Inédito Nuevo

Justicia práctica


person Autor: Le Messager Évangélique 19

flag Tema: Las exhortaciones


Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1910, página 69

1 - El peligro de la despreocupación y de la negligencia para los hijos de Dios

Es un triste fenómeno que, en nuestros días, el testimonio de tantos hijos de Dios se vea debilitado por una falta de justicia práctica, y esto no tanto por injusticias de las que son conscientes, sino por la imprudencia y la negligencia. No pensamos que, al identificar nuestro nombre con el de Cristo, cualquier acto, por insignificante que sea, adquiere importancia.

2 - El mundo ve si nuestros caminos se caracterizan por la falta de integridad

Olvidamos fácilmente que caminamos en presencia de un mundo que, a pesar de su indulgencia o ceguera hacia sus propios defectos, tiene ojos muy perspicaces para ver todo lo que es reprensible en los que pertenecen a Cristo. La conciencia de que los cananeos habitan en la tierra (Gén. 12) debería servirnos de seria advertencia. Nuestro Señor, digno de toda alabanza, creció en la tierra en gracia ante Dios y los hombres; lo mismo debería ocurrir con nosotros, pero esto es imposible si nuestros caminos se caracterizan por la falta de integridad. El mundo lo percibe inmediatamente y nos condena con razón.

3 - Debemos revestirnos de la armadura completa de Dios

Nuestro Dios, que conoce todas las artimañas de nuestro gran adversario, el diablo, nos ha provisto de una armadura con la que podemos resistir cualquier ataque y salir victoriosos del campo de batalla para su gloria. La «coraza de la justicia» (Efe. 6:14) es una pieza muy importante de esta armadura; si falta, el soldado de Cristo ya no es capaz de sostener la lucha, y el enemigo pronto tendrá ventaja sobre él. No hace falta decir que no se trata aquí de la justicia que nos ha sido dada en Cristo, sino de la justicia práctica. Satanás conoce, quizá mucho mejor que nosotros, el valor de esta coraza como arma defensiva, y por eso busca, con toda su astucia y habilidad, llevar al cristiano a algo que le haga perder su hermoso nombre de justo.

Para ilustrar lo que hemos dicho, consideremos algunos ejemplos, entre muchos otros, tomados de la vida cotidiana.

4 - El cristiano y el dinero que no le pertenece

Un cristiano tiene un puesto de confianza; se le ha confiado la administración de una suma de dinero que pertenece a otra persona. Pero surgen dificultades y debe pagar para sus propias necesidades una suma que, por el momento, no tiene a su disposición. El diablo le susurra que lo que haga con el dinero que le ha sido confiado no tiene importancia, siempre y cuando tenga la suma lista en cuanto se la pidan. Quizás resista la tentación, pero llega un momento de angustia inesperada. Las sugerencias de Satanás se vuelven más apremiantes. Finalmente, empujado por la necesidad, se apropia para su propio uso lo que nunca le ha pertenecido. Su conciencia protesta, pero él la tranquiliza diciéndose que toma prestado lo que podrá devolver en poco tiempo. Evidentemente, no tiene intención de quedarse con esa suma.

5 - No jugar con el pecado para no caer en las redes de Satanás

Es jugar muy seriamente con el pecado, si no queremos llamar, sin vacilar, a tal acto por su nombre, robo, ya que la intención de devolver más tarde lo que se ha tomado no cambia en nada el principio. Muchos cristianos han caído así desesperadamente en las redes de Satanás y al final se han visto incapaces de liberarse. Sus esperanzas no se han cumplido, ha llegado el momento de rendir cuentas y no pueden pagar la suma. Es una bendición para un creyente que Dios, en su misericordia, le haya hecho consciente del peligro antes de que el nombre de Cristo fuera cubierto de vergüenza por su falta de lealtad y él mismo recibiera el estigma de un mundo que no tiene misericordia ni perdón para un pecador arrepentido.

6 - El gran peligro de la costumbre de contraer deudas

Un segundo caso frecuente de falta de justicia práctica es la costumbre de contraer deudas. A menudo no se le da a este texto sencillo y claro: «No debáis nada a nadie» (Rom. 13:8), el valor que toda palabra de nuestro Dios debe tener para nosotros. Examinemos esta palabra un poco más de cerca.

