La piedad práctica
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Hablando con amigos en diferentes partes del mundo, parece haber una toma de conciencia de que los cristianos deberían mostrar más piedad en su vida práctica, y que hay mucho ejercicio en ver tan poca, dada toda la verdad que se profesa. Si este ejercicio se profundiza y se extiende, será motivo de acción de gracias; es lo que esperamos en un día en que el mal, de forma diabólica, llena la tierra de desolación. Si los hijos del diablo se manifiestan por el odio y el asesinato, los hijos de Dios deben mostrar que son hijos suyos por las obras de justicia y de amor (1 Juan 3).
Lo que habla no es lo que tenemos en la cabeza, sino lo que vivimos; no es solo lo que oímos, sino lo que hacemos. Solo podemos hacer las obras de Dios si oímos sus palabras; es de suma importancia que esto se vea, así valoraremos más nuestras Biblias. Pero podemos oír las palabras y no hacer las obras. El que oye la Palabra y no la hace, a sí mismo se engaña (Sant. 1:22); pero no engaña a nadie, ni a Dios, ni a sus hermanos, ni al mundo.
¿Qué produce en nosotros la verdad que conocemos? ¿Nos permite refrenar la lengua cuando nos provocan? ¿Nos anima a visitar al huérfano y a la viuda en su aflicción, y a mantenernos apartados del mundo? (Sant. 1:26-27). Si no, lo que sabemos es más que inútil, y nuestra devoción es vana.
No hablamos de predicación, porque un hombre puede ser predicador y, sin embargo, ser réprobo. No minimizamos la predicación. En aquellos primeros días brillantes todos eran predicadores en todas partes (Hec. 11), y a menudo deseamos como Moisés: «Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta» (Núm. 11:29). Pero lo que no es menos duradero, fructífero y aceptable para el Señor es guardar sus mandamientos, porque por esto sabemos que le conocemos; y esto está al alcance de todos.
Comparar la miseria de una vida egoísta y el gozo de una vida entregada a Dios, las tinieblas de este mundo y el resplandor de aquel hacia el que vamos, debe llevarnos a una mayor santificación práctica para Dios y su servicio. Y si el amor de Cristo, sobre el que nos gusta cantar, es verdaderamente conocido, también nos conducirá. En esto, cada uno puede ser una ayuda para todos, y nadie puede eludir sus responsabilidades; pero es más particularmente necesario que los ministros de la Palabra, que por eso son más destacados que los demás, tomen la iniciativa en este asunto. La vida práctica de Pablo no contradecía su doctrina. El joven Timoteo fue exhortado a ser «ejemplo de los fieles en palabra, en manera de vivir, en amor, en fe, en pureza» (1 Tim. 4:12). Tito debía ser «ejemplo de buenas obras» (Tito 2:7). Y los siervos, los esclavos de aquella época, también debían adornar en todo, «la doctrina de Dios nuestro Salvador» (Tito 2:10). Y a todos se les exhortaba: «Velemos unos por otros, para estimularnos al amor y a las buenas obras» (Hebr. 10:24).
Leamos más; guardemos más constantemente la Palabra bajo los ojos el uno del otro; oremos más con otros y por ellos; y animémonos unos a otros a poner en práctica las palabras del Señor. Así adornaremos la doctrina de nuestro Salvador Dios y, viviendo el Evangelio, tendremos más fuerza para predicarlo. Así se fortalecerán todos nuestros caminos y perdurarán nuestras obras, porque estarán fundadas sobre la roca (Lucas 6:47-48).