Inédito Nuevo

La comunión cristiana


person Autor: William C. REID 9

flag Tema: La comunión


0 - Prefacio

La comunión fraternal contiene 2 ideas principales: la idea de hermandad y la idea de comunión. Al pensar en la comunión entre nosotros, nuestra mente abarca estas 2 ideas, pero cuando hablamos de comunión con Dios, es solo la idea de comunión la que nos viene a la mente. En el Nuevo Testamento, varios pasajes abordan el tema de la comunión, y el examen de algunos de ellos debería darnos una idea de lo que Dios piensa al respecto.

1 - La comunión de los apóstoles

El día de Pentecostés, unas 3.000 almas recibieron la Palabra predicada por los apóstoles y fueron bautizadas. Mediante el bautismo, se separaron de la generación que había crucificado y dado muerte al Señor Jesús, y reconocieron que Aquel que había sido rechazado por los líderes de la nación era el Mesías prometido. Dios había resucitado a Jesús de entre los muertos y lo había hecho Señor y Cristo, dándole un nuevo lugar a la diestra de Dios como Ungido, respuesta de Dios al rechazo del hombre y expresión de la satisfacción de Dios por lo que había cumplido.

Los que creían «perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (Hec. 2:42). Su comunión se basaba en la doctrina de los apóstoles, doctrina acerca de un Cristo muerto, resucitado y ahora glorificado en los cielos; gran parte de su comunión consistía en partir el pan, que era el memorial del Señor Jesús, y orar a Aquel a quien ahora reconocían como su Señor y Maestro.

No les había atraído la promesa de ninguna prosperidad material, y la comunión a la que les había llevado su aceptación del Evangelio no les ofrecía ninguna perspectiva terrenal, sino que más bien los colocaba en una posición en la que sufrirían los ataques del enemigo, que se había servido de los líderes de Israel para dar muerte a su Maestro. Podían regocijarse mucho juntos en la comunión cristiana, la comunión en las cosas relativas a Cristo, hablar juntos de las verdades enseñadas por los apóstoles, que sin duda resaltaban lo que Jesús les había dicho cuando estaba en la tierra y lo que se había escrito sobre él en el Antiguo Testamento.

2 - La comunión del Hijo de Dios

Al principio de los Hechos, solo los judíos habían sido llevados a Dios, pero la Palabra pronto se extendió a los gentiles, y se formaron varias congregaciones gracias a la labor del apóstol Pablo. En Corinto había muchos creyentes a quienes el apóstol había escrito: «Fiel es Dios, por quien fuisteis llamados a la comunión de su Hijo Jesucristo nuestro Señor» (1 Cor. 1:9). Esta es la comunión a la que todos los cristianos han sido llamados, ya que la Epístola está dirigida a todos: «A la iglesia de Dios que está en Corinto... con todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, [Señor] de ellos y nuestro» (v. 2)Esta es la única comunión a la que Dios ha llamado a los cristianos.

No hemos elegido esta comunión por nosotros mismos, sino que es Dios quien, en su gracia, nos ha llamado a ella, y todo verdadero cristiano que ha creído en el Señor Jesús y ha recibido el Espíritu Santo pertenece a este círculo de comunión. El vínculo que nos une en esta comunión es el Hijo de Dios, a quien le debemos todo. En el capítulo 10, la muerte de Cristo se presenta como el fundamento de nuestra comunión: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?» (v. 16).

Durante la Cena, cuando recordamos al Señor y proclamamos su muerte hasta que él venga, disfrutamos de los preciosos privilegios que pertenecen a esta comunión. En los versículos 18 al 21, el apóstol llama nuestra atención sobre 3 círculos de comunión: la comunión de Israel según la carne, la comunión de los demonios y la comunión de la Mesa del Señor. En Israel, los que presentaban sacrificios de prosperidad ofrecían la grasa y la sangre a Jehová, y comían con sus amigos lo que quedaba, después de que Jehová y los sacerdotes hubieran recibido su parte. Los sacrificios de los paganos a los ídolos estaban destinados a los demonios, y los que ofrecían y comían los sacrificios tenían comunión con los demonios.

