Índice general
La presencia de Cristo junto a los que lo aman
Autor: An Outline of Sound Words 4
Tema: El amor de Cristo por los suyos
0 - Prefacio
Cuando el Señor Jesús cruzaba este mundo como hombre para cumplir la voluntad de Dios, su Padre siempre fue el objeto de sus preocupaciones y contaba constantemente con su apoyo, como lo expresó en el Salmo 16: «A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido» (v. 8). ¡Qué consuelo y apoyo para el Señor sentir constantemente la proximidad de su Padre en su camino de obediencia y sumisión a su voluntad!
Lo que lo sustentó fue ser consciente de que el Padre estaba con él, a pesar de tener presente que sus discípulos lo abandonarían, como lo dijo: «He aquí que viene la hora, y ha llegado, en que seréis dispersados e iréis cada uno por su lado, y me dejaréis solo, pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Juan 16:32).
1 - «Me manifestaré a él»
Es una promesa preciosa que el Señor hizo a los suyos: aislados o abandonados, pueden tener el consuelo y el gozo de su propia compañía. Los que se gozan de la voluntad del Señor y buscan cumplirla con una simple obediencia, sentirán su presencia junto a ellos, como lo leemos: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre y yo le amaré y me manifestaré a él» (Juan 14:21).
Anteriormente el Señor había prometido su presencia a los suyos colectivamente: «No os dejaré huérfanos; yo vengo a vosotros» (Juan 14:18); ahora, la promesa se dirige a cada creyente individualmente. A lo largo de los siglos, como en estos últimos tiempos, cristianos devotos a menudo han sido aislados y dejados solos debido a su fidelidad a Cristo; sin embargo, a pesar de ser abandonados por otros o no poder reunirse con otros creyentes fieles, pueden aún experimentar la presencia del Señor. Lo que pierden de la compañía de Cristo en medio de los suyos debido a su fidelidad a él, o debido a circunstancias ordenadas por él, puede estar compensado por el sentimiento de su manifestación, como él lo prometió.
Después de su resurrección de entre los muertos, el Señor se manifestó 3 veces a sus discípulos colectivamente (Juan 21:14); pero antes de hacer esto, se mostró a María Magdalena. Cuando prometió manifestarse a los suyos, el Señor claramente declaró que sería a aquel que lo amaba. Cuán bendito fue esto con respecto a María. Fue el amor de Jesús que la condujo al sepulcro; las palabras que le dijo, al tomarlo por el jardinero, muestran que el Señor mismo absorbía su corazón y su espíritu. Mientras lloraba, ella dijo: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto»; y otra vez: «¡Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré!» (Juan 20:13, 15). ¡Qué profundo afecto tenía María por Cristo! Es en efecto su amor por él que le otorgó esa manifestación preciosa de Cristo.
Los momentos de pruebas demostrarán nuestro afecto por el Señor, y manifestarán nuestra obediencia a lo que él nos ha pedido. Esas pruebas traerán el sentimiento particular de su presencia, así como una conducta constante en la obediencia a sus mandamientos traerá el sentimiento asegurado de su presencia con nosotros.
Para María, la manifestación del Señor era especial, al igual que para el discípulo a quien Jesús amaba y que, en Patmos, fue prisionero «a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús» (Apoc. 1:9). Para Juan, esta manifestación particular trajo ricas revelaciones de la verdad, no solo para él, sino también para toda la Iglesia de Dios.
En Hechos 22:17-21, Pablo dice que el Señor se le manifestó de manera especial; fue entonces que el Señor le advirtió de que los judíos no recibirían su testimonio. Más tarde, cuando Pablo regresó a Jerusalén, comprobó la veracidad de la advertencia del Señor, «le dijo: Ten ánimo, porque como has dado testiminio de mí en Jerusalén, así es necesario también que des testimonio en Roma» (Hec. 23:11).
