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El ministerio actual de Cristo


person Autor: William C. REID 8

flag Temas: Su actividad celestial actual Los recursos


1 - Su sacerdocio

1.1 - El ministerio de Cristo tipificado en el tabernáculo de Israel

El ministerio sacerdotal de Cristo está resumido para nosotros en las palabras de la Sagrada Escritura: «Pero el punto principal de lo que decimos es que tenemos un tal sumo sacerdote, que se sentó a la diestra del trono de la majestad en los cielos, ministro de los lugares santos y del verdadero tabernáculo, que erigió el Señor, no el hombre» (Hebr. 8:1-2). De este y otros pasajes de la misma epístola se desprende claramente que el sacerdocio de Aarón en relación con el tabernáculo que levantó Moisés es un tipo del sacerdocio de Cristo en relación con un orden divino de servicio y culto al que aquí se alude como «el verdadero tabernáculo». Lo que se prefiguraba en el edificio material con su santuario terrenal ahora está cumplido en un sistema espiritual de culto vinculado al cielo.

1.2 - El cristianismo ha traído cosas mejores

Aunque en el antiguo sistema había prefiguraciones de las realidades espirituales del cristianismo, es necesario observar los agudos contrastes entre lo que era terrenal y lo que es celestial. El sacerdocio de Cristo no es según el orden de Aarón, sino «según el orden de Melquisedec» (5:6). «La ley no perfeccionó nada» (7:19), pero «con una sola ofrenda perfeccionó para siempre a los santificados» (10:14). En el cristianismo tenemos «un ministerio más excelente… un mejor pacto… mejores promesas… una mejor esperanza… mejores sacrificios… un mayor y más perfecto tabernáculo… un sacrificio… una eterna salvación… y una herencia eterna» (Hebreos).

1.3 - El ministerio de Cristo se basa en su sacrificio en la cruz tras su encarnación

El sacerdocio de Cristo pertenece al cielo, pero se funda en su gran obra de sacrificio en la cruz, y es consecuencia de haberse hecho hombre. De esto se habla en Hebreos 2, donde está escrito: «Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para llegar a ser un misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo referente a Dios, para hacer propiciación por los pecados del pueblo. Pues por cuanto él ha padecido siendo tentado, puede socorrer a los que son tentados» (v. 17-18). Los sacrificios de la Ley, y especialmente los del gran día de la expiación, se mencionan en esta epístola en relación con el sacrificio aarónico, y simbolizan el único gran sacrificio de Cristo por el que hizo «propiciación por los pecados del pueblo». No habría podido haber un sumo sacerdote para nosotros a menos que Cristo, por medio del Espíritu eterno, se hubiera ofrecido sin mancha a Dios.

1.4 - La perfecta humanidad del Señor. Pasó plenamente por penas y sufrimientos

Para ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel, Cristo tuvo que hacerse Hombre, un Hombre perfecto, y entrar en prácticamente todos los detalles de la vida humana en este mundo, y aprender «la obediencia por las cosas que sufrió» (5:8). Como Dios, siempre había mandado; como Hombre, aprendió lo que es la obediencia. Conoció el sufrimiento humano como ningún otro lo conoció o pudo conocerlo jamás, debido a su santidad intrínseca y a su perfecta obediencia a la voluntad de Dios. Era Varón de dolores y conoció el sufrimiento, llevando en su propio espíritu los sufrimientos que su poder quitaba a los hombres. Hambre, sed y fatiga eran suyas, sin lugar donde reposar su cabeza en este mundo: lloró sobre Jerusalén, y con las hermanas de Betania, se estremeció ante la tumba de Lázaro al sentir los terribles estragos del pecado. Negado, rechazado y despreciado por Israel, recibiendo odio por su amor, y solo el mal por la gracia y bondad constantemente manifestadas, el Hijo de Dios atravesó este mundo como Hombre, perfecto en todos sus sentimientos, entrando en todas las penas y sufrimientos que son la porción de los hombres, pero con un carácter e intensidad de sentimientos que le eran propios.