Los cristianos, que participaban en la Cena, participaban de los privilegios de la Mesa del Señor, que representaban todas las bendiciones y privilegios que pertenecían al círculo cristiano. Sin embargo, las bendiciones y los privilegios conllevan responsabilidades, y cada cristiano que ha sido llamado a la comunión del Hijo de Dios tiene la obligación de andar en conformidad con la muerte de Cristo en todos sus caminos.

3 - La comunión imposible entre la luz y las tinieblas

3.1 - Incompatibilidad

La comunión con los demonios es absolutamente incompatible con la comunión cristiana, como escribe Pablo: «No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios» (10:21). Cualquiera que esté asociado con templos paganos no tiene derecho a sentarse a la Mesa del Señor. En este capítulo, el apóstol examina la comunión religiosa, pero en 2 Corintios 6 aborda muchas otras asociaciones.

Cuando Pablo escribía: «No os unáis en yugo desigual con los incrédulos» (2 Cor. 6:14), no se refería únicamente a las asociaciones religiosas. Los cristianos no deben formar parte voluntariamente de asociaciones incompatibles con la comunión cristiana. Como cristianos, hemos sido unidos en un solo Cuerpo, y no se trata de una asociación voluntaria, sino de una unidad vital formada por el Espíritu Santo; eso es lo que debe regir la comunión cristiana. Los incrédulos no tienen parte en la unidad del Cuerpo ni en la comunión cristiana.

Ante Dios, los incrédulos son injustos. Muchos pueden ser buenos y justos según los criterios humanos, pero si no están en Cristo, son injustos a los ojos de Dios. No puede haber verdadera comunión entre los que son cristianos y los que no lo son. Los creyentes son «justicia de Dios»* (2 Cor. 5:21) en Cristo; esto los ha colocado en una posición completamente nueva ante Dios y debe regir sus relaciones con los demás en este mundo.

* O “hechos justos por Dios”

Si un creyente está unido por matrimonio a una no creyente, existen instrucciones divinas para regir sus relaciones, como en 1 Corintios 7:12-14, donde el (o la) no creyente es considerado/a santificado/a por el creyente, y los hijos como santos ante Dios. En 1 Pedro 3:1, Pedro también exhorta a la mujer creyente a actuar de manera que gane a su marido. Nos encontramos con no creyentes de todo tipo en este mundo y debemos dar testimonio de Cristo ante ellos, incluso cuando nos invitan a algún evento, si estamos dispuestos a asistir (1 Cor. 10:27).

La luz y las tinieblas no tienen nada en común, y los que han sido iluminados por el conocimiento de Dios no pueden asociarse con los que están en tinieblas ignorando a Dios. No tienen nada en común de lo que puedan hablar; todo lo que tienen en común es la carne, y el cristiano ha crucificado la carne con sus pasiones. Todas las asociaciones mundanas tienen como objetivo la mejora del hombre en la carne, la promoción de los intereses presentes o la satisfacción de la carne.

El mundo religioso no concuerda con el cristiano que es fiel a Dios, aunque finjan atraer al creyente para asociarlo con ellos; pero la Escritura dice: «¿Y qué armonía de Cristo con Belial? ¿O qué parte tiene un creyente con un incrédulo? ¿Y qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios vivo; como dijo Dios: Habitaré y andaré entre ellos; y yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (2 Cor. 6:15-16). Los que aprecian el nombre de Cristo no pueden seguir frecuentando a los que adoran a los dioses miserables de este mundo y no tienen ningún respeto por Cristo, a quien adoramos. Los cristianos son el templo del Dios vivo, que mora en ellos. ¿Cómo podrían entonces asociarse de alguna manera con la idolatría de este mundo?

3.2 - Separación necesaria

La separación de toda asociación mundana está implícita en el llamado divino: «¡Salid de en medio de ellos y separaos!, dice el Señor, y ¡no toquéis cosa inmunda» (2 Cor. 6:17). Dios nos ha llamado a salir de todo lo que es inmundo, de todo lo que es incompatible con Él mismo, para que seamos enteramente para él y para su voluntad. Ha sucedido que algunos creyentes han pertenecido a círculos religiosos, políticos, sociales y otros círculos mundanos de comunión, pero el llamado de Dios y la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor, nos han puesto fuera de todos esos círculos, y Dios quiere que entendamos que esta separación es real y práctica.

