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Los consuelos de las Escrituras

Romanos 15:4


person Autor: William John HOCKING 36 (1894)

flag Temas: La consolación de las Escrituras Consuelos y recursos en el sufrimiento


De la revista «The Bible Treasury» Vol. N° 20

0 - Introducción

El hecho de que las Sagradas Escrituras sean la única base sólida de “consuelo firme” en medio de las muchas circunstancias difíciles y agotadoras que muchos, si no todos, atraviesan, está relacionada con su poder y su valor. Este consuelo, además, no solo se encuentra en ciertas partes de la Palabra, sino que puede extraerse de cada página de la Escritura, siempre que esperemos pacientemente a aquel que es el Consolador o Paráclito (Juan 14:16, 26), cuya función actual es exponer la Palabra de verdad y aplicar su poder calmante, consolador y fortalecedor a quienes, de otro modo, serían verdaderos huérfanos en medio de un mundo sin corazón ni compasión.

En Romanos 15:4, tenemos una declaración muy clara al respecto: «Lo que anteriormente fue escrito, para nuestra enseñanza fue escrito; para que por la paciencia y la consolación de las Escrituras tengamos esperanza». Este es un verdadero almacén abierto al alma necesitada, abatida y afligida. Porque ¿dónde sino en las Escrituras podemos ver los caminos de Dios hacia los suyos? ¿Y dónde sino en ese bendito Libro, podemos encontrar tal riqueza y variedad de ejemplos divinamente escogidos, dando (como lo hacen) aplicaciones concretas a esos propósitos consoladores que de otro modo podrían parecer impracticables e increíbles a nuestras mentes limitadas y dudosas? Gracias a Aquel que es «Padre de las misericordias y Dios de toda consolación» (2 Cor. 1:3), que se complació en mostrar el alcance de su gracia en su trato con los hijos de los hombres.

En este pasaje se hace hincapié en el consuelo que se puede experimentar en tiempos de prueba, tanto en las relaciones fraternas con los santos como en la Asamblea de Dios. El apóstol exhorta a cada uno de los santos a agradar a su prójimo con vistas a la edificación. En apoyo de esta exhortación, alude al hecho histórico de que Cristo, el gran modelo, no buscó agradarse a sí mismo. Señala a continuación que esto concuerda con la profecía del salmista: «Los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí» (Sal. 69:9). Esta profecía se cumplió y, llegado el momento, se comprobó públicamente, como había predicho la Escritura, que la vida del Señor Jesús fue sobre todo una vida de oprobio. Y ello porque él estaba allí como representante de Dios, porque venía de Dios y porque era Dios manifestado en carne. Aunque, o más bien porque manifestaba la plenitud de la gracia divina, el hombre dirigió sobre él toda la enemistad de su corazón contra el Dios de amor.

Sin embargo, el apóstol quiere señalar que este espíritu de amargura y animosidad contra el Mesías de Dios estaba claramente predicho. Había sido «predicho», pero solo en la vida de nuestro Señor Jesús recibió su perfecto cumplimiento e ilustración. Fue él quien soportó la carga del reproche sin límites como ningún otro lo hizo o podría hacerlo jamás. Pero el dolor, por conmovedor que fuera, no lo abrumó; porque, estando la palabra profética en las entrañas de este bendito Hombre, no estuvo sorprendió que a cambio de su amor recibiera odio. Podemos verlo cuando, después de observar la obstinada incredulidad de las ciudades favorecidas de Galilea, el Hijo obediente da gracias a su Padre por haber ocultado «estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños» (Mat. 11:25).

Así, el Señor pasó por las pruebas del aparente fracaso y del rechazo de su plan de amor, y salió sereno, confiado y triunfante. Le bastaba, en la hora de su sometimiento, que esa era la voluntad de su Padre y que eso era lo que encontraba bueno a sus ojos. Porque él, el hombre perfecto y adorable, vivía de cada palabra que salía de la boca de Dios, estaba preparado para todo lo que le sucedía. Nada podía sorprenderle, porque toda su vida fue un estricto cumplimiento de lo que ya estaba escrito, como muestran sin excepción los Evangelios. Por eso, en medio de la malicia continua de los escribas y fariseos, del extravío de las multitudes volubles y cambiantes, y de la perversidad de sus discípulos insensibles, podía decir: «En la multitud de pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma» (Sal. 94:19).

