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Lecciones del desierto: Shur, Sin, Refidim

Éxodo 15 - 17


person Autor: Charles STANLEY 2

flag Tema: El desierto para el cristiano


Queridos creyentes, con la ayuda del Espíritu Santo vamos a examinar las lecciones de Shur, Sin y Refidim (Éx. 15 al 17). Cada una de ellas presenta una lección distinta, solemne pero valiosa.

1 - El desierto de Shur

Primero, la lección del desierto de Shur. «E hizo Moisés que partiese Israel del mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua» (15:22). Son solo unas palabras, pero encierran mucho significado: fue muy poco después del cántico triunfal de la redención, y a solo 3 días del lugar de la muerte y de la liberación: ¡el mar Rojo! Y ahora ya no hay agua. ¿Se imaginan ustedes el precio? La cruz de Cristo, que nos separa del mundo, es un asunto muy solemne. «Pero lejos de mí esté gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me ha sido crucificado, y yo al mundo» (Gál. 6:14). ¿Qué puede haber más miserable y despreciable a los ojos del mundo que alguien crucificado? Eso es lo que el mundo era para el apóstol y lo que él era para el mundo.

Los 3 días de viaje ilustran muy bien el lugar exacto al que está conducido el creyente: muerto con Cristo y resucitado con él. Sí, el viaje de 3 días, de la muerte a la resurrección, les han separado para siempre de Egipto, es decir, del mundo, queridos compañeros de viaje. Dirás: es muy extraño que los redimidos, que acababan de entonar el cántico del triunfo, se angustien tan pronto y no encuentren agua. Pero ¿no es así como fueron llevados a Dios los jóvenes cristianos de Tesalónica, «recibiendo la palabra en medio de mucha aflicción, con el gozo del Espíritu Santo» (1 Tes. 1:6)?

Observen que esta es la primera lección después de la redención; si ustedes han sido redimidos por la sangre de Cristo, es decir, si sus pecados han sido perdonados, no se sorprendan si, en su primer viaje al desierto, descubren que no hay agua. Incluso creo que es una señal segura de su redención. ¿Es este su caso, o todavía pueden beber de los placeres del mundo y estar satisfechos con ellos? Si es así, no se equivoquen: sigan en Egipto, bajo la férula de Satanás, que les lleva cautivos a su antojo. No se ofendan si les digo la verdad, tengo que serles fiel. Oh, ¡cuántos van a la perdición guiados por la mentira! Pero, queridos cristianos, no es así para ustedes. Las cosas que tanto le agradaban ya no le satisfacen. No puedo expresarlo mejor que la Escritura: No encuentran agua. La solemne lección de Shur. El Nuevo Testamento es muy claro a este respecto: «No améis al mundo, ni las cosas que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (vean 1 Juan 2:15-17). Y también: «¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Aquel que quiere ser amigo del mundo, se hace enemigo de Dios» (Sant. 4:4).

Cuando pensamos en el inmenso precio de nuestra redención, ¿podemos sorprendernos de que nuestra separación del mundo, que reside en el malvado sea tan completa? Por eso, si no encuentran agua, ni nada que les satisfagan, cuídense de no murmurar.

La siguiente lección de Shur es igual de sorprendente. «Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas» (15:23). Fue verdaderamente difícil –más difícil que no encontrar agua. ¡Cuán a menudo el creyente joven experimenta esto, y el mayor también! Nos aferramos a lo que creemos que nos satisfará, solo para encontrar una amarga decepción. ¿Nunca lo ha experimentado? ¿Han probado ustedes los placeres, las riquezas o los honores del mundo, solo para encontrarlos amargos? ¿No les han invitado a un banquete que en otro tiempo hubieran encontrado muy agradable, pero que ahora es amargo para la nueva naturaleza, solo para volver a casa completamente decepcionados? ¿No se han fijado una meta terrenal que se les han permitido alcanzar, solo para experimentar la vanidad? Sí, donde esperaban satisfacción solo han encontrado amargura y vacío. Ah, cuidado con murmurar. Todo lo que le ha sucedido es común a los hijos de Dios. Este mundo es un vasto desierto, donde ningún árbol da frutos satisfactorios. Pero hay un árbol. «Y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron». Sí, «Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes; bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar» (Cant. 2:3). Ese árbol es sin duda Cristo. Ah, nada puede endulzar el amargo cáliz de esta vida sino sentarse bajo su sombra. ¡Qué placer, qué dulzura para el recién nacido!