1.5 - Como Hombre perfecto, Cristo fue exaltado y glorificado

Después de haber atravesado este mundo como Hombre perfecto, y habiendo perfectamente entrado en todas las condiciones de vida propias de los hombres, el Hijo de Dios llevó a cabo la redención, y ahora «Teniendo, pues, un gran sumo sacerdote que ha pasado a través de los cielos, Jesús, el Hijo de Dios» (4:14). La gloria de la Persona de Cristo resplandece desde el lugar de su exaltación, y podemos decir con el escritor a los Hebreos: «Vemos… a Jesús… coronado de gloria y honra» (2:9). Su lugar a la diestra de Dios no solo le fue dado a Jesús, sino que le corresponde por derecho, y así leemos en Hebreos 1: «Habiendo hecho la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas» (v. 3). En Hebreos 10:12, vemos a Jesús sentado en la grandeza de la redención consumada, y en Hebreos 8:1, está sentado en la grandeza de su sacrificio.

1.6 - El ministerio de Cristo hacia los suyos

1.6.1 - Cristo como sumo sacerdote, misericordioso y fiel, que ayuda a sus santos en las pruebas

Como sumo sacerdote misericordioso y fiel, Jesús es capaz de ayudar a sus santos en las pruebas; cuán real es la ayuda de Cristo a los suyos en medio de las pruebas de la vida presente. Habiendo recorrido todo el camino antes que nosotros, el Hijo de Dios tiene un corazón que se conmueve al sentir nuestras debilidades, y este sentimiento en el alma trae un inmenso consuelo en el dolor. En el pasado, el sumo sacerdote llevaba los nombres de los hijos de Israel sobre sus hombros y en su pectoral; Cristo sostiene a sus santos con fuerza divina y los consuela con un amor que supera todo lo que se pueda decir. Nuestro sumo sacerdote está en el trono de la gracia, y allí podemos acudir para «que recibamos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro» (4:16).

1.6.2 - La ayuda proporcionada por Cristo como sacerdote en el trono de la gracia, no en relación con los pecados

El trono de la gracia es para nosotros, como santos necesitados, durante la travesía del desierto. Tenemos acceso a él con plena libertad, sabiendo que toda cuestión relativa a nuestros pecados ya ha sido resuelta por la muerte de Cristo. No acudimos al trono de la gracia cuando hemos faltado: ese es el servicio de Cristo como nuestro Abogado, no su sacerdocio. Dios quiere que comprendamos que somos totalmente dependientes de Cristo e independientes del mundo. Ya sea en el dolor o en la prueba, podemos acudir a Cristo con total libertad; su ministerio está a nuestra disposición en todo momento, un ministerio de misericordia y gracia que nos sostendrá, por grande que sea la necesidad. Por eso está escrito: «Por eso puede salvar completamente a los que se acercan a Dios por medio de él, viviendo siempre para interceder por ellos» (Hebr. 7:25). El sacerdocio proporciona la misericordia y la gracia que evita la caída, que nos salva de la caída.

1.7 - Cristo como ministro de los lugares santos

Lo que nos ha ocupado hasta ahora, es el aspecto del ministerio sacerdotal de Cristo desde el trono de la gracia para satisfacer las necesidades de los suyos en su camino a través del mundo. Al principio de Hebreos 8, se indica otra característica del servicio de Cristo cuando se habla de él como «ministro de los lugares santos y del verdadero tabernáculo» (8:2). En el tabernáculo de antaño, el servicio de Aarón consistía en arreglar las lámparas en el candelabro, suministrando los panes de proposición en la mesa, y haciendo fumar el incienso por la mañana y por la tarde en el altar de oro mientras se ocupaba de las lámparas. Estas cosas tienen correspondencia con el «verdadero tabernáculo» en el que el Hijo de Dios sirve como ministro del santuario.

1.7.1 - Lo que corresponde al servicio relacionado con el candelabro

Levítico 24 nos dice que Aarón debía disponer las lámparas continuamente ante Jehová en el candelabro puro. La luz debía brillar en el lugar santo, donde debía hacer resaltar los bellos rasgos del candelabro, así como la hechura y los materiales del altar y la mesa, por no mencionar los colores de las cortinas y los velos. Este brillo no tiene nada que ver con el testimonio de Dios hacia el mundo, sino que nos habla de la forma en que Cristo sirve en el cielo para hacer resaltar en la vida de sus santos sus propios rasgos de belleza para el ojo y el placer de Dios.