Para los primeros santos, y en cierta medida para los santos de la cristiandad, la separación del mundo conlleva oposición, incluso persecución. Por eso tenemos la promesa divina: «Seré vuestro padre, y vosotros seréis mis hijos y mis hijas, dice el Señor Todopoderoso». Sentir esta relación bendita nos sostendrá, sin importar lo que tengamos que enfrentar en el camino de la separación en obediencia a la voluntad y al llamado del Señor.

4 - La comunión con el Evangelio

Pablo tenía buenas razones para dar gracias a Dios cada vez que recordaba a los santos de Filipos y, al orar por ellos, siempre se alegraba por su «participación en el Evangelio, desde el primer día» hasta el momento en que escribía la Epístola (vean Fil. 1:5). Pablo nunca olvidaría cómo Lidia lo había acogido a él y a sus compañeros en su casa, después de haber escuchado y creído en el Evangelio. Su comunión no era solo con Pablo, sino con el Evangelio que le había traído las buenas nuevas de la gracia de Dios.

La comunión de los santos en Filipos era muy concreta, ya que Pablo podía escribirles: «Y vosotros también sabéis, filipenses, que, al comienzo del evangelio, cuando salí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en cuanto a dar y recibir, sino vosotros solos; pues ya en Tesalónica, una vez, y hasta dos veces, enviasteis para aliviar mi necesidad» (4:15-16). Habiendo recibido las bendiciones del Evangelio, los santos de Filipos buscaban promover el Evangelio ayudando a los siervos del Señor por todos los medios posibles. El apóstol contaba con sus oraciones, diciéndoles: «Porque sé que esto me resultará para salvación, por vuestra oración y el socorro del Espíritu de Jesucristo» (1:19).

5 - La comunión del Espíritu

Antes de exhortar a los santos a estar unidos, Pablo escribió a los santos de Filipos: «Si algún consuelo hay en Cristo, si algún estímulo de amor, si alguna comunión del Espíritu» (2:1). La verdadera comunión cristiana es la «comunión del Espíritu». En el círculo cristiano, las motivaciones que controlan nuestras acciones residen en nuestra naturaleza divina, y el Espíritu de Dios da carácter y poder a toda verdadera comunión. En el mundo, la comunión se rige por la similitud de puntos de vista e intereses mutuos; pero en la Asamblea de Dios, el Espíritu de Dios une a los santos, que pueden expresar sus sentimientos y deseos unos hacia otros de una manera que agrada a Dios.

Pablo también hace referencia a la comunión del Espíritu Santo al final de 2 Corintios, donde escribe: «¡La gracia del Señor Jesucristo, y el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros!». La gracia, el amor y la comunión pertenecen a un solo círculo en la tierra, un círculo que interesa y preocupa a toda la Trinidad: el círculo que ha sido formado por el Espíritu, por la obra del Hijo, para el gozo y la adoración del Padre.

6 - La comunión con Dios

Cuando el apóstol Juan escribió: «Lo que hemos visto y oído, eso os lo anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros» (1 Juan 1:3), no se refería a la comunión eclesiástica, como lo hace Pablo en 1 Corintios, sino a la comunión que pertenece a la familia de Dios, que conoce a Dios y que posee la vida eterna manifestada en el Hijo de Dios hecho hombre. El apóstol desea ante todo que todos los creyentes tengan comunión con los siervos del Señor que han traído la verdad, y tengan comunión con el Padre y el Hijo en el gozo de esa verdad.

Al principio, los que creían perseveraban en la comunión de los apóstoles; para nosotros, esta comunión está relacionada con el pleno conocimiento y la revelación de Dios en Jesús. Es cierto que los apóstoles ocupaban un lugar especial en la comunión con el Padre y el Hijo, ya que habían sido enviados por el Hijo para dar a conocer la verdad, pero nosotros también tenemos nuestra parte en la alabanza del Hijo ante el Padre y al hablar al Hijo acerca del Padre. Pero, en todo momento, en cualquier lugar donde encontremos a un verdadero creyente, podemos hablar juntos de lo que nos ha sido revelado en la persona del Hijo. El apóstol desea que nuestro gozo sea perfecto en esta comunión divina. ¿Qué puede traer gozo a nuestros corazones como hablar juntos de todo lo que hemos encontrado en Jesús?