Pero, ¿qué aplicación tiene esto para nosotros? La más directa, porque estamos llamados a seguir a Cristo por el camino de la abnegación, y a encontrar el sufrimiento en un grado inesperado. ¿Dónde encontraremos entonces nuestro consuelo? Si, como vemos aquí (Rom. 15:4), imitamos al buen samaritano y buscamos el bien de los demás sin preocuparnos de nosotros mismos, encontraremos a menudo que es una tarea ingrata, y llegaremos a hacernos eco de las palabras del apóstol: «Aunque amándoos más, sea amado menos» (2 Cor. 12:15). ¿Dónde podemos buscar aliento en tal caso? Nuestro Dios bueno y sabio nos dirige hacia las Sagradas Escrituras, en las que ha previsto todas las posibles necesidades espirituales de sus hijos, en todo tiempo y circunstancia. Así como el segundo Hombre, el Señor del cielo, fue sostenido en su conducta de perfecta obediencia por el conocimiento de la voluntad y los propósitos de Dios, revelados en el Antiguo Testamento, así el discípulo fiel, bajo la dirección del Espíritu, encuentra en «lo que anteriormente fue escrito» una fuente siempre presente de paciencia y consuelo.

Aunque las pruebas particularmente mencionadas en esta sección sean sin duda las que acompañan la acción del amor divino en los corazones de los hermanos unos hacia otros, el pasaje es de aplicación muy general y asegura el aliento que las Escrituras dan en las más diversas circunstancias. No se trata aquí, sin embargo, de referirse a las verdades consoladoras mismas, que abundan en todas las páginas de la Sagrada Escritura; sino, al mencionar 2 de los medios, tal vez los más frecuentes, por los que los consuelos son traídos, de señalar que el efecto del racionalismo, tan frecuente en nuestros días, es destruir la fuente misma de la que emanan estos consuelos. Los santos de Dios pueden sacar de los ejemplos y preceptos de las Escrituras un consuelo ilimitado, y es contra unos y otros que el enemigo dirige sus insidiosos ataques.

Cuando el rey David envió siervos a Hanún, rey de Amón, para consolarlo por la muerte de su padre, el rey de los amonitas se burló de él y le despreció por su compasión; cogió a los siervos, les afeitó la mitad de la barba y les cortó la ropa por la mitad, y luego los despidió en señal de su brutal desprecio por la intervención del rey de Israel (2 Sam. 10); del mismo modo, la incredulidad moderna, en lugar de recibir las Escrituras como mensajeros divinos de consuelo, se burla de ellas y las reduce a la nada: por un lado, su historia es tratada como una fábula y un mito, por otro, sus enseñanzas son consideradas opiniones anticuadas de otra época. Que estos librepensadores teman a Aquel que puede reservarles un destino peor que el que David reservó a los hijos de Ammón.

En primer lugar, de todas las biografías de las Escrituras, ninguna está, o podría estar, tan llena de hechos inspiradores como la cuádruple biografía del Señor Jesús. Según las profecías de los santos varones de la antigüedad, él debía ser el Consolador de Israel (Is. 40:1; 61:2; Lucas 2:25), y, además, no solo de esa nación, sino de todos los hijos de Dios dispersos. Aunque esto no se realizará plenamente hasta la bendición milenaria, incluso ahora la perfección de los caminos del Maestro en gracia es una fuente inagotable, en la que el discípulo que trata de seguir sus pasos puede sacar abundante fuerza para perseverar. Por eso estamos exhortados a correr la carrera de la fe con ojos inquebrantables, desprendidos de los objetos temporales y sin importancia, y fijos en Jesús, Cabeza y perfeccionador de la fe.

