El servicio


person Autor: Le Messager Évangélique 18

flag Tema: El servicio


El verdadero servicio tiene a Cristo por único objeto, siendo Señor y Maestro de los que le sirven. Sin duda, podemos también ser siervos de la Iglesia (comp. Col. 1:25 y Rom. 16:1), pero no se puede decir que [en realidad] la Iglesia o Asamblea sea nuestro Maestro. Por cierto, servimos y hemos de servir a la Iglesia, pero [lo hacemos] recibiendo del Señor las directrices necesarias, pero por él y en su dependencia obramos, atentos a servir dónde, cómo y a quiénes él nos indica. El verdadero servicio dimana naturalmente de la vida [de Dios]: es la obra del amor: no es en nada forzado ni incierto; el cristiano cumple sin demorar y sin razonar el servicio que el Señor le presenta.

1 - La comunión: estar preparado

Pero nuestro servicio solo puede ser hecho en comunión con el Señor; si nuestra alma no se halla en comunión con él, no puede haber servicio verdadero, y esta es la condición indispensable del servicio.

Por otra parte, hemos de velar y examinarnos para que en ver­dad seamos aptos, o «útil al dueño» (2 Tim. 2:21); es el secreto de la aptitud, o capacidad. La aptitud no es la actividad; ser apto y obrar son dos cosas distintas: la capacidad significa estar dispuesto, apto para un servicio; es la preparación, la purificación y la separación de corazón, el ojo sencillo, los afectos dirigidos hacia las cosas de arriba, en una palabra, la santa actividad de un corazón que obra juzgando el «yo», negándose a sí mismo, y te­niendo a Cristo en sí mismo, por la fe.

El verdadero siervo siempre está dispuesto [para servir]: «Heme aquí» (1 Sam. 3:4; Is. 6:8). «¿Qué debo hacer, Señor?» (Hec. 22:10), así es como se expresa. No escoge cuál será su obra; obe­dece a su Maestro. Si no le es presentado servicio alguno, perma­nece tranquilo, espera… y no bien recibe una orden de su Maestro, obedece y lo ejecuta con gozo y sin vacilar.

2 - Discernir nuestro servicio

No se puede considerar como verdadero servicio a lo que no proviene de un discernimiento inteligente y abnegado de la volun­tad del Maestro. La mayor parte de nuestras dificultades en cuanto al servicio vienen de que no discernimos la voluntad de nuestro Maestro. Pensamos en alguna misión importante, y dejamos de lado lo que está a nuestro alcance; queremos ser empleados en una obra a la cual el Señor no nos llama. La consecuencia de este estado de desobediencia es que nos hallamos en la incertidumbre en cuanto a lo que tenemos que hacer. Estoy persuadido que muchos santos po­drían confesar que no saben exactamente a qué obra el Señor les ha llamado. Quisieran servir al Señor, y muchas veces lo intentan, ocupándose un día en una cosa, otro en una actividad diferente, y ello sin resultado… Y es que antes de emprender su obra, no se sentaron a los pies de Jesús para conocer su voluntad en cuanto a su servicio.

3 - Comunión en el servicio

¡Cuántas veces, entre los cristianos, se oye la queja de Marta: «Señor ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir?»! (Lucas 10:40). Esta palabra «sola», bien revela el carácter de ser­vicio de Marta. Si servimos al Señor por él, con fe y con amor, no nos quejaremos nunca de servir solos. En realidad, el verdadero ser­vicio se realiza individualmente, pues tiene como base la responsa­bilidad y la fe individual. La comunión en el servicio es, por cierto, una cosa muy preciosa, cuando gozamos de ella. No obstante, un siervo fiel, que conoce el pensamiento de su Señor y lo sirve, no se quejará nunca de estar solo, y no deseará la ayuda de uno que no sea llamado, dispuesto y capacitado para la misma obra. Es por cier­to muy precioso hallar a un compañero de trabajo, un «hermano compañero» que camine con nosotros, en la misma senda, pero no es muy corriente.