Estos versículos y otros pasajes de las Escrituras nos enseñan que, al manifestarse a los suyos, el Señor no solo trae consuelo y aliento, sino que también nos muestra qué piensa sobre los detalles de nuestro camino, advirtiéndonos y enseñándonos para que no nos apartemos del camino de la obediencia. ¡Qué gozo también se puede encontrar en tales manifestaciones de él mismo! El gozo de la comunión con él mismo y con respecto a sus intereses, que nos sostiene en las pruebas que estamos llamados a afrontar.
2 - «El Señor está cerca»
Habiendo aprendido para sí mismo la realidad de la presencia de Cristo en su vida de servicio, el apóstol Pablo ha podido animar a los santos de Filipos con la siguiente exhortación: «Que vuestra amabilidad sea conocida de todos los hombres. ¡El Señor está cerca!» (Fil. 4:5).
Dios no le pide al creyente que se afirme delante de los hombres, esforzándose por corregir este mundo o reclamando sus propios derechos en un mundo en el que su Maestro está rechazado. Debemos parecernos a Cristo, manifestando su dulzura, su humildad, pues nos dio el ejemplo para que sigamos sus huellas. Cuando caminamos en los pasos de Cristo no tenemos que preocuparnos por la oposición de los hombres porque «¡el Señor está cerca!». Nos sostendrá, con su gracia, y nos dará el sentimiento de su propia proximidad.
Hasta el final de su recorrido, el apóstol experimentó la realidad de la presencia de Cristo a su lado. Su fidelidad a Cristo y su devoción a sus intereses habían llevado a «todos los de Asia» a apartarse de él (2 Tim. 1:15); y en cuanto a su comparecencia delante Nerón, escribió a Timoteo: «En mi primera defensa nadie estuvo conmigo»; pero pudo agregar: «Pero el Señor estuvo junto a mí, y me dio poder» (2 Tim. 4:16-17). ¡Cuán cerca estaba el Señor de su siervo fiel, justo a su lado cuando más lo necesitaba!
3 - «Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días»
Estas palabras, pronunciadas por Jesús a sus discípulos poco antes de su ascensión al cielo, han sido un consuelo inmenso para muchos de sus siervos desde entonces. ¿Quién, fuera del Hijo de Dios, podría pronunciar tales palabras? La promesa de su presencia junto a sus siervos se convirtió en la fuente de su fuerza en todo tiempo. ¡Qué acciones se lograron en los combates por el Evangelio gracias a la seguridad de que Cristo estaba con sus siervos!
La misma fe que puede sentir la presencia de Cristo en medio de 2 o 3 reunidos a su nombre (Mat. 18:20), y que ha experimentado su presencia en momentos de aislamiento y soledad, ha conocido su presencia en los momentos de servicio y conflicto por su testimonio. La fe es la que siente la presencia de Cristo y la disfruta conscientemente en el poder del Espíritu Santo.
Como hemos visto, el prisionero solitario de Patmos fue sostenido porque el Señor estaba con él; como también lo fue el gran apóstol de los gentiles en su lucha por el Evangelio. Simón Pedro había caminado una vez sobre el agua (Mat. 14:29), consciente de la presencia del Señor; y gracias a esta presencia con él en su testimonio, podía mantenerse firme y predicar delante de las multitudes de Israel, y testificar valientemente de Jesús delante de los jefes del pueblo y los ancianos de Israel. Los jefes de Israel, viendo el denuedo «de Pedro y de Juan… les reconocían que habían estado con Jesús» (Hec. 4:13); pero no sabían que el secreto de la audacia de los discípulos era que Jesús estaba con ellos.
Ya no estamos en los días apostólicos, pero el Señor sigue garantizando su presencia a sus siervos, pues ha dicho: «Estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del siglo». La promesa permanece para nosotros hoy, y permanece para los siervos fieles del Señor que se levantarán después de que la Iglesia sea arrebatada al cielo. En efecto, cuando la Iglesia sea arrebatada al cielo, el Evangelio del reino será proclamado por siervos escogidos por el Señor, y él estará con ellos, para sostenerlos en sus pruebas y suplir sus necesidades (Mat. 5:45).