1.7.2 - Cristo haciendo brillar su luz en sus santos

Aarón debía encender la lámpara desde la noche hasta la mañana, y también debía disponer «las lámparas… delante de Jehová» (Lev. 24:3). La disposición de las lámparas implicaba la disposición de las despabiladeras, la eliminación de todo lo que pudiera impedir que la luz brillara. ¿No habla esto del cuidado de Cristo por los suyos? Sus caminos hacia nosotros son a veces dolorosos, pero cada acción está dirigida con perfecta sabiduría, y en infinito amor, para alejar de nosotros lo que impide la expresión de sus propias gracias celestiales. Nuestras circunstancias y condiciones de vida también son vigiladas por el Ministro del verdadero tabernáculo, y a menudo lo que él dispone para hacer brillar nuestra situación no nos conviene, pero qué bendición es cuando nos contentamos con su mandato, sabiendo que él sabe mejor dónde colocarnos para gloria del Padre. Es un gran privilegio representar a Cristo ante el mundo, pero qué bendición también pensar que la luz debía brillar «delante de Jehová». Qué gozo debe dar al Padre ver los rasgos de su Hijo manifestados en sus santos, y saber que se debe al ministerio actual de Cristo.

1.7.3 - Un servicio constante e incansable en medio de la oscuridad

La disposición de las lámparas «desde la tarde hasta la mañana», ¿no se refiere al servicio constante e incansable de Cristo en la presencia de Dios durante la noche de su ausencia de este mundo? Los hombres hablan de la “edades de oscuridad”, cuando había pocos testimonios públicos de Dios a los que los hombres pudieran prestar atención, pero había algunos a los que Dios podía prestar atención. Los santos de Dios pueden fallar, pero no hay fallo por parte del Ministro del santuario. Durante la larga noche, presta continuamente su servicio a Dios y su trabajo a los santos de Dios, para hacer brotar los capullos, las flores y los frutos que estaban en el candelabro. Aunque la Iglesia ha fallado en su testimonio colectivo, siempre ha habido, gracias al cuidado y a la vigilancia de Cristo, individuos entre los santos de Dios que han manifestado la vida divina en sus rasgos incipientes, así como en su fragancia y frutos maduros. Podemos aplicar las lámparas individuales a las asambleas locales; donde había poco conocimiento de la verdad de la Asamblea, y una expresión muy imperfecta de lo que ella es en el pensamiento de Dios, ha habido santos aislados, y sin duda pequeños grupos, en quienes la luz ha brillado para gloria de Dios.

1.7.4 - El servicio hacia Israel no está olvidado – como los panes de proposición sobre la mesa

De Levítico 24 se desprende que los panes eran colocados originalmente «sobre la mesa limpia delante de Jehová» (v. 6) por Moisés, pero que después el servicio perteneció al sumo sacerdote, como dice: «Cada día de reposo lo pondrá continuamente en orden delante de Jehová» (v. 8). Los 12 panes seguramente representan a las 12 tribus de Israel, y el hecho de que estaban colocados sobre la mesa cada sábado confirmaba que Dios nunca olvidará a su antiguo pueblo, Israel. En su trato público con Israel, Dios los ha llamado «Lo-ammi», es decir: «No sois mi pueblo» (Oseas 1:9), pero están «delante de Jehová continuamente», como muestran los 12 panes. La fe de Pablo vio los 12 panes sobre la mesa pura ante Jehová cuando habló al rey Agripa sobre «nuestras doce tribus, sirviendo a Dios con celo día y noche» (Hec. 26:7). Nuestro sumo sacerdote ciertamente aparecerá «para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel» (Is. 49:6) y, hasta el día de hoy, él sirve en el Lugar Santo con los 12 panes sobre la mesa pura. Cuando él aparezca, en efecto, Israel será bendecido por Aquel que se entregó por ellos, sobre la base del nuevo pacto en su sangre.

