.). Pone su juventud al servicio de David, y continúa sirviéndole cuando ha llegado a la mediana edad. En particular, permaneció leal a él durante la revuelta de Adonías (1 Reyes 1:1-8). Sadoc tiene el honor de ungir a Salomón como rey de Israel, en el momento en que David renuncia al trono (1 Reyes 1:32-39).

Cuando Dios pronunció juicio sobre los hijos del sacerdote Elí, predijo: «Me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días» (1 Sam. 2:35). Esta promesa se cumplió en Sadoc. Era descendiente de Finees, el sumo sacerdote que, en una situación crítica, no dudó en usar un arma. Como recompensa por su fidelidad, Dios le había dado a Finees: «Y tendrá él, y su descendencia después de él, el pacto del sacerdocio perpetuo» (Núm. 25:6-18). Y, de hecho, los descendientes de Sadoc estarán a cargo del sacerdocio durante el Milenio, bajo el reinado de Cristo (Ez. 40:46; 44:15; 48:11). Finees y Sadoc ejemplifican el principio divino: «Yo honraré a los que me honran» (1 Sam. 2:30).

Pelear puede parecer una ocupación extraña para un sacerdote. Sin embargo, escuchemos lo que dice el Salmo 149: «Exalten a Dios con sus gargantas, y espadas de dos filos en sus manos» (v. 6). En su sentido literal, este salmo obviamente no es para el tiempo de la Iglesia, pero podemos aprender de él que, si nunca nos involucramos en la lucha por la gloria de Cristo, nunca sabremos lo que realmente significa la alabanza.

Hay lugar para los jóvenes soldados en la lucha cristiana. Su fiel obediencia al Señor conducirá a su crecimiento espiritual y a un aumento de sus responsabilidades en el servicio del Maestro. Jóvenes, permaneced cerca de los creyentes espirituales y dejaos enseñar con su ejemplo. Josué apoyó a Moisés, Eliseo a Elías. Timoteo tenía a Pablo como su padre espiritual, y servía al Señor con él.

2.6 - Los de Benjamín acuden a David

Debe haber sido muy doloroso para Saúl que su hijo Jonatán se convirtiera en admirador y amigo de David. En el capítulo 12 de 1 Crónicas, vemos a muchos de Benjamín, la tribu de Saúl, que se acercan resueltamente a David (v. 2, 16, 29). Algunos lo hicieron mientras Saúl aún tenía el poder. Esto implicaba para ellos una ruptura de sus lazos naturales con los unían a su tribu, y peligros, pero la atracción que David ejercía en ellos y el conocimiento que tenían del propósito de Dios los capacitó para tomar esta decisión.

Los lazos naturales son muy fuertes y son perfectamente legítimos en su lugar. Pero cuando intervienen en las cosas de Dios, son la fuente de muchos males. La Escritura nos da muchos ejemplos en los que los lazos familiares son un obstáculo para la obediencia a Dios, o para un claro discernimiento de su voluntad. Piense en Abraham e Ismael (Gén. 17:18-19), Elí y sus hijos (1 Sam. 3:13), David y Absalón (2 Sam. 19:1-6), o Bernabé y su sobrino (Hec. 15:36-41). No subestimemos la fuerza de estos vínculos cuando aquellos a quienes amamos están involucrados en dificultades espirituales. Recordemos que los derechos de Cristo deben prevalecer sobre todos los demás. «El que ama a padre o a madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a hijo o a hija más que a mí, no es digno de mí» (Mat. 10:37). Esto no significa que debamos ignorar las relaciones terrenales. Por el contrario, las Escrituras enfatizan las responsabilidades de los esposos y esposas, padres e hijos y, en forma pictórica, de empleadores y empleados. Pero estas relaciones deben servir y apoyar el testimonio cristiano, no obstaculizarlo. Jesús fue obediente a sus padres, pero su obediencia principal fue a Dios (comp. Lucas 2:49-51).

2.7 - Soldados inteligentes

Entre los que se unieron a David había «hijos de Isacar… entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer» (1 Crón. 12:32).

No podríamos estimar a su debida altura un entendimiento correcto de los pensamientos de Dios. Los cristianos necesitan saber cuáles son los intereses de Cristo. La Epístola a los Colosenses nos enseña que «para que andéis como es digno del Señor, con el fin de agradarle en todo», necesitamos sabiduría e inteligencia espiritual (Col. 1:9-10). Es esta forma de inteligencia la que debemos buscar por encima de todo. Pablo oró para que los creyentes fueran «llenos del conocimiento» de la voluntad de Dios. Salomón, en su juventud, había pedido «inteligencia para oír el justo juicio» (1 Reyes 3:11). Dios aprobó su petición y se la concedió.

Las Escrituras son la fuente inagotable del discernimiento espiritual. Leámoslas. Pidamos al Señor que abra nuestra mente para que podamos comprenderlas (comp. Lucas 24:27, 45). Y usemos los medios que él nos da para ayudarnos a entenderlos.

«No seáis insensatos, sino entended cuál es la voluntad del Señor» (Efe. 5:17). Los buenos soldados de Jesucristo deben conocer la voluntad de su Maestro; y cuando la saben, deben cumplirla.

2.8 - Un ejército en orden

Los hombres de la tribu de Zabulón «que salían a campaña prontos para la guerra, con toda clase de armas de guerra, dispuestos a pelear sin doblez de corazón» (1 Crón. 12:33). Y los de Aser «dispuestos para la guerra y preparados para pelear» (v. 36). Y más adelante, leemos: «Todos estos hombres de guerra, dispuestos para guerrear, vinieron con corazón perfecto a Hebrón» (v. 38).

¡Cuán diferente sería todo en el testimonio cristiano de hoy si los que siguen al Señor Jesús presentaran un frente unido para afrontar a los muchos enemigos de la fe cristiana! La independencia, la obstinación, las disputas, las divisiones en las casas y en las asambleas, todo esto se ha combinado para producir el triste espectáculo de un ejército que no tiene disciplina. La vergüenza de este estado debería hacernos llorar.

Las Escrituras nos hablan de soldados que caminan juntos. Siempre que podamos caminar al lado de aquellos que aman a Cristo y su verdad, en una lucha justa contra los enemigos de la verdad, hagámoslo. Dios ama el orden (1 Cor. 14:33). Satanás es el autor del desorden. La obediencia a la Palabra de Dios siempre producirá un orden piadoso. Cuando pensó en los colosenses, el apóstol pudo regocijarse al ver su orden y la firmeza de su fe en Cristo (2:5).

2.9 - El alimento para el ejército de David

¡Qué hermoso cuadro nos presentan los últimos versículos de este capítulo 12 de 1 Crónicas! Todos los hombres de guerra estaban allí, con David. Había comida en abundancia: rebaños grandes y pequeños, tortas, vino, aceite, harina, «porque sus hermanos habían preparado para ellos» (v. 39). «En Israel había alegría» (v. 40). «Y también todo el resto de Israel se puso de acuerdo para hacer rey a David» (v. 38). David es el centro de este ejército fiel y devoto.

Esto se puede lograr hasta cierto punto hoy en día entre los creyentes. Cuando el Señor Jesús es el centro indiscutible de su pueblo, hay un amplio suministro de alimento espiritual, adaptado a las necesidades de todos los que luchan por él.

«Comportaos de manera digna del evangelio de Cristo; para que, sea que venga y os vea, sea que esté ausente, oiga hablar de vuestro estado, que estáis firmes en un mismo espíritu, con una sola alma, luchando juntos por la fe del evangelio» (Fil. 1:27).

«Pelea la buena batalla de la fe» (1 Tim. 6:12).

3 - David y el Espíritu Santo

David, hombre de Dios, tuvo una vida muy rica en experiencias variadas. Vivió relaciones familiares como hijo, hermano, esposo y padre. Tanto en combates singulares como en guerras contra ejércitos, ha experimentado muchas situaciones peligrosas. Colocado a la cabeza de Israel, experimentó responsabilidades reales. Fue un poeta talentoso, dejó un legado de salmos, himnos y canciones que han resistido la prueba del tiempo y han sido una bendición para los creyentes de todas las épocas. No hay nada sorprendente en esto, ya que estas composiciones han brotado por inspiración del Espíritu Santo. Y lo que tal vez sea la culminación de esta vida excepcional es la preparación para la construcción de la Casa de Jehová, también bajo la dirección del Espíritu y de todos los materiales necesarios para ello.

Hay muchas menciones del Espíritu Santo en la historia y los escritos de David. El poder y la acción del Espíritu Santo marcaron sus diversas experiencias y les dieron un carácter especial. Lo convierten en un tipo notable del Señor Jesús, el Hijo de David por excelencia, el ungido de Dios.

3.1 - La unción

El momento en que David fue ungido con aceite por el profeta Samuel es posiblemente uno de los momentos más significativos de su vida (1 Sam.16:11-13). Saúl, el rey que reinaba en ese momento, había sido rechazado debido a su infidelidad. Al presentarse ante Samuel, los hijos de Isaí son apartados uno tras otro, y David se manifiesta como aquel a quien Dios ha elegido, el hombre conforme a su propio corazón.

Al ser ungido con aceite, David es apartado como el rey que gobernará al pueblo de Israel. Pero lo que es aún más importante que esta unción simbólica, es lo que la acompaña. Se nos dice: «Y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David» (v. 13). La unción con aceite le dio una posición real. Y el Espíritu le iba a capacitar para cumplir con sus grandes responsabilidades para con Dios e Israel. El curso de la vida de David muestra que, en general, hizo bien en la tarea que Dios le había confiado, aunque, ¡ay! Varias carencias han marcado su historia.

La unción ocupa un lugar importante tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, tanto los reyes como los sacerdotes eran ungidos con aceite en preparación para sus deberes (1 Reyes 1:39; Lev. 8:12, 30). El Tabernáculo había sido ungido (Lev. 8:10). Los profetas han sido ungidos (1 Reyes 19:16). Los leprosos sanados debían ser ungidos (Lev. 14:28). La unción era el sello de Dios sobre estas personas; en el Tabernáculo estaba la indicación de que su morada estaba allí. ¡Qué magnífico símbolo de la unción del Espíritu Santo, tal como lo encontramos en el Nuevo Testamento!

Jesús de Nazaret, a quien Dios «ungió con el Espíritu Santo y con poder», «anduvo haciendo el bien… porque Dios estaba con él» (Hec. 10:38; comp. Lucas 4:18; Hec. 4:27). Todo lo que Jesús dijo e hizo fue por el poder del Espíritu Santo. Su nombre, Cristo, o Mesías, significa «ungido».

En 1 Corintios 12:12-13, los creyentes están unidos a Cristo de la manera más fuerte e íntima: son considerados como su Cuerpo. Y esto es así porque el Espíritu los ha bautizado para ser un solo Cuerpo. El Cuerpo de Cristo fue formado en el momento en que el Espíritu Santo vino a morar en los creyentes en el día de Pentecostés. Este hecho es único y no es necesario repetirlo. Todos los que creen en el Señor Jesús reciben no solo el perdón de sus pecados, sino también el don del Espíritu Santo (Juan 7:37-39). Entonces se convierten en miembros del Cuerpo de Cristo (Rom. 12:5).

En 2 Corintios 1:21-22, Pablo presenta el mismo hecho en su aplicación individual a los cristianos: «Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios; que también nos selló, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones». Cada creyente está ungido con el Espíritu Santo. Es a través del Espíritu Santo que podemos adorar a Dios colectiva e individualmente y dar testimonio de Cristo. En la Primera Epístola de Juan, la unción del Espíritu está relacionada con la capacidad del Espíritu para conocer la verdad de Dios (2:20, 27).

La importancia de la presencia del Espíritu Santo en el creyente no puede ser exagerada. Él es el poder indispensable para disfrutar de los privilegios de la posición cristiana y para caminar fielmente.

3.2 - David habló por el Espíritu

Dios escogió a David no solo como rey de Israel, sino también para convertirlo en uno de los escritores inspirados del Antiguo Testamento. Él mismo dice: «El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua» (2 Sam. 23:2). David es uno de aquellos a quienes Pedro alude cuando escribe: «Hombres de Dios hablaron guiados por el Espíritu Santo» (2 Pe. 1:21). Y en su primer discurso público, lo llama «profeta» (Hec. 2:30).

Gran parte de los Salmos se deben a la pluma de David. ¡Cuántos creyentes, en todas las épocas, han encontrado consuelo y aliento en ellos! Estos mismos escritos han ocupado un lugar importante en el Nuevo Testamento, debido a las numerosas citas que de ellos se hacen. Sin embargo, debemos tener cuidado de que algunas palabras de los Salmos, de acuerdo con la dispensación de la Ley, no estén de acuerdo con la dispensación actual, la del cristianismo. Este es el caso, por ejemplo, de las oraciones que exigen el juicio de los enemigos.

El Señor confunde a sus adversarios citando el Salmo 110, que habla de su exaltación a la diestra de Dios (Mat. 22:41-45). Al comienzo de Hechos, Pedro menciona las palabras de David en relación con el reemplazo de Judas Iscariote como apóstol de Jesucristo (Hec. 1:16-20; Sal. 69:25; 109:8). En su predicación en Jerusalén en el día de Pentecostés, Pedro recuerda las palabras de David en el Salmo 16, mostrando que predicen la muerte, resurrección y ascensión de Cristo a la diestra de Dios (Sal. 16:8-11; Hec. 2:25-32). En una reunión de oración en Jerusalén, los creyentes que habían sido perseguidos por los líderes de los judíos mencionaron el Salmo 2: que anuncia la coalición de los grandes de la tierra contra aquel a quien Dios había ungido (Sal. 2:1-2; Hec. 4:25-28). Pablo explica cómo la justicia se obtiene sin obras, citando las palabras de David al comienzo del Salmo 32 (Rom. 4:6-8). También menciona las palabras de David para mostrar la desobediencia de Israel a Dios (Sal. 69:22-23; Rom. 11:9-10). El Salmo 95 se cita en la Epístola a los Hebreos para exhortar a los creyentes judíos a recibir la Palabra de Dios por fe y a no endurecer sus corazones (Hebr. 4:7). Uno no puede dejar de sorprenderse por el alcance de lo que fue comunicado por el Espíritu Santo a través de David, “el gentil salmista de Israel”.

3.3 - El Espíritu le da a David el modelo del templo

La agitada vida de David culmina con las instrucciones que da a su hijo Salomón para que construya un templo para Jehová. David mismo había recibido estas instrucciones del Espíritu de Dios: «Y David dio a Salomón su hijo el plano del pórtico del templo y sus casas, sus tesorerías, sus aposentos, sus cámaras y la casa del propiciatorio» (1 Crón. 28:11ss.). «Todas estas cosas», dice David, «me fueron trazadas por la mano de Jehová, que me hizo entender todas las obras del diseño» (v. 19).

Al darle a David el plano del templo por su Espíritu, Dios asegura que será su voluntad, no la voluntad del hombre, quien presidirá la construcción. No hay instrucciones tan precisas en este capítulo 28 como las que Dios le dio a Moisés en el libro del Éxodo para la construcción del Tabernáculo. Sin embargo, cuando Salomón construyó el templo, es evidente que se estaba apegando al plan dado por el Espíritu de Dios. La Escritura menciona todo lo que había sido preparado para esta gran casa. El pensamiento de David fue: «La casa que se ha de edificar a Jehová ha de ser magnífica por excelencia, para renombre y honra en todas las tierras» (1 Crón. 22:5).

Sin embargo, las instrucciones de David no se refieren solo a la casa en sí, sino también al servicio divino (vean 1 Crón. 23 y siguientes). Fueron seguidos en los días de gloria y poder de Israel, durante los reinados de David y Salomón. También fueron seguidos en los días de debilidad, en los avivamientos que la gracia de Dios produjo, especialmente en los días de Ezequías y Josías (2 Crón. 29:25-27; 35:4). Después de la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia, cuando el templo y las murallas de Jerusalén fueron reconstruidos, se recordaron y practicaron según «la ordenanza de David» con respecto a la alabanza a Jehová (Esd. 3:10). En Nehemías 12:44-45 encontramos el servicio de los cantores y porteros, así como la alabanza a Dios, restaurados según las instrucciones de David, un hombre de Dios. Las instituciones divinas son tanto para los días de debilidad y restauración como para los días de prosperidad.

Estas son lecciones importantes para nosotros los cristianos. Los principios de Dios nunca cambian. El orden que corresponde a la presencia y alabanza de Dios debe mantenerse cuidadosamente. Cuando el hombre piensa que sabe actuar mejor que Dios, crea desorden. De hecho, cuando las instrucciones claras de Dios son reemplazadas por arreglos humanos, es como si el hombre dijera: “Sé cómo hacer mejor que Dios”. Las instrucciones de Dios para una dispensación permanecen mientras dure, ya sea en días buenos o malos.

El Espíritu Santo habla clara y enérgicamente, a través del apóstol Pablo, sobre el orden en la Asamblea. En la Primera Epístola a los Corintios, Pablo enseña a los creyentes que ellos son el templo de Dios (3:16). Concluye las muchas instrucciones que les da diciéndoles: «Si alguno piensa ser profeta o espiritual, reconozca lo que os escribo, porque es mandamiento del Señor» (1 Cor. 14:37). El Espíritu habla expresamente de la debilidad y la infidelidad que caracterizarán el fin de los tiempos (1 Tim. 4:1-3). Pero Timoteo, y nosotros mismos con él, estamos exhortados a aferrarnos a la verdad enseñada por Pablo (2 Tim. 3:14-16).

