Índice general
«La fe que una vez fue enseñada a los santos» — Judas 3
O bien: Los recursos de Dios para la conducta del creyente frente a la ruina
Autor:
Los últimos días, la última hora del actual periodo de la gracia
Tema:Collected Writings 32 pág. 379-391
1 - Los principios inmutables y su aplicación variando según las circunstancias
En su caminar, es importante que el creyente sepa dónde está parado, y luego conocer los pensamientos de Dios sobre su camino y en cuanto al lugar que ocupa.
No solo Dios nos ha visitado en gracia, sino que tenemos que tener presente cuál es el resultado actual de esa gracia, para que nos aferremos a los grandes principios bajo los cuales Dios nos ha establecido como cristianos. Esas circunstancias pueden variar, pero los principios nunca varían; solo la aplicación de esos principios al camino de la fe es variable.
1.1 - Las épocas de Ezequías y de Jeremías
Tomemos el ejemplo de la época de Ezequías, cuando Jerusalén estaba rodeada por el enemigo. Se le dijo al pueblo: «En quietud y en confianza será vuestra fortaleza» (Is. 30:15), y el asirio ni siquiera levantaría una terraza contra Jerusalén (Is. 37:33). Debían permanecer perfectamente tranquilos y firmes; y el ejército de Asiria fue destruido (2 Reyes 19:32-35).
Pero en los días del profeta Jeremías y del rey Sedequías, el pueblo estaba bajo una época de juicio, y para poder salvarse tenían que salir de la ciudad y rendirse a los enemigos caldeos (Jer. 38:2). Sin embargo, el pueblo era pueblo de Dios tanto como antes, pero en la época de Jeremías Dios había pronunciado una sentencia por medio de Oseas: «Lo-ammi», es decir, “no mi pueblo”; eso era lo que se aplicaba y marcaba la diferencia. Los pensamientos de Dios sobre su relación con su pueblo no habían cambiado –nunca lo haría–, pero el pueblo tenía que actuar de forma absolutamente opuesta. Bajo Ezequías fueron protegidos; bajo Sedequías tuvieron que inclinarse ante el juicio.
Estas circunstancias y pasajes muestran que, aunque la relación de Dios con Israel permanece inmutable en este mundo, no obstante, la conducta que debían adoptar en un momento podía ser diametralmente opuesta a la de otro momento, dependiendo de las circunstancias.
1.2 - Las épocas de la Iglesia al principio y al final
Tomemos la Iglesia al comienzo de los Hechos; era la Asamblea de Dios en este mundo. Vemos un despliegue total de poder; todos eran un solo corazón y una sola alma y tenían todo en común; el mismo lugar donde se encontraban fue sacudido (como señal de la voluntad de Dios de intervenir con poder en su favor). Pero tomemos la Iglesia de hoy, incluyendo todos los sistemas de la cristiandad, especialmente el catolicismo; si miramos el conjunto, tenemos que reconocer y humillarnos ante todo el mal que hay en ella.
Aunque los pensamientos de Dios no cambian, necesitamos discernimiento espiritual para comprender a qué atenernos y cuáles son los caminos de Dios en nuestras circunstancias, sin apartarnos nunca de los primeros grandes principios que él estableció en su Palabra.
2 - El hombre que arruina lo que Dios ha establecido como bueno, no merece beneficiarse de la fidelidad de Dios
Otro punto que debemos tener siempre presente es lo que muestra la Escritura, a saber, que dondequiera que Dios ha colocado al hombre, este siempre ha comenzado por estropear su posición, y por trastornar y arruinar lo que Dios había establecido como bueno. Los ejemplos en la Escritura como Adán, Noé, Aarón, Salomón y Nabucodonosor así lo atestiguan. Pero Dios es fiel y paciente en su misericordia y amor.
2.1 - La sentencia de la profecía de Isaías y la paciencia de Dios
Así, cuando dice en Isaías 6: «Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos», etc., este juicio no se aplicó durante 800 años, hasta que viniera Cristo y fuese rechazado.
Dios fue paciente de esta manera, almas se han convertido, los profetas han dado testimonio, e incluso un remanente ha sido preservado. Pero invocar la paciencia y la fidelidad inmutable de Dios para dar aprobación al mal que el hombre ha introducido, sería un principio totalmente falso.