1 - La Escritura da biografías de hombres de fe para que sirvan de ejemplo

1.1 - Ejemplos divinamente elegidos

Y para responder a los que podrían hacer una objeción engañosa sobre la misma ausencia de pecado de Jesús, la Escritura nos proporciona esbozos biográficos de hombres con las mismas pasiones que nosotros; de modo que mientras en la vida de nuestro Señor tenemos el ejemplo de lo que debemos hacer, en las vidas de los santos encontramos el ejemplo de lo que se ha hecho y se puede hacer. La Epístola a los Hebreos (cap. 11) muestra que las partes históricas del Antiguo Testamento, así como las del Nuevo, contribuyen en gran medida a este fin. El triunfo y la recompensa de la fe son ilustrados, para animarnos en las pruebas y conflictos, por una serie de ejemplos divinamente escogidos, comenzando en la misma puerta del Paraíso, de donde nuestros primeros padres fueron arrojados con el oprobio del pecado. Vemos a esta «nube de testigos» (Hebr. 12:1), guardando siempre una confianza inquebrantable en Dios, a pesar de las circunstancias más desfavorables. Pero, ¿cómo sacar consuelo de estos supuestos hechos, si no tienen más fundamento histórico que las hazañas de Thor, los trabajos de Hércules o las andanzas de Ulises? Si el piadoso caminar de Enoc y la renuncia de Moisés no son más que relatos legendarios transmitidos desde la prehistoria, ¿qué influencia pueden tener en una vida oscurecida por la decepción y el aparente fracaso? ¿No sería una burla enviar a un alma afligida a la “ficción poética” en busca de apoyo en medio de las abrumadoras pruebas del duelo? Pero sabemos que cuando pedimos a nuestro Padre celestial el pan que necesitamos, no se burlará de nosotros dándonos una piedra. Porque tenemos la seguridad de que «lo que anteriormente fue escrito, para nuestra enseñanza fue escrito; para que por la paciencia y la consolación de las Escrituras tengamos esperanza».

1.2 - La Palabra de Dios da a conocer los caminos de Dios y fortalece la confianza en su sabiduría, amor y gracia

La base de todo verdadero consuelo es una fe ilimitada en el amor y en la gracia de Dios. La confianza implícita es el ancla segura del alma en todas las tormentas. Y la comprensión espiritual de la Palabra de Dios es el medio de establecer al creyente en una serena confianza en medio de las mayores dificultades y de los mayores dolores que pueda tener que afrontar.

Como ya hemos señalado, los relatos de la Biblia están dados para que los hijos de Dios puedan cultivar un conocimiento de Sus caminos que iluminará sus horas más oscuras con una firme confianza en su infalible sabiduría.

2 - El caso de Abraham

La vida de Abraham, tal como se recoge en las Escrituras, es particularmente rica en circunstancias que inspiran confianza en Dios, Aquel que es el autor de todo lo bueno y que conserva el control absoluto de todos los acontecimientos para el cumplimiento de sus benévolos propósitos. En sí mismo, Abraham era un hombre singularmente bueno, de carácter elevado y noble, generoso y magnánimo en su trato con los hombres, obediente y abnegado ante su Dios. Sin embargo, a pesar de tal excelencia que lo colocaba por encima de sus semejantes, no fue inmune a terribles pruebas y relampagueantes adversidades. Por el contrario, pocas personas, tal vez, se han enfrentado a una decepción tan amarga como él; y probablemente ningún creyente ha tenido su fe probada tan rigurosamente durante tantos años sin nada a lo que recurrir, excepto la simple Palabra de Dios. Sin embargo, Abraham fue sostenido por aquel que le dijo: «Yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande» (Gén. 15:1); y el resto demuestra que todas las cosas obraron juntas para bendición del fiel Abraham, y no solo la suya, sino la de los judíos y lo gentiles de todas las épocas.

2.1 - El padre de todos los creyentes

En efecto, Abraham ocupa un lugar preeminente en el trato de Dios con la humanidad. Es declarado padre de todos los creyentes, aunque no estén circuncidados (Rom. 4:11). Era la raíz del olivo de la promesa, según la palabra del Señor Dios: «Serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Gén. 12:3). Fue el padre honrado de esa raza que, a pesar de extraordinarias vicisitudes, ha perdurado durante 4 milenios; y aunque ahora esa nación se ha convertido en objeto de escarnio en todos los países, a su debido tiempo volverá a ser exaltada para convertirse en la primera entre los pueblos de la tierra.