El mundo tiene pocos escrúpulos a la hora de contraer deudas. A menudo se oye decir que sin deudas el comercio no podría funcionar y sufriría un perjuicio; que los comerciantes deben basarse en el hecho de que algunos de sus clientes les deben pequeñas o grandes sumas durante un tiempo más o menos largo. Sin duda, esto puede ser así, y es difícil imaginar un comercio que no dé ni reciba a crédito. Pero, me pregunto, ¿debemos nosotros, que pertenecemos a Cristo, pedir consejo al mundo para saber cómo comportarnos? ¿Es justo que compremos más de lo que podemos pagar, que hagamos compras cuando sabemos de antemano que seremos deudores de su importe durante semanas y meses? ¿No tenemos la Palabra de Dios como luz para nuestros pasos?, esa Palabra que nunca se equivoca, que nos ayuda a purificar nuestro camino y a caminar de manera que agrademos en todo al Señor. Ahora bien, esta Palabra dice: «No debáis nada a nadie».

7 - ¿Qué significa: «No somos nuestros» para el creyente y su aplicación práctica?

Que todos los que se llaman cristianos consideren, pues, que todo lo que hacen tiene relación con Cristo, ya sea para su honor o para su deshonor. El punto de partida de su actividad debería ser esta palabra: «No sois vuestros. Habéis sido comprados por precio» (1 Cor. 6:19-20). ¿Y qué precio pagó Jesús? Pagó hasta la última gota la terrible deuda de la que la eternidad no habría podido liberarnos. Después de hacerse cargo de satisfacer las reclamaciones del Dios santo hacia los pecadores endurecidos, no tuvo descanso hasta que se pagó el último centavo. Toda nuestra deuda está pagada. Conocemos el precio. Este pago no fue como el de un hombre rico que paga la deuda de un pobre, sin que su fortuna se vea mermada de manera apreciable. No. Él vendió «todo cuanto tenía» para comprar la perla de gran precio. Se hizo pobre por nosotros, cuando era rico, para que nosotros nos enriqueciéramos con su pobreza. No adquirió (hablamos con toda reverencia) el objeto de su deseo antes de haber pagado el precio completo. Cristo resucitado a la derecha de Dios es el recibo de la deuda pagada. Y nosotros, que hemos creído el testimonio de Dios acerca de su Hijo, somos su propiedad. Podemos decir con profundo gozo, respondiendo a su palabra: «No somos nuestros».

8 - Seguir siempre las huellas de nuestro Salvador y Señor

A nuestro Señor y Salvador le costó mucho adquirirnos, y al mismo tiempo nos dejó un ejemplo, mostrándonos cómo debemos seguir sus huellas. Volviendo al tema práctico que nos ocupa, ¿podríamos entrar en posesión de algo antes de estar en condiciones de pagarlo? Nuestro Padre sabe lo que necesitamos y nos proporcionará seguramente todo lo que sea necesario, según su criterio. «Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos» (Hageo 2:8). Sin duda, no nos promete lo superfluo, ni tesoros, ni riquezas terrenales, pero tampoco olvida que dijo: «No debáis nada a nadie», y por lo tanto nos dará lo que necesitamos, aunque nuestra fe sea puesta a prueba en ocasiones. Por otra parte, no puede agradar a Dios que hagamos adquisiciones que superen lo que él ha puesto en nuestras manos y que excedan nuestros medios.

9 - Nuestro Padre celestial sabe lo que necesitamos

Sin duda, actuar según estos principios nos obliga a muchas renuncias. Podemos, por ejemplo, imaginar que tenemos una necesidad urgente de una prenda nueva, un abrigo o algo similar; pero si no disponemos del dinero necesario y deseamos actuar en obediencia a la palabra citada anteriormente, no nos queda más remedio que esperar a que Dios nos dé el dinero para esa compra. Hemos dicho que nuestro Padre celestial siempre nos dará lo necesario, aunque no siempre nos dé lo que nosotros consideramos necesario. Cuando Pablo escribe en su Primera Epístola a Timoteo: «Teniendo alimento y ropa, nos contentaremos con estas cosas» (1 Tim. 6:8), no piensa en una mesa llena de manjares exquisitos, ni en ropas hermosas, que nuestro corazón natural podría desear, sino que nos dice que debemos estar contentos con el alimento y el vestido que nuestro Padre nos da para nuestro viaje hacia la patria celestial.

10 - No ser negligente con el pago de las deudas

Lejos de nosotros, al hablar así, juzgar con severidad a quienes se encuentran en una verdadera pobreza. Dios permite a veces que se acumulen las dificultades, pero ¿obligará jamás a sus hijos a contraer deudas? Si, sin embargo, un hijo de Dios tuviera la desgracia de endeudarse, ¿qué sentimientos cabría esperar encontrar en él? Quienes se encuentran en esta situación ¿no muestran a menudo una gran indiferencia hacia el pago de las sumas prestadas, incluso si sus circunstancias han mejorado desde hace tiempo? Lamentablemente, así es. En lugar de sentir que cada pieza de moneda que ganan por encima de su sustento diario pertenece a sus acreedores y debe serles entregado, utilizan el excedente para adquirir cosas que no son en absoluto necesarias y en las que nunca habrían pensado antes. No se tiene conciencia del pago de las deudas. Solo se piensa en ello ante las reclamaciones del acreedor. Pero ¿se puede llamar esto una conducta honorable hacia los que son de fuera?

