Nuestro Abogado ante el Padre

1 Juan 1:4 al 2:2


person Autor: William John HOCKING 35

flag Tema: Su actividad celestial actual


Prefacio

Nuestro tema aquí es Jesucristo, nuestro Abogado ante el Padre; y es bueno comenzar aclarando el significado de la palabra «Abogado» en las Escrituras. ¿Qué debemos entender por «Abogado para con el Padre»? Es evidente que esta expresión está estrechamente asociada a la cuestión del pecado: «Si alguno peca, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1 Juan 2:1). Y de inmediato nos viene el pensamiento que, en el momento de una caída, hay Alguien que actúa por nosotros en lo alto, Alguien que está y aboga por nosotros, y restaura esa comunión que había sido quitada. Este pensamiento es perfectamente correcto. El Señor sirve así a nuestros intereses en la presencia del Padre de lo alto.

Sin embargo, el término tiene un significado más amplio que eso, y se puede ver refiriéndose al propio uso que el Señor hace de este. Cuando iba a dejar el mundo, les habló, como preparación para su partida, de enviar otro Abogado o Consolador (pues es la misma palabra). Ahora bien, si el Señor, al partir, prometió enviar otro Consolador, que sabemos que es el Espíritu Santo, y que está mencionado en estos discursos repetidas veces como el Consolador, es porque él mismo fue un Consolador mientras estuvo en la tierra (Juan 14:16, 26; 15:26; 16:7-13).

El Señor había estado continuamente en medio de sus discípulos, y había actuado hacia ellos como su Abogado o Consolador. Ahora se marchaba, y parecía como si fueran a perder lo que tan constantemente habían disfrutado con su presencia. Pero él dijo: «Yo rogaré al Padre, y él os dará otro Consolador».

1 - ¿Qué es un Abogado?

El significado de esta palabra es el siguiente. Un abogado (paráclito) es alguien que defiende la causa de otro; por ejemplo, una persona fuerte defiende la causa de una persona débil. En el caso de nuestro Señor, fue él, el Todopoderoso quien tomó la causa de los que le seguían.

Si nos fijamos en Lucas 2, encontraremos una referencia a aquellos judíos piadosos de Jerusalén que esperaban la Consolación de Israel (Lucas 2:25, 38), el prometido, aquella Persona llena de gracia y gloriosa que había de venir según la promesa, y ser para Israel todo lo que la nación necesitaba. Pues bien, el Señor vino para ser el Consolador esperado, y lo fue especialmente para el pequeño grupo que se había reunido en torno a él. Así que, si ustedes quieren saber lo que es realmente un Abogado o Consolador, lean las acciones de nuestro Señor tal y como se describen en los cuatro Evangelios. Miren lo que el Señor hizo por los suyos. Vean cómo les dio todo lo necesario. Nada había que necesitaran que él no les proporcionara. En ningún momento les faltó nada (Lucas 22:35). El Maestro era alguien a quien podían recurrir en cualquier circunstancia, y encontrarle siempre dispuesto a ayudarles. ¿No debemos aprender que la misma bendita característica se encuentra ahora en nuestro Señor? Seguramente él es el mismo ahora; y el Señor preparó a sus discípulos para que aprendieran esta lección antes de partir, como querría que nosotros la aprendamos ahora. ¿Por qué digo “ahora”? La razón es que, ya sea que su carrera cristiana sea corta o larga, saben muy bien que su gran falta es pensar muy poco en nuestro Señor Jesucristo. Deben darse cuenta continuamente de que habría podido sacarles más provecho del que le han sacado. Es porque lo descuida, porque lo olvida, que han tenido tantas carencias y ha hecho tan poco. Recuerden, pues, que el Señor es todo lo que necesitamos, aunque esté ausente de nosotros.

2 - Ejemplos de los Evangelios sobre el Consolador

Quisiera ahora llamar su atención sobre dos o tres ejemplos del Evangelio según Juan que ilustran nuestro tema.

El Señor enseñaba a los discípulos a pensar en él de este modo: aunque no pudieran verle, aunque no estuviera visiblemente en medio de ellos, él seguía pensando en ellos. Les servía y se dedicaba a sus intereses y bienestar y, además, era capaz de disponer las cosas de forma sobrehumana para su bendición y beneficio. Ellos fueron tardos en aprender esta verdad, y nosotros también.