2.2 - Jeremías: los que se prevalen de su religión van a la ruina
Eso sería hacer exactamente lo que hace hoy la cristiandad y lo que hacía el pueblo en tiempos de Jeremías, cuando llegó el juicio y decían: «Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este» y «porque la ley no faltará al sacerdote, ni el consejo al sabio» (Jer. 7:4; 18:18), cuando todos iban a ir a Babilonia. La fidelidad de Dios era invariable, pero aplicarla para sostenerlos en su mala posición, era la razón misma de su ruina. Los mismos principios que deberían garantizar nuestra seguridad se convierten en nuestra ruina, si perdemos el sentido de nuestra verdadera condición.
2.3 - El caso de Abraham: lecciones opuestas a aprender, según Isaías 51 y Ezequiel 33
Tomemos como otro ejemplo el versículo: «Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados, y al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados. Mirad a Abraham vuestro padre, y a Sara que os dio a luz; porque cuando no era más que uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué» (Is. 51:1). Este versículo se aplica mal con demasiada frecuencia. Dios dice: «Abraham… cuando no era más que uno solo lo llamé». Israel, a quien Dios se dirigía con estas palabras, era entonces solo un pequeño remanente, y Dios les dijo: No os turbéis por esto; llamé a Abraham cuando estaba solo. Su pequeño número no tenía importancia –Dios podía bendecirlos estando solos, igual que a Abraham.
Por el contrario, en Ezequiel el pueblo hace una declaración similar, pero en circunstancias diferentes, y es denunciada como una iniquidad. Al decir: «Abraham era uno, y poseyó la tierra; pues nosotros somos muchos; a nosotros nos es dada la tierra en posesión» (Ez. 33:24), querían decir: “Dios le bendijo a él, así que nos bendecirá aún más a nosotros”. De hecho, carecían de conciencia y malinterpretaban la condición en la que se encontraban y con la que Dios estaba tratando (véase Ez. 33:25-26).
De modo que si perdemos el sentido de cuál es nuestra condición –me refiero a la de toda la iglesia profesa en medio de la cual estamos– careceremos por completo de inteligencia espiritual.
3 - Los últimos días y lo que merece juicio
Ahora bien, estamos en los últimos días; pero me temo que los santos no se dan cuenta del peso de esta afirmación. La Escritura muestra que la Iglesia, como sistema responsable en la tierra, cayó desde el principio en un estado que merecía juicio, y que una fe individual era necesaria para discernirlo.
Para salir de la confusión actual, la gran idea que se encuentra casi en todas partes es que la Iglesia debe enseñar, juzgar y hacer esto y aquello; ahora bien, por el contrario, ¡es Dios quien juzga a la Iglesia! Él usa de paciencia y de gracia, llamando a las almas hacia él, como hizo en Israel; pero lo que debemos afrontar es que la Iglesia no ha escapado al efecto de este principio que domina la naturaleza humana, a saber, que lo primero que hace el hombre es distanciarse de Dios y arruinar lo que Él ha establecido.
El tema de los últimos tiempos no es nuevo: se encuentra en la Escritura, y Dios, en su soberana bondad, habló de ello antes de que se completara el canon de la Escritura. Permitió que el mal se manifestara para poder darnos el juicio de las Escrituras. Ahora tomaré algunos de los principios que faltan en la Iglesia.
3.1 - Según Judas
Judas dice, por ejemplo: «Amados, teniendo mucho empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación, me veo en la necesidad de escribiros con el fin de exhortaros a que luchéis por la fe que una vez fue enseñada a los santos» (v. 3). La fe estaba ya en peligro; se veían obligados a luchar para retener lo que se les escapaba de las manos, pues «han entrado con disimulo ciertos hombres» (v. 4), de modo que había que considerar el juicio desde entonces. Una vez, al principio, Dios salvó al pueblo de la tierra de Egipto, y luego tuvo que destruir a los que no creían.
Otro caso: Enoc profetizó sobre los impíos de los que habla Judas, y sobre los que el Señor ejercería su juicio cuando regresara. Ya estaban allí en los días de los apóstoles, y su comienzo fue suficiente para que la revelación de los pensamientos de Dios se diera a través de su Palabra. El motivo del juicio en la venida del Señor ya estaba presente.
