La actividad y los resultados del desierto, los recursos

Hebreos 4


person Autor: John Nelson DARBY 89

flag Tema: El desierto para el cristiano


Esta vida no ofrece descanso; Cristo promete aflicciones, sufrimientos, persecuciones y no descanso. Cuando, después del trabajo, esperamos, en este mundo, bendición y paz, encontramos devastación y guerra. El Espíritu Santo, que el cristiano posee, en vez de darnos descanso en este mundo, produce en nosotros la actividad. Cristo no conoció el descanso en la tierra; sus apóstoles fueron probados por toda clase de sufrimientos; ¿podemos esperar algo mejor? Dios nos da un descanso fuera de este mundo lleno de pecado y de la esclavitud de la corrupción, y Jesús fue a prepararnos un lugar de descanso para recibirnos allí. Liberados de Egipto, los israelitas no habían sido introducidos en el descanso, sino en el desierto y en la lucha contra el enemigo.

Es penoso encontrar, sin cesar, guerra a nuestro alrededor, y esto debía ser especialmente sensible para los hebreos, acostumbrados a esperar un Mesías terrenal, y poco habituados al pensamiento de un Cristo oculto en Dios. No encontraban aquí nada de lo que esperaban, desde el momento en que devenían cristianos, pues el cristiano deja el mundo sin estar aún en posesión del cielo.

El efecto de la redención es colocarnos en el desierto; allí encontramos la prueba de nuestra carne y la prueba de nuestro corazón. Soportamos la primera como hombres por el sufrimiento. Nuestro corazón es probado para mostrarnos que no tenemos nada aquí. Lo único que debemos esperar es el desierto, y eso es lo único de lo que siempre podemos estar seguros. Si esperamos otra cosa, querremos instalarnos allí, o nos encontraremos cansancio y lasitud. En el desierto, solo podemos contar con Dios.

El descanso que se nos promete es el descanso de Dios. Dios no ha entrado todavía en su descanso respecto a sus criaturas; descansó después de la creación porque todo era bueno, pero el pecado lo ha estropeado todo, y el descanso de Dios respecto a su criatura se ha interrumpido. El Señor dijo: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo» (Juan 5:17).

En la resurrección, Cristo descansó de su obra redentora; ahora está sentado a la diestra de Dios y, por lo que respecta a nuestra redención, ya no tiene nada que hacer; pero solo cuando Dios haya reunido a todo su pueblo entraremos en el descanso.

Deuteronomio 8:2-6, nos muestra que Dios nos llevó al desierto para humillarnos y hacernos completamente dependientes de él. Moisés, hablando de Israel, señala el hecho humillante de que se han rebelado constantemente; pero Dios se sale con la suya; dice, por boca de Balaam, que no ha visto iniquidad en Jacob. Después de 40 años, sus vestidos no estaban gastados, ni sus pies hollados. Tal vez el efecto diario del amor de Dios se sintiera poco, pero al final del viaje, el bien que había hecho a su pueblo era admirable. Les había dado maná, agua y la nube para mostrarles el camino. El desierto nos hace más conscientes de nuestra miseria. El desierto es doloroso para cada uno de nosotros, según nuestro carácter, al despojarnos de los objetos de nuestros deseos de descanso, ambición, etc. Solo la carne nos impide gozar de la presencia directa de Dios en el desierto.

La Palabra de Dios y el sacrificio de Cristo (v. 12-16) nos son dados para sostenernos en la travesía del desierto. La Palabra es el primer instrumento que Dios utiliza para hacernos bien allí; nos da conocimiento de Dios y de nosotros mismos. El hombre natural no entiende las cosas espirituales; Dios se sirve de lo que encuentra en nuestro corazón para darse a conocer y revelarnos lo que somos, para penetrar en nosotros y derramar su luz que revela nuestras miserias y nuestras tinieblas. Los afectos naturales se vuelven malos cuando no tienden a Dios; son del alma y no del Espíritu; la Palabra llega hasta la división del alma y del Espíritu. El hombre nuevo no tiene por objeto nada de aquí abajo; Dios es su único objeto. El cristiano juzga en su corazón todo lo que no se hace según Dios, y el mismo Espíritu que le lleva a juzgarse a sí mismo le hace comprender que no tendrá que sufrir el juicio de Dios. La paciencia, el apoyo y la ternura de Dios no pueden aprenderse en el cielo; solo en el desierto podemos conocer a Dios en estos diversos aspectos. Dios ara nuestros corazones para sembrar el trigo de su amor. Es un amigo al que hemos conocido en nuestras miserias y aflicciones, y al que volveremos a encontrar en el cielo con mayor gozo.

En el versículo 14 tenemos a un Sumo Sacerdote compasivo que ha experimentado todas nuestras necesidades y defiende nuestro caso ante Dios. Ha sido nuestro compañero de viaje en el desierto, por lo que podemos acudir al trono de la gracia, que ya no es un trono de juicio. El Espíritu Santo está en nuestros corazones para juzgarlos, y el Padre todavía nos castiga, pero ya no nos juzgará.

Dejemos que las aflicciones y la Palabra de Dios hagan todo su efecto en nuestros corazones, para que la paciencia tenga su obra perfecta. No prefiramos el consuelo a las aflicciones. Si Dios nos examina, es para ponernos en mejores condiciones de gozar de su amor. La sabiduría, para el hombre, es someterse con confianza, no con orgullo o insensibilidad.

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1886, página 355


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