Inédito Nuevo

1 - Prefacio

La salvación por las obras: una falsa doctrina peligrosa


La idea de la salvación por el mérito de nuestras propias obras es recurrente. Tan a menudo como es refutada, tan a menudo reaparece. Y cuando encuentra el menor eco, no tarda en abrirse paso. Por eso Pablo, decidido a erradicarla, se opuso a todo lo que se le parecía. Estaba decidido a no permitir que la cuña encontrara un resquicio para introducirse en la Iglesia, porque sabía que manos benévolas no tardarían en meterla; por eso, cuando Pedro se puso del lado del partido judaizante y pareció favorecer a los que exigían que los gentiles se circuncidaran, el apóstol le plantó cara con valentía.

Siempre luchó por la salvación por la gracia mediante la fe, y se opuso enérgicamente a cualquier idea de justificación mediante la obediencia a los preceptos de la Ley. Nadie podría haber sido más explícito que él sobre la doctrina de que no somos justificados o salvados por las obras, sino solo por la gracia de Dios. Su trompeta no tocó una nota incierta, sino clara: «Por gracia sois salvos mediante la fe; y esto no procede de vosotros, es el don de Dios» (Efe. 2:8-9). Para él, gracia significaba gracia, y no podía soportar que se tocara esta cuestión o se perdiera su significado.

La doctrina de la justicia legal es tan fascinante que la única manera de abordarla es a la manera de Pablo. Nunca hay que ceder, sino recordar la firmeza del apóstol y la forma en que se mantuvo firme: «Ni por un momento cedimos a someternos, para que la verdad del Evangelio permanezca con vosotros» (Gál. 2:5).

El error de la salvación por las obras es demasiado creíble. Constantemente se oye afirmar que es una verdad evidente y se defiende por su supuesta utilidad práctica, mientras que la doctrina de la salvación por la fe es objeto de burla y acusada de malas consecuencias. Se afirma que, si se predica la salvación por las buenas obras, se fomentará la virtud; esto es así en teoría, pero la historia prueba con numerosos ejemplos que donde se ha predicado esta doctrina, la virtud se ha vuelto singularmente rara, y cuanto más se han ensalzado los méritos de las obras, más débil se ha vuelto la moralidad.

Por otra parte, donde se ha predicado la justificación por la fe, se han producido conversiones y pureza de vida incluso en los peores hombres. Los que llevan una vida piadosa y buena están dispuestos a reconocer que la causa de su celo por la santidad radica en su fe en Jesucristo; pero ¿dónde encontraréis a un hombre piadoso y recto que se gloríe en sus propias obras?


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