3.2 - Según Juan
El apóstol Juan dice: «Hijitos, es la última hora; y como habéis oído que el anticristo viene, aun ahora han surgido muchos anticristos; por esto sabemos que es la última hora» (1 Juan 2:18). Así que no es algo nuevo lo que se está desarrollando, sino que empezó desde el principio. Lo mismo ocurrió con Israel: hicieron el becerro de oro al principio (Éx. 32), y, sin embargo, Dios los soportó durante siglos; no obstante, un hombre espiritual sabía discernir el estado del pueblo. Juan dice: «Sabemos que es la última hora». La Iglesia apenas ha mejorado desde entonces. En el versículo 20 añade: «Y vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas», es decir, tenéis lo que os permite juzgar en estas circunstancias.
3.3 - Según Pablo
Consideremos de nuevo lo que Pablo dice sobre el estado práctico de la Iglesia incluso en sus días: «A nadie tengo del mismo ánimo, que tan realmente se interese por lo que os concierne; porque todos buscan sus propios intereses, no los de Cristo Jesús» (Fil. 2:20-21). ¡Qué testimonio! Sin embargo, no habían renunciado a ser cristianos.
A Timoteo, Pablo le dijo: «En mi primera defensa nadie estuvo de mi parte; todos me abandonaron; que esto no les sea tenido en cuenta» (2 Tim. 4:16). ¡Ninguno permaneció con él!
3.4 - Según Pedro
Pedro dice que «llegó el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios» (1 Pe. 4:17).
Así, es la Palabra de Dios, con su autoridad, la que nos muestra que, ya desde el principio, el Espíritu de Dios estaba discerniendo el estado de cosas manifestado en la Iglesia, y testificando que este sería el motivo del juicio final.
4 - Actuar esperando el juicio que comienza por la Casa de Dios
4.1 - Las 7 iglesias de Asia: necesidad de escuchar lo que Dios tiene que decir sobre nuestro estado
El caso de las 7 iglesias de Asia en Apocalipsis 2 y 3 (estos capítulos de hecho dan la historia de la Iglesia) muestra fuertemente este principio y que este es el motivo para actuar: las asambleas no podían ni guiar, ni usar la autoridad, ni nada por el estilo; por el contrario, se dice: «El que tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a las asambleas»; aquí está el motivo dado para actuar: el que tuviera oídos para oír la Palabra de Dios tenía que juzgar su estado. Es evidente que se trata de un principio importante y muy solemne.
Cristo se dirige a las asambleas de Asia, no como Cabeza del Cuerpo, aunque lo es para siempre, sino que las considera como responsables en la tierra. No es el Padre quien les envía mensajes, como en las diversas Epístolas; no, es Cristo quien camina entre ellos para juzgarlos. Por eso no está aquí ni como Cabeza del Cuerpo, ni como Siervo –Su vestidura le llega hasta los pies (Apoc. 1:13; para servir la debe remangar). Él camina entre las asambleas para juzgar su condición. Este es el nuevo punto.
Es una cuestión de responsabilidad, por eso algunas asambleas son aprobadas y otras desaprobadas. Cristo juzga su estado, su condición, y ellas están llamadas a escuchar lo que él tiene que decir. No se trata de las bendiciones de Dios recibidas en las asambleas, sino del estado, de la condición de estas asambleas cuando estas bendiciones fueron puestas en sus manos: ¿qué uso hicieron de ellas?
4.2 - Las deficiencias de la asamblea de Éfeso que motivaron el juicio
Entre los tesalonicenses, en su frescor, eran manifiestas la obra de la fe, el trabajo de amor y la paciencia de la esperanza. Pero en la primera Carta a las asambleas, la de Éfeso, leemos: «Conozco tus obras, tu arduo trabajo y tu paciencia». ¿Dónde estaban la fe y el amor? Faltaba la fuente. El Señor tuvo que decir: «Quitaré tu candelabro de su lugar… a no ser que te arrepientas». Estaban en una posición de responsabilidad y él actúa con ellos en consecuencia. Lo primero es que «has dejado tu primer amor», así que había llegado el momento de que el juicio comenzara por la Casa de Dios.