La comunión cristiana pertenece a los que caminan en la luz; y todos los que conocen a Dios caminan en la luz. Puede que no siempre caminemos según la luz, pero desde el momento en que la luz de Dios entró en nuestra alma, hemos caminado conociendo a Dios. Muchos de los que profesan el cristianismo dicen tener comunión con Dios, y esa es incluso la actitud de todo profeso; pero si caminan en este mundo sin el conocimiento de Dios en su alma, caminan en la oscuridad, “mienten y no practican la verdad”.

7 - La comunión con la verdad

El apóstol Juan advierte a la señora elegida que no reciba en su casa, ni siquiera salude, a nadie que no traiga la doctrina de Cristo (2 Juan 10), porque cualquiera que tuviera la más mínima comunión con tal persona «comparte sus malas obras» (v. 11). Quizás se necesitaba firmeza y valor para actuar según los mandamientos de Dios, pero la falta de fidelidad podía perjudicar a los santos. La comunión con el mal se considera muy seriamente en las Escrituras.

Juan le escribe a Gayo que ha acogido a siervos del Señor que eran extranjeros, que «a causa del Nombre salieron, sin recibir nada de los gentiles» (3 Juan 5-7). Los que los recibían cooperaban «con la verdad» que estos fieles siervos del Señor traían. Estas 2 breves Epístolas muestran claramente que tener comunión con alguien que trae una doctrina mala es tener comunión con el mal, pero que tener comunión con aquellos que traen la verdad es tener comunión «con la verdad».

8 - La comunión en los últimos días

Cuando Cristo ascendió al cielo y envió al Espíritu Santo, y 3.000 almas fueron bendecidas por la predicación de los apóstoles, había una unidad notable entre los santos, aunque la enseñanza de la unidad del Cuerpo de Cristo aún no se había impartido, porque «perseveraban en la doctrina de los apóstoles y en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones»; y «con constancia diariamente asistían al templo; partían el pan en las casas, compartían el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo» (Hec. 2:42, 46-47). La comunión fraternal era muy valiosa en aquellos primeros tiempos, porque la enseñanza de los apóstoles sobre Cristo resucitado y glorificado, que acababa de ser crucificado y muerto en Jerusalén, había sido recibida por la fe en el corazón, y Cristo estaba siempre presente ante ellos en el partimiento del pan y era su recurso al que acudían en oración.

Esta maravillosa unidad y bendición no duró mucho tiempo, porque el enemigo, atento, sembró murmullos y disensiones, y la carne, deseando usurpar el mérito que solo pertenecía a la verdadera devoción al Señor, atrajo sobre Ananías y Safira el juicio implacable de Dios. El juicio comenzaba por la Casa de Dios, porque todos debían aprender que la comunión cristiana no solo tenía privilegios, sino también la responsabilidad de mantener lo que se debía a Dios en justicia, santidad y verdad.

8.1 - La unidad del Cuerpo

La verdad de la unidad del Cuerpo de Cristo, así como la verdad de la comunión del Hijo de Dios a la que todos los cristianos están llamados (1 Cor. 1:9), fueron reveladas cuando el apóstol Pablo fue llamado al doble ministerio del Evangelio y de la Iglesia. Los hombres han formado muchos círculos de comunión, incluso entre los santos o los que se dicen tales; pero solo hay una comunión a la que Dios ha llamado a sus santos, que es la «comunión de su Hijo Jesucristo nuestro Señor». Por eso tenemos el deber de rechazar pertenecer a cualquier otra comunión que no sea aquella a la que Dios nos ha llamado.

La comunión del Hijo de Dios tiene a Cristo mismo como vínculo de los suyos y a Cristo como objeto de nuestros corazones y nuestras actividades, y Dios no reconoce ninguna otra comunión para su los suyos. Antes de ser llamados por Dios, los judíos convertidos tenían comunión en la religión judía centrada en el templo y el altar, y los gentiles convertidos tenían, en el paganismo, comunión con los demonios mediante sus sacrificios idólatras. Ahora todo era diferente, la religión judía había sido dejada de lado por la cruz de Cristo, y el pagano convertido había sido separado, por la cruz, de todo aquello en lo que se había comprometido anteriormente; y juntos, judíos y gentiles convertidos tenían comunión en las cosas de Dios, en las que Cristo era el centro y el objeto, y donde el nombre de Cristo estaba sobre ellos.