3.4 - David reconoce la omnipresencia del Espíritu

Es notable ver el profundo sentido de David de la omnipresencia de Dios. Esto es lo que expresa en el Salmo 139: «¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?» (v. 7). David se da cuenta de que no hay ningún lugar donde pueda esconderse de Dios. Su Espíritu sabe exactamente dónde está, lo que piensa, lo que dice y lo que hace. Esta es una consideración muy seria. El pecado de David con Betsabé, y otras fallas, nunca habrían ocurrido si él hubiera recordado este gran hecho. Y en cuanto a nosotros que hemos creído en Cristo, ¿fluye nuestra vida en la conciencia real de que esto es así?

En el libro del Apocalipsis, el Espíritu de Dios está presentado en la forma de 7 Espíritus enviados por toda la tierra (comp. Apoc. 1:4; 5:6). No hay lugar en este mundo donde el Espíritu no pueda estar y operar. El Señor Jesús habla del Espíritu Santo comparándolo con el viento: «El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va» (Juan 3:8).

Corporalmente, el Señor Jesús está a la diestra de Dios (Hec. 2:33). Pero él está en el Espíritu con los suyos en la tierra (Juan 14:17-18; Mat. 28:20). Es a través de la presencia del Espíritu Santo que conocemos la presencia del Señor Jesús. Él es el Espíritu de Jesús (Hec. 16:7), el Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19), el Espíritu del Hijo de Dios (Gál. 4:6). Él está con nosotros y en nosotros por la eternidad (Juan 14:16-17). Puede estar entristecido o apagado, pero siempre está ahí para mantener lo que pertenece a Dios y al Señor Jesucristo (Efe. 4:30; 1 Tes. 5:19).

3.5 - David pide ser guiado por el Espíritu Santo

«Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud» (Sal. 143:10). Hay 2 cosas que están relacionadas con esta petición: David pide a Dios que le enseñe a hacer su voluntad y a dejarse guiar por su buen Espíritu. No podría haber pedido una guía mejor que esa. Estas cosas eran importantes para él, y es un hermoso rasgo de su carácter. Son importantes para todos los creyentes que desean agradar a Dios. ¿Estamos dispuestos a dejar a un lado nuestra propia voluntad y, mediante la ayuda y la guía del Espíritu, seguir la voluntad de Dios?

El Señor Jesús nos da aquí, como en todas las cosas, un ejemplo perfecto. Al comienzo de su ministerio, lo vemos «lleno del Espíritu Santo» y guiado por el Espíritu al desierto (Lucas 4:1). Iba a ser sometido a las tentaciones de Satanás. Pero venció los artificios de su gran adversario. Él sale victorioso a través de su dependencia de Dios, citando la Palabra cada vez.

Pablo, el apóstol de los gentiles, tenía un deseo constante de hacer la voluntad de Dios. Su vida y gozo debían servir al Dios vivo y a Jesús, su Salvador y Señor. Un día, mientras anunciaba el Evangelio con sus compañeros, el Espíritu les impidió ir a Asia. Creyendo que era correcto partir hacia Bitinia, partieron en esa dirección. Ni el Espíritu de Jesús se lo permite (Hec. 16:6-9). Poco después, Pablo tiene una visión y el camino se vuelve más claro. Así que partieron hacia Macedonia y Grecia. Procuraban hacer la voluntad de Dios, y el Espíritu los guiaba. ¿Cuál fue el resultado? Se formaron asambleas en Filipos, Tesalónica, Corinto y Éfeso. La voluntad de Dios y la guía del Espíritu siempre producen frutos para la gloria de Dios y para la bendición de las almas.

Los cristianos de Galacia corrían un gran peligro de volver al yugo de la Ley. Pablo les escribió para corregir las enseñanzas erróneas que los estaban descarriando. En el capítulo 5, trata del gran conflicto entre la carne y el Espíritu. Les dice, entre otras cosas: «Si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (v. 18). La Ley de Moisés había sido dada a una nación de hombres en la carne, es decir, que tenían una naturaleza caída e incapaces de agradar a Dios. La guía y el poder del Espíritu permiten a los creyentes vencer las tendencias de la carne y manifestar el fruto del Espíritu, que agrada a Dios y honra a Cristo.

En Romanos 8:14-17, encontramos una alta característica de la dirección del Espíritu. Son los «hijos de Dios» que son guiados por su Espíritu. Estos hijos, a través del Espíritu adoptado que han recibido, están capacitados para hablar a su Padre y decirle: «¡Abba, Padre!» (Gál. 4:6). Estas son exactamente las palabras que el Señor Jesús dirigió a su Padre en el huerto de Getsemaní (Marcos 14:36). ¡Qué cosa tan maravillosa! para poder dirigirse a nuestro Padre de la misma manera que su Hijo único y amado.

El deseo de David de ser guiado por el buen Espíritu de Dios está en perfecto acuerdo con los privilegios y responsabilidades cristianos.

3.6 - David le pide a Dios que no le quite su Espíritu

Tan pronto como David fue conducido, por medio del profeta Natán, a ver la gravedad de su pecado de adulterio con Betsabé, se llevó a cabo en él una profunda obra de conciencia. Sin demora, le dijo a Natán: «Pequé contra Jehová» (2 Sam. 12:13). Y no solo se arrepiente, sino que deja a Dios una memoria escrita y pública de la realidad de su arrepentimiento. Es el Salmo 51. Vemos el corazón y la conciencia de David en la plena luz de Dios. Se da cuenta de que ha pecado sobre todo contra Dios.

Es en este salmo donde encontramos la petición a Dios: «No quites de mí tu santo Espíritu» (v. 11). Para David, el peligro de perder la presencia, la ayuda y el poder del Espíritu Santo era real. Saúl, el primer rey de Israel, había conocido el poder del Espíritu en su vida, pero debido a sus graves fallos, el Espíritu de Dios se había retirado de él (1 Sam. 10:6, 10; 11:6; 16:14). Puede que sea este recuerdo el que impulsó a David a orar como lo hace. En el mismo orden de ideas, puede notarse que el Espíritu de Dios había actuado poderosamente en Sansón, el juez de Israel (Jueces 13:25; 14:6, 19; 15:14); pero desde el momento en que ha revelado a Dalila su secreto de nazareo y ha perdido su fuerza, no hay más mención de la operación del Espíritu en él.

Es importante ver que la oración de David estaba en consonancia con el tiempo en el que vivió. Era la época de la Ley. Pero esa oración estaría completamente fuera de lugar hoy en día. En el día de Pentecostés, el Señor Jesús envió el Espíritu Santo a la tierra, para sellar a todos los que creían en él. A partir de entonces, el Espíritu Santo habita en los creyentes (Hec. 2:33). Como dijo el Señor Jesús, el Espíritu les fue dado para estar con ellos para siempre y en ellos (Juan 14:16-17). No se les puede quitar. Con el Espíritu Santo hemos sido «sellados para el día de la redención» (Efe. 4:30). Este es el día en que todos los creyentes en Cristo, los que están muertos y los que estarán vivos cuando él venga, recibirán cuerpos glorificados. Cuando Dios sella a un creyente con su Espíritu, ningún poder puede destruir ese sello. Ninguna cantidad de infidelidad por parte del creyente puede romperla o quitarla (2 Cor. 1:21-22).

Pero si un verdadero creyente puede estar seguro de que el Espíritu Santo nunca le será quitado, esto no debería animarlo a vivir descuidadamente. El nombre característico del Espíritu en el Nuevo Testamento es el Espíritu Santo. Para que él pueda desplegar su poder en nosotros, ya sea en la adoración o en cualquier servicio cristiano, es esencial que él no esté entristecido (Efe. 4:30). Ahora se entristece por nuestros pecados, y especialmente por los pecados que no confesamos. Hoy, tal vez más que antes, es fácil perder la sensibilidad hacia el mal en sus diversas formas. La verdadera comunión con el Padre y con el Hijo, así como el servicio de acuerdo con la mente de Dios, depende esencialmente de la armonía de nuestros corazones con el Espíritu de Dios que mora en nosotros.

4 - La justicia y la fidelidad de David

Salmos 26; 78:70-72; 1 Reyes 9:4

Las Escrituras nos presentan a David como un hombre íntegro. La rectitud y la fidelidad son verdaderamente rasgos de su carácter. Los errores, las faltas graves, sin duda marcarán su camino, pero incluso en estas circunstancias, Dios devolverá a su siervo a sí mismo mediante una confesión honesta y lo restaurará.

4.1 - Un joven pastor fiel

David, el hijo menor de la familia de Isaí el belenita, era pastor. Su padre le había confiado el cuidado del rebaño. Aquí es donde lo encontramos, la primera vez que se le nombra, cuando Samuel le pide a Isaí que lo traiga (1 Sam. 16:11). La forma en que su padre habla de él muestra la confianza que tenía en él.

Después de ser ungido rey de Israel por Samuel, David regresa a su tarea como pastor, y la cumple hasta que está llamado a ser el arpista de Saúl, cuando el rey a quien Dios ha rechazado está turbado en su mente (v. 14-23).

En el momento en que Saúl está ocupado en la guerra contra los filisteos, y 3 de los hijos de Isaí están en el ejército, encontramos a David de nuevo junto al rebaño de su padre (17:13-15). Es concienzudo en el cumplimiento de sus responsabilidades. De hecho, cuando su padre lo envió a llevar provisiones a sus 3 hermanos mayores, dejó el ganado menor que se le había confiado en manos de un cuidador (v. 20). De esta manera, muestra su preocupación por sus ovejas. Se levanta temprano y cumple fielmente su misión.

En este día, cuando David se ofrece a afrontar a Goliat, Saúl compara al joven con sus guerreros y declara: «No podrás tú ir contra aquel filisteo» (v. 33). Esto le da a David la oportunidad de contar una experiencia extraordinaria, que demuestra su valentía, su confianza en Dios y su devoción a sus ovejas. Había arriesgado su vida para liberar a un cordero de la boca de un león y un oso.

Las lecciones que David aprendió a una edad temprana como pastor ciertamente lo prepararon para las grandes responsabilidades que le esperaban cuando llegara el momento de guiar al pueblo de Israel, el rebaño de Dios. Su ejemplo nos enseña. El tiempo de nuestra juventud es, en particular, un tiempo de formación. Las lecciones aprendidas durante este tiempo marcan toda nuestra vida. Y la fidelidad en el servicio humilde nos prepara para asumir mayores responsabilidades.

4.2 - La sumisión a la voluntad de Dios

David, sentado en el trono de Israel, compara su propia morada como una casa de cedro y la morada del arca de Dios como una simple tienda (2 Sam. 7:1-2). Entonces surgió en su corazón el deseo de construir una casa digna de Jehová. Se lo contó al profeta Natán. Este primero lo anima, luego debe comunicarle que Dios tiene otros pensamientos (v. 4 y ss.). David derramó mucha sangre; no edificará la Casa de Jehová. Es su hijo Salomón, un hombre de paz que gobierna sobre un reino en reposo, quien tendrá este privilegio (1 Crón. 22:7-10).

La forma en que David acepta esta decisión de Dios es muy notable. Demuestra la pureza y honestidad del deseo de David. Lo que le importaba era que se construyera una casa para Jehová. No le importaba si era él mismo u otro quien lo construía. En el servicio, no buscó su propia gloria, sino la de Dios. ¡Qué lección para nosotros!

Si tenemos un gran deseo de realizar un servicio especial para el Señor, y él nos muestra que se complace en confiarlo a otra persona, ¿cómo respondemos? ¿Hay decepción, amargura, celos en nosotros? ¿O nos regocijamos de todo corazón, pensando solo en la obra y la gloria de Dios?

David predica con el ejemplo. Dedicará sus fuerzas y posesiones a acumular los materiales necesarios para el templo que Salomón construirá (1 Crón. 22:14; 29:1-5). ¿Solo nos interesa lo que ponemos en nuestras manos? ¿Dejamos de orar por un servicio, si no hemos sido elegidos para participar activamente en él? ¿Nos regocijamos cuando otras personas son bendecidas por el Señor en servicios en los que nos hubiera gustado participar?

 

4.3 - La justicia en la confesión

Después de pecar, en el Jardín del Edén, Adán y Eva hicieron cinturones de hojas de higuera para cubrirse. Es la imagen del comportamiento del hombre, creyente o no creyente, después de pecar. Trata de ocultar sus faltas, o de culpar a los demás. Pero nada escapa a los ojos de Dios.

David, a pesar de todos sus años de caminar con Dios, se dejó llevar por la lujuria. Cometió adulterio, y luego mandó matar a uno de sus soldados más valientes por medio de un vil complot. ¿Pensó por un momento que un rey podía permitirse tales cosas? Sea como fuere, el relato termina con la solemne declaración: «Esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová» (2 Sam. 11:27).

El profeta Natán es = está enviado a David para guiarlo a abrir sus ojos a la seriedad de sus acciones. Y David no busca mentir ni justificarse. Confiesa: «Pequé contra Jehová» (12:13).

Dos salmos nos revelan los ejercicios profundos del corazón por los que pasó, hasta recobrar la plena comunión con Dios. Se trata de los Salmos 32 y 51. En el primero, vemos sus luchas internas hasta que es llevado a confesar francamente sus faltas (32:3-5). Y luego viene el alivio, y expresa su gozo por haber sido perdonado (v. 1-2). En el segundo, el ejercicio es más profundo. Lo que le preocupa sobre todo no es el mal cometido contra los hombres, sino la gravedad del pecado ante Dios. «Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos» (51:4). El pecado de adulterio con Betsabé, el crimen contra Urías, el engaño en el que había involucrado a Joab, todos estos pecados son contra Jehová. David, en su integridad, las confiesa sin tratar de ocultarlos o excusarlos.

Y Dios le hace comprender cuánto aprecia esta confesión honesta, este quebrantamiento del corazón y de la mente: «Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (51:17). David tendrá que sufrir las consecuencias de su pecado en su propia casa, pero habrá recuperado el gozo de la salvación (51:12).

4.4 - La aceptación de la finalización de un servicio

David había sido un hombre de guerra fuerte y valiente. Había salido victorioso en todas sus batallas. Pero, a medida que avanzaba en edad, su fuerza disminuía. En una guerra contra los filisteos, David estaba “cansado” y en gran peligro de ser derribado por un hombre fuerte (2 Sam. 21:15-17). Abisai, hijo de Sarvia, intervino, mató al filisteo y liberó al rey.

Este evento marca el final de la vida de David como guerrero. De hecho, sus hombres le dicen: «Nunca más de aquí en adelante saldrás con nosotros a la batalla, no sea que apagues la lámpara de Israel» (v. 17). No vemos en David ninguna protesta contra esta sabia decisión de sus parientes. Se somete a ella sin amargura, reconociendo con honestidad y rectitud que sus fuerzas se han debilitado y que, por el bien del pueblo, debe dejar algunas tareas a otros. No se avergüenza de sentir el peso de los años y se retira con honor.

Moisés, de acuerdo con el mandato de Dios, cedió el paso a Josué. Elías se lo dejó a Eliseo. Es un gran error cuando los creyentes quieren seguir ejerciendo un servicio, cuando está claro para los que le rodean que su capacidad para hacerlo ya no está ahí. La rectitud y la honradez deben llevar a reconocer las cosas como son y a dejar las cargas a otros, a quienes el Señor ha preparado para ello y que son fieles.

4.5 - La fidelización en la administración

David preparó una gran cantidad de oro, plata, bronce, hierro y otros materiales para la construcción del templo. Esto fue en parte el botín recogido de las diversas victorias de Israel, en parte lo que los líderes del pueblo habían dado, y en parte también las riquezas que pertenecían al rey (1 Crón. 29:3-9). La actitud muy generosa de David animó a otros a dar, y eliminó de antemano cualquier pensamiento de que el rey estaba aprovechando esta oportunidad para enriquecerse.

El apóstol Pablo siguió un camino similar, tanto recto como altruista, en todos los asuntos relacionados con los bienes materiales. Actuó según el principio: «Procuremos hacer lo que es honrado, no solo en presencia del Señor, sino también delante de los hombres» (2 Cor. 8:21).

«La raíz de todos los males es el amor al dinero» (1 Tim. 6:10). Moisés, Nehemías y Pablo, al igual que David, fueron fieles; podían colocar tranquilamente su administración a la luz de Dios y ante los ojos de sus hermanos (Núm. 16:15; Neh. 5:14-19; Hec. 20:30-35).

4.6 - El fiel pastor de Israel

El joven que había cuidado fielmente de las ovejas de su padre llegó a ser el rey de Israel, y fue un verdadero pastor para el pueblo de Dios. «Los apacentó conforme a la integridad de su corazón, los pastoreó con la pericia de sus manos» (Sal. 78:72).

El sombrío cuadro de los fracasos de los pastores de Israel en Ezequiel 34 destaca el cuidado de David por el rebaño de Dios. En este mismo capítulo, David es la imagen del Mesías que, durante el Milenio, pastoreará al pueblo de Dios para su plena bendición en la tierra (v. 23-24). Los malvados pastores de Israel, sus líderes, se habían alimentado a sí mismos en lugar de alimentar al rebaño. No habían fortalecido a las ovejas débiles, ni habían cuidado a los enfermos o heridos. No habían traído de vuelta a los que se habían descarriado. Los habían gobernado con dureza y rigor (v. 3-6).

¡Qué diferente era la actitud de David! Ya en la batalla contra Goliat, había arriesgado su vida para liberar al pueblo (1 Sam. 17). Más tarde, dio la bienvenida a los que estaban en angustia, a los que tenían amargura en sus almas (22:1-2). Ofreció refugio a los que huían de Saúl (22:20-23). Liberó a los cautivos que los amalecitas habían secuestrado, recuperó todos los bienes y exigió que el botín se compartiera con aquellos que habían estado demasiado cansados para ir a la batalla (30:18-25). Llevó a un hombre cojo, Mefi-boset, a su mesa para que comiera todos los días (2 Sam. 9). En un día de gozo, lo vemos bendiciendo al pueblo y distribuyendo «a toda la multitud de Israel, así a hombres como a mujeres, a cada uno un pan, y un pedazo de carne y una torta de pasas» (6:18-19). En el asunto de la enumeración, en la que había traído el castigo de Dios por su propia culpa, pide expresamente que la mano del Señor esté sobre él y no sobre el pueblo: «Yo pequé, yo hice la maldad; ¿qué hicieron estas ovejas?» (24:17). David tenía el corazón de un pastor. Cuidó de su pueblo, lo protegió de sus enemigos y lo condujo por el camino correcto.