4.3 - Pedro muestra que Dios mira al estado real de su Casa
Esto es lo que dice Pedro en 1 Pedro 4:17 al hacer alusión a Ezequiel 9:6: «Comenzaréis por mi santuario», es decir, la Casa de Dios en Jerusalén. Porque cuando se trata de justicia, Dios mira primero a su propia Casa. Este hecho tan solemne debería inclinar nuestros corazones ante Dios. La Iglesia, establecida como carta de Cristo en el mundo, ha fracasado; ¿queda hoy algo de ella? El mundo pagano, ¿puede ver todavía algo de ella? Individualmente, nuestra conducta puede ser bendita, si tenemos una fe como la de Elías. Se sentía solo; no conocía a nadie fiel en Israel, aunque Dios conocía a 7.000. Estaba bendecido, ¡pero su fe igualmente falló! Dios debió preguntarle: «¿Qué haces aquí, Elías?» (1 Reyes 19:9, 13). Que esto no nos desanime, pues Cristo nos basta. Y nada altera la perfecta fidelidad de la gracia de Dios.
No se trata de atacar o culpar a nadie, pues en cierto sentido todos somos partícipes, pero nuestros corazones deberían tomar nota del estado en que se encuentra aquello que había sido tan magníficamente establecido en el poder del Espíritu de Dios. Esto nos conforta en la fuerza que nunca puede fallar.
4.4 - La fe afronta las dificultades y la oposición discerniendo los pensamientos de Dios en su Palabra sobre nuestro estado
Cuando los espías regresaron de visitar la tierra de Canaán, la fe de 10 de ellos se hundió. Solo Caleb y Josué dijeron: «No temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan» (Núm. 14:9). Lo mismo ocurre con nosotros hoy, cuando nos enfrentamos a dificultades y oposición. Estamos llamados a saber a qué atenernos, qué camino debemos recorrer, cuál es nuestro lugar, y a ser conscientes del estado en que se encuentra todo a nuestro alrededor. Sin embargo, tengamos la certeza de que, si la Iglesia ha fracasado por completo, la Cabeza nunca fracasará. Cristo es tan suficiente para nosotros ahora, en el estado de cosas en que nos encontramos, como lo fue en el principio, cuando estableció la Iglesia en su belleza y bendición. Debemos buscar sus pensamientos en su Palabra, sin esconder a nuestros ojos el estado en que nos encontramos.
5 - El poder del Espíritu de Dios en medio del mal: los ejemplos de la Palabra
5.1 - En los Hechos
Cuando leemos los Hechos de los Apóstoles, nos llama la atención que haya poder en medio del mal. Cuando lleguemos al cielo no habrá mal alguno, no necesitaremos fe ni conciencia en ejercicio, pero ahora sí las necesitamos; y lo único que tenemos, es el poder del Espíritu de Dios allí donde domina el mal; es por medio de él que debemos gobernar sobre el mal que se interpone en nuestro camino.
5.2 - El bien perfecto manifiesta a Dios y suscita la hostilidad
No dice que todo cristiano será perseguido; dice: «Y todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos» (2 Tim. 3:12). Si un hombre manifiesta el poder del Espíritu de Dios, el mundo no puede soportarlo; ese es el principio. En los Hechos, cuando el poder del Espíritu se manifestaba en milagros, como antes en Cristo, ¿qué provocaba? La misma enemistad que crucificó al Señor. Lo que tenemos ahora es el bien en medio del mal –eso es lo que era Cristo: el bien perfecto en medio del mal– pero la manifestación de Dios en él suscitó enemistad –pues el pensamiento de la carne es enemistad contra Dios– y cuanto mayor era esa manifestación de Dios, mayor era la enemistad; así que, por su amor, se le devolvió el odio. Todavía no hemos llegado al tiempo en que el mal será quitado; será cuando Cristo regrese –y esa es la diferencia entre ese tiempo y el nuestro; ese tiempo verá la llegada del bien en poder que atará a Satanás y vencerá al mal. Pero estando Cristo en este mundo, como lo estarán después sus santos, es por el contrario el bien en medio del mal, siendo Satanás el dios de este mundo.