2.1 - No olvidados en la tempestad – Juan 6

Tomemos ahora el relato de Juan 6 sobre los discípulos sobre el lago. Después de alimentar a las multitudes, el Señor les dijo que subieran a una barca y cruzaran el mar, pero el Señor no fue con ellos en la barca. Abandonaron la orilla y navegaron por el mar, pero antes de llegar a su destino ocurrieron dos cosas inesperadas. Se hizo de noche y al mismo tiempo se levantó una tempestad. La oscuridad en sí ya era un problema, pero con la tempestad llegó el viento, y sus dificultades se multiplicaron. No sabían dónde estaban; la furia del mar y el viento amenazaban con engullirlos, y Jesús no estaba presente. Se había mantenido alejado de ellos. Les había dejado solos para librar la batalla. ¿Por qué los abandonó así el Maestro? Luchaban con todas sus energías para mantener el barco a flote, pero ¿cómo podían hacerlo? No tenían puntos de referencia, todo estaba muy oscuro y el viento y las olas aullaban.

Fue entonces cuando Jesús se acercó a ellos caminando sobre el mar, y lo esperaban tan poco, que cuando lo vieron se alarmaron. Estaban llenos de miedo, no lo reconocieron; estaban tan ocupados con su peligro que incluso se encogieron ante Aquel que tanto les amaba y que había venido en su rescate. No le reconocieron en la tempestad. Estén seguros, queridos amigos, que nosotros mismos hemos conocido situaciones similares. La oscuridad nos ha rodeado en nuestras vidas. Las tempestades han llegado, y el mar ha estado en confusión. Los peligros y la muerte nos han amenazado. Pero no debemos olvidar que la tempestad también ha traído al Maestro a nuestro lado. Que nuestros corazones no estén tan llenos de temor que no le reconozcamos en medio de la tormenta. Él está ahí, y trabaja por nuestra paz y seguridad definitivas. No hay terror para él. Él es el poder soberano por encima de todo y sobre todos.

Se acercó a sus discípulos, que lo recibieron en la barca; escucharon su palabra; y su palabra detuvo la tempestad, de modo que de repente hubo paz. Lo que amenazaba su destrucción fue alejado de ellos. Más que eso, los condujo a «la tierra a la que iban» (Juan 6:21). Cuando Jesús vino a ellos, descubrieron que estaban exactamente donde querían ir. ¿Cómo había ocurrido todo esto? Por su poder, ese poder que reside en la Persona de Jesús. Sus discípulos fueron lentos en creer entonces, y siempre han sido lentos en creerlo desde entonces.

La bendita obra de nuestro Señor Jesucristo en favor de todos los que estamos aquí todavía es un servicio que a menudo olvidamos. En todo caso, no somos tan conscientes de ello como deberíamos. El Señor está siempre activo en nuestro favor. Las dificultades y las pruebas pueden rodearnos, pero él está en medio de ellas. Él tiene dominio sobre todas ellas, y quiere llevarnos al puerto del descanso a su debido tiempo.

2.2 - La ausencia del Señor en Betania – Juan 11

Tomemos otro caso; ustedes conocen muy bien estos incidentes, pero se los recuerdo para ilustrar el carácter de fidelidad de nuestro Señor Jesucristo.

Es imposible que él abandone a uno de los suyos. Él no abandonaría a ninguno de aquellos a quienes ha purificado con su preciosa sangre. ¿Qué mejor ejemplo de interés de amor podríamos tener que el registrado en Juan 11? La muerte llega a un hogar piadoso. ¿Qué hay más terrible que la muerte en su poder de destruir toda felicidad? La muerte había entrado en el hogar de Marta y María, y la muerte se había llevado al amado Lázaro. Las hermanas Marta y María no tenían ningún recurso en su dolor en aquel momento, pues Jesús no estaba con ellas. Estaba a unos 30 kilómetros de distancia, y antes habían enviado un mensajero, no con una petición importuna, sino simplemente con el anuncio tranquilo del problema que había sucedido: «Señor, el que amas está enfermo» (v. 3). No le pedían que viniera, que interviniera o que detuviera la enfermedad. Probablemente pensaron que vendría, pero no fue así. El mensajero había regresado y el Señor no estaba con él, pero el Señor les había enviado un mensaje: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios» (v. 4). Cuando llegó el mensajero, Lázaro estaba muerto.