8.2 - El fundamento de la comunión cristiana

El fundamento de la comunión cristiana es la muerte de Cristo, porque «la copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?» (1 Cor. 10:16). En esta comunión, «nosotros, siendo muchos, somos un solo pan, un solo Cuerpo; porque todos participamos de un solo pan» (v. 17). Todos aquellos que, por obra del Espíritu de Dios, participan de un solo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo, no solo son llevados a disfrutar de las bendiciones y los privilegios del cristianismo, sino que tienen la obligación de caminar de acuerdo con la muerte de Cristo.

¡Cuán infinitamente grandes son las bendiciones en las que Dios nos ha hecho entrar por gracia! En el espíritu de la nueva alianza, tenemos el perdón de los pecados y el conocimiento de Dios; y para nosotros, la nueva alianza es un “ministerio de justicia” y un «ministerio del Espíritu». Ya hemos sido bendecidos con todas las bendiciones espirituales en los lugares celestiales en Cristo, conociendo la relación de hijos con Dios y estando llenos de gracia en el Amado. Pronto participaremos de la herencia divina que es de Cristo, pero ya somos herederos de Dios y coherederos de Cristo.

Solo aquellos que han creído en el Evangelio de nuestra salvación, en relación con la obra expiatoria de Cristo y su resurrección, tienen las bendiciones del cristianismo, y solo ellos tienen derecho a los privilegios de la comunión con el Hijo de Dios. Vivimos en una época en la que la cristiandad está muy extendida, en la que muchos de los que no conocen al Señor participan en la Cena, pero no tienen derecho a ese privilegio si no se refugian bajo la sangre del verdadero sacrificio. En la Asamblea de Dios, participamos de los preciosos privilegios que pertenecen al Cuerpo de Cristo. Es allí donde adoramos por el Espíritu de Dios; es allí donde cantamos alabanzas al Padre y al Hijo; es allí donde oramos con libertad divina, y es allí donde se ejerce el ministerio que Dios provee para el consuelo, la edificación y el ánimo de su pueblo. En la Asamblea, los miembros del único Cuerpo funcionan bajo el control del Espíritu de Dios y bajo la dirección del Señor, para el placer y la gloria de Dios, y para el gozo y el deleite de sus santos.

8.3 - Nuestra responsabilidad en el mantenimiento de la comunión

Nuestra marcha individual debe responder al pensamiento de Dios, y cualquiera que comprometa la santidad o la justicia de Dios, está sujeto a la disciplina divina, ejercida por la Asamblea en nombre del Señor. La Asamblea también tiene la autoridad de Dios para desatar y atar, y toda disciplina tiene como objetivo la restauración de quien ha actuado mal, si se juzga a sí mismo y se arrepiente. No podemos conocer los gozos de la comunión cristiana si no se defiende el honor del nombre del Señor contra todo tipo de mal. Solo aquellos que pertenecen a Cristo y se guardan de toda asociación con el mal que deshonra al Señor deben estar en la Mesa del Señor.

Pablo había advertido a los ancianos de Éfeso que, después de su partida, entrarían entre ellos lobos feroces que no perdonarían al rebaño, y que se levantarían entre ellos hombres que anunciarían doctrinas perversas para atraer discípulos tras ellos (Hec. 20). En 2 Timoteo 2, el apóstol advierte que las vanas discusiones conducirían a «la impiedad; y su palabra se extenderá como gangrena; de los que son Himeneo y Fileto» (v. 16-17). El apóstol no esperaba una creciente fidelidad entre los cristianos profesos, sino más bien un declive que ya había comenzado. «Todos los de Asia» (1:15) se habían apartado de aquel que les había traído las ricas bendiciones del Evangelio. No habían renunciado a la verdad del cristianismo, pero ya no querían estar asociados con aquel que estaba encadenado por el testimonio del Señor.

8.4 - La separación de toda asociación incompatible

La fe de algunos había sido derribada por las enseñanzas de Himeneo y Fileto, y los que invocaban el nombre del Señor eran llamados a apartarse de la iniquidad. Los cristianos no solo deben separarse de la corrupción del paganismo, como el apóstol había enseñado a los santos de Corinto, sino también de la corrupción de aquellos que profesan el nombre de Cristo. Debemos separarnos no solo de la corrupción moral, sino también, como aquí, de la corrupción doctrinal que pervierte la verdad de Dios.