Esta segunda lección del desierto de Shur es sencilla. Queridos jóvenes cristianos, ¿empiezan ustedes a encontrar amargas las aguas de esta vida? Acérquese a Jesús, siéntese a sus pies: su fruto será dulce a su paladar; sus palabras serán más dulces que la miel y que la que destila el panal. ¿Las cosas del mundo son dulces o amargas? ¿Es Cristo para ustedes como un árbol precioso, cargado de los frutos más hermosos, mientras que a su lado todo es estéril y basura? Entonces escuchen lo que Jehová dice a su pueblo, Israel. Nótense que esto fue antes de que se diera la Ley. Y ciertamente no tenía nada que ver con su redención porque todo estaba terminado. Lo mismo se aplica a ustedes, queridos lectores: si son creyentes, su redención es tan completa como la de ellos. Sus obras no tienen nada que ver. Tampoco están bajo la Ley. Oh, cuánta de su bendición presente depende de que escuchen diligentemente la voz del Señor. Él es una roca inamovible, y su sombra da perfecta seguridad. Siéntense a sus pies y escuchen atentamente sus palabras. Él dice: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14:15). No como siervos sometidos a la Ley, sino como hijos, llenos del Espíritu y movidos por el amor divino. Sí, esta obediencia de fe es muy preciosa y necesaria.

Elim era un oasis dulce y verde en el desierto, con 12 fuentes de agua y 70 palmeras. «Y acamparon allí junto a las aguas». Esto nos recuerda a Jesús, en medio de sus 12 apóstoles y sus 70 discípulos. Dondequiera que lo veamos, él es Aquel a quien pueden acudir a beber los sedientos. Que acampemos siempre junto a las fuentes de agua viva.

2 - El desierto de Sin

Pero pasemos ahora al desierto de Sin (Éx. 16).

Cada etapa del camino pone de relieve la indignidad del hombre y la gracia soberana de Dios. Toda la congregación murmura con tristeza y dice: «Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud» (v. 3). Era muy triste, pero no más que el terrible pecado de la incredulidad que tan fácilmente asalta al creyente de hoy. Uno pensaría que, con un futuro tan brillante por delante, no deberíamos detenernos a mirar el mundo que tenemos detrás. ¿Cuál fue la respuesta de Dios a estos murmullos? Una gracia asombrosa. Y Jehová dijo a Moisés: «He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día», y así sucesivamente. Nótese que el sábado del descanso de Jehová fue dado antes de la Ley, en conexión con comer este pan del cielo. Primero fue dado a Israel como un privilegio, no como un mandamiento o un principio de la Ley. Aquí, el pueblo descansaba el séptimo día; no conozco ningún otro ejemplo en el que el pueblo descansara el sábado. Desde Adán hasta Moisés, incluso hasta este capítulo, es decir, durante más de 2.500 años, el Espíritu nunca usa la palabra sábado, ni su raíz ni ninguna de sus formas. Aquí, en el desierto de Sin, Dios se lo da a su pueblo redimido, por pura gracia. Y, por el principio de la gracia, antes de que se diera la Ley, descansaban el séptimo día.

Desde el momento en que están bajo la Ley, el Espíritu no vuelve a decir de guardar «el día de reposo». No olvide que Dios expresamente le dio a Israel el sábado sobre la base de la redención, y por esa misma razón, como dice: «Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo» (Deut. 5:15). Así que tenían el sábado porque habían sido redimidos; pero descansaban, o lo disfrutaban, solo recogiendo el maná celestial, y eso sobre el principio de la pura gracia. ¡Pan del cielo! Queridos lectores, que el Espíritu de Dios abra sus mentes para ver a Cristo, el pan de vida, en todo esto.