Esta enfermedad hasta la muerte, ¿cómo fue para la gloria de Dios? Este pobre hombre golpeado, apartado de sus hermanas dependientes y arrebatado del reino venidero, ¿fue para gloria de Dios? Sus corazones estaban desgarrados por la duda; Jesús no estaba allí. Se inclinaban a desconfiar y dudar del amor del Maestro, pues este no había llegado a ellos a tiempo, pensaban. ¿Fue porque no le importaba? Amados amigos, recuerden, cuando él vino, cómo suspiró, cómo se estremeció, cómo lloró; él ciertamente se preocupó. Había, sin embargo, un tiempo definido en el que su obra debía realizarse, y él no podía venir antes de ese tiempo. Si hubieran tenido la fe de confiar en él, si hubieran sido capaces de captar la verdad y decir: «Bien lo ha hecho todo» (Marcos 7:37), la gloria de Dios habría aparecido incluso en ellas. Pero ellas no estaban llenas de fe, y sin embargo él pensaba en ellas todo el tiempo. Vino, y al borde del sepulcro dijo: «¡Lázaro, ven fuera!» (Juan 11:43), y devolvió el hermano a las afligidas hermanas. Al fin y al cabo, todo termina para gloria de Dios; no era la muerte. Él dio la vida, y usted ve que Jesús estaba lleno de cuidado, de amor y de poder en simpatía por esas dos hermanas en su hora de dolor. Ahora es lo mismo. En Betania, el Señor preparaba los corazones de los suyos para cuando él estuviera en el cielo y ellos en la tierra. No habría ningún cambio en la forma de su amor, estuviera presente o ausente.

2.3 - Una tarea que ellos mismos se dieron – Juan 21

Otro ejemplo se encuentra en Juan 21. Aquí encontramos a siete de los discípulos después de la resurrección de Jesús. Estaban en Galilea y se habían embarcado en una empresa personal. Pedro dice: «Yo voy a pescar». Hay muchas razones para creer que se trataba de una idea que ellos mismos habían concebido. Pensaron que ya era hora de hacer algo. Pedro no era un hombre que se quedara de brazos cruzados. Yo «voy a pescar», dijo, a lo que los demás respondieron: «Vamos nosotros también contigo». Todo fue idea suya. El Señor estaba ausente, y pensaron que tenían que gestionar sus propios asuntos. Así pensamos a menudo: Si el Señor estuviera en casa, podríamos acudir a él, pero como está en el cielo…, ¿hay alguna razón para que yo haga esto o aquello, sin que el Señor entre en mis pensamientos?

Así que los discípulos emprendieron su expedición; trabajaron duro, pero no pescaron nada. No pidieron la bendición de Dios para su proyecto, y no tuvieron éxito. Trabajaron toda la noche y no consiguieron nada. Ahora, ¿qué hizo el Señor? Estaba lejos de ellos, pero conocía su propósito. Había oído las palabras de Pedro: «Voy a pescar». El Maestro no los abandonó a su desilusión, sino que fue a pararse en la orilla. Cuando amaneció, les llegó su voz por encima de las olas: «¿Muchachos, tenéis algo de comer?» ¿Qué habéis conseguido hacer? Tuvieron que confesar que no tenían nada. Entonces les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis». Era lo mismo que habían estado haciendo toda la noche a su manera, pero no habían encontrado nada. Luego llegaron a tierra, arrastrando la red llena de peces grandes, y el Señor estaba allí para recibirlos, y aún más, había provisto para sus necesidades inmediatas. Tenían frío de estar fuera toda la noche, y había un fuego con brasas. Tenían hambre, y el Señor les había preparado comida. El cuidado del Señor por los suyos, a pesar de su ausencia, se ilustra de manera sorprendente.

¿No nos muestran estos incidentes qué clase de Abogado tenemos con el Padre? Aunque él está en lo alto, se interesa con amor por todo lo que hacemos. Yo quisiera que hayamos grabado en el alma que, como creyentes en el Señor Jesucristo, no tenemos nada que hacer sin él. De hecho, ¿por qué deberíamos actuar de forma independiente? Olvidamos que nuestro Señor es esa Gran Persona en el cielo, que es nuestro Abogado, nuestro Consolador, Aquel que dijo: «Separados de mí, nada podéis hacer» (Juan 15:5).