5.3 - Las 10 vírgenes
Cuando el bien y el mal finalmente se entrelazaron, el bien se vio abrumado y todo se deslizó junto. Tomemos el ejemplo de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias: mientras duermen, pueden permanecer juntas, pero en cuanto encienden sus lámparas, surge la cuestión del aceite, y ya no van juntas. Lo mismo ocurre con nosotros.
5.4 - En los tiempos de Josué
También en los tiempos de Josué fue una época de poder. Es cierto que fracasaron en Jericó y fueron derrotados en Hai, pero el carácter general era de poder. Los enemigos fueron sometidos, ciudades cuyos muros llegaban hasta el cielo fueron tomadas, la fe lo vencía todo; ¡qué cuadro tan bendito! –El bien en medio del mal y el poder manteniendo al bien y destruyendo a los enemigos.
5.5 - En los tiempos de los Jueces
En los tiempos de los Jueces ocurrió lo contrario; el poder de Dios estaba allí, pero el poder visible era el del mal, porque el pueblo era infiel. Inmediatamente fueron a Boquim (Jueces 2:1-5), el lugar del llanto, mientras que en Josué fueron a Gilgal, el lugar de la separación total de Israel del mundo: después de cruzar el Jordán –que era la muerte– el oprobio de Egipto había sido rodado lejos de ellos, es decir, borrado. Pero en los Jueces, el Ángel de Jehová va a Boquim; no abandona a Israel, aunque hayan dejado Gilgal: ¡la gracia los sigue! Y para nosotros, si no vamos a Gilgal, si no nos humillamos totalmente en la presencia de Dios, no podemos caminar en el poder.
Si la relación de un siervo con Dios es solo a nivel de su testimonio ante los hombres, se derrumbará. Debe renovar sus fuerzas. El gran secreto de la vida cristiana reside en nuestra relación con Dios, ella debe hacer que no seamos nada. En Boquim, Dios no abandonó a Israel, que le ofrecía sacrificios, pero era en medio del llanto; no triunfaron, fueron derrotados constantemente.
El pueblo había perdido su lugar, pero Dios les envió jueces, y Dios estaba con ellos. De la misma manera, tenemos que considerar el lugar que hemos perdido. Cuando se dice: «Todos buscan sus propios intereses, no los de Cristo Jesús» (Fil. 2:21), ¿no era que habían perdido su lugar? (No digo que hubieran dejado de ser la Iglesia de Dios). Si no consideramos esto, nosotros también iremos a Boquim, el lugar del llanto. El estado de la Iglesia de Dios debe ser juzgado en su totalidad. La Cabeza nunca puede perder su poder, y la gracia se adapta a la condición de la Iglesia.
5.6 - Al principio de la historia de la Iglesia
Al principio de la historia de la Iglesia, este poder bendito convirtió a 3.000 almas en un día. Luego vino la oposición; el mundo puso a los santos en prisión, pero Dios manifiesta su poder en la liberación (si fuéramos más fieles probablemente veríamos muchas más intervenciones de Dios). El poder del Espíritu de Dios estaba allí, y los santos caminaban en bendita unidad, mostrando ese poder, y esto, en medio del poder del mal. Por desgracia, el mal se apresuró a actuar en su interior, como en el caso de Ananías y Safira, que hacían creer que estaban dando todas sus posesiones. El Espíritu de Dios estaba allí, cayeron muertos y el temor se apoderó de todos, tanto en la Asamblea como fuera de ella.
5.7 - A pesar de la acción del poder de Dios, no se borran las razones que motivan el juicio
Así, antes de que se terminara de escribir la Escritura, había llegado el momento de comenzar el juicio por la Casa de Dios. Este hecho tan solemne caracteriza el tiempo presente hasta la venida de Cristo; solo entonces su poder destruirá el mal, lo que es una cosa muy diferente.
6 - Hoy, el tiempo de la iglesia profesa
6.1 - La iglesia profesa cayendo al nivel del paganismo, pero el fiel se aferra a la Escritura
Entonces tenemos el testimonio de un gran mal donde debería estar el bien: «En los últimos días vendrán tiempos difíciles, porque los hombres serán egoístas…», etc. (2 Tim. 3:1-2). La iglesia profesa –pues es de ella que se trata– está descrita en los mismos términos que los gentiles al comienzo de la Epístola a los Romanos. Está declarado positivamente que tales tiempos vendrían y que el estado de cosas volvería a ser lo que era en el paganismo. Continúa diciendo que «los hombres malos y los impostores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados» (2 Tim. 3:13). Pero Pablo dijo a Timoteo que permaneciera en las cosas que había aprendido.