Existen muchos malentendidos en cuanto a la comunión en el servicio, y los santos tienen de ello una idea poco elevada, y a me­nudo falsa. Algunos, por ejemplo, estiman que pueden obrar de concierto con aquellos con quienes no tienen comunión en la mesa del Señor. No ven ni realizan que nuestra comunión en Cristo es lo primero que hemos de mantener, y que esta comunión se halla expresada (prácticamente) en la mesa del Señor. Si no estoy de acuerdo con un cristiano sobre este punto, ¿sería posible que reba­je esta base vital de comunión para colocarme con él sobre un terre­no inferior (aunque precioso también) del servicio?

Por otra parte, no se ha de creer que el hecho de tener comu­nión con un creyente en la mesa del Señor, sea suficiente para que podamos servir con él. Es preciso que haya confianza fraternal en los corazones, en los propósitos y en la marcha… y hemos de con­fesar que son cosas que no siempre acompañan una posición verda­dera en la Iglesia. Un siervo que anda en fidelidad no se quejará pues de servir solo, aunque, por otra parte, sí lamente la inactividad de los otros. No obstante, Marta no podía quejarse de la inacti­vidad aparente de María, y no tenía nada que decir en contra de «la buena parte» escogida por ella; pero ella desfallecía bajo el peso de un servicio que había emprendido con sus propias fuerzas, y que su Señor no le pedía. Lo que ella buscaba era ser aliviada en su trabajo, y no el deseo de hacer partícipe a su hermana de una bendición que resultara de esta actividad. Este aspecto del carácter de Marta se deja sentir, en nuestros días, en la mayoría de aquellos que profesan el cristianismo.

4 - Bendición y gozo en el servicio

Cuando caminamos en la dependencia de Dios, con el firme pro­pósito de ser y de hacer lo que él quiere, experimentamos un gozo en el servicio, y este gozo y bendición que sentimos al servir a Cris­to no depende de los resultados aparentes o exteriores de la activi­dad, sino de la medida en la cual nos dejamos guiar por él y de la comunión –más o menos íntima– que realizamos con los deseos y designios del corazón y del pensamiento de Dios. Creo también que el creyente que no realiza lo que es el servicio individual, el indispensable ejercicio personal ante el Señor, pasa por numerosas decepciones y desalientos.

5 - El remedio a las dificultades actuales

Por cierto, todos hemos de confesar lamentables faltas e incon­secuencias, mucha tibieza, indiferencia y negligencia. Pero no olvi­demos, hermanos, que el remedio no consiste en las quejas y mur­muraciones, sino en el enjuiciamiento propio y en el sincero deseo de discernir a qué obra somos llamados.

Todos los cristianos no son predicadores, pero todos tienen su sitio en el Cuerpo de Cristo, y ser miembro del Cuerpo de Cristo significa e implica la actividad y la vida, la responsabilidad para con la Cabeza [o el Jefe] y la solicitud para con todos los miem­bros. Somos llamados a adornar, en todo, la doctrina de nuestro salvador Dios (Tito 2:10), y considerando el hecho en una forma universal, todos vivimos en medio de un mundo maligno y perver­so, en medio del cual hemos de resplandecer «como lumbreras en el mundo» (Fil. 2:15).

Si somos aptos para el servicio del Maestro y preparados para toda buena obra, no tardaremos en experimentar que no es tiempo de quejarse, sino que, al contrario, el tiempo nos falta para hacer todas las cosas que el Señor nos pone delante, día tras día y hora tras hora.

Puede ser que Dios no nos llame a predicar en grandes congregaciones…, ni tampoco en pequeñas; pero hay mucho que hacer aparte de la predicación, y numerosos servicios (o actividades) aparentemente sin importancia, conocidos solo por el Maestro, y que hallarán su recompensa en aquel día en el cual cada uno reci­birá su alabanza de parte de Dios.

En conclusión, tengamos bien presente, amados hermanos, que para servir a Dios de una manera que le agrade, hemos de realizar su presencia en nuestros corazones, viviendo cerca de él, y con conciencias ejercitadas. Busquemos, pues, ante todo, esta proximidad y comunión, para que nuestro servicio sea como un río tranquilo y apacible brotando de un corazón lleno y preocupado ante todo por los intereses del Señor. Luego, que cada uno aprenda de Dios lo que tiene que hacer y que lo haga, meditando lo que el após­tol decía para Arquipo: «Mira por el ministerio que has recibido en el Señor» (Col. 4:17).

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1957, página 21