La congregación de Dios también necesita pastores dedicados. Pedro, en su restauración, fue confirmado por el Señor mismo: «Pastorea mis ovejas» (Juan 21:16). No el pastor, sino un pastor entre otros. Pedro, a su vez, exhorta a los ancianos: «Pastoread la grey de Dios que está entre vosotros» (1 Pe. 5:1-2). También Pablo, que es un pastor extraordinario, exhorta a los ancianos de Éfeso a pastorear la Asamblea de Dios (Hec. 20:28). Este es un servicio muy importante y necesario. Requiere amor por las ovejas del Señor, sabiduría para satisfacer sus necesidades y paciencia para perseverar ante las dificultades.

«Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré aprisco, dice Jehová el Señor. Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada; vendaré la perniquebrada, y fortaleceré la débil». «Y levantaré sobre ellas a un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor. Yo Jehová les seré por Dios, y mi siervo David príncipe en medio de ellos» (Ez. 34:15-16, 23-24).

5 - Los fracasos de David

Escribir algo acerca de los fallos de un hombre de Dios puede parecer indecoroso e inútil, especialmente cuando uno es consciente de sus propios fallos. En sus salmos, sin embargo, David no oculta sus faltas. Desnuda su alma ante Dios y, al mismo tiempo, ante nosotros. Los Salmos 32 y 51 son ejemplos sobresalientes de cómo David confesó sus pecados a Dios. En muchos otros pasajes, lo escuchamos expresar arrepentimiento por lo que ha hecho. No es posible que haya una confesión abierta ante los hombres sin que primero haya una confesión sincera ante Dios.

Al observar los defectos de David tal como se presentan en la Palabra, nos damos cuenta de que, por muy dotado, honrado y fiel que fuera este hombre de Dios, seguía siendo solo un hombre. Y así, sus experiencias son de la mayor utilidad para cada uno de nosotros. Deben ayudarnos a discernir las tentaciones que también son nuestras, y llevarnos a la vigilancia para evitar las trampas en las que él había caído.

5.1 - El fracaso de la fe y las consecuencias (1 Samuel 27 - 30)

Desde el momento en que Dios rechazó a Saúl y ungió a David como rey, era evidente que Dios tenía propósitos gloriosos para él. Sin embargo, el camino que lo llevaría a la realeza no iba a ser fácil. Poco después de su victoria sobre Goliat y de los vítores de la muchedumbre, David tuvo que experimentar la dolorosa experiencia del odio y la persecución.

Y así fue como en un período particularmente difícil, en el que había sentido el odio implacable de Saúl y su deseo de matarlo, David llegó a creer que Saúl finalmente lograría su objetivo. «Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl» (1 Sam. 27:1). Pero ¿están sus temores de acuerdo con su fe? ¿Ha olvidado David su unción y las promesas de Dios? ¿Ha olvidado cómo Dios le dio la victoria sobre Goliat? Parece que por un momento olvida los muchos testimonios del poder y las liberaciones de Dios, así como sus gloriosos propósitos para él. Cuando las circunstancias se vuelven cada vez más difíciles, cuando las pruebas parecen insuperables, es fácil desanimarse y faltar a la fe.

La falta de fe de David, ¡ay!, lo lleva a un camino que está muy por debajo de la dignidad de aquel a quien Jehová ha ungido para ser rey de su pueblo. Un fracaso lleva a otros, y este es a menudo el caso, ¡ay! David busca refugio entre los filisteos, enemigos de Israel. ¡Aquis, que confía en él tal vez incluso demasiado!, le da la ciudad de Siclag; y habita allí, con sus hombres, durante un año y cuatro meses (27:7). Hicieron incursiones en los países del sur, sin dejar ni hombre ni mujer con vida, por temor a que le dijeran a Aquis algo contra ellos. ¡Un período oscuro en la vida de David!

Finalmente, debido a su posición equívoca, se encuentra asociado con los filisteos en una guerra contra Israel (28:1-2; 29:1-5). Aquí se encuentra en una situación inextricable. Dios, en su gracia, interviene para liberarlo de ella: los filisteos lo despiden a él y a su compañía. Sin embargo, debe sentir que la mano de Dios cae sobre él con severa disciplina. Durante la ausencia de las tropas, los amalecitas hicieron una incursión en Siclag y la quemaron. Las mujeres y los niños fueron tomados cautivos, y todas las propiedades fueron saqueadas. Entonces, «David y la gente que con él estaba alzaron su voz y lloraron, hasta que les faltaron las fuerzas para llorar» (30:4). David incluso corre el peligro de ser apedreado por sus hombres (v. 6).

Así, en medio de esta inmensa angustia, leemos que «David fue fortalecido en Jehová su Dios» (v. 9). Redescubre su fe anterior, su valentía y su energía. Le pide a Jehová, lo que probablemente había hecho poco durante los últimos meses. Y Jehová lo anima a perseguir a Amalec. Recuperaron todo lo que les habían quitado y trajeron un gran botín (v. 18-20).

¿Nos resulta familiar este desenlace? Así debe ser para los cristianos practicantes. El alma está angustiada, y Dios concede la liberación. Pero esta liberación no es el resultado de una mejora en las circunstancias. Aparece cuando nos damos cuenta de nuestra total impotencia y nos volvemos a Dios en completa dependencia de Él. Entonces nuestras fuerzas se renuevan y somos conducidos a la victoria.

5.2 - Una ira ardiente (1 Samuel 25)

La historia tiene lugar en el momento en que David huye de Saúl. Él y los hombres que lo acompañan han sido insultados por Nabal, un hombre rico, duro y egoísta. Durante un tiempo, la tropa de David había protegido los rebaños y pastores de este hombre. Entonces, justo cuando Nabal tiene las esquiladoras y hay mucha comida en su mano, David le pide un poco de ayuda. Nabal entonces muestra una gran ingratitud hacia David y no reconoce los servicios que se le han prestado. Despidió a los mensajeros de David con desprecio. La reacción de este último es comprensible, pero qué angustiosa: se enfada violentamente; ordenó a sus hombres que tomaran sus espadas y lo siguieran. Está decidido a exterminar a toda la casa de Nabal sin demora.

Afortunadamente, Nabal tiene una esposa sabia, Abigail. Cuando uno de sus sirvientes le cuenta lo que ha sucedido y le dice que David se ha propuesto vengarse, ella interviene con notable sabiduría. Sin referirse a su esposo, sería una pérdida de tiempo, ¡ella lo sabe!, prepara una gran cantidad de comida para David y sus hombres, y sale a su encuentro. Ella apacigua su ira antes de que pueda llevar a cabo su plan. Abigail tiene una actitud admirable. Es humilde; no se enorgullece de su obra, sino que la atribuye enteramente a Jehová. Fue él, dice ella, quien contuvo a David y le impidió matar a Nabal para tomar la justicia en sus propias manos.

David había corrido un gran peligro de transgredir el mandamiento del Señor: «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo» (Lev. 19:18). Había sido elegido, como declara Abigaíl, para pelear «las batallas de Jehová», es decir, para pelear contra los enemigos de Israel. En busca de venganza por sí mismo, David abandonó su misión por completo. A través de la intervención de esta mujer sabia, Jehová evita que se manche las manos con la sangre de un israelita. Es hermoso ver a David darse cuenta de que lo que estaba a punto de hacer estaba mal, y bendiga a Dios por detenerlo a través de Abigail.

La historia termina con el juicio de Dios contra Nabal. «Y diez días después, Jehová hirió a Nabal, y murió» (v. 38). Todo esto nos recuerda la admonición de Pablo: «No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dad lugar a la ira; porque está escrito: ¡Mía es la venganza; yo pagaré!, dice el Señor» (Rom. 12:19).

Este episodio en la vida de David nos da una seria advertencia contra la ira. Muchos pasajes de la Biblia nos exhortan sobre este tema. Por ejemplo: «No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios» (Ecl. 7:9). «El que fácilmente se enoja hará locuras» (Prov. 14:17). El apóstol Pablo nos dice: «Enojaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis ocasión al diablo» (Efe. 4:26-27), y también: «Que toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia sean quitados de entre vosotros, como también toda malicia; y sed benignos unos para con otros, compasivos, perdonándoos unos a otros, como también Dios os ha perdonado en Cristo» (Efe. 4:31-32; vean también Col. 3:8).

Uno podría dar una larga lista de pasajes de las Escrituras que advierten contra la ira. Pero, sobre todo, recordemos que la carne en David es de la misma naturaleza de pecado que en cada uno de nosotros. Podemos caer y todos caemos en la misma trampa. ¡Cuántas veces, a causa de la ira, deshonramos al Señor y dañamos su causa y sus intereses! Sin embargo, tenemos más recursos que David: tenemos al Espíritu Santo morando en nosotros. Él es el poder que nos permite manifestar las características de la nueva vida. En cuanto a la carne, en todos los tiempos, no puede soportar ser humillada, insultada o frustrada.

Para concluir este tema, recordemos que hay iras que son justas. Aunque el rey de Egipto se negó obstinadamente a dejar ir a Israel, Moisés «salió muy enojado de la presencia de Faraón» (Éx. 11:8), no porque él mismo hubiera sido insultado y ofendido, sino porque Faraón se burló de Dios. Del mismo modo, vemos al Señor Jesús mirando a los hombres con indignación, «apenado a causa de la dureza de sus corazones» (Marcos 3:5). ¡Que el Señor nos ayude a superar los ataques personales y a reservar nuestra ira e indignación para los ataques contra Dios mismo!

5.3 - La ignorancia u olvido de la Palabra de Dios (2 Samuel 6)

Muchos años antes de la ascensión de David al trono, el arca de Jehová había sido tomada por los filisteos (1 Sam. 4). Después de varias aventuras, la habían enviado de vuelta en un carro nuevo tirado por 2 vacas nodrizas. Sin dudarlo, habían tomado el camino a Bet-semes, donde habían sido recibidos con gozo (1 Sam. 6). Entonces el gozo se había convertido en lamento, pues Dios había matado a varios hombres de la ciudad, porque habían mirado dentro del arca. Luego fue colocado en Quiriat-Jearim (7:1), y allí permaneció hasta el tiempo de David.

La presencia de Dios, de la cual el arca era el símbolo, era de inmenso valor para el corazón de David. Por lo tanto, tan pronto como su reino se estableció sobre todo Israel y disfrutó de cierta estabilidad, David deseó sacar el arca de Quiriat-jearim y llevarla a Jerusalén. Reunió a toda la élite de Israel, 30.000 hombres; el arca se coloca en un carro nuevo que se pone en camino hacia Jerusalén, mientras el pueblo se regocija ante Jehová, al son de toda clase de instrumentos musicales (2 Sam. 6:1-5).

¿Era correcto utilizar un carro para transportar el arca? Dios no había reprochado a los filisteos que habían utilizado este medio. No conocían los mandamientos de Jehová a este respecto. Pero David y su pueblo eran responsables de conocerlos y respetarlos. El arca debía ser llevada por los levitas. En el desierto, los hijos de Coat, que estaban a cargo de los utensilios del Tabernáculo, no habían recibido carros, como los gersonitas y los meraritas; «llevaban sobre sí en los hombros» (Núm. 7:6-9).

A pesar de todas las buenas intenciones de David, Dios debía mostrar su desaprobación. Permite que los bueyes que tiran de la carreta den un paso en falso. Uza extiende su mano sobre el arca para evitar que caiga, pero Dios lo golpea de inmediato, porque ha puesto su mano sobre un objeto que nunca debía ser tocado.

Primero, David está entristecido porque Jehová había herido «a Uza» (v. 8). Entonces comprende su falta, y hace todos los arreglos necesarios para que el arca sea llevada a Jerusalén de una manera consistente con las instrucciones de Dios: «El arca de Dios no debe ser llevada sino por los levitas». «Pues por no haberlo hecho así vosotros la primera vez, Jehová nuestro Dios nos quebrantó, por cuanto no le buscamos según su ordenanza» (1 Crón. 15:2, 13). Entonces Dios ayuda a los que llevan el arca; todo va bien y el gozo desborda (v. 25-29). Dios honra la fe de aquellos que son fieles a su Palabra.

El carro nuevo utilizado para transportar el arca nos hace pensar en los medios que emplea el mundo. No deben tener lugar en el servicio al Señor: «Porque lo que es muy estimado entre los hombres, es una abominación ante Dios» (Lucas 16:15).

5.4 - Una negligencia moral grave (2 Samuel 11; 12)

Quizás la mancha más oscura en la vida de David es su pecado de adulterio con Betsabé, seguido de un comportamiento vergonzoso y traicionero hacia el esposo de esta, Urías. Eva, en el Jardín del Edén, había visto, codiciado y tomado. De la misma manera, David ve a esta hermosa mujer, la codicia, la invita a su casa y la seduce. Cuando Betsabé le dice a David que está embarazada, él actúa de una manera abominable hacia Urías, uno de sus fieles guerreros. Lo lleva a casa, para que se le pueda atribuir la paternidad del niño. Pero el plan de David fracasa debido a la dedicación de su soldado. El rey entonces trata de embriagar a Urías, con la esperanza de que vaya a ver a su esposa. Fracasa una vez más. Sin saber cómo salir de ella, David decide matar a Urías en el campo de batalla. Joab, el comandante del ejército, recibe la orden de colocar a Urías en el lugar más peligroso y dejarlo solo frente al enemigo. La esperanza de David se cumple: Urías muere. Betsabé lloró a su marido, luego David la llevó a su casa y la tomó por esposa. Todo parece volver a la normalidad.

¡Claro que no! ¡Todo lo contrario! David buscó cubrir su pecado a través de engaños, engaños y crueldad, pero en todo esto, ¡se olvidó de Dios! «Mas esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová» (11:27).

Dios envía al profeta Natán a David. El mensajero de Dios le habla primero por medio de una parábola, una historia sencilla de egoísmo, codicia, dureza de corazón (12:1-4). Y cuando David se indigna y pronuncia un juicio justo con respecto al caso que se le presenta, el profeta debe decirle: «Tú eres aquel hombre». Estas palabras penetran hasta lo más profundo de la conciencia de David. Luego, en términos claros y fuertes, el profeta le muestra la extrema gravedad de toda su conducta en este asunto. David inclina la cabeza. No busca disculparse. Declara: «Pequé contra Jehová» (v. 13).

Así que Natán puede decirle que Dios le ha perdonado su pecado, que no morirá. Sin embargo, habrá consecuencias gubernamentales por su culpa. Con su conducta, David había despreciado a Jehová, y había dado a los enemigos de Jehová ocasión para blasfemar. El castigo de Dios tendrá que ejercerse en la casa del mismo David; y la primera consecuencia de su pecado es que el niño nacido de Betsabé morirá.

¡Qué solemnes lecciones nos da esta vergonzosa historia! No olvidemos, como lo hizo David en ese momento, que «todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien tenemos que rendir cuenta» (Hebr. 4:13). Un creyente, por muy avanzado que esté, no es inmune a las tentaciones. Es necesaria una vigilancia constante. «Los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida» nos acechan incesantemente (1 Juan 2:16). ¡Cuánta ruina a causa de esto entre los hijos de Dios! Recordemos las palabras de Job: «Hice pacto con mis ojos; ¿cómo, pues, había yo de mirar a una virgen?» (Job 31:1). También vemos que la pereza con respecto a los intereses del Señor puede llevar al pecado. Para cuando su ejército estaba en el campo, David estaba ocioso en Jerusalén (2 Sam. 11:2).

5.5 - La falta de discernimiento

David le había prometido a Jonatán, en un pacto solemne, que actuaría con bondad con sus descendientes (1 Sam. 20:15-17).

Jonatán tenía un hijo llamado Mefi-boset, que era cojo de ambos pies desde que tenía 5 años. Cuando la noticia de la muerte de Saúl y sus hijos se extendió por la tierra de Israel, el niño fue llevado apresuradamente; y, en la huida, había tenido una caída (2 Sam. 4:5).

Cuando su trono fue establecido sobre Israel, David recordó su promesa. Su búsqueda lleva ante él, en primer lugar, a Siba, siervo de la casa de Saúl, y luego a Mefi-boset, hijo de Jonatán. David usó “la bondad de Dios” para con él, le devolvió todos los bienes que habían pertenecido a su padre y lo acogió en su casa. «Comía cada día a la mesa del rey» (2 Sam. 9:7). Siba y su familia fueron nombrados siervos de Mefi-boset.

Durante la revuelta de Absalón, David tuvo que huir de Jerusalén. Siba, que es un hombre astuto y celoso, ve esto como una oportunidad para ganar el favor de David a expensas de Mefi-boset. Trae al rey fugitivo abundantes provisiones y calumnia a Mefi-boset, alegando que permaneció en Jerusalén con la esperanza de que las circunstancias se volvieran a su favor y que el reino de Saúl volviera a él (2 Sam. 16:1-4). Y es aquí donde David muestra una cierta falta de discernimiento. Aceptó la historia que Siba le contó sin verificarla, y le dijo sin tomarse la molestia de considerar las cosas cuidadosamente: «He aquí, sea tuyo todo lo que tiene Mefi-boset». Es posible que a Mefi-boset le faltara la determinación y la energía para acompañar a David. Pero en esta circunstancia, David no sigue las instrucciones de Dios: «No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Solo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación» (Deut. 19:15; vean también Mat. 18:16). Las Escrituras nos advierten repetidamente contra la murmuración y la calumnia (Lev. 19:16; Prov. 10:18; 1 Tim. 3:11; Tito 2:3; 1 Pe. 2:1). El relato que tenemos aquí nos enseña a tener cuidado de evitar conclusiones apresuradas.