Hoy oímos decir que “estas cosas” son enseñadas por la iglesia; pero son solo afirmaciones vacías. Nadie está inspirado para enseñar en la Iglesia. Yo sé de quién aprendo cuando me dirijo a Pablo o a Pedro. Del mismo modo, Pablo dijo a los ancianos de Éfeso: «Os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia» (Hec. 20:32). Los malvados y los impostores iban de mal en peor, pero el apóstol dijo a Timoteo que permaneciera en la certitud del conocimiento de lo que había recibido de ciertas personas. Para nosotros, son «las Santas Escrituras, que pueden hacerte sabio para la salvación» (2 Tim. 3:15) las que tienen autoridad. Necesitamos saber esto bien, cuando la iglesia profesa está bajo juicio, y se caracteriza por una mera forma de piedad. Los cristianos tienen que hacer frente a esto. ¿No vemos, por desgracia, que hombres llamados cristianos se apartan y se vuelven infieles?
6.2 - La fe y la piedad prosperando a pesar del mal imperante
El formalismo se convierte en abierta incredulidad o superstición. Es notorio cómo progresan las cosas. En sí mismo, el cristianismo es el que Dios ha dado, pero exteriormente, como vemos a nuestro alrededor, eso ha desaparecido. Lo que necesitamos es el cristianismo tal como está en la Palabra de Dios. No hay que tener temor –en cierto sentido, es un tiempo bendito que nos devuelve a Dios, pero tenemos que mirar estas cosas con sencillez y firmeza.
No hay cuadro más bendito de fe conmovedora y de piedad, antes de la llegada del Evangelio, que el que se encuentra en Lucas 1 y 2. En medio de toda la iniquidad de los judíos, vemos a Zacarías, María, Simeón, Ana y otros en el mismo estado de ánimo. Se conocían entre sí, y Ana «hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén» (2:38); así deberíamos ser nosotros.
En cuanto al estado actual de las cosas –desde el punto de vista de la responsabilidad del hombre– el hombre se ha apartado de lo que Dios ha establecido, y ha llegado una corrupción creciente, hasta que el juicio deba intervenir. Juan decía que los últimos días habían llegado, porque ya había muchos anticristos; pero la paciencia de Dios continuó hasta que lleguen los malos tiempos.
7 - Referirnos directamente a la Palabra, incluso si podemos estar ayudados por un siervo de Dios
Ahora añado una palabra sobre cómo debemos caminar en medio de tal estado de cosas. Es claramente por la Palabra de Dios –consultándola directamente. Ciertamente Dios usa el ministerio –él lo ha ordenado– pero para la autoridad debemos mirar a la Palabra de Dios misma. Allí está la autoridad directa de Dios, que determina todo; y tenemos la actividad de su Espíritu para comunicarnos las cosas. Sin embargo, es lamentable utilizar solo la Escritura, rechazando la ayuda de los demás, o, a la inversa, considerar a los hombres como guías directos, negando el lugar del Espíritu.
Al igual que una madre necesita ser bendecida para cuidar de sus hijos, lo mismo sucede con un siervo que cuida de los santos; para ello, el Espíritu de Dios actúa en aquel que es instrumento de Dios. Pero, aun reconociendo plenamente esto, insistimos en que debemos remitirnos directamente a la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es la autoridad; es Dios quien habla a través de la Palabra. Ni una madre ni ningún hombre son inspirados, pero lo es la Palabra de Dios. «El que tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a las asambleas».
La Iglesia es enseñada, pero no enseña; son los santos individualmente los que enseñan. Los apóstoles, como aquellos que Dios ha utilizado de la misma manera, eran instrumentos de Dios para comunicar directamente a los santos en Su nombre, por eso Pablo dice: «Os conjuro por el Señor, que sea leída esta carta a todos los hermanos» (1 Tes. 5:27). Esto es muy importante, porque es prerrogativa de Dios hablar directamente a las almas. Él también puede utilizar cualquier instrumento, y no se puede objetar –«no puede el ojo decir a la mano: No tengo necesidad de ti» (1 Cor. 12:21); pero solo él tiene autoridad directa, ¡así que no la usurpemos!