1.7.5 - La fragancia del buen olor de Cristo ascendiendo hacia Dios junto con la disposición de las lámparas

La disposición y el encendido de las lámparas estaban estrechamente relacionados con el ahumado del incienso de buen olor en el altar de oro por la mañana y por la tarde: debía ser un «incienso… rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones» (Éx. 30:7-8). Dios no solo quiere tener los rasgos de Cristo brillando ante él en los suyos, sino que quiere que Cristo le sea presentado en la adoración. Estas dos cosas, aunque distintas, no pueden ser separadas, porque el placer de Dios no está solo en nuestras vidas, sino en nuestro acercamiento a él en la adoración, y el servicio actual de Cristo tiene ambas cosas en vista. La Escritura que dice «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios había preparado antes para que anduviésemos en ellas» está estrechamente relacionada con «Porque por él, los unos y los otros tenemos acceso por un mismo Espíritu al Padre» (Efe. 2:10, 18).

1.7.6 - Nos acercamos a Dios como colmados de favor en el Amado

Nuestro lugar ahora, por gracia, está en el Lugar Santísimo, donde tenemos plena libertad para entrar por la sangre de Jesús. Cuando Aarón entraba en el Lugar Santísimo una vez al año, en el Día de las Expiaciones, se le ordenaba tomar el incensario de oro lleno de carbones de fuego de encima del altar delante de Jehová, y sus manos llenas del perfume aromático molido. Debía llevarlo «detrás del velo. Y pondrá el perfume sobre el fuego delante de Jehová, y la nube del perfume cubrirá el propiciatorio que está sobre el testimonio, para que no muera» (Lev. 16:12-13). El hombre no podría estar en la presencia de Dios sin la fragancia de la Persona del querido Hijo de Dios. Es porque Cristo está en la presencia de Dios, y porque su preciosa sangre ha satisfecho todos los requisitos del trono de Dios, que tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo. Somos colmados de favor en el Amado, y tenemos un «sumo gran sacerdote sobre la casa de Dios» (10:21), de manera que podemos acercarnos a Dios.

1.7.7 - Nuestra adoración proviene de que estamos ocupados con las perfecciones de Cristo

Israel nunca tuvo acceso al Lugar Santísimo. Este lugar de cercanía se lo debemos a la gracia soberana de Dios y a la obra de Cristo. En Hebreos 9:4, no se menciona el altar de oro, pero el incensario de oro está allí con el arca. La razón es que Cristo, nuestro sumo sacerdote, ha entrado en el Lugar Santísimo y mora allí. Ahora bien, la función del altar está vinculada para nosotros con el incensario de oro, pues nuestro culto está en el Lugar Santísimo. Al entrar en la presencia inmediata de Dios, estamos comprometidos en todo lo que habla de Cristo allí, y estando así ocupados con él, somos capaces de adorar, presentando a Cristo en las perfecciones que se describen en el incienso molido. Cuando consideramos los preciosos detalles de todo lo que se revela en Cristo, cómo esto inclina el corazón en adoración ante Dios.

1.8 - El resumen del ministerio sacerdotal de Cristo, hacia los hombres y hacia Dios

Estos son, pues, algunos de los elementos del actual ministerio sacerdotal de Cristo:

  • Lo que nos ayuda en los ejercicios y pruebas de cada día de nuestro viaje por el desierto, a nuestro paso por el mundo como peregrinos y extranjeros.
  • Luego está el servicio de Cristo en relación con todas las circunstancias y condiciones de la vida, en el que ordena todas las cosas con el fin de hacernos semejantes a él, para hacer resaltar los bellos rasgos que lo marcaron cuando estuvo en la tierra, y esto por el placer de Dios Padre.
  • Tampoco se olvida de Israel en su ministerio actual, pues mantiene su lugar ante Dios con vistas al día venidero.
  • El culto a Dios es también asunto suyo; no solo dirige las alabanzas al Padre en medio de la congregación, sino que es el sumo sacerdote por medio del cual tenemos plena libertad para entrar en el santuario.