Después de la muerte de Absalón, David regresó a Jerusalén. Mefi-boset salió a su encuentro, llevando en sus ropas y en su porte las señales de luto que había llevado desde la partida del rey. Le explica a David que su siervo lo ha engañado y calumniado. David se niega a saber más y a aclarar las cosas. Le dijo a Mefi-boset: «¿Para qué más palabras? Yo he determinado que tú y Siba os dividáis las tierras» (2 Sam. 19:24-30).

5.6 - El pecado de la soberbia (2 Samuel 24; 1 Crónicas 21)

Cuando Dios ordenó la enumeración de su pueblo en Éxodo 30, fue con un propósito muy especial. A partir de los 20 años, todos los hombres debían dar medio siclo de plata para hacer expiación por sus almas (v. 15); y este dinero se usó para fundir «las basas» y hacer los «capiteles» del tabernáculo (Éx. 38:25-28).

No hay nada que indique que hubiera algún motivo espiritual en la orden que el rey David dio a los comandantes de su ejército para que enumeraran al pueblo. De hecho, solo pensaba en la fuerza de su ejército, en su propia gloria. Quería saber con qué recursos humanos podía contar. Joab tuvo la premonición de que tal acción era inapropiada y trató de disuadir a David de ello. «Pero la palabra del rey prevaleció sobre Joab y sobre los capitanes del ejército» (2 Sam. 24:4). A veces, las objeciones planteadas a lo que nos hemos propuesto hacer no tienen otro efecto que fortalecer nuestra determinación, incluso si estamos en un camino por nuestra propia voluntad. Olvidamos que «el que obedece al consejo es sabio» (Prov. 12:15) y que «con los avisados está la sabiduría» (13:10).

Cuando se completó la enumeración, Jehová le hizo entender a David su error, un error más grave, tal vez, de lo que podríamos haber imaginado. Entonces comprendió su pecado y lo confesó con justicia: «Después que David hubo censado al pueblo, le pesó en su corazón; y dijo David a Jehová: Yo he pecado gravemente por haber hecho esto; mas ahora, oh Jehová, te ruego que quites el pecado de tu siervo, porque yo he hecho muy neciamente» (2 Sam. 24:10). La gravedad de la falta es proporcional a los privilegios recibidos y a la posición que se ocupa.

¡Cuántos pasajes de la Escritura nos advierten contra el orgullo! Jehová dice: «La soberbia y la arrogancia, el mal camino, y la boca perversa, aborrezco» (Prov. 8:13). «Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes» (Sant. 4:6). Nabucodonosor debe haber experimentado, y él mismo testifica, que Dios «él puede humillar a los que andan con soberbia» (Dan. 4:37).

Sin embargo, aunque confesado y perdonado, el pecado de David tendrá consecuencias no solo para David, sino para todo su pueblo. Puede haber habido razones morales que llevaron a Jehová a hacerlo, aunque no tenemos ningún detalle al respecto. Una de las 2 narraciones nos dice: «Volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Ve, haz un censo de Israel y de Judá». El segundo relato nos da otro aspecto de las cosas: «Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel». Todo esto es misterioso para nosotros. Por un lado, Dios siempre tiene autoridad, sobre todo y todas las cosas le sirven. Por otro lado, Satanás es el instigador del mal, y lo hace dentro de los límites que Dios le permite actuar. Pero, en cualquier caso, David carga aquí con la responsabilidad de una grave falta, y la reconoce.

El rey, el pastor de Israel, se enfrenta entonces a una elección dolorosa: la del castigo que Dios le infligirá y con el que su pueblo se asociará. «Entonces David dijo a Gad: En grande angustia estoy; caigamos ahora en mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas, mas no caiga yo en manos de hombres» (2 Sam. 24:14). La disciplina da frutos preciosos.

El ángel de Jehová hirió al pueblo con la plaga. Un gran número de hombres murieron. Entonces David ofrece sacrificios a Jehová que se le aparece en la era de Arauna, el jebuseo, y la plaga se detiene. Y esta es la ocasión para la designación del lugar en el que Salomón, unos años más tarde, construirá el templo de Jehová.

Conclusión

Al concluir este tema de las faltas de David, podemos hacer un comentario para animarnos. En la mayoría de los casos que hemos considerado, David nos muestra no solo los peligros a los que nosotros mismos estamos expuestos, sino también el camino de la confesión, la humillación y la restauración, ese camino que conduce a la restauración de la plena comunión con Dios.

«Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos» (Sal. 51:1-4, Salmo de David después de haber entrado hacia Betsabé).

«Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño» (Sal. 32:1-2).

6 - David y Goliat

1 Samuel 17:1-54

¡Es una historia que nos encanta contar a los niños! El gigante filisteo matado por un pastorcillo de Israel. El hombre soberbio golpeado por el que confía en Dios. El pequeño que gana la victoria sobre el grande. El débil que es más fuerte que el campeón. ¡Cuántas veces se ha contado esta historia! Pero ¿es esto solo un cuento para niños? ¡Por supuesto que no! Encontramos muchas instrucciones profundas para cada uno de nosotros.

Lo consideraremos aquí desde 4 aspectos:

• En primer lugar, la historia misma, la de la inmensa valentía de un joven que confía en Dios.

• En segundo lugar, desde el punto de vista profético, como figura del triunfo final del remanente de Israel sobre sus enemigos.

• En tercer lugar, à nivel práctico, como un estímulo para nosotros cuando nos enfrentamos a dificultades aparentemente insuperables.

• En cuarto lugar, como imagen de la gran victoria de Cristo sobre el poder de Satanás.

6.1 - Valentía y confianza

Pocas historias ofrecen tal ejemplo de valentía. En tiempos de guerra, 2 ejércitos se enfrentan: los filisteos e Israel. El gigante Goliat, campeón del ejército filisteo, avanza mañana y tarde, provocando a los israelitas a enviar a un guerrero a luchar contra él. El resultado de la batalla determinará el pueblo victorioso. Los vencidos serán esclavos del otro. Durante 40 días, el soberbio gigante desafía a los israelitas. Saúl, el rey de Israel, más grande que todo el pueblo de los hombros (1 Sam. 9:2), parecería ser el hombre apropiado para luchar contra Goliat. Pero este no es el caso. Eliab, el hijo mayor de Isaí que había atraído la atención de Samuel por su estatura y apariencia (16:6-7), tampoco se presenta. ¿Y Jonathan? Había demostrado su valentía en un notable asalto contra los filisteos, y Jehová había obrado una gran liberación a través de él (14:11-15). Pero aquí, no está listo para luchar contra el temible gigante.

David, el joven pastor, acepta el desafío y anuncia que está listo para enfrentar a quien insultó a Israel. ¿Era presunción de su parte? Eliab, su hermano, así como el rey Saúl, piensan así. Uno dice que es orgulloso, el otro que es inexperto. Pero David no se desanima por sus argumentos. Tiene una fuente de fuerza que los demás no conocen: confía en el Dios vivo. Ya varias veces, en secreto, ha experimentado la ayuda de su Dios. Cuando un león y un oso se arrojaron sobre un cordero del rebaño que él estaba cuidando, Dios le dio la fuerza para liberarlos y matar a los terribles animales. Estas victorias obtenidas en la ejecución de su tarea diaria lo han preparado para una victoria en las condiciones excepcionales que ahora se presentan. La certeza de su fe en Dios lo hace valiente mientras se prepara para enfrentar a aquel que provoca a Israel. Los ejércitos de Jehová fueron ultrajados. Los filisteos deben aprender que hay un Dios infinitamente más poderoso que sus ídolos.

La armadura que Saúl ofrece a David es inútil; solo podía desordenarlo. Él lo rechaza; usará su honda y piedras, un arma que ha usado muchas veces. Escoge cuidadosamente 5 piedras lisas del lecho del torrente, las mete en su bolsa de pastor y corre al encuentro de Goliat. La pelea puede comenzar. Goliat, confiando en sus dioses y en su gran fuerza, avanza al encuentro del joven, despreciándolo y maldiciéndolo por sus dioses. Pero David confía en el Dios vivo a quien pertenece la batalla. Por lo tanto, el resultado de la batalla está fijado de antemano. En realidad, no es una lucha entre Goliat y David, sino entre Goliat y Dios. David saca una piedra de su saco, la mete en su honda y la arroja con todas sus fuerzas. La piedra cruza el aire, un pequeño proyectil guiado por el mismo Dios, y se hunde en la frente de Goliat. El gigante se desploma, boca abajo. ¡Qué muerte tan humillante para este burlón! Ser matado por una piedra arrojada por la honda de un joven pastor. Luego, para completar su misión, David saca la espada de Goliat de su vaina y le corta la cabeza. Ahora es obvio para todos que el gigante está muerto; la victoria está asegurada. En un instante, Israel es = está liberado de sus terrores, y los filisteos huyen. Entonces David llevó la cabeza de Goliat a Jerusalén.

¡Qué victoria! Quizás a esto se alude en Hebreos 11:34, cuando está escrito: «En su debilidad fueron revestidos de poder, se hicieron poderosos en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros».

La valentía de David será celebrada por los cánticos de las mujeres de todas las ciudades de Israel (1 Sam. 18:6-7). Le permitirá a Jonatán hablar favorablemente a Saúl en un momento difícil (19:5). Todos oirán acerca del gran evento (21:9). El pueblo, los príncipes y los sacerdotes permanecerán conmovidos por la valentía y la confianza de David, quien seguirá siendo un ejemplo que seguir mientras se lea la Biblia.

6.2 - Entrega del remanente

Las Escrituras nos enseñan que en los últimos días antes del establecimiento del reinado de 1.000 años, un pobre remanente de israelitas piadosos tendrá que enfrentarse a una gran asamblea de ejércitos de varias naciones. Sin la intervención de Dios a través de su Hijo, Jesucristo, este remanente sería destruido. La historia de David y Goliat ilustra este conflicto. David salió victorioso por el poder de Dios, en un momento en que, según todas las apariencias, Israel estaba a punto de ser aplastado por sus enemigos.

El profeta Malaquías, al final del Antiguo Testamento, nos habla de un remanente que teme a Dios (3:16; 4:2). Este pasaje describe a los fieles que esperaban al Mesías, antes de la venida del Hijo de Dios a la tierra. Pero también se aplica a los creyentes que, en un tiempo futuro, esperarán al Mesías y la liberación que traerá. Daniel 9:27: del mismo modo, nos describe el tiempo inmediatamente anterior a la venida de Cristo para reinar. El jefe del Imperio romano reconstituido concluirá «un pacto con muchos» (Dan. 9:27), es decir, con la masa apóstata del pueblo de Israel. Se le llama «pacto… con la muerte» (Is. 28:14-18). El remanente judío será el de los pocos que no aceptará este pacto. Zacarías también nos habla de un pequeño remanente en Jerusalén, liberado por intervención divina (13:8-9). Vean también Mateo 24:21-22 y Romanos 9:27-29.

Una trinidad satánica será el principal enemigo del remanente de Israel. Estará compuesto por:

• Satanás: el instigador de todos los males,

• La primera bestia de Apocalipsis 13: la cabeza del Imperio romano reconstituido, el poder político,

• La segunda bestia de Apocalipsis 13: el falso profeta, el anticristo, el poder religioso.

A esto se añaden los reyes que vienen del oriente (Apoc. 13:12) y el asirio, el rey del norte (Dan. 11:40-45). Es obvio que el poder abrumador de las naciones dirigidas por Satanás producirá una situación humanamente desesperada para el débil remanente. Varios pasajes hablan de esta coalición de naciones (vean Sal. 2:1-3; Zac. 12:2-9; 14:2, 12; Apoc. 16:14; 19:19).

El lenguaje del remanente se presenta expresivamente en el Salmo 46: «Bramaron las naciones, titubearon los reinos; dio él su voz, se derritió la tierra. Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob» (v. 6-7). La liberación de este remanente se describe en Apocalipsis 19:11-16. ¿Quién es capaz de enfrentar a esta trinidad del mal y a todos los demás enemigos del remanente? Él es Aquel a quien el Apocalipsis llama «el Cordero». «Estos harán la guerra contra el Cordero, y el Cordero los vencerá; porque es Señor de señores y Rey de reyes» (Apoc. 17:14). Sentado sobre un caballo blanco, emblema de la victoria, y seguido por los ejércitos que están en el cielo, ejecuta la justa ira de Dios contra las naciones impías y rebeldes. El Cordero, por su poder divino, triunfa sobre todas las potestades gentiles reunidas, y libera al débil remanente.

6.3 - ¿Cómo derrotar a nuestros enemigos?

Veamos ahora las lecciones que este capítulo nos da concerniente a la lucha del cristiano con los poderes que están en su contra. El Nuevo Testamento nos enseña que estos poderes son muchos y terribles. Estos son:

• Primero, Satanás, el gobernante de este mundo y el adversario del pueblo de Dios (1 Pe. 5:8), con él, los poderes espirituales de maldad que pertenecen al mundo invisible (Efe. 6:10-13).

• Segundo, el mundo, como un sistema gobernado por Satanás, y en completa oposición a los cristianos (Juan 15:18-20).

• Tercero, la carne, nuestra naturaleza pecaminosa y caída, incapaz de agradar a Dios y constantemente inclinada al pecado (Rom. 8:6-8; Gál. 5:17:21).

Ningún creyente es capaz de derrotar a estos enemigos sin la ayuda de Dios. Y no debemos desesperarnos si lo experimentamos de manera humillante. Para derrotarlos, tenemos los recursos divinos a nuestra disposición. Si no los usamos, es para vergüenza nuestra.

David dio un paso extremadamente importante cuando dijo que quería enfrentarse al gigante. Con esto demostró que estaba plenamente consciente del poder dominante de los enemigos de Israel. ¿Nos hemos dado cuenta del peligro de seguir siendo esclavos de nuestros enemigos? ¿Nos damos cuenta de que esta esclavitud es la causa de muchas derrotas en nuestras vidas? Las ataduras que sofocan nuestra vida espiritual, nuestro culto o nuestro testimonio pueden estar superadas siempre y cuando estemos dispuestos a participar en la lucha.

No pasó mucho tiempo para que David se diera cuenta de que la pesada armadura de Saúl no era para él. Saúl es un tipo de hombre en la carne, es decir, de hombre guiado por su naturaleza caída. La armadura de ese hombre es inútil en la lucha cristiana. Es especialmente en tiempos de dificultad cuando aprendemos que los recursos humanos son insuficientes. Pablo dice: «Las armas de nuestra guerra no son carnales, sino poderosas en Dios para destruir fortalezas, derribando razonamientos y todo lo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo» (2 Cor. 10:4-5). El razonamiento, la arrogancia, la independencia, el compromiso, la confianza en sí mismo, son algunas piezas de la armadura del hombre sin Dios. Por otra parte, la obediencia a la Palabra de Dios, la humildad, la dependencia de Dios, la fidelidad, el sentido de la propia debilidad, son armas propias de la lucha del cristiano. Vidas y corazones santificados guiados por el Espíritu Santo son lo que Dios puede emplear en la lucha contra Satanás y sus aliados.

David no se conmueve por la arrogante burla de Goliat. Aunque se enfrenta a un enemigo mayor, su confianza permanece en el Dios vivo. Los creyentes deben tener una estimación justa de los poderes que están aliados contra ellos, pero no deben tenerles realmente miedo. Aprendamos la lección que nos dieron Eliseo y su joven en Dotán (2 Reyes 6:14-17). Asustado al ver a los enemigos a su alrededor, el siervo de Eliseo exclama: «¡Ah, mi Señor!, ¿qué haremos?» Y recibe la respuesta: «No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos». Lo es también para nosotros. Todos nuestros recursos están en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. «Si Dios está por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?» (Rom. 8:31). «¿Y quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Juan 5:5). Y otra vez: «Vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros (el Espíritu Santo) que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4). Por lo tanto, «resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Sant. 4:7). «El diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe» (1 Pe. 5:8-9). Los recursos divinos usados por la fe son muy superiores al poder del diablo y de todos nuestros otros adversarios. Solo a Dios pertenece la omnipotencia. Le gusta utilizar instrumentos que, en su debilidad, se dan cuenta de su dependencia y dependen de él. El mismo David lo expresa en un cántico: «Me libró de poderoso enemigo, y de los que me aborrecían, aunque eran más fuertes que yo. Me asaltaron en el día de mi quebranto; mas Jehová fue mi apoyo» (2 Sam. 22:18-19).

Para cuando David se encontró frente al gigante Goliat, podría haber flaqueado y huido para salvar su vida. Pero sabía que sus recursos eran mayores que los de Goliat con su armadura y sus armas. Se acercó a Goliat «en el nombre de Jehová de los ejércitos», el Dios vivo a quien el gigante había insultado. Al invocar el nombre de Jehová, David confió en lo que Dios es en su poder ilimitado. Desde el momento en que David invoca este nombre, Goliat está condenado.

No está lejos el día en que toda rodilla será forzada a inclinarse ante el nombre de Jesús, el nombre que está sobre todo nombre (Fil. 2:9-10). En Apocalipsis 19, vemos al Señor Jesús regresar con poder y gloria, y la imagen que tenemos en este capítulo resalta la grandeza de su nombre y su triunfo sobre los poderes del mal. Su nombre es: «El Verbo de Dios» y él es «Rey de reyes y Señor de señores» (v. 11-16). Así, Pablo puede decir triunfalmente en su prisión en Roma: «Todo lo puedo en aquel que me fortalece» (Fil. 4:13). Tenemos al mismo Señor y Salvador que el apóstol. ¿Y qué hay de nuestra fe? ¿Qué hay de nuestra experiencia cristiana?