Entendamos que el único motivo de Dios para dar descanso al pecador culpable es la sangre redentora de Cristo. Sí, él mira a ese precioso cordero «el cual fue entregado a causa de nuestras ofensas, y fue resucitado para nuestra justificación» (Rom. 4:25). Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Rom. 5). «Tenemos redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados» (Efe. 1:7). Esto nos da la paz. Esta paz es un don de Dios por pura gracia. Así como el sábado era un don de Dios por pura gracia para cada israelita, esta paz, este descanso de Dios, es un don de Dios para cada creyente redimido por la sangre de Cristo. Pero ustedes dirán: “Si esto es así, ¿por qué no entramos en este reposo y disfrutamos de la paz con Dios?”. A esta pregunta la lección del desierto da una solemne respuesta. El maná era un tipo de Cristo como pan de vida. Los redimidos de Egipto se alimentaban de él. Pero recogían una cierta cantidad cada día. ¿Es ese su caso, queridos lectores? ¿Recogen diariamente este maná?, Cristo, en su preciosa Palabra.

Si no tuvieran tiempo para comer su alimento diario, ¿se sorprenderían encontrarse con mala salud? Si no tienen tiempo para recoger las migajas de vida en la preciosa Palabra, no se sorprendan si su vida espiritual decae. Lean lo que dijo Jesús al respecto: «Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí jamás tendrá sed» (Juan 6:35). Entonces, ¿viene a él para su porción diaria? Cada hebreo tenía un gomer de maná (unos 2 litros), según la cantidad que pudiera comer. Al que comía más no le faltaba, y al que recogía más no le sobraba. El maná era como el cordero: cada uno comía hasta saciarse. Nuestra profunda necesidad de pecadores ha sido satisfecha por la sangre del Cordero; y la profunda necesidad diaria de nuestras almas se satisface alimentándonos de Cristo. Es una gran bendición, el primer día de la semana, reunirnos para partir el pan –recordar a Jesús, su cuerpo partido, tomar la copa que habla de su sangre derramada, expresar, a través de este único pan, el único cuerpo de Cristo. Sí, insisto. Pero está la parte cotidiana: la necesidad constante del alma de ser alimentada espiritualmente por Cristo. En un artículo tan breve, solo puedo pedirles que lean Juan 6:30-71 sobre este tema.

Este cuadro divino es de una gran simplicidad. Dios dio el pan del cielo. El israelita redimido lo recogió. Era «una cosa menuda, redonda, menuda como una escarcha sobre la tierra». Y lo recogían cada mañana. «Era como semilla de culantro, blanco, y su sabor como de hojuelas con miel». ¡Oh, este Cristo precioso y sin mancha, tan pequeño y despreciado a los ojos del mundo! Pero cuando el hijo de Dios recoge el maná por la mañana, ¡qué fresco es el rocío de la aurora, cuando el Espíritu revela a Jesús al alma en la Palabra bendita! Dios les dio suficiente para el sábado, y descansaron. Dios les ha dado descanso, queridos creyentes. ¿No lo están aprovechando? Si no descansan, es porque no han recogido suficiente maná. Lean más la Palabra, piensen más en Cristo. Si el israelita exclamó: «¿Qué es?», que ustedes digan: “¿Qué es? –Es Cristo, mi porción”.

Como Dios les daba el doble de lo que podían comer, así descansaban el séptimo día. Del mismo modo, por el don de su Hijo amado, ha satisfecho mucho más que nuestras necesidades apremiantes. Así que su descanso fue un don, no un mandato. Así que en Cristo descansamos por gracia, no por obras. Algunos no creyeron y fueron a buscar maná, pero no lo encontraron. Lo mismo sucede con nosotros cuando nos alejamos del don eterno de Dios.