2 - Su servicio como Abogado

2.1 - El otro Consolador, según Juan 14 al 17. Los cuidados hacia los suyos que se prosiguen

Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, cuidó y sirvió a sus discípulos, sabiendo que le habían sido dados por el Padre. Cuidó de ellos de todas las maneras posibles, porque los amaba entrañablemente, y justo antes de dejar el mundo, los entregó al tierno cuidado del Padre, diciendo: «Padre santo… guárdalos en tu nombre para que sean uno… Mientras yo estaba con ellos, los guardaba en tu nombre» (Juan 17:11-12). El Señor había hablado también a los suyos de la venida del Espíritu Santo, que sería para ellos «otro Consolador», que moraría con ellos y en ellos, enseñándoles y recordándoles lo que les había dicho, guiándoles a toda la verdad, y poniendo ante sus corazones su gloria en la presencia del Padre, y la gloria venidera en la que sería mostrado ante el mundo. Aunque tan ricamente provistos por el cuidado del Padre y el ministerio del Espíritu Santo, el cuidado y el ministerio del Señor no cesarían hacia los suyos.

2.2 - Juan 13: El lavado de los pies en vista de la nueva posición de los creyentes en asociación con Cristo y en relación con el Padre

La primera mitad de Juan 13 nos presenta algo del ministerio actual de Cristo a sus santos. Lo que estaba indicado en la fiesta de la Pascua tenía que cumplirse primero, antes de que Cristo pudiera entrar en su ministerio actual; «nuestra Pascua, Cristo» tenía que ser «ha sido sacrificado» (1 Cor. 5:7). El lavado de los pies de los discípulos era en vista de la nueva posición a la que el Hijo de Dios los llevaría en asociación consigo mismo y en relación con el Padre. Así lo indican las palabras: «Sabiendo Jesús que había llegado su hora para pasar de este mundo al Padre» (Juan 13:1). Atravesando este mundo, el Hijo había glorificado al Padre en cada paso de su maravilloso camino de sumisión y obediencia, haciendo su voluntad y dándole constante placer. Había hablado a los suyos de las cosas del cielo, y había fijado sus pensamientos y afectos en torno a Él. Al dejar este mundo, los suyos quedarían atrás para representarle aquí en la tierra, pero yendo a la presencia del Padre, quería centrar en él sus afectos, y quería comprometer sus pensamientos con el Padre y consigo mismo dondequiera que fuera.

2.2.1 - El amor de Cristo más allá de la muerte

Qué amor mostró el Señor a sus discípulos; era un amor que nada podía alterar, y un amor que lo llevó hasta la cruz; y a través de la muerte, para que aquellos a quienes amaba pudieran estar asociados con él más allá de la muerte. Este mismo amor iba a ser expresado en el lavado de los pies de los discípulos, no solo en el acto mismo, sino en lo que evocaba: su participación con él, ante el Padre, en el goce de su amor. Con semejante amor en el trasfondo de lo que iba a seguir, ¡qué terrible son la enemistad de Satanás y la traición de Judas! Jesús solo pensaba en la gloria de su Padre y en la bendición de los suyos; Satanás utilizaba la avaricia del corazón humano para provocar la muerte del Hijo de Dios en su astuto y perverso intento de frustrar el consejo de Dios. Qué vil es la naturaleza humana cuando trama traicionar a Aquel que era la perfección de la bondad y del amor, y que manifestó la gracia y la bondad divinas a los hombres.

2.2.2 - El cumplimiento perfecto de lo que el Padre le había encomendado

Consciente de todo lo que le rodeaba y de todo lo que le esperaba, el Hijo de Dios actuó sabiendo la grandeza y la confianza de lo que el Padre le había confiado. El amor y la confianza del Padre en su Hijo eran tales que lo había entregado todo en sus manos. Jesús no permitiría que nada lo distrajera de cumplir con todo lo que el Padre le había encomendado; cada detalle sería llevado a cabo, sin importar el costo para él mismo. Ningún corazón humano puede decir cómo sintió el bendito Señor en aquel momento la oposición de Satanás y la traición de Judas, pero estaba sostenido y hecho superior a todo por el pensamiento de la confianza del Padre en él y de su gran amor por los suyos. Había venido de Dios para darlo a conocer, y quería volver a Dios después de haber completado gloriosamente toda su obra. Esta santa confianza ocupó sus pensamientos cuando estaba sentado con los suyos en la cena pascual, y cuando se levantó y se despojó de sus vestiduras.