11 - El significado de «levantar manos santas» en la Asamblea

¿Levantan las manos santas en las asambleas de los santos los cristianos que actúan así? Una vez oí a alguien quejarse de que tenía la boca cerrada porque su conciencia le reprochaba unas deudas impagadas y descuidadas durante mucho tiempo. No me sorprendió en absoluto, ya que el Espíritu Santo, entristecido, le hacía consciente de esa grave falta. ¿Cómo exhortar libremente a los demás o ser la boca de una asamblea, cuando uno mismo vive en la desobediencia? Sabemos que «la ferviente súplica del justo puede mucho» (Sant. 5:16). Pero ¿se puede llamar justo a un hombre que tiene muchas deudas, sin sentir un profundo dolor, ni esforzarse seriamente por salir de ellas? ¿Pueden tener valor ante Dios las oraciones de un hombre así?

12 - Tomar la armadura completa de Dios

«Vestíos de toda la armadura de Dios», dice el apóstol (Efe. 6:11). Un soldado no estaría listo para el combate si solo tuviera una pieza de su armadura. ¿Están equipados para el combate los soldados de Cristo si se contentan con la última pieza de la armadura completa de Dios y dejan de lado las 2 primeras, el cinturón de la verdad y la coraza de la justicia? Que nunca nos contentemos que con la armadura completa de Dios.

 

13 - ¿Qué significa «las cosas necesarias» de Tito 3:14?

Ruego ahora a los lectores a que abran su Biblia, en el capítulo 3 de Tito. Allí encontrarán una palabra que está estrechamente relacionada con nuestro tema: «Aprendan también los nuestros a destacarse en las buenas obras, para las necesidades urgentes, a fin de que no sean infructuosos» (v. 14).

La expresión «buenas obras» debe entenderse aquí en un sentido totalmente general; no debemos entender por ello solo las obras de amor al prójimo y de beneficencia, sino también y principalmente la fidelidad y la conciencia en nuestros asuntos y en el trabajo de nuestras manos. Pongámonos a la luz de la presencia de Dios.

14 - Examinarse sí mismos sobre estas cuestiones y comprender que ya no pertenecemos a este mundo

Quisiera plantear a cada uno de nosotros la pregunta: ¿Hacemos verdaderamente buenas obras en nuestra profesión? Y preguntémonos: ¿Hay algo en el ejercicio de nuestra vocación, en nuestras acciones necesarias y cotidianas, que choque a la mirada examinadora del Dios santo? El mundo dice que un negocio no puede tener éxito sin fraudes comerciales, sin engañar a los compradores o a quienes nos hacen pedidos. Es posible que de esta manera se obtengan muchos beneficios. Pero ¿no es mucho mejor para un cristiano ganar menos y progresar más lentamente que ponerse en el mismo terreno que el mundo? El dinero que no se gana de manera perfectamente honesta nunca puede traer satisfacción. Un cristiano que se enriquece de esta manera es más pobre que nunca, porque «la bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella» (Prov. 10:22).

Otro hecho que entristece profundamente el corazón es que a menudo se encuentran entre los comerciantes cristianos personas que practican su oficio con menos fidelidad que los mundanos, entregando o vendiendo mercancías de peor calidad, mientras que exigen, si pueden, un precio más alto. Este mal es grave.

15 - La experiencia significativa del autor de estas líneas

He aquí, y por desgracia no es el único ejemplo, lo que le sucedió al autor de este artículo. Tenía que encargar pasteles de frutas para una fiesta escolar y dividí el pedido entre 2 panaderos de la ciudad. Uno era mundano y el otro cristiano. Ambos se comprometieron a entregar los pasteles al mismo precio. Los pasteles del hombre mundano eran excelentes en todos los aspectos, los del cristiano eran tan malos, había escatimado tanto en la fruta, que apenas se atrevían a servirlos. ¿De dónde venía eso? ¿Era el cristianismo el que había hecho que el pastelero cristiano entregara, por un buen precio, pasteles de tan baja calidad? Que los lectores respondan por sí mismos.