Había una gran diferencia entre tener el sábado y descansar. También hay una gran diferencia entre tener paz con Dios y disfrutar de esa paz. ¿Quieren ustedes disfrutar de ese dulce descanso en Dios? Entonces recojan el maná –aliméntense de Cristo. Como la gota de rocío contenía el maná, así el Espíritu tomará lo que es de Cristo y se los mostrará. ¿Quieren descansar? No entristezcan al Espíritu Santo que les ha sellado. El maná sabía a pastel de miel. ¿Qué puede ser más dulce para un hijo de Dios que la comunión del Espíritu, la comunión con Cristo? Queridos creyentes, ¡busquen este santo y dulce disfrute de Cristo! ¿Se alegra el corazón a la perspectiva de estar para siempre con el Señor? Entonces busquen sinceramente una gran comunión con él en el Espíritu, aquí mismo en la tierra.

3 - Refidim

Pasemos ahora a la tercera etapa del viaje de Israel: Refidim. Aquí tampoco había agua. Ah, a la carne le cuesta soportar no encontrar agua en cada etapa. Pero así es el viaje a través de este desierto. Piensen en el viaje de nuestro precioso Señor; piensen en lo que le esperaba a su siervo Pablo en cada ciudad (Hec. 20). Queridos compañeros de viaje, este es nuestro camino, si le somos fieles.

Una vez más, Jehová respondió a sus graves murmullos con la mayor gracia (pues el pueblo aún no estaba bajo la Ley). La roca de Horeb fue golpeada, y salió de ella agua que todo el pueblo pudo beber. Moisés llamó al lugar Tentación y Contestación. Oh, queridos jóvenes viajeros, si su corazón está a punto de murmurar –si Satanás susurra: “Más vale que abandonen el viaje y vuelvan al mundo”–, si todas las cisternas están vacías; si están dispuestos a ser tentados y a contender; si sus pensamientos son confusos; ¡ah! si Satanás parece enfurecerse contra ustedes; sí, si todo parece estar en contra de ustedes; oh, entonces recuerde la Roca que fue herida por ustedes. Sí, si es así, miren a Jesús. ¿Hubo alguna vez dolor como el suyo? ¿Y hubo alguna vez amor como el suyo? Se sorprenderán ver surgir en su mente pensamientos perversos e incrédulos.

«Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim» (17:8). Puesto que esta es la primera y única batalla de Israel que todavía estaba bajo la gracia, antes de que se diera la Ley, nosotros que no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia debemos estudiarla con el mayor interés. No creo que esta batalla de Refidim sea un tipo de nuestra lucha contra el poder espiritual de maldad, como será el caso cuando Israel esté en la tierra de Canaán. Más bien, creo que esta batalla de Refidim representa el ataque repentino de la tentación de los deseos de la carne. Fue en el mismo momento en que decían: «¿Está Jehová entre nosotros, o no?» – en el preciso momento en que dudaban, que «vino Amalec y peleó contra Israel». Nada le da más poder al enemigo que dudar de que somos hijos de Dios, o de que Dios está con nosotros y para nosotros.

Ahora, queridos (jóvenes) cristianos, el asunto de esta batalla de Refidim es muy solemne. Aunque hayan sido redimidos por la sangre de Cristo, aunque sean hijos de Dios, aunque se hayan alimentados con deleite de Cristo, el maná celestial, les sorprenderá descubrir que los deseos de su vieja naturaleza son tan malos como siempre. Lo que ha nacido del Espíritu no ha alterado en nada la carne. Si Israel se hubiera quedado en Egipto, nunca habría luchado contra Amalec. Y si ustedes no tuvieran la nueva naturaleza, nunca hubiera experimentado esta feroz batalla contra la vieja naturaleza. «Porque lo que desea la carne es contrario al Espíritu, y lo que desea el Espíritu es contrario a la carne; pues estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que deseáis» (Gál. 5:17). La Palabra de Dios es clara, y todo hijo de Dios lo experimenta. ¡Qué no haría si el Espíritu Santo que mora en él no le impidiera satisfacer los deseos de la carne!