Ustedes dirán que me he demorado mucho antes de llegar a la Primera Epístola de Juan, pero tenía en mi corazón poner primero ante ustedes, que nuestro precioso Señor como Abogado, se interesa tiernamente y nos mira compasivamente en todos nuestros caminos, y más que eso, que él es quien provee la fuerza, la sabiduría y las bendiciones que necesitamos, y que en estas cosas nunca nos fallará. Nosotros podemos fallarle, pero él nunca fallará, y eso es lo que necesitamos saber.

3 - La comunión en la familia de Dios

Ahora llegamos a un tema más importante –uno de los más importantes en la vida de un hijo de Dios– el tema del pecado en relación con la comunión. Habrán observado que en los versículos que he leído, el tema de la comunión aparece varias veces. «Comunión con nosotros», dice el apóstol (1 Juan 1:3), «comunión unos con otros» (1 Juan 1:7), y esto se dice de los hijos de Dios en general. Además, «Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Juan 1:3). ¿Qué significa esto? La idea de comunión es la idea de intereses comunes, pensamientos comunes, afectos y devociones comunes. En estas áreas, los creyentes están en comunión con el Padre. ¿Porqué? Porque el Padre ama al Hijo y ha puesto todas las cosas en sus manos. ¿Hay alguno de mis lectores que no ame a Cristo? Le amamos porque él nos amó primero, y esa es la esencia de la comunión, que se desarrolla en el poder del Espíritu por el cual somos sellados. El amor del Padre por el Hijo, mi amor por el Hijo y vuestro amor están igualmente fijados en esta misma Persona, y ahí radica nuestra comunión con el Padre y con el Hijo.

El Hijo ama al Padre, y ama revelar al Padre. «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Juan 14:9), dijo él; ¿no amamos también nosotros al Padre por el Espíritu del Hijo enviado a nuestros corazones? El amor que es expresión de la vida eterna que nos ha sido dada es la energía de la verdadera comunión.

Estamos en comunión con el Hijo y con el Padre, y tenemos comunión unos con otros. Espero que todos los que leen esta meditación sean hijos de Dios. Así pues, todos poseen este amor común, habiendo creído en Cristo y habiendo recibido la vida eterna por su nombre, de modo que existe un vínculo entre todos. Este vínculo no es el resultado de la descendencia o de la ascendencia carnal. No es una nacionalidad. No es más que el resultado del nuevo nacimiento, esa obra del Espíritu Santo en nuestros corazones. Nuestra nueva naturaleza ama a Dios, que nos ha dado de su Espíritu; y, amados amigos, en la época actual, es más importante que nunca que nos aferremos a esta verdad permanente.

La Epístola de Juan tiene un carácter general y se aplica a los cristianos en todas partes. No fue escrita a una asamblea en particular. A lo largo de la Epístola no se nombra a nadie. Se dirige a toda la familia de Dios desde el tiempo de Pentecostés hasta ahora. La familia de Dios es una, y ningún cambio externo puede romper el vínculo entre un hijo de Dios y el Hijo. Es muy importante recordar este amor, que proviene de la relación que tenemos en Cristo Jesús, quien es el fundamento de nuestra comunión. Pero no quiero hablar ahora de nuestra comunión entre nosotros, sino de nuestra comunión con el Padre y con el Hijo.

4 - En la luz

Observará que el apóstol, después de haber evocado la condición normal de la vida familiar, habla del pecado. Habla primero de la Luz: «Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él» (1 Juan 1:5), y como hijos de Dios estamos en esa luz.

Es difícil explicar lo que significa la Luz. Podemos pensar fácilmente en ella. Podemos imaginarla mejor que explicarla. En un hogar piadoso, siempre hay luz. La gente dice que no hay lugar como el hogar: según este dicho, cuando están en casa, están en su lugar favorito del mundo. Hay “en casa” un sentimiento que no encontramos en ningún otro lugar, y así es en la familia de Dios. Hay este carácter de santidad que conviene a toda la familia de Dios, porque Dios es luz. La luz revela, nos muestra lo que desagrada a Dios: «No hay ningunas tinieblas en él».

Sin embargo, la luz no elimina la mancilla. La muestra si la hay, pero no es función de la luz limpiarla. En una habitación oscura puede haber todo tipo de polvo, suciedad y telarañas; no se ven. Abra las persianas y se revela su estado. Pero el resplandor de la luz no librará la habitación de acumulaciones malsanas.