Al ofrecerse a matar a Goliat, David no tenía la intención de obtener gloria para sí mismo. Quería demostrar a toda la tierra que Israel tenía un Dios vivo, que podía manifestar su poder a través de un joven pastor. Fue la batalla de Dios, no de David. Este último no era más que un instrumento en las manos divinas. «Lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuertes» (1 Cor. 1:27). Un creyente puede desear obtener la victoria sobre Satanás y sus instrumentos para su propia liberación. Esto no es una falta; sin embargo, todas las victorias deben resultar en la gloria y la alabanza de Dios. Cuando Israel llegó sano y salvo a través del mar Rojo y Faraón y sus ejércitos fueron tragados por el juicio divino, Israel celebró su liberación con un cántico de alabanza a Dios (Éx. 15:1-19). Si es Dios quien da la victoria, es a él a quien pertenece toda la gloria.

6.4 - ¿Cómo fue derrotado el poder de la muerte?

La historia de David y Goliat es una figura de la gloriosa victoria del Señor Jesús sobre Satanás. Los soldados de Israel temblaban de miedo ante Goliat, porque él blandía la amenaza de muerte ante ellos. Pero cuando vieron a David tomar la espada del gigante, su instrumento de muerte, y cortarle la cabeza, se vieron completamente libres = liberados de este temor.

En la Epístola a los Hebreos leemos: «Por cuanto los hijos participan en común de sangre y carne, él también de la misma manera participó en ellas, para que, por medio de la muerte, redujera a impotencia al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y liberara a todos los que, por temor a la muerte, estaban sometidos a esclavitud durante toda su vida» (2:14-15). Jesucristo, el Hijo de Dios, participó de la sangre y de la carne; se hizo hombre para morir y cumplir el plan redentor de Dios (v. 9-10). Murió, lo metieron en una tumba, pero 3 días después resucitó. Él venció a la muerte (Apoc. 1:17-18; Rom. 6:9). El poder de la muerte, que Satanás ejercía sobre los hombres para mantenerlos cautivos, ha sido quebrantado. El Hijo de Dios entró en el dominio de Satanás y lo venció, con el fin de anular el poder del enemigo. ¡Qué gozo es vivir en este día en que se proclaman las buenas nuevas de la gracia de Dios y el triunfo de Cristo! «Nuestro Salvador Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a luz la vida y la incorruptibilidad por el evangelio» (2 Tim. 1:10).

Los resultados completos de la victoria del Señor Jesús sobre la muerte aún están por llegar. Cuando regrese para arrebatar a su Iglesia, los cuerpos de los santos dormidos serán resucitados y los cuerpos de los santos vivos serán cambiados. Entonces se oirá el grito de triunfo: «¡La muerte ha sido sorbida por la victoria! ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde está, oh hades, tu victoria?» (1 Cor. 15:54-55). «El último enemigo que será destruido es la muerte» (1 Cor. 15:26; comp. Apoc. 20:14). En el día eterno de Dios, la muerte ya no existirá para los santos (Apoc. 21:4).

7 - El trono de David

7.1 - La promesa (2 Samuel 7)

David estaba ansioso por construir una casa para Jehová. Pero, debido a que había sido un hombre de guerra y había derramado mucha sangre (1 Crón. 22:8), esta tarea debía ser entregada a su hijo Salomón. Sin embargo, Dios le concede a David un privilegio mucho mayor. A través de la boca del profeta Natán, le revela Sus planes para él. Le promete a David una casa, un reino y un trono para siempre (v. 11-16). El magnífico templo que Salomón iba a construir sería destruido unos siglos más tarde. Y la historia de los reyes de Judá, descendientes de David, tendrá un final miserable. Sedequías será llevado cautivo a Babilonia, con sus ojos arrancados y atado con cadenas de bronce (2 Reyes 25:7). Pero la promesa de Dios a David tiene un significado eterno. Debe lograrse con la venida de Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de David.

La respuesta de David, al sentarse ante Jehová, es admirable (v. 18-29). Se dio cuenta de que las promesas a su casa, reino y trono estaban relacionadas con la grandeza de Dios y de su pueblo Israel. El propósito de Dios no es simplemente elevarlo, sino cumplir sus propósitos de bendecir al pueblo y a la tierra de Israel para Su propia gloria. El nombre de Jehová ha de ser magnificado en este pueblo.

Es interesante notar que es al trono de David a quien se unen estas promesas, no al de Salomón ni al de ningún otro rey (1 Reyes 2:12, 45; Is. 9:7; Sal. 132:11-12; Jer. 13:13; 29:16). Salomón se sentó «en el trono de David». Erigió un trono suntuoso, tal cual «en ningún otro reino se había hecho» (1 Reyes 10:18-20). Este trono de marfil cubierto de oro refinado, con sus catorce leones tallados y su estrado de oro (2 Crón. 9:18), tiene enseñanza e interés simbólicos. Nos habla de Cristo, que se sentará durante 1.000 años en el trono de David, en el resplandor de su poder y gloria.

7.2 - La confirmación de la promesa (Salmos 72; 89)

El Salmo 72 nos presenta una magnífica imagen del futuro reino del Hijo de Dios, el glorioso Hijo de David. Fue escrito «para Salomón», pero los personajes que se mencionan en él apenas se vieron durante el reinado de ese rey. Estos gloriosos rasgos tendrán su pleno cumplimiento en el reinado del Señor Jesucristo.

El Salmo 89, entre otros, nos muestra que la promesa hecha en 2 Samuel 7 ha sido incorporada a la alabanza de Israel. Este salmo fue escrito por Etán el ezraíta, contemporáneo de Salomón (1 Reyes 4:31). Alude al pacto de Dios con David, su trono, su descendencia, y el hecho de que su simiente y su trono durarán para siempre.

«Hice pacto con mi escogido; juré a David mi siervo» (v. 3). «Para siempre le conservaré mi misericordia, y mi pacto será firme con él» (v. 28). «No olvidaré mi pacto, ni mudaré lo que ha salido de mis labios. Una vez he jurado por mi santidad, y no mentiré a David» (v. 34-35). La promesa hecha a David se reitera en este himno inspirado, y su cumplimiento final está plenamente asegurado.

El «trono» de David y su «descendencia» están unidos en este Salmo 89 de la misma manera que lo están en la promesa de 2 Samuel 7. Y su duración es eterna. «Para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones» (Sal. 89:4). «Pondré su descendencia para siempre, y su trono como los días de los cielos» (v. 29). «Su descendencia será para siempre, y su trono como el sol delante de mí. Como la luna será firme para siempre, y como un testigo fiel en el cielo» (v. 36-37). Los grandes pensamientos de Dios hacia su siervo son motivo de alabanza en la casa de Jehová. El salmo también menciona las faltas del hombre y el gobierno de Dios sobre su pueblo (v. 38-51). Esto es lo que sucedió por culpa de los descendientes de David. Lo mismo sucede con todas las cosas que se confían a las manos del hombre.

7.3 - La profecía de Jeremías 33:14-26

El profeta Jeremías sirvió en un período particularmente oscuro en la historia de Israel. Debido a su idolatría e iniquidad, el reino del norte de 10 tribus había sido deportado a Asiria y esparcido entre sus enemigos. Por consideración a su siervo David, Dios había sido paciente con el reino de Judá. Pero para la época de Jeremías, esa paciencia había llegado a su fin. A través de la boca del profeta, Dios anuncia que Jerusalén va a ser destruida, y que el pueblo de Judá va a ser deportado a Babilonia, donde estarán cautivos durante 70 años.

Sedequías, el último rey sentado en el trono de David sigue reinando. Es un hombre malvado y perverso, que persigue al profeta de Jehová. El reinado de la familia de David pronto llegará a su fin. Pero, a pesar de las apariencias, la Palabra de Dios no se reduce a la nada. Por el contrario, Dios elige este momento para confirmarlo. Mientras Jeremías está encerrado en el patio de la prisión, Dios le da una revelación admirable y alentadora.

Hablando de un día que hoy aún está por venir, Dios dice: «En aquellos días y en aquel tiempo haré brotar a David un Renuevo de justicia, y hará juicio y justicia en la tierra. En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura» (v. 15-16).

Después de los 70 años predichos en Jeremías 29:10, un remanente de Israel subió de Babilonia. Pero ningún descendiente de David reinó sobre Judá. Este regreso de un remanente a Jerusalén preparó la llegada del «Renuevo de Justicia», de David, que llegaría unos siglos más tarde.

El profeta añade: «Porque así ha dicho Jehová: No faltará a David varón que se siente sobre el trono de la casa de Israel» (33:17). Nótese que esta es la casa de Israel y no solo de Judá. La profecía se refiere a la nación unida, y presenta a Jerusalén como la ciudad de justicia, su centro divino (v. 16). La sabiduría y la justicia del Germen de David sanarán la división de Israel y, bajo su cetro, llevarán al pueblo a la cumbre de la gloria.

7.4 - La profecía de Isaías 9:6-7

«Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre».

Este pasaje de Isaías presenta, en el lenguaje más elevado, la divinidad, la gloria y la grandeza del Hijo de David. Su reino no será destruido ni debilitado por los enemigos, ni será dañado por las tensiones internas. Cuando termine el período de 1.000 años, este reino de poder y gloria será entregado «al Dios el Padre», «para que Dios sea todo en todos» (Apoc. 20:1-4; 1 Cor. 15:24-28). Después de Salomón, los hijos de David nunca entregaron a sus sucesores un reino caracterizado por el poder y la gloria. Pero el Señor Jesús, el Hijo de Dios, pondrá en las manos de Dios un reino intacto, una magnífica indicación de lo que ha sido su reino de justicia para Dios, para Israel y para las naciones. La Iglesia tendrá el gran privilegio de compartir con Cristo la administración del reino. Los caracteres que serán manifestados por el Señor Jesús en su gobierno real son celebrados en la alabanza al Cordero en Apocalipsis 5:12: poder, riquezas, sabiduría, fuerza, honor, gloria y bendición. Este Cordero es también «el León de la tribu de Judá» (v. 5). Detengámonos en los 5 nombres que se le dan al Mesías en este pasaje.

7.4.1 - Admirable

El pecado que ha reinado en la tierra desde la caída de Adán se manifiesta en todas partes. Ningún gobierno humano, ni ninguna ley, ha logrado jamás restringir su poder, ni siquiera el que fue dado a Israel por Moisés en el Sinaí. Al producir el egoísmo, el deseo de dominar, de enriquecerse o de ser famoso, el pecado corrompe todo en la tierra. Pero Cristo resolvió el tema del pecado al convertirse en el sacrificio por el pecado en la cruz del Calvario. Debido a que ha satisfecho a Dios en su juicio contra el pecado, ha abierto el camino para que los pecadores regresen a Dios y ha hecho posible su perdón, está moralmente calificado para gobernar el mundo con justicia. Ningún hombre mortal puede llevar al mundo a un estado de paz y bendición. Pero el hombre que lleva el nombre de Admirable llevará a cabo esta maravilla de hacer de esta tierra un lugar donde sea bueno vivir.

Los milagros del Señor Jesús registrados en los Evangelios, por ejemplo, en Mateo 8 y 9, nos dan una idea de cómo será el reino venidero (Is. 33:5-6). Sin embargo, Dios una vez manifestó sus maravillas en el juicio (Éx. 3:20; 15:11; Deut. 4:34). Y antes de obrar prodigios de gracia, se mostrará «maravilloso» en el juicio que ejecutará sobre Israel y sobre las naciones. Puesto que el pecado ha entrado en el mundo, el juicio debe preceder a la bendición (comp. Sal. 77:14; 8:10; 136:4).

7.4.2 - Consejero

El que se sentará en el trono de David llevará el nombre de Consejero y asumirá todas las cualidades que exprese. El Rey sabrá orientar, aconsejar y planificar a la perfección. Tal gobernante tendrá una influencia inimaginable en toda la tierra, para transformarla. La inestabilidad y la inseguridad que caracterizan el período actual son la prueba del fracaso total del hombre en su gobierno. Pero la profecía llama nuestra atención a un Consejero que será capaz de llevar a cabo sus propósitos y llevar a cabo todo lo que se ha propuesto hacer.

En Isaías 11:2, la descendencia que salga del tronco de Jesé poseerá «el espíritu de consejo y de poder». Este versículo, digamos de pasada, menciona 7 caracteres del Espíritu que descansarán en el Mesías. Su consejo será dado y recibido en el poder del Espíritu Santo. Cristo es el poder y la sabiduría de Dios (1 Cor. 1:24). Todo el pasaje de Isaías 11:1-10 es una imagen magnífica y majestuosa del reino venidero.

«Los pensamientos con el consejo se ordenan» (Prov. 20:18). En Isaías 46, Dios se presenta a sí mismo como Aquel cuyo «consejo» invariablemente se cumplirá (v. 10). El descendiente de David que lleva el nombre de Consejero estará lleno de sabiduría, y tendrá el poder de actuar de acuerdo con toda su sabiduría durante su reinado.

7.4.3 - Dios fuerte

Colocado en el centro de los 5 nombres que caracterizan al hijo de David, el nombre de «Dios fuerte» establece inequívocamente la divinidad y la omnipotencia del Mesías. Este nombre es la garantía de que el Rey tendrá a su disposición un poder ilimitado para lograr todo lo que los otros nombres expresan.

Es muy notable que el título de «Dios fuerte» se otorgue aquí a un hombre, el glorioso hijo de David, que se sentará en su trono. Y en verdad, el hombre que pronto se sentará en el trono de David es Dios.

Muchos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento dan testimonio de esta verdad fundamental. Mencionemos algunos. En Miqueas 5:1-2, el profeta habla de aquel que ha de venir de Belén para gobernar en Israel; dice que sus orígenes son «desde el principio, desde los días de la eternidad». Al comienzo del Evangelio según Juan nos está presentado Aquel que es «el Verbo», que estuvo desde la eternidad «con Dios», que es «Dios», y que a su debido tiempo «se hizo carne» (Juan 1:1 al 4:14). Cuando Jesús dice: «Yo y el Padre somos uno», los judíos levantan piedras para apedrearlo. Lo acusan de blasfemar y de hacerse Dios (Juan 10:30-33). Tomás, el discípulo que se destaca por su falta de fe, sin embargo, se dirige a Jesús diciendo: «¡Señor mío y Dios mío!» (Juan 20:28). El apóstol Pablo rinde homenaje al Señor Jesús diciendo que él es «sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos» (Rom. 9:5). Él es el «gran Dios y Salvador nuestro» que pronto aparecerá en gloria (Tito 2:13). Pedro habla de él como «nuestro Dios y Salvador Jesucristo» (2 Pe. 1:1). Juan termina su Primera Epístola como había comenzado su Evangelio, dando un claro testimonio de que Jesús es Dios: «Estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna» (1 Juan 5:20; vean también Juan 17:3).

7.4.4 - Padre del siglo, o Padre de eternidad

Es evidente que el nombre de Padre dado al Hijo de David no tiene ninguna relación con el nombre de Dios Padre, tal como se revela en el Nuevo Testamento. Entonces, ¿cuál es el alcance de este término?

Varios pasajes en el Antiguo Testamento usan la palabra «padre» en sentido figurado. En Génesis 17:4, se promete que Abraham se convertirá en el padre de una multitud de naciones. En el mundo venidero, muchas naciones, así como Israel, serán bendecidas por el reino del Señor Jesús (Sal. 72:8-11). «Bendito el pueblo mío Egipto, y el asirio obra de mis manos, e Israel mi heredad» (Is. 19:25). Las bendiciones fluirán del Hijo de David, quien será la fuente, el origen, el padre de sus bendiciones. Job era un padre para «los menesterosos» y cuidaba de los desafortunados (Job 29:16). En el reino venidero, el Señor Jesús tendrá compasión de los miserables y librará a los pobres que claman a él (Sal. 72:12-14; Is. 61:1-2).

En Isaías 22 encontramos a Eliaquim, un tipo muy claro del Señor Jesús, designado como «padre al morador de Jerusalén, y a la casa de Judá». La llave de la casa de David se coloca sobre su hombro y se le da un trono de gloria (v. 20-23). El término «padre» implica protección, cuidado y amor. El Señor Jesús proveerá para todas estas cosas cuando se siente en el trono de David.

7.4.5 - Príncipe de paz

Desde que el pecado entró en el mundo, la paz nunca se ha establecido y hoy menos que nunca. Las naciones gastan sumas astronómicas en armamentos. Todos los organismos internacionales creados para prevenir las guerras y garantizar la paz en el mundo han demostrado ser ineficaces.

¿No hay remedio para los incesantes conflictos que asolan todas partes? Sí, la hay. Está en Cristo. Un día, tal vez muy pronto, el Príncipe de paz se sentará en el trono de David, y todas las guerras terminarán. Actualmente, el Señor Jesús está sentado en el trono de su Padre (Apoc. 3:21). Pronto se sentará en su propio trono y reinará sobre la tierra como gobernante absoluto. La Iglesia, que es a la vez su Cuerpo y su Esposa, reinará con él (Apoc. 20:1-6; 2 Tim. 2:12). Satanás, el gran culpable de los problemas, será encerrado durante los 1.000 años del reinado de Cristo (Apoc. 20:1-3). Y Cristo mismo se sentará en el trono, ejerciendo su poder ilimitado y controlando perfectamente todas las cosas.

El mundo mostró su verdadero carácter cuando el Señor Jesús fue rechazado por Israel y crucificado por la autoridad romana. Judíos y gentiles son igualmente culpables de su muerte. Barrabás, asesino y bandolero, era preferido al hombre justo, que no había hecho más que el bien. Desde entonces, el mundo ha estado bajo las consecuencias de su terrible elección.