Queridos viajeros, quisiera advertirles contra varios errores cuando vayan a Refidim. Ante todo, tengan cuidado con el camino ancho que preconiza una “perfección sin pecado”. Este camino conduce a la infidelidad. Algunos les dirán que su vieja naturaleza ha cambiado y que ya no hay pecado en su carne ni en su mente carnal. Esta ilusión tan halagadora puede adormecerles con una falsa sensación de seguridad durante un tiempo. Pero cuando Amalec viene a luchar (aunque a veces pienso que Satanás tiene mejores cosas que hacer que luchar contra estas personas engañadas), si Satanás los somete a una fuerte tentación y descubre, con horror y tristeza, que todavía hay una naturaleza malvada en ustedes que se despiertan rápidamente ante lo que la tienta, entonces parecen ser vencidos por el poder de esta tentación inesperada. Y si han fracasado, tengan cuidado del ataque brutal del enemigo mortal, que intentará persuadirles de que no son hijos de Dios. Si permiten que esta oscura incredulidad se apodere de su alma, ¿dónde estarán sus fuerzas para la batalla?

Pero veamos la batalla de Refidim. Lean atentamente estos versículos 8-16 de Éxodo 17: una lección de oro para todo soldado de Cristo. Algunos maestros les dirán: “En la hora de la tentación, su única seguridad es hacer todo lo posible por cumplir la Ley”. Conocí a un joven cristiano que, luchando en Refidim, escribió, como último recurso, todo lo que Dios denunciaba y ordenaba sobre el pecado que tanto le acosaba. Pero eso no le ayudó en nada. La enseñanza de Dios es muy diferente de la del hombre en este importante punto. El hombre dice: “Está bajo la Ley como regla de vida, y el pecado ciertamente prevalecerá si no se esfuerza por cumplirla”. Dios dice: La ley era «un ministerio de muerte» que tenía que terminar (vean 2 Cor. 3:7-14) y «El pecado no se enseñoreará de vosotros; porque no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia» (Rom. 6:14). Así que ya ven, queridos viajeros que, si están guiados por el hombre, estarán bajo la Ley y en esclavitud; «pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (Gal. 5:18). ¡Qué contraste entre la enseñanza de Dios y la del hombre!

Pero entonces, cuando paso por Refidim, es decir, por una tentación terrible –cometer pecados graves–, la pregunta es: si la Ley no me ayuda en ese momento, sino que solo excita aún más la concupiscencia (como dice Rom. 7:7, 18), ¿qué me ayudará? ¿Y cuál es el principio para vencer los deseos de la carne? La batalla de Refidim es una respuesta de oro a esta perplejidad cuando surge. Tal vez la razón humana pensó que era una tontería. No se cavaron trincheras paralelas ni se demostraron tácticas militares; pero Moisés dijo: «Estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano». «Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec». ¡Qué imagen del principio divino de la fe que prevalece! Es particularmente precioso, como ya he dicho, si recordamos que esta fue la única batalla que libró Israel, cuando estaba bajo la gracia, y no todavía bajo la Ley. Y ahora, queridos lectores, si han recorrido alguna parte del desierto, les pido que escudriñen en su memoria y me digan si este cuadro no es fiel a la vida real, como decimos… Cuando ustedes levantaron sus manos a Dios, cuando pusieron su fe en él, prevaleció; y cuando las dejaron caer, cuando pusieron su confianza en algo que no era Dios, prevaleció el pecado. Así que el poderoso principio de la fe nos está presentado como el único medio de victoria en la tentación. Nunca hacemos propósitos sin fracasar y romperlos; y nunca nos volvemos hacia Dios sin ser liberados. Queridos cristianos, en la hora de la tentación, recuerden la batalla de Refidim. Levanten su corazón y clamen a Dios con fe. Tal vez ustedes digan: “¡Me pesa tanto el corazón!” Lo mismo ocurrió con las manos de Moisés. «Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol».

