4 - Pero, en segundo lugar, llego al hecho solemne de que…

La salvación por las obras: una falsa doctrina peligrosa


estas 2 grandes faltas están cometidas por muchas personas. Temo que las cometan algunos de los que hoy me leen. Que cada uno se examine a sí mismo y vea si estas cosas malditas no están escondidas en su corazón, y si es así, que clame a Dios por la liberación de ellas.

1. Es cierto que estas faltas son imputables a quienes se burlan del Evangelio. Aquí está la gran proclamación de la gracia del Dios soberano para con el hombre caído, para con los pecadores, la cosa más maravillosa que jamás haya sido revelada y, sin embargo, ustedes no creen que valga la pena prestarle atención.

La muerte de Cristo no es nada para ustedes: un hermoso hecho histórico, sin duda; conocen bien la historia, pero no les importa lo suficiente como para querer disfrutar de sus beneficios. Su sangre puede tener poder para limpiar del pecado, pero no quieren la remisión; su muerte puede ser la vida de los hombres, pero no aspiran a vivir de acuerdo con ella. Estar salvado por la sangre expiatoria no les parece tan importante como llevar sus negocios con provecho y adquirir una fortuna para sus familias. Al descuidar estas cosas preciosas, frustran, hasta donde pueden, la gracia de Dios, y consideran la muerte de Cristo como una cosa vana.

2. Otras personas hacen esto: son las que no tienen conciencia de culpa. Tal vez son naturalmente amables, civilizados, honestos y generosos, y piensan que estas cualidades naturales son suficientes. Cuántas personas poseen muchas cualidades, pero carecen de la única cosa que necesitan. No son conscientes de haber hecho nunca nada muy malo, ciertamente se creen tan buenos como los demás, e incluso mejores en algunos aspectos.

Ustedes son muy malos, porque son tan orgullosos que se creen justos, mientras que Dios dijo que «no hay justo, ni aun uno» (Rom. 3:10). Hacen de Dios un mentiroso. Su Palabra les acusa y su Ley les condena; pero ustedes no lo creen y se jactan de su propia justicia. Esto es alta presunción y soberbia arrogante, ¡y que el Señor les libre de ello!

3. Otra categoría de personas puede creer que escapará a la muerte; pero ahora debemos dirigirnos a ellas. Aquellos que se desesperan a menudo exclaman: “Sé que solo puedo ser salvado por gracia, pues soy un gran pecador; pero, ay, soy un pecador demasiado grande para ser salvado. Soy demasiado negro para que Cristo lave mis pecados”. Ah, mis queridos amigos, sin saberlo, cancelan la gracia de Dios, negando su poder y limitando su fuerza. Dudan de la eficacia de la sangre del Redentor y del poder de la gracia del Padre.

¿Qué quieren decir con esto? ¿Acaso la gracia de Dios no puede salvar? ¿Acaso el Padre de nuestro Señor Jesús no puede perdonar los pecados? Cantamos con alegría: “¿Quién es un Dios que perdona como tú? ¿O que tiene una gracia tan rica y gratuita?”. Y ustedes dicen que no pueden ser perdonados, desafiando sus muchas promesas de misericordia. No digan eso: no dejen que su incredulidad haga mentir a Dios.

4. Y creo también que quienes predican un Evangelio confuso cometen en gran medida este pecado. Con esto quiero decir que cuando predicamos el Evangelio, solo tenemos que decir: “Pecadores, sois culpables: no pueden ser de otra manera que culpables por naturaleza; si sus pecados son perdonados, debe ser por un acto de gracia soberana, y no por nada que haya en ustedes, o que puedan hacer vosotros. Pueden ser perdonados porque Jesús murió, y por ninguna otra razón; y la manera en que pueden obtener esta gracia es simplemente confiando en Cristo. A través de la fe en Jesucristo tendrán el perdón completo”. Ese es el Evangelio puro.

Si el hombre se da la vuelta y pregunta: “¿Cómo soy justificado por creer en Cristo?”. Si le respondo: “Porque siente una ley obrando en usted, o porque tiene deseos santos, lo he echado todo a perder: he metido algo del hombre en el asunto, y he echado a perder la gloria de la gracia”. Los que mezclan sus “si” y sus “peros”, e insisten en que debe hacer esto y sentir aquello antes de poder aceptar a Cristo, frustran hasta cierto punto la gracia de Dios y dañan el glorioso Evangelio del Dios bendito.

5. Lo mismo ocurre, de nuevo, con los que apostatan. ¿Hay alguien aquí que una vez profesó ser religioso, que solía orar en la congregación, que solía caminar como un santo, pero que ahora se ha vuelto atrás? Usted, amigo mío, dice con su conducta: “He conocido la gracia de Dios, pero no me importa: no vale nada, he vuelto al mundo”. Dice también: “Confié en Jesucristo, pero no es digno de confianza”.

Ha negado y traicionado a su Señor y Maestro. No entraré ahora en la cuestión de si alguna vez fue usted sincero, aunque creo que nunca lo fue, como lo demuestra su propio testimonio. Tenga cuidado, no sea que cometa estos 2 terribles crímenes: hacer fallar la gracia de Dios y hacer vana la muerte de Cristo.


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