El Salmo 72 anticipa el día en que, en el mundo venidero, la paz estará asegurada para todo el universo. Él nos dice: Habrá «muchedumbre de paz» (v. 7). En Miqueas 5 leemos: «De ti me saldrá el que será Señor en Israel… con grandeza del nombre de Jehová su Dios; y morarán seguros… hasta los fines de la tierra» (v. 2-4). Cristo asegura la paz a todos los que ahora y en el futuro ponen su confianza en él. La paz del alma y de la conciencia anticipan el venidero reino de paz (Rom. 5:1; Efe. 2:14, 17; Col. 1:20).

Entonces «martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra. Y se sentará cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá quien los amedrente; porque la boca de Jehová de los ejércitos lo ha hablado» (Miq. 4:3-4). «Y levantaré sobre ellas a un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor. Yo Jehová les seré por Dios… Y estableceré con ellos pacto de paz» (Ez. 34:23-25).

El reino universal del Hijo de David se mantendrá mediante el ejercicio del juicio y la justicia. El juicio limpiará el mundo de toda la inmundicia que se ha acumulado en él. «Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y recogerán de entre su reino todos los que causan tropiezo, y los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego» (Mat. 13:41-43). La justicia, principio de esta nueva situación, reinará; será la garantía de un reino agradable a Dios y beneficioso para todos los que participen en él (Is. 32:1, 16-17). Y la justicia seguirá siendo el carácter del estado eterno: «Según su promesa, esperamos nuevos cielos y una tierra nueva, en los cuales habita la justicia» (2 Pe. 3:13).

7.5 - La venida del Hijo de David (Lucas 1:30-35)

En el momento que Dios había determinado, la Virgen María recibió de un ángel la noticia más maravillosa que jamás se había anunciado a un ser humano: iba a dar a luz a un hijo cuyo nombre sería Jesús, es decir, Jehová el Salvador. «Será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob eternamente; y su reino no tendrá fin» (v. 32-33). El que iba a nacer sería el Hijo de Dios. Su concepción se llevaría a cabo por el poder del milagro del Espíritu Santo que sobrepasa todo entendimiento.

En este pasaje, el mensajero del cielo confirma que todas las profecías del Antiguo Testamento se cumplirán al pie de la letra. El relato evangélico termina tristemente con el rechazo y la muerte del Hijo de David. Pero los planes de Dios para la tierra no se cancelan. Otros planes divinos también debían llevarse a cabo. Después de su resurrección de entre los muertos, el Salvador rechazado ascendió a la diestra de Dios. El Espíritu Santo fue enviado a los corazones de aquellos que creían en el Señor Jesús. La Iglesia, la Asamblea, ha sido formada. Formada por todos los que han sido llamados, ha ido creciendo día a día durante casi 2.000 años. Pronto, muy pronto quizás, el Señor la tomará a sí mismo en gloria (1 Tes. 4:13-18). A partir de ese momento, Dios reanudará su intervención directa en los asuntos del mundo. Apocalipsis 6 al 18 nos hace ver los juicios que vendrán sobre la tierra. Su culminación será la venida de Cristo para establecer su reinado como Rey de reyes y Señor de señores (Apoc. 19).

En ese glorioso día, todos los propósitos de Dios para su siervo David se cumplirán en Jesús de Nazaret, Hijo de David e Hijo de Dios.

8 - Los preparativos de David para la Casa de Dios

La morada de Dios en medio de su pueblo es uno de los grandes temas de la revelación divina. El libro del Éxodo nos enseña en detalle acerca de esta maravillosa bendición (Éx. 25 al 40). Habiendo sido liberado el pueblo de Israel de la tiranía de Faraón, Dios les dio, a través de Moisés, todas sus instrucciones sobre un santuario que debía construirse: el Tabernáculo. Dios deseaba morar en medio de su pueblo redimido, con el cual había hecho un pacto en el Sinaí. En la montaña, Moisés pudo ver el modelo de esta morada. Luego dirigió su construcción de acuerdo con el modelo que le habían mostrado. Cuando el Tabernáculo estuvo terminado, Jehová lo llenó con su gloria. Luego, desde el interior del Tabernáculo, Dios dio instrucciones sobre cómo acercarse a Él y adorarlo (Lev. 1:1). Este santuario era el lugar donde se adoraba a Jehová y se bendecía al pueblo.

El rey David, mirando la «casa de cedro» en la que habita y el arca de Dios que habita «entre cortinas», está ansioso por construir una nueva casa para Jehová (2 Sam. 7). Desea que Dios tenga una morada permanente. Aunque rechaza la oferta espontánea de su siervo, Dios aprueba su deseo. Declara que le corresponderá a su hijo Salomón construirle una casa (1 Reyes 8:18-19). David se sometió humildemente a la voluntad de Dios, y durante los últimos años de su vida preparó enormes cantidades de materiales para la construcción del templo.

8.1 - El lugar que Jehová escoge para poner su nombre

El libro de Deuteronomio nos presenta las instrucciones que Dios da a su pueblo Israel para el momento en que habrán tomado posesión de la tierra prometida. Hay muchas menciones del lugar que Jehová escogerá, el lugar donde pondrá su nombre, el lugar donde morará (vean 12:5, 11, 18, 21, 26; 14:23-25; 16:2, 6-7, 15-16; 17:8, 10; 18:6; 31:11).

La ubicación en sí no está definida en el libro de Deuteronomio. Veremos que será identificado como resultado de la gracia de Dios para David e Israel, sobre la base de un sacrificio ofrecido.

En 1 Crónicas 21, David pecó gravemente: el orgullo le llevó a querer contar a Israel. Debido a este pecado, todo el pueblo cayó bajo el juicio de Dios. Pero David confiesa su culpa. Obedeció al ángel que le ordenó ir a la era de Ornán el jebuseo, para levantar un altar a Jehová (v. 18-19). Fue conducido a comprar esta era, así como los bueyes y la madera que se usarán para presentar holocaustos y ofrendas de paz a Jehová. Dios responde a David enviando fuego del cielo sobre el altar donde se ofrecía la ofrenda quemada (v. 26). Y, en su misericordia, Dios detuvo la plaga que azotaba a Israel. Así está designado el lugar que Jehová ha escogido, y donde Salomón ha de construir el templo. Este es el monte Moria, donde Abraham una vez ofreció a su hijo Isaac a Dios (2 Crón. 3:1; Gén. 22:2). David pronuncia estas solemnes palabras: «Aquí estará la casa de Jehová Dios, y aquí el altar del holocausto para Israel» (1 Crón. 22:1).

También hoy Dios quiere habitar en medio de aquellos a quienes ha redimido. Pero los cristianos no tienen que buscar un lugar terrenal. El centro de su reunión es Cristo (Mat. 18:20).

8.2 - El modelo

«David dio a Salomón su hijo el plano del pórtico del templo y sus casas, sus tesorerías, sus aposentos, sus cámaras y la casa del propiciatorio… Todas estas cosas, dijo David, me fueron trazadas por la mano de Jehová, que me hizo entender todas las obras del diseño» (1 Crón. 28:11-19).

El Espíritu Santo, el arquitecto divino, le dio a David los planos necesarios para la construcción del templo. No se dejó espacio a la imaginación de los constructores. Moisés, en su día, había visto el modelo del tabernáculo en la montaña (Éx. 25:8-9) y lo había seguido al pie de la letra. De la misma manera, David transmitió fielmente a Salomón todas las instrucciones del Espíritu para la construcción del templo. La guía divina siempre debe colocarse por encima de lo que incluso la mente humana más desarrollada puede concebir. Y esto es especialmente cierto cuando se trata de la Casa de Dios.

En su presunción, el hombre siempre está inclinado a cambiar o mejorar lo que Dios ha instituido. Ejemplos de esto son Nadab y Abiú (Lev. 10:1-2), con Coré, Datán y Abiram (Núm. 16:1-3), con Jeroboam (1 Reyes 12:26-33), con Uzías (2 Crón. 26:16-21), por nombrar solo algunos. Y la historia del cristianismo ha estado marcada por las mismas deficiencias. Se han añadido muchas cosas que no tienen nada que ver con las revelaciones divinas. En particular, innumerables extracciones del judaísmo y del paganismo han corrompido el servicio y la vida práctica de la Iglesia desde el comienzo de su historia, produciendo infidelidad y confusión. Nada, jamás, nos autoriza a introducir otras directivas que las dadas por el Nuevo Testamento.

8.3 - Los preparativos

«David… señaló de entre ellos canteros que labrasen piedras para edificar la casa de Dios… Y dijo David: Salomón mi hijo… yo le prepararé lo necesario. Y David antes de su muerte hizo preparativos en gran abundancia» (1 Crón. 22:2-5). Aprovechó al máximo el tiempo que tenía. David estaba bien seguro de la voluntad de Dios, y no dudó en hacerla. Había mucho trabajo por hacer y no le quedaba mucho tiempo. El servicio más importante de su vida aún estaba por delante. Diligente y metódicamente, trabajó para reunir la inmensa cantidad de materiales que se necesitaba para construir la casa de Dios.

Hay muchas lecciones que aprender de las actividades de David en los últimos años de su vida. Recordemos esto: ya sea que el tiempo presente sea favorable o no, es el único tiempo que tenemos disponible; y somos responsables de usarlo sabiamente para Dios. El mañana no nos pertenece. La edad no es una excusa para no hacer nada. Ana era muy anciana, pero era activa en el ayuno, en la oración y en su testimonio (Lucas 2:36-38). Abraham era de avanzada edad cuando su gran fe fue probada (Gén. 22:11-14). Los mejores días de Jacob fueron los de su vejez (Gén. 48:13-16; Hebr. 11:21).

El servicio para Dios en Su morada tiene muchas formas, y todas son útiles en su lugar. El Salmo 92 contiene un estímulo para todos los que son de edad avanzada: «Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes» (v. 13-14). Todos, jóvenes y ancianos, pueden contribuir a traer un elemento espiritual a la Casa de Dios.

8.4 - Los preparativos en su aflicción

«He aquí, yo con grandes esfuerzos he preparado para la casa de Jehová… oro… plata, bronce y hierro sin medida… a lo cual tú añadirás» (1 Crón. 22:14).

¿Qué relación puede haber entre la aflicción y la edificación de la Casa de Dios? Las aflicciones que David soportó como consecuencia de su pecado con Betsabé no aportaron nada al templo, sino más bien las que experimentó en sus guerras. David fue un guerrero valiente y pasó gran parte de su vida luchando contra los enemigos de Israel. Las campañas que tuvo que llevar a cabo produjeron abundancia de oro, plata y diversos materiales. Jehová le ayudó mucho en estas expediciones. Dos veces leemos: «Jehová dio la victoria a David por dondequiera que fue» (2 Sam. 8:6, 14). Los peligros a los que se enfrentó y la energía que gastó fueron ampliamente recompensados con sus victorias, que trajeron a su ejército grandes cantidades de botín. Pero todo esto ha sido a costa de mucho sufrimiento. David experimentó aflicción (1 Reyes 2:26; Sal. 132:1). Compartía los peligros y dificultades de sus soldados. Más de una vez, su vida corrió gran peligro.

Ya durante la victoria sobre los amalecitas que habían incendiado Siclag, se habían llevado un abundante botín (1 Sam. 30:26). Los moabitas derrotados se habían convertido en siervos de David y le habían traído regalos (2 Sam. 8:2). Lo mismo ocurre con los sirios (v. 6). Durante sus muchas victorias, David había acumulado oro, plata y bronce y los había consagrado a Jehová (8:7-11; 12:30). Es solemne notar que toda esta demostración de energía por parte de David tiene lugar antes de su pecado de adulterio con Betsabé. El pecado, en todas sus formas, debilita la valentía para luchar y defender los intereses de Dios.

Dios cuida especialmente de los afligidos. «Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra» (Is. 66:1-2). La aflicción acerca al hombre a Dios y produce en el alma un conocimiento más profundo de Él. Lo vemos a menudo en las Escrituras. A través de sus grandes pruebas, Job obtuvo un profundo conocimiento de Dios y, en consecuencia, una correcta apreciación de sí mismo (Job 42:1-6). Jacob, cuando se ve obligado a enviar a Benjamín a Egipto, abrumado por las aparentes calamidades que le sobrevienen, exclama: «Contra mí son todas estas cosas» (Gén. 42:36). ¡Qué error! Todo había sido preparado para su bendición. ¿Quién no desearía un fin como el de Jacob?

David pudo experimentar lo que expresa en el Salmo 4: «Cuando estaba en angustia, tú me hiciste ensanchar» (v. 1). Estaba en apuros cuando Saúl lo persiguió. Ha experimentado muchas veces los peligros de la guerra. La rebelión de su hijo Absalón le causó una gran angustia. Todas estas circunstancias lo llevaron a confiar en Dios, y creció en el conocimiento y aprecio de su Dios. Para el creyente, los sufrimientos y las aflicciones son lecciones preciosas en la escuela de Dios.

Por supuesto, nadie está buscando aflicciones. Pero cuando se llevan a cabo debido a la santidad práctica, la fidelidad a Dios o la búsqueda de Sus intereses, él los usa para nuestra bendición. Si pasamos por momentos difíciles con Dios, salimos enriquecidos (1 Pe. 5:10).

«Despreciado y desechado por los hombres… Angustiado él y oprimido» (Is. 53:3, 7). Y aunque soportó inmensos sufrimientos a manos de los hombres, toda la «contradicción de los pecadores contra sí mismo» (Hebr. 12:3), no olvidemos que sus mayores sufrimientos son los que soportó a manos de su Dios. Habiendo sido hecho pecado por nosotros, soportó toda la ira de Dios en juicio contra el pecado. ¡Pero qué resultado! Pronto «verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho» (Is. 53:11).

8.5 - Las preparaciones con toda su fuerza

«Yo con todas mis fuerzas he preparado para la casa de mi Dios, oro para las cosas de oro, plata para las cosas de plata» (1 Crón. 29:2).

David era un hombre enérgico. La fuerza física con la que Dios lo había dotado, la gastó sin escatimar para servir a Dios. Sin embargo, si recuerda aquí que dedicó todas sus fuerzas a los preparativos para la construcción del templo, no es de ninguna manera atribuirse a sí mismo una capacidad. Más bien, parece recordar las palabras de Moisés: «Acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas» (Deut. 8:18). David reconoce en una de sus oraciones: «En tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos… Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos» (1 Crón. 29:12-14). Dice en el Salmo 62: «De Dios es el poder» (v. 11) y en el Salmo 68: «El Dios de Israel, él da fuerza y vigor a su pueblo» (v. 35).

David tenía un propósito definido ante él, y estaba usando la fuerza que Dios le dio para llevar a cabo la tarea que se le había encomendado para el cumplimiento de los planes que había recibido del Espíritu. Cuando llegó el momento de que Salomón construyera el templo, todos los materiales necesarios estaban disponibles. El objetivo que David tenía ante sí era glorioso y lo estimulaba en su actividad: «La casa no es para hombre, sino para Jehová Dios» (1 Crón. 29:1). «La casa que se ha de edificar a Jehová ha de ser magnífica por excelencia, para renombre y honra en todas las tierras» (22:5).

Es importante que diferenciemos entre el templo que construyó Salomón y el lugar espiritual donde Dios mora hoy. El templo de Jerusalén era suntuoso, cubierto de oro y plata. Los sacerdotes, vestidos con sus propias vestiduras, ofrecían sacrificios materiales a Dios. El incienso y la música acompañaban sus funciones.

En el cristianismo, aparte de las 2 instituciones de la Cena del Señor y el bautismo, todo es espiritual. Pedro escribe en su Primera Carta: «Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual, un sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo» (1 Pe. 2:5). La Casa de Dios está formada por todos los cristianos en la tierra en un momento dado. Es un edificio que crece (Efe. 2:21-22). En Corinto, los que habían sido convertidos por la predicación de Pablo constituían el templo de Dios (1 Cor. 3:16; 2 Cor. 6:16).

La energía de David, su determinación, su compromiso con lo que Dios le había confiado, se puede encontrar en cada creyente, a través del poder del Espíritu Santo. De este modo, todos pueden llevar al edificio de Dios «oro, plata, piedras preciosas» (1 Cor. 3:12), materiales que representan en el plano espiritual lo que es de valor real y duradero.

La operación divina en nuestros corazones es el resultado de la acción:

El cristiano no tiene excusa para estar aletargado. Hay suficientes recursos divinos para hacer frente a todo lo relacionado con la obra de Dios. Prestamos atención a la advertencia en Proverbios 24:30-34 sobre la pereza, especialmente cuando se trata de los intereses del Señor.

8.6 - Los preparativos en su afecto

«Además de esto, por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios… he preparado para la casa del santuario, he dado para la casa de mi Dios» (1 Crón. 29:3).

David había acumulado inmensas cantidades de materiales para la Casa de Dios. Pero además de lo que había obtenido su ejército o sus siervos, estaba dispuesto a dar lo que le pertenecía por derecho propio. De este modo muestra la realidad de sus afectos por Dios y por su Casa. En el pasado, ya había manifestado algo similar cuando dijo: «No ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada» (2 Sam. 24:24).

En el Salmo 26: David dice: «Jehová, la habitación de tu casa he amado, y el lugar de la morada de tu gloria» (v. 8). Y demostró su amor con sus generosos dones para la Casa de Dios. El apóstol Juan escribe: «Hijitos, no amemos de palabra ni de lengua, sino con hecho y de verdad» (1 Juan 3:18).

Vemos en 1 Crónicas 29 que el ejemplo del rey tuvo un gran efecto. Los líderes de los padres y del pueblo siguieron su ejemplo y dieron de sus posesiones para la Casa de Dios, voluntariamente y con gozo (v. 6-10). «Asimismo se alegró mucho el rey David».