Para sostener al creyente en la batalla, este versículo presenta algunos elementos de verdad muy preciosos e importantes. En un momento como este, es de suma importancia recordar esta piedra –la Roca de los siglos– para estar sostenidos. Sepan que, cualquiera que sea la tormenta de tentación que les asalte, sus pies están sobre la Roca inamovible. Tengan cuidado con las arenas movedizas de los pensamientos incrédulos que sugieren que pueden dejar la Roca en la que están parados hoy y estar perdidos mañana. En el momento de la gran tentación, nada puede debilitar más al hijo de Dios que estas falsas doctrinas. No, queridos lectores, si están redimidos, es para la eternidad; la vida que tienen es eterna; si están sobre la Roca, nadie podrá jamás arrancarles de ella. La piedra no fue colocada debajo de Moisés para que dejara colgar sus manos, sino para que las levantara firmemente. Pero no les estoy presentando esta bendita verdad de la Roca que les sostiene para que por descuido dejen de confiar en Dios para vencer la codicia y el pecado; no, sino para alentar su fe en la hora más oscura.

Luego, para sostener las pesadas manos de Moisés, Aarón y Hur estaban uno a un lado y el otro al otro. Y Aquel por cuya muerte y resurrección estamos justificados, Jesús, «¿no intercede también por nosotros»? (vean Hebr. 7:25) «De la misma manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; porque no sabemos orar como se debe; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inexpresables» (Rom. 8:26). ¡Qué fuerza divina nos da esto en el momento de la tentación! Por un lado, saber que, en la presencia misma de Dios, el Hijo exaltado de Dios agita las manos de la fe e intercede; por otro, saber que, en la tierra, en el creyente, intercede el Espíritu Santo. ¡Estamos apoyados por ambas partes!

Queridos lectores, puede que estén abatidos –puede que les haya sorprendidos Amalec; puede que hayan pensado que la codicia y la tentación habían desaparecido– se habían imaginado un camino soleado (es así, si mantiene la mirada fija en Jesús). Puede que se hayan propuesto caminar con Dios y, durante un tiempo, todo les fue fácil; pero el ataque repentino del enemigo les cogió por sorpresa, sus manos se aflojaron y Amalec, es decir, sus pecados, prevaleció. ¿Prevalece Satanás sobre ustedes? ¿Han fracasado? Me parece oírles murmurar: “No lo esperaba, pero he pecado desde mi conversión, y ahora me siento miserable. La luz del día parece haberse convertido en la oscuridad de la noche. Satanás dice que ya no estoy sobre la Roca, que el gran Sumo Sacerdote del cielo ya no intercede por mí, y que el Espíritu Santo ya no intercede por mí”. Deténgase, no escuchen estas salvas del enemigo que les hacen dudar. ¿Acaso no se partió por ustedes la Roca de los siglos? ¿No fue su misma sangre la que respondió a todos sus pecados, la que los lavó todos? ¿No dice el Espíritu por medio de Juan, que escribe sobre este tema?: «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Y si alguno peca, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo; él es la propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 2:1-2)? Si ustedes son hijos suyos y han pecado, piensen en lo que ocurre en presencia de su Padre. ¡Qué Abogado! Mírenlo y escuchen su súplica en favor suyo: Él invoca su propia sangre. ¿No se aplican a usted estas palabras «si alguno peca»? No es para que pequen, sino para que no pequen. Pero si han pecado, saber que su defensor está allá arriba, levanta los brazos de la fe; y aunque Amalec haya prevalecido, ustedes prevalecerán de nuevo.