La Casa de Dios ya no se considera «columna y cimiento de la verdad» (1 Tim. 3:15), sino una «casa grande» en la que hay vasos a honor y vasos a deshonor. No estamos llamados a separarnos de la casa grande, pues entonces tendríamos que renunciar a profesar el cristianismo, pero debemos separarnos de los vasos a deshonor. La lealtad a Cristo exige que no nos asociemos con nada ni con nadie que comprometa el nombre del Señor.

El llamado aquí se dirige al individuo, porque el apóstol, por el Espíritu, considera que el testimonio colectivo está arruinado. Está irremediablemente arruinado, porque no hay un llamado a volver a la unidad que caracterizaba a la Iglesia en sus inicios, sino un llamado individual a ser fiel al nombre de Cristo purificándose de todo lo que le deshonra. La asociación con el mal contamina, como se ve aquí y en otros pasajes, y debemos apartarnos de las malas asociaciones si queremos ser vasos a honor, útiles al Maestro.

8.5 - Perseguir con aquellos que invocan al Señor con un corazón puro

Después de apartarnos de las malas compañías del mundo religioso, Dios no quiere que permanezcamos independientes de los demás cristianos; sino que, huyendo de toda codicia de la carne, debemos perseguir «la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón puro invocan al Señor» (2 Tim. 2:22). Nuestra fidelidad puede aislarnos, pero no debemos ser independientes. Otros han oído el llamado a separarse y han actuado en consecuencia; y debemos caminar con ellos por el camino de la voluntad de Dios.

No estamos llamados a formar algo nuevo, ni a hacer cosas diferentes de las que se imponían a la comunidad cristiana antes de que la Iglesia cayera en ruinas. La justicia, la fe, el amor y la paz son marcas de la naturaleza divina obrando en el cristiano, de modo que, como cristianos, debemos seguir juntos, manifestando juntos el fruto del Espíritu (Gál. 5:22-23). Dios no nos ha dejado sin instrucción, y tenemos la luz de «toda la Escritura» (vean 2 Tim. 3:16).

Ningún cristiano iluminado negará que estamos en los «últimos días» de los que nos advierte el apóstol al comienzo del capítulo 3 de su Segunda Epístola a su hijo en la fe. Y en medio de la situación descrita por el Espíritu de Dios, se nos proporcionan los mismos recursos que se le proporcionaron a Timoteo. El apóstol escribe en primer lugar: «Has seguido de cerca mi enseñanza, conducta...». La doctrina de Pablo sigue estando a nuestra disposición, por lo que contamos con esta enseñanza divina para guiarnos en nuestras reuniones.

8.6 - La obediencia a la Escritura sigue siendo necesaria

La verdad de la Asamblea no ha sido dejada de lado debido a la ruina de la Iglesia, sino que sigue siendo la guía de todos aquellos que desean ser fieles a Cristo. Los 2 o 3 que se reúnen en nombre de Cristo tienen estas ricas enseñanzas divinas para guiarlos en sus reuniones. En estos tiempos de ruina, no podemos pretender ser la asamblea en ninguna localidad, pero podemos reivindicar las Escrituras como guía para nuestras reuniones de asamblea. Nada más puede dirigirnos, y no deseamos nada más. Toda improvisación humana está prohibida, porque tenemos la luz de Dios en la Escritura.

La magnitud de la ruina no puede eximirnos de seguir el pensamiento de Dios para sus santos en nuestras reuniones. La Segunda Epístola a Timoteo no deja de lado las instrucciones de la Primera Epístola a los Corintios, sino que la complementa debido a la ruina de la Iglesia, y mostrándonos lo que debería guiarnos en estos días de fragilidad y ruina. De hecho, todo lo que Pablo escribió en sus Epístolas permanece para nuestra instrucción, para guiarnos en nuestra vida individual y en la asamblea, en nuestra debilidad en estos últimos días.

La nave puede desintegrarse (Hec. 27), y tal vez solo seamos 2 o 3 sobre los restos de la nave, dirigiéndonos hacia tierra firme, pero seguimos teniendo los privilegios que pertenecían a la Asamblea al principio, y seguimos teniendo la responsabilidad de actuar según la luz de la Palabra de Dios y de preservar el santo Nombre del Señor en nuestras reuniones, porque es a su Nombre que nos reunimos.