Si Dios se digna habitar entre los suyos, ellos deben tener corazones comprometidos a servirle, y hacerlo de acuerdo con Su voluntad. Cada creyente, hermano o hermana, puede contribuir a la bendición que Dios quiere dar a su Asamblea.

9 - El legado de David

David «después de servir en su propia generación a la voluntad de Dios» (Hec. 13:36). Sin embargo, su ministerio continuó en gran medida después de su muerte. Pocos hombres de Dios han dejado a las siguientes generaciones un legado espiritual de tal magnitud. Lo que él dio o lo que Dios dio a través de él ha sido una fuente de bendición para una multitud de personas, en todos los tiempos y lugares.

Después de su muerte, su nombre sigue apareciendo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Un estudio de los pasajes que lo mencionan destaca la asombrosa variedad de influencias que su vida, carácter y escritos tuvieron en los demás. Tal influencia resulta, por un lado, de la justicia, la piedad y la fe de este hombre de Dios y, por otro lado, de la gracia soberana de Dios que lo eligió.

9.1 - La influencia de un padre

David trató de guiar a su hijo Salomón por el camino correcto: «Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones» (1 Crón. 28:9; vean también 22:12-13). También le dio a su hijo todas las instrucciones necesarias para la construcción del templo y le dio todo su ánimo en este sentido. «Porque Jehová Dios, mi Dios, estará contigo; él no te dejará ni te desamparará, hasta que acabes toda la obra para el servicio de la casa de Jehová» (1 Crón. 28:20).

¿Prestó Salomón atención a las exhortaciones de su padre? Al principio, sí. Él mismo escribe: «Porque yo también fui hijo de mi padre, delicado y único delante de mi madre. Y él me enseñaba, y me decía: Retenga tu corazón mis razones, guarda mis mandamientos, y vivirás. Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia; no te olvides ni te apartes de las razones de mi boca» (Prov. 4:3-5). Y en la construcción del templo, Salomón siguió al pie de la letra las instrucciones de David. Por lo tanto, cuando el edificio fue terminado, la gloria de Dios pudo llenarlo (1 Reyes 8:11).

Pero, desafortunadamente, Salomón no perseveró en el camino que su padre le había trazado.

9.2 - El ejemplo de un adorador

David había adquirido un notable conocimiento de Dios desde su juventud. Muchos de sus salmos fueron escritos en los momentos difíciles o angustiosos de su vida, y tienen la intención de recordar las liberaciones que Dios le había concedido. ¡Cuántas experiencias de la bondad, la fidelidad, la gracia y el poder de Dios puede contar!

En 1 Crónicas 29, delante de todo el pueblo, escuchamos un estallido de alabanza de su boca que muestra cuán profundo era su conocimiento de Dios (vean v. 11-12). Después de bendecir a Dios, David exhortó al pueblo a seguir su ejemplo (v. 20). Y esto es lo que está ocurriendo. Incluso hoy en día, los creyentes pueden estimularse mutuamente en la adoración. No imitándose unos a otros, sino con justicia de corazón y reverencia. En nuestra alabanza, no necesitamos buscar frases hermosas que suenen bien, y que, debido a que se expresan con frecuencia, salen fácilmente de nuestra boca. Tales palabras delatan una falta de sinceridad y profundidad. El conocimiento del Padre y del Hijo por el poder del Espíritu es la verdadera sustancia de la adoración. Este conocimiento tiene 2 aspectos: está lo que cosechamos en las Escrituras, y está lo que aprendemos a través de la experiencia diaria de vivir en comunión con Dios, como David.

9.3 - La ordenanza de David concerniente al servicio del templo

David no solo hizo extensos preparativos para el templo que su hijo Salomón iba a construir, sino que también dio instrucciones específicas para el servicio que se llevaría a cabo allí. Los capítulos 23 al 27 de 1 Crónicas nos dan una descripción detallada de las diferentes clases de personas empleadas y sus servicios: sacerdotes, levitas, cantores, porteros. Salomón siguió al pie de la letra las instrucciones de su padre: «Y constituyó los turnos de los sacerdotes en sus oficios, conforme a lo ordenado por David su padre, y los levitas en sus cargos, para que alabasen y ministrasen delante de los sacerdotes, cada cosa en su día; asimismo los porteros por su orden a cada puerta; porque así lo había mandado David, varón de Dios. Y no se apartaron del mandamiento del rey, en cuanto a los sacerdotes y los levitas» (2 Crón. 8:14-15).

Que la buena herencia dejada por los padres fieles sea atesorada por sus hijos, para que también ellos puedan ser útiles al testimonio del Señor en su tiempo.

9.4 - En el camino de David y de Salomón

Después de la división del reino de Israel, la corrupción religiosa se estableció rápidamente entre las 10 tribus. En contraste, por un corto tiempo, el reino de Judá caminó por un buen camino. «Acudieron también de todas las tribus de Israel los que habían puesto su corazón en buscar a Jehová Dios de Israel; y vinieron a Jerusalén para ofrecer sacrificios a Jehová, el Dios de sus padres. Así fortalecieron el reino de Judá, y confirmaron a Roboam hijo de Salomón, por tres años; porque tres años anduvieron en el camino de David y de Salomón» (2 Crón. 11:16-17).

¡Tres años! Es muy poco, pero Dios lo registra cuidadosamente. Estos 3 años fueron un tiempo de fortaleza para el reino de Judá, donde se encontraba el trono de David. La influencia de este rey todavía se sentía allí. El templo era un testimonio permanente de su afecto por su Dios. Allí se cantaban sus salmos, y todavía se ofrecían los sacrificios prescritos.

Las divisiones entre los creyentes ponen a prueba la fidelidad a Dios. Donde hay humildad de espíritu debido a la deshonra que se ha arrojado sobre el nombre del Señor, habrá alguna medida de restauración. Por otro lado, donde hay orgullo y amargura, el mal continuará. La fidelidad al Señor en un estado de debilidad trae bendición. Pero la infidelidad y la propia voluntad engendran contienda y ruina.

En las Escrituras encontramos el andar perfecto del Hijo de Dios y el de aquellos que lo siguieron fielmente. Cuando leemos la historia del testimonio cristiano, también podemos sentirnos alentados por las historias de la vida de hombres y mujeres fieles. Y durante nuestra vida, indudablemente hemos podido observar las vidas de creyentes devotos. ¿Qué impacto tiene todo esto en nosotros? ¿Andamos como Jesús anduvo e imitamos la fe de aquellos que nos predicaron la Palabra de Dios? (1 Juan 2:6; Hebr. 13:7).

9.5 - Los primeros caminos de David

«Y Jehová estuvo con Josafat, porque anduvo en los primeros caminos de David su padre» (2 Crón. 17:3). ¿Cuáles son estos primeros caminos?

La juventud de David estuvo notablemente marcada por su gran confianza en Dios, por la valentía que esta confianza le daba y por el profundo sentido que tenía del vínculo entre Dios e Israel. Muchos de sus salmos datan de su juventud y ya reflejan su profundo conocimiento de Dios. Su lucha contra Goliat pone de manifiesto su confianza en Dios, su valentía y su devoción al pueblo de Dios. Los términos en los que le habla a Jehová en 2 Samuel 7:23-24 y 24:17 muestran tanto su aprecio por lo que Dios era para Israel como su afecto por el pueblo.

Josafat, un digno hijo de David, manifestaba rasgos similares. Su confianza brilla particularmente en su oración a Dios durante un ataque bélico contra Judá (2 Crón. 20:5-12). Su fe se aferra a las promesas de Dios y a la obra de Israel (v. 7, 10). Su absoluta certeza de que el Señor les dará la victoria lo lleva a alabarlo incluso antes de intervenir (v. 18-20).

Es triste notar que a veces, cuando un cristiano envejece, pierde algo de la sencillez y el vigor de su fe. Otras influencias le impidieron perseverar en sus “primeros caminos”. Pero Dios no olvida lo que lo ha glorificado en la vida de cada uno de los suyos. «Porque Dios no es injusto para olvidarse de vuestra obra y del amor que mostrasteis hacia su nombre, habiendo servido a los santos, y sirviéndoles aún» (Hebr. 6:10).

9.6 - A causa del pacto de Dios con David

Josafat, por desgracia, había contraído alianza con la casa de Acab, el rey impío que gobernaba sobre las 10 tribus; había tomado a la hija de Acab, Atalía, para su hijo, Joram (2 Crón. 18:1). Luego se hizo amigo de este rey para ir a la guerra, lo que casi le costó la vida. La severa reprensión del profeta Jehú: «¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová?» (2 Crón. 19:2) parece haber tenido un efecto saludable en Josafat. Pero su hijo Joram, que estaba mal acompañado, «anduvo en el camino de los reyes de Israel, como hizo la casa de Acab; porque tenía por mujer a la hija de Acab, e hizo lo malo ante los ojos de Jehová» (21:6). En particular, llevó a Judá a la idolatría que entonces caracterizaba a las 10 tribus (v. 11 y 13), lo que le valió una severa disciplina. «Mas Jehová no quiso destruir la casa de David, a causa del pacto que había hecho con David, y porque le había dicho que le daría lámpara a él y a sus hijos perpetuamente» (v. 7).

Tener a este fiel hombre como antepasado fue un gran privilegio para Joram, pero al mismo tiempo una gran responsabilidad. Esto queda claro en el escrito que el profeta Elías le dirigió: «Jehová el Dios de David tu padre ha dicho así: Por cuanto no has andado en los caminos de Josafat tu padre, ni en los caminos de Asa rey de Judá» (2 Crón. 21:12). A esto le sigue el anuncio de una sentencia irrevocable sin demora.

El nombre «Dios de David» es usado aquí por el profeta Elías para enfatizar la responsabilidad de Joram. Se encuentra en boca del profeta Isaías para anunciar al fiel rey Ezequías las buenas nuevas de la respuesta a su oración. «Así dice Jehová, el Dios de David tu padre: Yo he oído tu oración, y he visto tus lágrimas; he aquí que yo te sano» (2 Reyes 20:5). Ezequías había seguido los pasos de su antepasado, y a Dios le complace recordar su conexión con él. Se encuentra de nuevo en relación con el rey Josías (2 Crón. 34:3).

9.7 - El legado de las armas de David

Después de la muerte de Joram y su sucesor Ocozías, el futuro de la familia de David parecía pender de un hilo. Atalía, descendiente de Acab y usurpadora del poder en Judá, había tratado de exterminar a todos los descendientes reales, y casi lo había logrado. Solo había un niño, Joás, a quien Joseba, hija del rey Joram y esposa del sacerdote Joiada, había podido liberar de la matanza. El niño y su nodriza estuvieron escondidos en la Casa de Dios durante 6 años (2 Crón. 22:10-12).

En el séptimo año, Joiada hizo todos los arreglos necesarios para apartar a Atalía e instalar a Joás en el trono. Reunió a los levitas y a los príncipes de Judá en Jerusalén y les mostró al hijo del rey. Se basa en «como Jehová ha dicho respecto a los hijos de David» (23:3). En esta ocasión, a los «jefes de centenas» se les dan armas inusuales: «Lanzas, los paveses y los escudos que habían sido del rey David, y que estaban en la casa de Dios» (v. 9).

A Atalía se le da muerte. Joás es reconocido como el rey legítimo. La casa de Baal es demolida. Y se restablece el servicio divino. «Luego ordenó Joiada los oficios en la casa de Jehová, bajo la mano de los sacerdotes y levitas, según David los había distribuido en la casa de Jehová, para ofrecer a Jehová los holocaustos, como está escrito en la ley de Moisés, con gozo y con cánticos, conforme a la disposición de David» (v. 18).

Nuestras luchas no son las mismas que las del Antiguo Testamento. Pablo nos dice: «Porque, aunque andamos en la carne, no combatimos según la carne. Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para destruir fortalezas, derribando razonamientos y todo lo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Cor. 10:3-5). La Palabra de Dios es, sin duda, el arma más poderosa que posee el cristiano. El Señor Jesús lo usó para confundir a Satanás y, más tarde, a los fariseos, saduceos y herodianos. Pablo la usaba continuamente en su predicación. Todos los valientes siervos de Dios han empuñado la espada del Espíritu, la Palabra de Dios. Puede que no estemos en condiciones de responder a los ataques intelectuales contra la fe cristiana, pero podemos aferrarnos a las mismas declaraciones de la Palabra viva y eficaz de Dios y así silenciar a nuestros oponentes.

9.8 - La influencia de David en los días de avivamiento

1. Unos 300 años después de la muerte de David, en una época extremadamente oscura, el joven rey Ezequías ascendió al trono de Judá. Y camina por un camino de fidelidad que corresponde al de su antepasado.

Ezequías se parece a David en su interés y afecto por la Casa de Dios. Esto es particularmente evidente en el capítulo 29 de 2 Crónicas. Cuando Ezequías comienza a reinar, la Casa de Jehová está cerrada y llena de cosas abominables. Los utensilios sagrados han sido despedazados. Altares idólatras llenan las calles de Jerusalén. Sin demora, el rey comenzó una obra de purificación y restauración, con energía y sabiduría. Abrió las puertas del templo y purificó el santuario de toda la contaminación que se había acumulado allí. Luego restableció el culto a Jehová. Y en este sentido, la Palabra enfatiza varios elementos que tienen su fuente en David. Los levitas son puestos en su lugar, con sus instrumentos musicales, «conforme al mandamiento de David, de Gad vidente del rey, y del profeta Natán, porque aquel mandamiento procedía de Jehová por medio de sus profetas» (v. 25). Los instrumentos musicales son «instrumentos de David» (v. 26-27). Y el rey y sus líderes ordenan a los levitas que alaben a Jehová «con las palabras de David y de Asaf el vidente» (v. 30). «Y ellos alabaron con gran alegría, y se inclinaron y adoraron». Después de la purificación, la adoración.

Vale la pena seguir el ejemplo de Ezequías. En la Asamblea o en la vida cristiana individual, es posible que se introduzcan elementos extraños y que se acumule la contaminación: pecado, mundanidad, actividades carnales. Estas cosas deben ser juzgadas y puestas a un lado, para que el orden, la alabanza y la adoración divinos puedan estar restaurados de acuerdo con el pensamiento de Dios. El juicio del mal siempre precede a la bendición; es un principio divino, desde el Génesis hasta el Apocalipsis.

Ezequías también sigue notablemente los pasos de David al confiar completamente en Dios en una situación aparentemente desesperada. Cuando Senaquerib, rey de Asiria, subió contra Jerusalén con su gran ejército, la ruina de la ciudad parecía segura (2 Reyes 18; 19). Pero Ezequías extrae su fuerza y coraje de la misma fuente que su venerable antepasado. Así será con Senaquerib y su ejército como lo fue con Goliat y los filisteos. Los débiles salen victoriosos, pero obviamente por la intervención de Dios.

2. El rey Josías, al igual que Ezequías, también era un digno descendiente de David. La Escritura nos dice de él: «Hizo lo recto ante los ojos de Jehová, y anduvo en todo el camino de David su padre, sin apartarse a derecha ni a izquierda» (2 Reyes 22:2). «A los ocho años de su reinado, siendo aún muchacho, comenzó a buscar al Dios de David su padre» (2 Crón. 34:3). Más tarde, invita a los sacerdotes a actuar «como lo ordenaron David rey de Israel…» (35:4). Y vemos a los cantores, «estaban en su puesto, conforme al mandamiento de David, de Asaf y de Hemán, y de Jedutún» (v. 15).

3. Después del cautiverio babilónico, cuando un pequeño remanente de Judá volvió a Jerusalén para reconstruir el templo, para restablecer el culto a Jehová y luego para reparar el muro, los líderes del pueblo no buscaron novedades. Son muy conscientes de que fue el abandono de la Palabra de Jehová lo que llevó al pueblo al desastre, y lo confiesan (Esd. 9:5-15; Neh. 9:32-38). Luego vuelven a esta Palabra, y en particular a lo que había sido revelado a través de David.

Cuando se colocan los cimientos del templo, los sacerdotes alaban a Jehová «según la ordenanza de David» (Esd. 3:10). No se han adoptado nuevas medidas. S i hay un estado de debilidad en el pueblo de Dios, la solución nunca está en la innovación, sino en el retorno a las «sendas antiguas» (comp. Jer. 6:16).

9.9 - Los salmos de David, un tesoro para todos los tiempos

Los salmos de David han sido y serán siempre una fuente inagotable de bendición para quienes los leen. Es cierto que su lenguaje no siempre puede ser puesto en boca del cristiano. Contienen, por ejemplo, apelaciones al juicio de Dios sobre los enemigos, mientras que Jesús dijo: «Amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen» (Mat. 5:44). Y no conocen la plenitud de la salvación a través de Jesucristo, como enseña el Nuevo Testamento. Los salmos necesariamente llevan el carácter de la dispensación durante la cual fueron compuestos.

A pesar de este hecho, contienen una extraordinaria riqueza de experiencias espirituales que pueden ser parte del creyente en todos los tiempos. Responden de manera notable a las diferentes necesidades de los cristianos que atraviesan la prueba. Y proporcionan expresiones de alabanza y gratitud a Dios. David, en sus salmos, expresa a través del Espíritu sus experiencias personales, vividas con Dios en lo más profundo de su corazón. Por esta razón, se aplican con fuerza a los demás (comp. 2 Cor. 1:4).

En los Salmos mesiánicos, David alcanza las alturas más sublimes de la revelación divina. Estos salmos hablan del Señor Jesucristo, de sus sufrimientos, de su muerte, de su resurrección, de su elevación a la diestra de Dios y de sus glorias futuras. No podemos detenernos en ellos aquí en detalle.