Pero, tal vez diga: “Si he pecado, ¿no he contristado al Espíritu Santo, no me ha abandonado?”. No, eso es imposible ahora. El Espíritu Santo mora en ustedes como el sello del valor de la sangre de Jesús (Hebr. 10; Efe. 1). Así que la sangre de Jesús tendría que perder su valor para que el Espíritu Santo dejara de morar en el hijo de Dios. Se puede contristar al Espíritu Santo por quien estamos sellados para el día de la redención, sí ¡ay, y cuántas veces lo contristamos! Pero una de las grandes características de la presente dispensación es que el Espíritu Santo permanece con nosotros hasta el fin. En este solemne hecho he encontrado una de las verdades más fortalecedoras de la Palabra de Dios. El apóstol la utiliza con este fin cuando escribe a los corintios (piensen en ello cuando se sientan tentados): «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Cor. 3:16) Vean con cuánta solemnidad se subraya esto en 1 Corintios 6:15-20. El hecho de que el cuerpo del creyente es el templo del Espíritu Santo es tan cierto que Dios no permitirá que persista en el pecado y profane así el templo; si se niega a juzgar y humillarse, y más aún a escuchar a la asamblea, el templo tendrá que ser destruido, es decir, el cuerpo volverá al polvo. «Por esto muchos de vosotros están enfermos y debilitados, y bastantes duermen» (1 Cor. 11:30).

Queridos lectores, puede que no hayan sido conscientes de todo esto, pero miren las Escrituras y comprueben si no es así. Tenemos un enemigo vigilante y poderoso, y estamos rodeados de toda clase de tentaciones, especialmente el joven cristiano, y debemos luchar siempre contra las concupiscencias mortales y odiosas. Si estamos abandonados a nosotros mismos, sin fuerzas para resistir la menor de ellas, qué importante es conocer la Roca sobre la que nos apoyamos, y saber que tenemos al Señor resucitado a un lado, y al otro, al Espíritu que no cesa de interceder por nosotros.

Queridos lectores, del mismo modo que no había que transigir entre Israel y Amalec, tampoco transijamos con los deseos carnales que hacen la guerra al alma. De ahora en adelante, aunque Amalec haya prevalecido, aunque ustedes hayan fallado y pecado, que el Espíritu de Dios les muestre al Abogado que intercede por ustedes ante el Padre, y confiesen a su Padre sus errores y pecados pasados. Verán que él es fiel y justo para perdonarles sus pecados y limpiarles de toda maldad. Él es fiel y justo a las reivindicaciones de su Abogado, por lo cual están perdonados y purificados. Esto es tan cierto como la confesión que le hizo, por su Espíritu. Recuerden: si el pecado ha prevalecido, confiésenlo a su Padre. Y ahora, que Dios conceda al lector y al autor la victoria de la fe. «Porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que venció al mundo, nuestra fe» (1 Juan 5:4).

Por lo tanto, la batalla de Refidim nos presenta el bendito principio de la victoria sobre el pecado y el mundo. Si luchan según el principio de la Ley, serán derrotados; si luchan según el principio de la fe, vencerán. Dependiendo de si sus manos bajan o suben por uno u otro principio, serán derrotados o vencerán. En cuanto a ustedes, que han recorrido la mayor parte del camino, apelo a sus corazones y a sus conciencias: ¿No es cierto que cuando nos volvimos hacia Dios, vencimos? Y que, ¿cuándo decidimos hacer lo mejor posible, fracasamos? Cuántos años dolorosos se ahorraría el hijo de Dios con una sencilla vida de fe. Queridos cristianos, si quieren pasar su corto tiempo en santo servicio, feliz y consagrado a Dios, no confíen en la carne, nunca confíen en sí mismos. Oren sin cesar, en todo tiempo y lugar. Recuerden que es templo del Espíritu Santo: él intercede por ustedes; el Sumo Sacerdote resucitado es su abogado; Dios está por ustedes. Si les castiga, es porque les ama. Oh, no olviden que solo están a salvo de la tentación si confían en él. ¡Cuán pronto, después del maná y el descanso, vinieron la tentación y Amalec!

En los tiempos más ricos de bendición, cuando estamos llenos de Cristo, el maná celestial, y nuestros corazones descansan en Dios, incluso entonces corremos un gran peligro. Una tentación terrible e inesperada puede cambiarlo todo de repente. Oh, velen, oren confíen. «Al que os puede guardar sin caída, y presentaros sin mancha ante él, con gran gozo, al único Dios, nuestro Salvador, mediante Jesucristo nuestro Señor, ¡sea gloria, majestad, dominio y autoridad, desde antes de todo siglo, ahora y por todos los siglos! Amén».