A esto se refiere Juan aquí. Dice que Dios es luz, y habla de nosotros como caminando en la luz. Dice: «Si andamos en la luz, como él está en luz» (1:7). La gente dice que esta es la dificultad. “He estado preocupado por este versículo durante meses, durante años. No puedo caminar en la luz, a veces creo que lo hago, pero no siempre puedo estar seguro de que estoy caminando en la luz”. Ahora bien, si ese es su pensamiento, está cometiendo un error, y su error es confundir dos cosas. Caminar en la luz no significa necesariamente caminar según la luz. Hay dos declaraciones: una indica dónde camina, y la otra es cómo camina.

Si usted es cristiano, camina en la luz, de lo contrario no sería cristiano: «El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12). La cuestión es saber si está siguiendo a Cristo. La manera en la que usted camina en la luz es otra cuestión, pero cada cristiano camina en la luz. «Vosotros sois la luz del mundo» se dice de los discípulos de Jesús (Mat. 5:14).

Antes éramos hijos de las tinieblas, pero ahora hemos sido llevados a la luz. Algunos quizá no caminan según la luz, y por eso se sienten tan incómodos. El mero hecho de estar en la luz pone ante usted la falta que ha cometido. Puede ser un mal pensamiento que ha permitido, una palabra indecorosa, una acción que no es agradable, y se siente perturbado por estas cosas. En el pasado, no se preocupaba por ello. ¿Por qué le preocupa ahora? Porque está en la luz. La luz de Dios brilla en su corazón y se sientes infeliz porque ha hecho algo que le es contrario.

Quisiera hablar muy seriamente a mis lectores y rogarles que tengan cuidado de no herir la sensibilidad de su conciencia y de su corazón. Dejad entrar toda la luz de Dios y de su santa Palabra, y si ustedes sienten en su alma que las cosas no están bien en su vida, no escuchen a los falsos consejeros que dicen que no importa. Necesita enderezarse en su comunión personal con Dios. Hay remedios para las deficiencias, y estos remedios se exponen en estos versículos.

5 - El pecado que engendra la desesperación

Hay quienes, cuando han pecado, piensan que deben rendirse. Dicen: “Era fácil para mí esperar el perdón cuando era incrédulo, pero habiendo pecado así después de conocer el amor de Dios, ¡mi responsabilidad es mucho mayor! ¿Qué puedo hacer? Un pecador puede venir y buscar el perdón, pero yo he pecado contra la luz. Debo renunciar a todo, porque soy demasiado culpable”.

Sé que esta mentalidad es un hecho, amigos míos. Los cristianos en el frente de guerra escriben y dicen: “Podemos mantenernos rectos en casa, pero aquí, un hombre no puede vivir una vida cristiana. Esto es una vida de perros. Me he hundido y ahora lo he abandonado. Cuando llegue a casa, pasaré página”. Pobres hombres, se olvidan de que puede que nunca vuelvan a casa; pero el sentimiento está ahí, y eso es lo que tenemos en algunos casos tanto en la ciudad como, en el ejército, en el frente de guerra.

Queridos amigos, estos hombres saben que han pecado, y sin embargo siguen pecando. ¿Porqué? Porque tienen miedo de venir al Padre. Sienten que la comunión con el Padre y el Hijo está rota, y no saben qué hacer para ser restablecidos. A veces no hay ningún amigo cristiano que les diga lo que tienen que hacer, pero la Biblia lo explica todo. Solamente, ellos descuidan la Biblia y escuchan las malas sugerencias de sus propios corazones. Este peligro, queridos amigos, no es solo para los que están en Francia, o en América del Sur, sino que el peligro también está aquí. En efecto, está en todas partes, pues todos somos susceptibles de caer en graves errores.

6 - El poder de la purificación

Aquí tiene, en Juan, el gran fundamento de la comunión cristiana. Tiene cosas que nunca cambian: la sangre de Jesucristo y su poder de purificación. Es la sangre de Jesucristo la que limpia de todo pecado. Esto no implica que yo, como cristiano fracasado, deba venir y lavarme de nuevo en la sangre de Cristo, sino que esta frase significa que la sangre de Jesucristo fue derramada con un propósito preciso. ¿Le ha purificado? Si le ha purificado, le ha purificado para siempre. Elimina toda mancilla y deja el alma más blanca que la nieve. Una sola aplicación es suficiente. Y cuando el apóstol dice: «La sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado» (1 Juan 1:7), quiere decir que este carácter nunca cambia a través de los siglos. Como la luz revela, así la sangre purifica. La sangre de Jesucristo purifica de todo pecado, y por eso es el gran fundamento inmutable de mi caminar en la luz.