7.1 - No debemos juzgar la Palabra de Dios, es Dios quien nos habla, ella tiene poder real
Por otra parte, no podemos tener un juicio personal en las cosas de Dios, no admito este principio. En otros ámbitos, tenemos que examinar, pero cuando se trata de cosas divinas, ¿podemos juzgar la Palabra de Dios? Hacerlo es señal del mal de los tiempos ya actuales.
Cuando poseo la Palabra de Dios me es traída por su Espíritu, me siento a escuchar lo que Dios quiere decirme; ella me juzga a mí, no yo a ella. Cuando la Palabra de Dios está traída a mi conciencia y a mi corazón, ¿voy a juzgar a Dios que me habla? Eso sería negar que él me habla. Cuando la Palabra de Dios se dirige a mi alma, tiene verdadero poder; entonces no pienso en juzgarla; me pongo ante ella para que mi corazón sea tocado y mi conciencia sea ejercitada; debo recibirla como dando lo que era desde el principio –lo que Dios dio. Lo que era al principio aún no se ha sido arruinado, pues eso es lo que Dios estableció.
7.2 - Volver a lo que había en el principio
Referirse a la Iglesia primitiva no es suficiente, debemos ir a lo que había en el principio. Es entonces cuando captamos la palabra inspirada y la unidad del Cuerpo. Pero en la historia de la Iglesia, lo que apareció justo después del principio fueron tristes divisiones. Juan dice: «Si lo que desde el principio oísteis permanece en vosotros, vosotros también permaneceréis en el Hijo y en el Padre» (1 Juan 2:24). Si Vd. se aparta de lo que había desde el principio, pierde su lugar en el Hijo y en el Padre. Es obvio entonces, al aplicar esto, que tengo que tener en cuenta las circunstancias en las que nos encontramos, porque son lo que el hombre ha hecho de lo que Dios estableció en el principio, y no lo que era en el principio. La gente dice que la Iglesia es esto o aquello; pero si tomo lo que Dios ha establecido, veo la unidad del Cuerpo, y a Cristo que es su Cabeza, y eso es lo que la Iglesia debe manifestar en la tierra. ¿Lo vemos ahora?
7.3 - Distinguir la obra de Cristo edificando la Iglesia de la obra del hombre como instrumento responsable
Al contrario, la Palabra nos advierte. Pablo, como sabio arquitecto, puso los cimientos; advierte a los que edifican encima que no construyan con materiales malos –madera, heno, rastrojo– que serán destruidos (1 Cor. 3:12). La construcción fue puesta bajo la responsabilidad del hombre y, como tal, quedó sujeta a juicio. En Mateo 16:18: «Sobre esta Roca edificaré mi iglesia», es Cristo quien edifica; no está terminada, aún está en proceso. Pedro dice: «Acercándoos a él, piedra viva, rechazada ciertamente por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual» (1 Pe. 2:4-5). También en este caso, la casa está en construcción. –Pablo, en cambio, dice que el edificio «crece hasta ser un templo santo en el Señor» (Efe. 2:21). –Todo esto es obra de Cristo, lo que los hombres llaman la Iglesia invisible, y así es. Pero, por otra parte, «que cada uno mire cómo edifica sobre él [la Iglesia]» (1 Cor. 3:10), es decir, sobre el fundamento puesto por Pablo; ahí está la obra del hombre como instrumento responsable.
Los hombres confunden estos 2 aspectos; construyen con madera, heno y hojarasca, y luego hablan de que las puertas del Hades no prevalecerán contra esto, porque no tienen en cuenta la Palabra de Dios. Necesitamos considerar los principios de Dios y el poder del Espíritu de Dios; necesitamos escuchar lo que el Espíritu está diciendo a las asambleas/iglesias y realmente averiguar dónde estamos, para que podamos encontrar el camino que Dios ha trazado y en el que debemos caminar resueltamente.