2.2 - Un ejemplo concreto y real, no idealizado

Pero si Abraham ocupa esta posición eminente, no por ello fue menos humano, ni menos hombre acosado por tentaciones similares a las de todos sus congéneres, con propensión a hacer el mal y encontrando obstáculos idénticos a los del santo de hoy. Porque sería completamente contrario al propósito de la Sagrada Escritura, que estamos examinando, suponer, con los racionalistas, que la historia de Abraham no es más que una imagen ideal, una parábola espiritual, el resultado natural de la práctica universal del culto a los héroes, la imputación al gran antepasado de Israel de las tradiciones dispersas de muchos siglos. No hay mucho consuelo que extraer de una fábula, pues es cierto que, si las pruebas de Abraham son ficticias, sus victorias también deben serlo. Y si las conquistas de su fe son leyendas, su biografía deja de tener valor para nosotros, pues ya no es la de un hermano santo que triunfa sobre las muchas dificultades que acompañan a un caminar piadoso y obediente.

A los efectos de este artículo, tal vez baste con echar un rápido vistazo, desde este punto de vista, al acto culminante de la vida de Abraham: la solemne escena que tuvo lugar en las solitarias alturas del monte Moria. Fue allí donde fue puesta a prueba de forma magistral la fe del patriarca; fue allí donde el ángel del Señor detuvo el cuchillo que descendía y declaró: «Ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único» (Gén. 22:12).

Es en esta parte de la historia donde el racionalista pone por primera vez su mano despiadada. La descarta sumariamente como un relato mítico de un pasado lejano, o al menos como un relato puramente ficticio inventado por un maestro religioso sin escrúpulos.

2.3 - El sacrificio de Isaac: la cita del apóstol Pablo

Aunque esto es incontestable, el racionalista considera sin importancia el hecho de que esta ofrenda de Isaac se menciona en términos inequívocos en 2 ocasiones distintas en el Nuevo Testamento. En un caso, Pablo, escribiendo a los hebreos (cap. 11), cita el episodio como ejemplo de la fe de Abraham junto con otros hechos históricos de su vida, como su viaje desde Mesopotamia, su vida como peregrino en la tierra prometida y el milagroso nacimiento de Isaac. Estos hitos de la vida del patriarca se citan como ilustraciones del poder de la fe; pero si son historias inventadas, no tienen ningún valor a este respecto. En realidad, no son fábulas, sino hechos que el Espíritu ha registrado en el Antiguo Testamento y autentificado en el Nuevo.

2.4 - El sacrificio de Isaac: la cita de Santiago

La otra cita viene de Santiago, que da el mismo acto como la gran prueba y manifestación de la poderosa fe de este hombre eminente, llamado «amigo de Dios». «Abraham, nuestro padre, ¿no fue justificado por obras al ofrecer a su hijo Isaac sobre el altar? Ves que la fe actuaba con sus obras, y por las obras la fe fue hecha perfecta» (Sant. 2:21-22). ¿Es seriamente posible suponer por un momento que el autor se refiere de este modo a una tradición sin fundamento? Además, el continúa diciendo: «Se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia; y fue llamado amigo de Dios» (Sant. 2:23). Así pues, este sacrificio se ve definitivamente como una prueba de la fe expresada por el hombre sin hijos en aquella noche estrellada en la que Jehová prometió al solitario vagabundo que su descendencia rivalizaría en multitud con los incontables ejércitos del cielo. Abraham creyó a Dios y le contado como justicia. Esto es lo que se dice de él en Génesis 15; pero unos 40 años más tarde (Gén. 22), esta manifestación de confianza fue probada en extremo, y fue por sus obras que la fe fue hecha perfecta. Así, toda la fuerza de la referencia de Santiago descansa en su exactitud histórica. Si la ofrenda de Isaac no es más que una leyenda dudosa, no hay necesidad de citarla como el testimonio permanente y preeminente de la fe viva en Dios que caracterizó al padre de los creyentes.

2.5 - Vanas objeciones de autores incrédulos

En efecto, para la verdad histórica de este acontecimiento estamos llamados a elegir entre el testimonio inspirado de 2 autores bíblicos y la pretenciosa afirmación de un hombre dominante y arrogante –una elección nada difícil para quienes están acostumbrados a aprender en quietud a los pies del Maestro.