El apóstol continúa escribiendo: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros» (1:8). La verdad demuestra que tenemos una raíz en nosotros de la que brota el mal. Sabe perfectamente que, sin ningún esfuerzo por su parte, surgen en usted malos pensamientos cuando se despierta por la noche. Pueden salir a la calle, y los malos pensamientos pueden venir, porque puede haber sugestiones en la calle. Pero en la oscuridad y la tranquilidad de su propia habitación, ¿cómo pueden surgir estos malos pensamientos? Solo hay una respuesta, la que el Señor mismo ha dado: «Del corazón proceden pensamientos malos» (Mat. 15:19). Y este carácter de la vieja naturaleza interior nunca cambia, de modo que el hombre que dice que no tiene pecado se engaña a sí mismo. Es una terrible ilusión para una persona mirar dentro de su corazón, donde está el pecado, y decir: «Yo soy santo». De hecho, llama puro a lo impuro. ¿Hay algo más engañoso? El corazón es «engañoso… más que todas las cosas, y perverso» (Jer. 17:9).

7 - La confesión de los pecados

Por eso necesitamos esta palabra de advertencia: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda iniquidad» (1 Juan 1:8-9). Esta es nuestra responsabilidad: «Si confesamos nuestros pecados». ¿Hay un día que pase sin que haya un pecado? ¿No deberíamos reconocerlo con vergüenza? No estoy diciendo que debamos pensar en nuestros pecados todo el tiempo, o en nuestra responsabilidad en el pecado, pero, por otro lado, no hay ningún pasaje de la Escritura que nos diga que nunca debemos pensar en nuestros pecados.

Pero también debemos pensar en el interés personal de Aquel contra quien hemos pecado. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda maldad. ¿Qué hay que muestre más magníficamente la solicitud llena de gracia y amor del Padre y del Hijo? Jesucristo, el justo, es fiel y justo no solo para interceder por nosotros, a causa de nuestros pecados, sino también para borrarlos. Así que tenemos su obra de efusión de la sangre, que es la base de la purificación, y tenemos todas las actividades personales que descansan sobre esa base para nuestra purificación cuando hemos cometido faltas.

Ahora bien, hay una dificultad práctica que surge en la vida de muchos jóvenes cristianos a este respecto. Tienen la impresión que, aunque pueden pedir perdón, las cosas ya no son como antes de la caída.

Uno de ellos describió este sentimiento diciendo: “Es como esto: si le hace daño a su madre y le pide perdón, ya no puede ir a verla como antes”. Pero ese es el error; puede ir; debe ir a verla. Y esto también es cierto en las relaciones divinas. Si alguna vez necesita acudir a Dios, es cuando ha pecado. Y cuando él perdona, todo está borrado. Su corazón entero está hacia usted en amor, y él restaura su alma. «Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, etc.». Así que esta mancilla en su conciencia es limpiada por su Palabra que da seguridad. Una de las sutilezas del diablo es tratar de impedir que el cristiano esté de rodillas, ante la presencia de Dios, su Padre, y de Jesucristo, su Abogado.

8 - El recurso personal en caso de mancilla

El gran deseo y esperanza del apóstol era que los hijos de Dios fuesen preservados de las mancillas de su naturaleza, que no se dejen atrapar por las trampas del mundo, sino que se guarden puros y santos. Pero si alguno peca, tiene un Abogado ante el Padre. Tiene gran necesidad, porque el cristiano puede que no sienta su pecado, o, sintiendo sus pecados, puede no confesarlos: ¿qué triste estado es este? ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos al Abogado ante el Padre? Ya sabe lo orgullosa y testaruda que es la voluntad, y cómo le gusta desviarse por el camino malo, y después de dar el paso en falso, todavía continuar. ¿Y adónde iría si no hubiera alguien que velara por usted? Es muy reconfortante pensar que Jesús viene a nosotros en nuestros problemas y conflictos, o en el momento del duelo, o cuando nos embarcamos en una empresa que acaba en fracaso y angustia. Pero no se trata aquí de problemas, penas o métodos comerciales. Se trata del pecado, permitido y tolerado.

Sin embargo, aquí aprendemos que, incluso en tales condiciones, él no nos deja ni nos abandona. Está dispuesto a hacer lo que sea necesario para llevarnos de nuevo a Dios y a la comunión con el Padre. «Si alguno peca, abogado tenemos para con el Padre» (2:1).