2.2.3 - El nuevo ministerio: Se despoja de su gloria celestial

Sus acciones no fueron precipitadas, cada uno de sus movimientos está impregnado de dignidad y gracia, y cada detalle está impregnado de significado espiritual para la instrucción y la adoración de sus santos. La cena pascual está interrumpida para enseñarnos que sus relaciones con Israel estaban rotas por el momento, y que su ministerio actual está en conexión con otro círculo de cosas en el que Israel según la carne no tiene parte. Para llevar a los suyos a esta posición privilegiada, tenía que despojarse de sus vestiduras –tuvo que despojarse primero de su gloria celestial, y también renunciar a la gloria que era suya como Hijo de David, y tomar sobre sí la forma de un siervo, inclinándose para limpiar y consolar sus pies gastados.

2.3 - La purificación de la mancilla contraída en un mundo de pecado

Tal es el servicio actual de Cristo por los que ama. No es una repetición de la purificación por la sangre que quita la culpa de nuestros pecados; ni es una nueva purificación del estado en que estábamos como hijos de Adán, y del cual la obra del Espíritu Santo nos ha separado por el nuevo nacimiento y nos ha purificado: es una purificación de la mancilla contraída en nuestro paso por este mundo donde todo alrededor es pecado. Necesitamos este ministerio de Cristo tanto por el lugar donde estamos como por lo que hacemos. La mancilla proviene de actos positivos de pecado, pero los pecados de omisión también interrumpen nuestra comunión con Dios (véase 1 Juan 3:17-20). Cuando se ha roto la comunión, el servicio de Abogado de Cristo viene en nuestro rescate, como leemos: «Si alguno peca, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo». Gracias al servicio de Abogado de Cristo, tomamos conciencia de nuestro estado de impureza, lo que nos lleva al arrepentimiento y a la confesión. Una vez hecha la confesión, se restablece la comunión, porque «Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda iniquidad» (1 Juan 1:9; 2:1).

2.4 - La mancilla aparte de los pecados positivos

Aunque el servicio de Cristo como Abogado se enfatiza en relación con una falta positiva, esto no significa necesariamente que este servicio de Cristo se limite a nuestras faltas. La mancilla puede provenir de la ocupación con lo que vemos y oímos a nuestro alrededor en este mundo malvado. El Señor Jesús tuvo que pasar por esta escena de suciedad, viendo y oyendo las mismas cosas, pero cada influencia contaminante era repelida por la perfección de la santidad en él, dejando su espíritu intacto, pero trayendo dolor y tristeza a su corazón. Si no repelemos las influencias corruptoras del mundo, nuestros espíritus se ensucian, y es necesario que busquemos la presencia del Señor para sentir el efecto separador de su Palabra y el consuelo de su gracia.

2.5 - El servicio de Cristo en las alturas. La santificación por la verdad

Para que podamos repeler las influencias de esta escena que ensucia, el Señor Jesús ejerce su ministerio desde el lugar donde él ha entrado. Esto se trae a nuestro conocimiento en la oración del Hijo al Padre acerca de los suyos, donde dice: «Como me enviaste al mundo, también yo los envié al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad» (Juan 17:18-19). Esto ciertamente forma parte del servicio que el bendito Señor nos presta como «Abogado» en este momento. Qué bueno es para nosotros, entonces, ser fortalecidos por la verdad, por el servicio de Cristo en lo alto, siendo apartados para Dios en santidad práctica, dando fruto para el placer y la gloria del Padre. La «santificación en la verdad» es producida por la aplicación de la Palabra de Dios sobre nosotros, así como el bendito Señor usó el agua, no solo para purificar, sino para fortalecer y refrescar los pies de los suyos.

2.6 - El resumen sobre el servicio de Abogado: en relación con las faltas y la mancilla

El servicio del Abogado de Cristo parece así referirse a:

  • Su servicio actual de gracia hacia sus santos en relación con sus faltas, para restaurarlos en la comunión con el Padre,
  • pero también para eliminar todos los rastros de suciedad dejados en la mente por las influencias circundantes a nuestro paso por este mundo, aunque no sean exactamente actos positivos de pecado;
  • entonces este servicio está ahí para traer la Palabra de Dios a nuestros corazones para fortalecernos contra toda influencia en la tierra, para que podamos vivir para gloria del Padre.