8 - Creer en la presencia del Espíritu de Dios
8.1 - Tener fe en la presencia del Espíritu de Dios, él utiliza la Palabra de Dios
Además, debemos tener fe en la presencia del Espíritu de Dios. El Espíritu utilizará la Palabra y nos hará conscientes del estado de las cosas, sin confundir la fidelidad de Dios con la responsabilidad del hombre –como hace el mundo supersticioso– sino reconociendo que hay un Dios vivo y que este Dios vivo está en medio de nosotros en la Persona y el poder del Espíritu Santo. Todo se basa en la cruz, por supuesto, pero el Consolador ha venido, y por un solo Espíritu todos han sido bautizados en un solo Cuerpo.
8.2 - El cuerpo del creyente y la Iglesia son templos del Espíritu Santo
Ya sea a nivel individual o eclesial, la presencia del Espíritu de Dios, utilizando la Palabra para guiarnos, es el secreto del poder para toda batalla del bien contra el mal, ya sea exterior o interiormente. Pablo dijo, para corregir a la gente que andaba mal: «¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros, el cual tenéis de Dios?» (1 Cor. 6:19). ¿Creemos que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Entonces, ¿qué clase de personas deberíamos ser?
Lo mismo se dice de la Iglesia: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Cor. 3:16). La presencia del Espíritu da poder, y poder práctico, para la bendición, ya sea en la Iglesia o en el individuo. Solo él puede hacer algo para una bendición real.
Además, solo sobre la base de la redención Dios habita con el hombre. No habitó con Adán en la inocencia, aunque descendió hasta él. No habitó con Abraham, aunque lo visitó y comió con él. Pero cuando Israel salió de Egipto, Dios dijo que los había traído a Él, “para habitar entre ellos”. Inmediatamente se construyó el Tabernáculo, y la presencia de Dios estaba en medio de su pueblo.
8.3 - Comprender que el Espíritu de Dios habita en nosotros tiene consecuencias
Hoy tenemos la verdadera y plena redención, y el Espíritu Santo ha descendido para habitar en los que creen, de modo que puedan ser una expresión de lo que Cristo mismo fue cuando estuvo en la tierra: «El que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios» (1 Juan 4:15); «En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu» (1 Juan 4:13). Si alguien es verdaderamente cristiano, Dios habita en él; no solo tiene vida, sino que está sellado con el Espíritu Santo, que es el poder de toda conducta moral. Si nos diéramos cuenta de que el Espíritu de Dios habita en nosotros, ¡qué sumisión nos caracterizaría, y qué personas seríamos, sin contristar a ese Espíritu!
8.4 - Todo lo que hace el Espíritu para que recibamos los pensamientos de Dios ante la ruina
Además, dice: «Lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni subió al corazón del hombre, eso preparó Dios para los que lo aman. Dios nos las ha revelado por su Espíritu», «Pero nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios» (1 Cor. 2:9, 12). El Espíritu de Dios y el espíritu del mundo están siempre en contraste. También vemos que la revelación está en contraste con nuestro estado. Debemos decir: «El ojo no vio»; estas cosas son tan grandes que no podemos concebirlas, pero Dios las ha revelado por su Espíritu. Los santos del Antiguo Testamento no podían descubrir o conocer estas cosas, pero nosotros sí podemos; las conocemos, y él nos ha dado su Espíritu «para que conozcamos lo que nos ha sido dado gratuitamente por Dios» (1 Cor. 2:12).
En este pasaje, el Espíritu Santo visto en 3 etapas distintas:
- primero, estas cosas son reveladas por el Espíritu;
- luego, son comunicadas por palabras enseñadas por el Espíritu;
- finalmente, son recibidas por el poder del Espíritu –se «disciernen espiritualmente» (2:14);
Estas 3 etapas se llevan a cabo por el poder del Espíritu de Dios.
Si yo debiera tomar la Palabra de Dios en sí misma y decir que puedo juzgarla y comprenderla, sería un racionalista (alguien que juzga la revelación de Dios por los pensamientos del hombre). Pero cuando los pensamientos de Dios nos son comunicados por el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo nos da el poder para recibirlos, entonces recibo los pensamientos que son de Dios. Hay tanta sabiduría y poder por parte de Dios para permitirnos hacer frente al estado de ruina en el que nos encontramos hoy en día, como lo hubo en el principio cuando estableció la Iglesia; y en eso es en lo que debemos apoyarnos.