Las almas temerosas de Dios tienen buenas razones para temblar cuando hombres audaces intentan de esta manera dividir la sagrada Palabra de Dios en histórica y prehistórica, inspirada y profana. No es la fe la que perturba así los mensajes del Altísimo. Más bien fue la temeraria incredulidad del impío rey de Judá, que primero hizo pedazos el rollo del profeta, y luego lo quemó al fuego. Por eso, cuando vemos a hombres acercarse a las Escrituras con tijeras, podemos temer que continúen con la tea.

2.6 - La Escritura relata hechos reales seleccionados, registrados e iluminados de manera divina

Si la Biblia nos consuela, es porque en ella encontramos hechos; y más que eso, no hechos parcialmente observados e incluso distorsionados por nuestra visión imperfecta, sino hechos divinamente seleccionados, divinamente registrados y divinamente iluminados. No se puede negar que las pruebas y los dolores de esta vida son duras realidades. ¿Y cómo podemos estar mejor fortalecidos para afrontarlas con gozo que viendo cómo Dios ha ayudado, en el pasado, a otros que se enfrentaban a pruebas y dolores similares o peores? Esto es lo que nos está permitido hacer, bajo la guía de Dios, en las partes históricas de la Palabra.

En este caso –la prueba extraordinaria y sin precedentes de la fe de Abraham– disponemos de una fuente excepcionalmente rica de consuelo. Porque es un sentimiento común a casi todos los afligidos que nadie, desde el principio del mundo, haya sido llamado a pasar por pruebas tan amargas o a hacer sacrificios tan extremos como estos. Para aliviar esta angustia del alma, que es mucho más frecuente de lo que parece, se nos cuenta cómo el mayor dolor que un hombre como Abraham pudo haber encontrado, fue afrontado por el poder de la fe y completamente superado.

Para comprender la dificultad de la prueba impuesta al hombre de fe (Gén. 22), es necesario recordar brevemente los principales acontecimientos de su vida, de los cuales este fue el punto culminante y la coronación.

2.7 - La fe puesta a prueba por la orden de abandonar su país

La primera prueba de su fe fue dejar su país, su familia y la casa paterna, e ir a una tierra desconocida, con la promesa de que llegaría a ser una gran nación y que en él serían bendecidas todas las naciones. A la edad de 75 años, Abraham entró en la tierra que iba a heredar, aunque entonces estaba ocupada por los viles y viciosos cananeos. Pronto tuvo que separarse de su sobrino Lot, un mundano que caminaba por la vista y no por la fe. Durante años de solitud, él y Sara vivieron en aquella tierra extraña, sin poseer ni un cuadrado de ella, y sin señales de un heredero a quien Abraham pudiera dejar sus rebaños, su plata y su oro, y en quien se cumpliera la Palabra de Dios. Pero una vez más, mientras reflexionaba en el silencio de la noche, la voz que Abraham había oído por primera vez en Ur de los caldeos le aseguró que la descendencia prometida llegaría. Pero no fue hasta 11 años después de haber entrado en la tierra que Ismael nació, e incluso entonces, no de Sara. El hijo de Agar no podía ser el hijo de la promesa. Abraham tenía que esperar todavía, porque “Abraham tenía 100 años cuando le nació su hijo Isaac”. Y aunque habían pasado 25 años desde que había dejado Carán, la esperanza aplazada no enfermó su corazón. Al contrario, Abraham «contra toda esperanza, él creyó con esperanza que llegaría a ser padre de muchas naciones, conforme a lo que le había sido dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe, ni consideró su mismo cuerpo, ya muerto (siendo él como de cien años), ni la muerte del seno de Sara; no dudó, por incredulidad, ante la promesa de Dios, sino que se fortaleció en la fe, dando así gloria a Dios, plenamente persuadido de que lo que Dios había prometido, también era poderoso para cumplirlo» (Rom. 4:18-21).