16 - Dios quiere siervos fieles en las cosas pequeñas

Dios quiere tener siervos fieles en las cosas más pequeñas. Ahora bien, una forma de actuar como la que acabamos de relatar no es justa ni honorable a sus ojos. No faltan en la Palabra de Dios preceptos claros para los comerciantes, sin contar lo que ya les dice la conciencia natural. Por lo tanto, si un cristiano no sabe cómo debe actuar en su profesión, es una triste prueba de su ignorancia de la Biblia. Ella nos dice que «el peso falso es abominación a Jehová; mas la pesa cabal le agrada» (Prov. 11:1). Sin duda, podemos aplicar este proverbio a todas las ramas del comercio, así como el principio establecido en Lucas 6:38, donde el Señor muestra que al que da se le dará una «medida buena, prensada, sacudida y rebosante».

17 - Una conducta escrupulosa por parte del creyente

Qué mal testimonio para los de fuera cuando los cristianos son infieles en su profesión y la cumplen con negligencia o de manera poco concienzuda. La Escritura nos exhorta a que «en cuanto a la actividad, no perezosos» (Rom. 12:11). Cristo en el corazón y el cielo ante nosotros, estas 2 cosas pueden hacer de un hombre un buen y valiente trabajador, pero deben ser realidades. Nunca debemos hacer nada para nosotros mismos, sino que siempre debemos actuar con vistas al Señor, como está escrito: «Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres» (Col. 3:23).

Para terminar, hagamos una breve observación sobre un tercer punto. Hasta ahora hemos hablado de la justicia que debe manifestarse en nuestra forma de actuar, pero está claro que nuestra lengua y todos nuestros pensamientos deben estar en consonancia con nuestros actos de justicia práctica ante Dios y los hombres. «Los pensamientos de los justos son rectitud» (Prov. 12:5).

No me refiero aquí a mentiras manifiestas y cometidas a sabiendas; sería muy triste tener que decirle esto a un cristiano, porque «los labios mentirosos son abominación a Jehová» (Prov. 12:22), y todos sabemos que la falsedad y la mentira provienen del diablo, padre de la mentira. A menudo se ha dicho: Lo único que Dios, que todo lo puede, no puede hacer es mentir; “no puede mentir”. Esto es directamente contrario a su naturaleza. «Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él» (1 Juan 1:5), y nosotros hemos llegado a ser partícipes de su naturaleza. «Desechando la mentira, hablad la verdad cada uno con su prójimo» (Efe. 4:25).

Si, por tanto, no queremos pensar que un cristiano pueda dejarse llevar por mentiras manifiestas, podemos, sin embargo, preguntarnos si siempre somos perfectamente leales y sinceros en nuestras palabras. Por ejemplo, puede suceder fácilmente que contribuyamos a crear una falsa impresión para obtener algún beneficio, o para desviar la atención de nuestro interlocutor cuando nos es desfavorable, o para librarnos de una reprobación, o finalmente para presentar algo bajo una luz más favorable. Entonces decimos la verdad en la medida en que nos conviene y callamos lo que no nos conviene. ¿No se convierte así una verdad a medias en una mentira entera? Así ocurre en muchos casos; entonces nuestros pasos se apartarán del «camino», como dice la Escritura (Job 31:7), un camino que no puede agradar a un espíritu sincero.

18 - Prestar atención a la falta de sinceridad en nuestra conducta

Pero no es el único ropaje bajo el que se esconde la falta de sinceridad; hay muchas otras formas, sobre las que nuestra conciencia, si estamos atentos, nos hará estar alerta. Mencionaré algunas: las exageraciones, los informes adornados, las apariencias hipócritas, las evasivas, las mentiras de cortesía, etc. No hay tiempo para ocuparnos de todas estas cosas en detalle. Que el Señor nos conceda sopesar nuestras palabras a la luz de la presencia divina, no engañarnos unos a otros, sino examinar con seriedad lo que es verdadero, digno, justo, puro, amable (Fil. 4:8).

19 - Fortalecerse en el poder de Su fuerza para vencer

Hemos mencionado anteriormente el cinturón de la verdad, como la primera pieza de la armadura con la que podemos «resistir en el día malo» (Efe. 6:13); porque Dios sabe que no tenemos fuerza para resistir al diablo si no seguimos a Aquel que dijo: «Yo soy… la verdad» (Juan 14:6), por los caminos de la verdad práctica.

Solo diremos una cosa más para terminar. Mientras que en la tierra tal vez paguemos todas nuestras deudas a nuestros acreedores, siempre seguiremos siendo deudores del Señor. Pero si durante toda la eternidad no podemos saldar esta deuda, deberíamos, sin embargo, estar siempre ocupados, con devoción de corazón, en responder a los derechos que el Señor tiene sobre nosotros y en servirle a él, que puede decir a cada uno de sus redimidos, con mucha más razón que el apóstol Pablo a Filemón: «Yo te lo pagaré (por no decirte que tú mismo me eres deudor)» (Film. 19).