Ahora vemos esta labor de abogado bellamente ilustrada en el caso de Pedro. Pecó profundamente contra su Maestro, negó a su Maestro de un modo terrible, cuando no pensaba que lo haría. Pero Jesús, que lo amaba, le había dicho: «Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti» (Lucas 22:31-32). El Maestro intercedió por él. En un momento dado, el Señor miró a Pedro, y Pedro recordó las palabras del Señor, y salió llorando amargamente. Sin el Abogado, ¿adónde habría ido? Sabemos a dónde fue Judas, pero Pedro tenía un Abogado. Salió arrepentido y lloró amargamente. Las lágrimas, las lágrimas del hombre fuerte, eran lo que correspondía. Fue bueno que sintiera su pecado, que aprendiera lo que había en su malvado corazón, para probar el abundante amor del Padre y del Hijo.

Jesucristo es exactamente el mismo hoy, y nosotros, ustedes y yo, lo tenemos como nuestro Abogado ante el Padre. Su ojo está sobre nosotros, nos está observando, y no sabemos dónde podríamos haber estado hoy, si no hubiera habido la intercesión del Señor ante el Padre.

Hablo ahora, por supuesto, de nuestra carrera cristiana. Siempre ha habido una mano invisible para ayudarnos, para retenernos y para traernos de vuelta a la seguridad. Esta obra de nuestro Señor no siempre es reconocida; corremos el peligro de descuidar y olvidar que el bendito Maestro ha pensado y se ha preocupado por nosotros. No sabemos cómo, pero de alguna manera él nos ha guardado del pecado. Nos ha apartado suavemente de caminos resbaladizos. Él se ha encargado de que nuestra comunión no se destruya para siempre, sino que se restaure. Recordando esto, nuestros corazones deberían avivarse para amar a Aquel que nos es tan fiel, y que no nos dejará ni nos abandonará. El Señor es nuestro Abogado ante el Padre para llevarnos a la confesión de nuestros pecados, y para restaurar a nuestras almas en la alegría de la comunión.

9 - Unas palabras sobre la comunión

Muchas personas tienen la idea de que la comunión es algo exclusivo de los cristianos de edad. Dicen: “Supongo que quiere decir que tenemos que pensar en el Señor todo el día. Pero tengo otras cosas que hacer. Tengo que pensar en la correspondencia, las cuentas, las tareas domésticas, etc. No podría hacer mi trabajo fielmente si tuviera otras cosas en la cabeza”.

Pero todo esto se deriva de una mala comprensión de la comunión. Pongamos un ejemplo conocido: supongamos que ustedes están sentados en casa escribiendo una carta, y que su mujer o alguien a quien quiere también está en la habitación. Están leyendo o haciendo otra cosa. Ustedes están escribiendo su carta, pero son conscientes en todo momento de que la persona o personas están allí. No hay necesidad de conversar. Tienen la alegre sensación de que la persona amada está allí. Si esa persona no estuviera presente, la sensación sería muy distinta. Esta es una débil ilustración de la comunión divina. Puedo sentir la presencia del Señor a lo largo del día. Siento que su ojo está sobre mí, que su mano me guía y que lo prepara todo para mi bien final, y cuando cosas extrañas e inesperadas se presentan, no me turbo. Así, que el sentimiento de comunión en este sentido puede ser apreciado por el cristiano más joven, y esto es lo que estoy tratando de compartir con ustedes.

Si es un hijo o una hija, tiene el sentido del deber hacia sus padres, del interés y de la consideración que tienen por ustedes. Tienen consciencia de todo esto sin pensar en ello directamente durante todo el día. No comprometen sus pensamientos de forma permanente, pero siguen sintiendo que le conciernen. Es muy distinto si son retirados de este mundo, pero mientras están aquí, tiene la sensación de su presencia, aunque haya una separación local.

Ahora, mis queridos amigos, el gran tema de lo que hemos leído, es que tenemos a Jesucristo el Justo allí, con el Padre que se ha encargado de velar para que todo vaya bien para nosotros, de guardarnos en el camino correcto, de mantenernos en el gozo del amor de Dios a través de todas las dificultades de este mundo, y más que eso, si sucediera que cayéramos en pecado, incluso entonces él no nos abandonará, sino que por su intercesión y su poder nos traerá de regreso al goce de la gracia de Dios.

De la revista «The Bible Treasury» Vol. N° 11