10 - El hijo de David

10.1 - Su nacimiento

El Nuevo Testamento comienza con las palabras «Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham» y termina con las palabras del Señor Jesús: «Yo soy la raíz y la posteridad de David, la estrella resplandeciente de la mañana» (Mat. 1:1; Apoc. 22:16). Si el nombre de David aparece varias veces en el Nuevo Testamento, la mayoría de las veces es debido a su conexión con Jesús, su hijo según las promesas de Dios.

La genealogía de Mateo 1 establece la descendencia real de Jesús. Comenzando con Abraham, presenta la línea real desde David hasta José, «marido de María, de la que nació Jesús, que es llamado el Cristo» (v. 16). Cabe señalar que la palabra «engendró» ya no se usa en este versículo, y este cambio de expresión atestigua que Jesús no nació de hombre: fue concebido en el vientre de María por el poder del Espíritu Santo (v. 18-23).

Así, el Rey de Israel llegó como un niño pequeño, y el Espíritu de Dios establece con precisión que este niño no es otro que la descendencia prometida de David, «la posteridad» que sale «del tronco de Isaí», «un vástago retoñará de sus raíces» que da fruto (Is. 9:6-7; 11:1-10). Habían pasado largos siglos desde el pacto de Dios con David (2 Sam. 7), un pacto que no podía cumplirse en un hombre mortal y desfalleciendo. Pero el Hijo de David había llegado, aquel en quien se iba a cumplir el propósito de Dios y su pacto con David.

10.2 - El Hijo de David reconocido por los ciegos (Mat. 9:27-31)

Los capítulos 8 y 9 del Evangelio según Mateo nos muestran el poder del reino desplegado por Jesús. La muerte, la enfermedad y los demonios deben inclinarse ante su poder ilimitado. David, el rey de Israel, podía subyugar a los filisteos, a los amonitas, a los moabitas y a los rebeldes de su propio pueblo, pero no podía hacer nada contra la muerte, la enfermedad y los demonios. El poder de Jesús, infinitamente mayor que el de David, trajo liberación, bendición y consuelo a los afligidos.

Mientras Jesús sigue su camino, 2 ciegos lo siguen, gritando: «¡Ten piedad de nosotros, oh Hijo de David!». «Conforme a vuestra fe, os sea hecho», responde el Señor. E inmediatamente obtienen la curación. Este fue el primer cumplimiento de la profecía de Isaías 35: «Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán» (v. 5), palabras que anuncian el dominio universal del Mesías durante el Milenio. La tierra de Israel, en particular, estará llena de la gloria y el poder del Señor manifestado por el Mesías.

Pero ese momento aún no había llegado. Jesús no buscó los vítores de las multitudes. Sabía que le esperaban días oscuros. La cruz del Gólgota debía demostrar la vanidad de las aclamaciones públicas. Así, mientras espera el momento glorioso del establecimiento de su reino, el Hijo de David continúa su humilde pero poderoso testimonio.

10.3 - ¿No habéis leído lo que hizo David? (Mat. 12:1-8)

La frase «en aquel tiempo», al comienzo de Mateo 12, es significativa. El rechazo a Jesús era cada vez más claro. En el capítulo anterior reprocha a las ciudades de Corazín, Betsaida y Cafarnaúm, que habían mostrado su dureza e indiferencia a los muchos milagros que había realizado en medio de ellas, y predice el severo castigo que resultará. Afligido, pero no sorprendido, Jesús presenta esta situación a su Padre y la acepta con total sumisión. En el capítulo 10: Jesús les había dicho a sus discípulos que fueran solo «a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (v. 6), pero ahora invita a todos los hombres (11:28-30). Rechazado por sus súbditos, el rey extendió su invitación a todo el mundo; llama a todos aquellos que tienen necesidades a venir a él para recibir descanso y bendición.

Es en este contexto, y con ocasión de un reproche que los fariseos habían hecho, que Jesús se dirige a ellos, diciendo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando tuvo hambre él y los que estaban con él?» (v. 3). David, el rey a quien Dios había escogido y ungido, vivía errante y sin ser reconocido debido al odio y la persecución de Saúl, el rey de Israel a quien Dios había rechazado. Había ido a Nob a ver al sacerdote Ahimelec, y el sacerdote le había dado panes de la proposición para saciar su hambre y la de los que lo acompañaban. En principio, no se les permitía comerlo, porque era el alimento reservado para los sacerdotes; pero el reino estaba en desorden, y el rey no fue reconocido y tuvo hambre. Esta necesidad permitió una forma excepcional de hacer las cosas (1 Sam. 21:1-6).

El Señor aprovechó este incidente en la vida de David para responder a las críticas de los fariseos. Dieron todo el peso posible a sus leyes concernientes al sábado, y cerraron los ojos ante el estado desordenado en que se encontraba el pueblo. Los romanos eran los dueños del país, una prueba de la infidelidad del pueblo, y, lo que es mucho más grave, el rey era tratado con indiferencia y rechazado. Ciertamente no fue una falta que los discípulos trataran de apaciguar su hambre. David lo había hecho por sí mismo y por los que le acompañaban.

Al aceptar el pan de la proposición del sacerdote para él y sus hombres, David no tenía idea de que unos 11 siglos más tarde el Mesías alabaría su acción y la usaría para justificar la acción de sus discípulos.

10.4 - ¿Podría ser este el Hijo de David? (Mat. 12:22-32)

A través de las Escrituras del Antiguo Testamento, la esperanza de los israelitas piadosos se centraba en la venida del Mesías, el hijo de David. Ezequiel lo anunció como pastor y rey: «Y levantaré sobre ellas a un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor. Yo Jehová les seré por Dios, y mi siervo David príncipe en medio de ellos» (Ez. 34:23-24; vean también 37:24). Isaías predijo un reino de bendición y justicia bajo el dominio de la «posteridad» que saldría «del tronco de Isaí» (Is. 11) y predijo sanidad para los ciegos, los sordos, los cojos y los mudos (35:5-6).

Cuando las multitudes vieron al Señor Jesús sanar a un endemoniado sordomudo, quedaron impresionados y exclamaron: «¿No será este el Hijo de David?» (Mat. 12:22-23). Tenían ante sí la respuesta obvia a su pregunta. Jesús de Nazaret era, en efecto, el Hijo prometido de David.

¡Pero qué ciegos estaban los orgullosos fariseos! Y en su ceguera, cometen el terrible pecado de atribuir a Satanás el poder sanador manifestado por Jesús. El poder del reino se desplegaba ante sus ojos, pero no tenían fe para discernirlo. Sí, la envidia y el odio ciegan. El poder del diablo sobre un hombre había sido aniquilado, y el cautivo había sido liberado de sus garras. Los fariseos, en cambio, no tenían poder para ayudar a este pobre hombre, pero calumniaban al que lo había sanado. Incluso van tan lejos como para afirmar que Jesús tenía un espíritu inmundo (Marcos 3:30). ¡Qué pecado tan horrible insinuar que el santo Hijo de Dios, ungido y sellado con el Espíritu Santo, podía estar poseído por un espíritu inmundo! El humilde Hijo de David podía perdonar los agravios que se le habían hecho, como lo había hecho muchas veces el hijo de Isaí; pero hablar injuriosamente contra el Espíritu Santo era un pecado imperdonable. Era y es una blasfemia de la peor especie (comp. Hebr. 10:29).

Esta acusación totalmente injusta añadió un elemento a la grave culpa de los líderes religiosos, una culpa que finalmente trajo sobre la nación el gobierno justo y la ira de Dios, después de la ascensión del Señor.

Notemos que el estado del endemoniado era una ilustración de la condición moral de Israel: por el poder del diablo, el pueblo estaba ciego (incapaz de reconocer a su Mesías) y mudo (incapaz de traer alabanza y gratitud a Dios).

10.5 - El Hijo de David es reconocido por una mujer cananea (Mateo 15:21-28)

Qué severo y distante parece el Señor Jesús cuando una mujer de las naciones se le acerca y lo llama «¡Señor, Hijo de David!», y le pide que sane a su hija atormentada por un demonio. En primer lugar, él no le responde. Actúa como si no hubiera escuchado su llamada de auxilio. ¿Era insensible a la angustia de la mujer? ¡No, pero él prueba la fe! Él es compasivo, siempre está dispuesto a ayudar a los necesitados, pero la fe debe manifestarse y fortalecerse. Por otro lado, la mujer cananea tenía que ocupar el lugar que le correspondía. Ella y su hija, extrañas al pueblo de Israel, no tenían derecho a la asistencia de aquel a quien ella llama «Hijo de David».

Perturbados por sus gritos de ayuda, los discípulos se acercaron a Jesús para pedirle que la despidiera. Jesús declara entonces que su misión es hacia «las ovejas perdidas de la casa de Israel» (comp. Mat. 10:6). Sin inmutarse, la mujer le rinde homenaje y simplemente grita: «¡Señor, ayúdame!». ¿Responderá ahora el Señor a esta súplica instantánea? No, la prueba de la fe continúa. Y el Señor le dice explícitamente que los extranjeros no tienen parte de las bendiciones de los hijos de Israel: «No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perros». «Así es, Señor», responde ella, «pero hasta los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Ella reconoce: “Sé que no tengo derecho a las bendiciones que pertenecen a Israel, pero mi hija y yo tenemos una gran necesidad. Apelo a vuestra gracia”. Tal recurso no podía ser desestimado. ¡Qué gozo para el Señor poder decir: «¡Oh mujer, grande es tu fe; sea contigo como quieres!» Y la gran fe de esta mujer es recompensada inmediatamente con la curación de su hija.

David tenía varios gentiles en su ejército. Estaban Selec, el amonita, Urías, heteo, Itma, moabita, y Ahimelec, heteo (1 Crón. 11:39, 41, 46; 1 Sam. 26:6). Había también 600 hombres de Gat, la ciudad de los filisteos; estaban dirigidos por Itai, geteo (2 Sam. 15:18-22). Al huir de Jerusalén, David le recordó a Itai que era un extraño y le aconsejó que regresara a Absalón. Pero Itai se niega rotundamente, y expresa su fidelidad y apego a David con estas notables palabras: «Vive Dios, y vive mi señor el rey, que o para muerte o para vida, donde mi señor el rey estuviere, allí estará también tu siervo» (v. 21). David lo recompensó haciéndolo cabeza de un tercio de su pueblo (2 Sam. 18:2). Hay una cierta analogía entre este relato y el de la mujer cananea.

La bendición de esta mujer y de su hija es una anticipación del tiempo en que tanto judíos como gentiles serán bendecidos juntos, siendo introducidos en la unidad del Cuerpo de Cristo (comp. Efe. 2:15-19; Juan 10:16).

10.6 - La entrada del Hijo de David en Jerusalén (Mat. 21:1-17)

El período que transcurre desde que Nehemías pidió al rey Artajerjes que reconstruyera Jerusalén y sus muros hasta la entrada de Jesús en la ciudad como Rey abarca exactamente las 69 semanas de años de las que se habla en la visión profética de Daniel (Hec. 2:1-8; Dan. 9:24-27). Sin lugar a duda, «el Mesías Príncipe» de Daniel 9:25 es «el Hijo de David» de Mateo 21:9.

La profecía de Zacarías 9:9-17, citada por Mateo, se cumplió en cuanto a la humilde manera en que Cristo entró en la ciudad, montado en un pollino. Sin embargo, no se ha cumplido plenamente, ya que proclama al mismo tiempo la bendición de Israel y de las naciones, y el juicio de todos los que se oponen a Dios. La frase «justo y salvador» (Zac. 9:9) se omite en la cita. El momento de la liberación de Israel aún no había llegado.

Exteriormente, fue una entrada triunfal. Una gran multitud entusiasta había dado la bienvenida al «profeta de Nazaret». Ropas y ramas de palma habían sido colocadas en el camino del Hijo de David. Las expectativas de la gente parecían haberse cumplido. «¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Marcos 11:10). Parecía que había llegado el tiempo de la liberación, que el yugo de los romanos estaba a punto de ser roto, que Israel iba a ser liberado y que todas las brillantes predicciones de los profetas se iban a cumplir.

Pero aún no había llegado el momento de eso. La profecía de Daniel predijo: «Se quitará la vida al Mesías» (9:26). Y esto se cumplió cuando Jesús fue rechazado por los gobernantes de la nación y crucificado. De esta manera, el gobierno público y glorioso de Cristo fue pospuesto. David había experimentado el gozo y la dignidad de ser ungido rey de Israel, pero también había experimentado la amargura del rechazo por parte del pueblo sobre el que iba a gobernar. El Hijo de David experimentó esto de una manera aún mayor.

Aunque Jesús es descrito como humilde y manso (Zac. 9:9; Mat. 21:5), se destacan algunos rasgos de su poder. Su señorío sobre todas las cosas se ve cuando trae el pollino y se sienta sobre él (Mat. 21:2-3). Su poder real se expresa cuando purifica el atrio del templo de las prácticas que prevalecían allí (v. 12-13), y el justo juicio sobre una nación estéril se ve, en sentido figurado, en la maldición de la higuera estéril (v. 18-20).

Al oír a los niños gritar: «¡Hosanna al hijo de David!», los sacerdotes y los escribas se indignan. Jesús les responde con las palabras de David en el Salmo 8. Los presenta con el reproche: «¿Nunca leísteis?» (v. 16). De todas las personas, deberían haber sabido mejor lo que David había escrito. Pero una religión estéril descuida las fuentes de su fe. Vemos cómo Jesús aprecia las alabanzas expresadas por los niños. Contrastaban mucho con el silencio de los líderes religiosos, que solo sabían abrir la boca para plantear objeciones.

10.7 - A la vez Señor e Hijo de David (Mateo 22:41-46)

El Señor hace a los fariseos una pregunta difícil sobre el Mesías anunciado en el Antiguo Testamento: «Si David lo llama señor, ¿cómo es su hijo?» Estaban de acuerdo en que Cristo se levantaría de la simiente de David. También estaban de acuerdo en que en el primer versículo del Salmo 110: David había hablado del Mesías como su señor. Pero ¿cómo podía Cristo ser a la vez el hijo de David y su señor? Las 2 afirmaciones parecían contradictorias. Era un misterio para ellos. Por lo tanto, no pueden responder a la pregunta formulada, y Jesús los deja en suspenso.

De hecho, la respuesta estaba delante de sus ojos, pero no tenían la fe para discernirla. Podían saber que Jesús era el descendiente de David; no fue difícil de establecer. Pero no podían entender ni querían creer que Jesús era el «Señor» a quien el «Jehová» habla en el primer versículo del Salmo 110. La clave de este misterio está en la encarnación del Hijo de Dios; él es el Ungido de Dios (Hec. 10:38; Mat. 3:17), y que estaba delante de ellos.

Que Jesús es el Señor de David es una afirmación de su divinidad. Que él sea el Hijo de David es una indicación de su humanidad.

Nótese que el Señor aquí pone el sello de su autoridad en la inspiración de los Salmos; él afirma que David habló por el Espíritu Santo (Marcos 12:36). David es uno de los muchos escritores del Antiguo Testamento que «hablaron guiados por el Espíritu Santo» (2 Pe. 1:21; comp. 1 Pe. 1:11).

David es una de las 5 personas en la Biblia que dijo de Jesús: «Mi Señor». Los otros son Isabel, María Magdalena, Tomás y Pablo (Lucas 1:43; Juan 20:13; 20:28; Fil. 3:8).

10.8 - La resurrección del Hijo de David (Hechos 2:22-36)

En el día de Pentecostés, lleno del Espíritu Santo, el apóstol Pedro utiliza las palabras de David como base para su predicación. Dirigiéndose a los miles de judíos que entonces estaban en Jerusalén, cita varios versículos del Salmo 16. David, «siendo profeta», había sido conducido a hablar de la resurrección de Jesús. Escribió: «No dejarás mi alma en el hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción. Me hiciste conocer las sendas de la vida; me llenarás de gozo en tu presencia» (Hec. 2:27-28).

David había muerto, había sido sepultado, y su cuerpo aún estaba en un sepulcro. Él mismo no había experimentado lo que había dicho acerca de la resurrección. Pero, añade Pedro: «Sabiendo que con juramento Dios le había jurado que uno de sus descendientes se sentaría sobre su trono, previéndolo, habló acerca de la resurrección del Mesías, que no sería dejado en el hades, ni su carne vería corrupción» (v. 30-31).

La vida, muerte y resurrección de Jesús forman el fundamento del mensaje evangélico. La vida inmaculada y sin pecado de Jesús era indispensable para que pudiera presentarse como una ofrenda a Dios. El desamparo y la muerte que soportó en la cruz fueron necesarios para resolver el asunto del pecado y de los pecados, la raíz y los frutos, según Dios. La resurrección es el testimonio de Dios en cuanto al valor de todo lo que Jesús ha hecho por Dios y por los hombres. Está en el centro de la predicación de los apóstoles, tal como lo entendemos en el libro de los Hechos.

10.9 - David y el Evangelio

Para concluir esta serie de textos concernientes a David, subrayemos cómo este hombre que, sin embargo, vivía en la dispensación de la Ley, fue instruido por el Espíritu Santo de una manera que lo superaba y anticipaba la plena revelación de la gracia en la persona de Cristo.

Consciente de sus propias insuficiencias e indignidades, pudo regocijarse en Aquel que había de venir, y que es a la vez su Señor y su Hijo: «Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios. Será como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes, como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra. No es así mi casa para con Dios; sin embargo, él ha hecho conmigo pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas, y será guardado, aunque todavía no haga él florecer toda mi salvación y mi deseo» (2 Sam. 23:3-5).

La vida de David está lejos de estar libre de pecado. Pero Dios le hizo entender cómo sus pecados podían ser perdonados. Y expresó la certeza del perdón y el gozo de la salvación con tal claridad que el apóstol Pablo, guiado por el Espíritu, pudo retomar sus palabras tal como eran: «Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño» (Sal. 32:1-2, citado en Rom. 4:6-8).