2.8 - La fe puesta a prueba por el sacrificio de Isaac

Pero esta fe, en la que había sido educado durante bastante tiempo, aún debía ser puesta a prueba. Así, cuando Isaac había suplantado completamente a Ismael, cuando el afecto del anciano por el hijo que tanto había esperado había crecido y madurado a través de años de ejercicio, cuando Isaac se había convertido en un joven apuesto, gozo y apoyo de los años declinantes de su padre, entonces la conocida voz de lo alto exigió, sin una palabra de explicación, que la simiente prometida fuera sacrificada en una de las montañas de la tierra de Moria.

Esta era la prueba decisiva. Como hombre, le repugnaría derramar sangre humana. Como padre, le horrorizaría la idea de sacrificar a su hijo, su único hijo, Isaac, a quien amaba. Como santo, estaría tentado de dudar del origen divino de una orden de extinguir esta simiente que era en sí misma testigo de la intervención especial de Dios en el cumplimiento de su promesa. Sin embargo, nada de esto se lo impidió, sino que, con la dignidad y serenidad propias de una obediencia inmediata y sin reservas, inclinó la cabeza en señal de sumisión.

2.9 - Lo que sostuvo la fe de Abraham: la Palabra de Dios

¿Qué consoló entonces su corazón? ¿Qué lo sostuvo durante el viaje de 3 días al monte Moriah? ¿Qué sostuvo su alma cuando la pregunta ingenua de su hijo amado le apuñaló más fuerte de lo que podría hacerlo el cuchillo del sacrificio en su propia mano? Fue –en su caso como en todos los demás– la Palabra de Dios. Era la firme e inquebrantable convicción de que la Palabra de Dios nunca podía equivocarse, que lo que el Todopoderoso había prometido era igualmente capaz de cumplirlo, y que incluso la muerte, por desastrosa que pudiera ser para los planes humanos, no era obstáculo para el cumplimiento de los propósitos de Dios. Encontró allí un consuelo eficaz para cada dolor. Porque no se trataba de un fatalismo ciego, sino de una confianza inteligente en el Dios vivo. La mano que se alzó para matar a Isaac tenía la certeza de que pronto sería levantado de entre los muertos por la resurrección (Hebr. 11:19).

Este episodio, en todos sus detalles, es una notable demostración de cómo Dios obra con los suyos, no arbitrariamente, sino para alcanzar sus propios objetivos y la bendición final de sus santos. Ahí reside nuestro consuelo. Del mismo modo que el patriarca confió en Dios y no quedó defraudado, así nosotros estamos seguros al descansar en la Palabra sagrada, aunque la tierra se desmoronara y los cielos cayeran. Abraham encontró irrevocable la promesa verbal, nosotros no encontraremos menos sólidas las promesas escritas. Además, vemos no solo que creyó a Dios, sino que a través de una prueba abrumadora probó que el fin del Señor estaba lleno de compasión y tierna misericordia, al llamar el nombre del lugar Jehová-Jiré (Jehová proveerá).

Este relato histórico, como los demás, fue «escrito anteriormente» para nuestro consuelo; y ¿qué se puede decir de quienes quisieran desacreditar este relato insinuando dudas, o incluso negándolo por completo? No son amigos de Cristo, sino ladrones crueles y destructores deliberados del consuelo que las Sagradas Escrituras reservan para sus ovejas.

3 - ¿Por qué la Palabra consuela eficazmente?

Si los relatos escriturales, como ya hemos indicado, son una rica fuente de consuelo para el alma creyente, los preceptos e instrucciones divinos están igualmente llenos de consuelo. Con este fin, el manso salmista de Israel (David) pensaba y escribía: «Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar. Ella es mi consuelo en mi aflicción, porque tu dicho me ha vivificado» (Sal. 119:49-50).

La razón por la que la Palabra de Dios produce este bendito resultado no es difícil de encontrar. Porque, a diferencia de las imperfectas, por no decir impracticables, filosofías del hombre, da a las penas y pruebas de esta vida su verdadero y propio carácter, iluminando las tinieblas de la tierra con la luz del cielo.

3.1 - Los molestos consoladores de Job

En efecto, todos los esfuerzos humanos por consolar, al margen de Dios y de la verdad, son ineficaces porque son más o menos ignorantes. Su fracaso es tanto más evidente cuanto más amarga es la prueba que hay que afrontar. Esto es llamativo en la historia de Job: sus 3 amigos eran claramente sinceros en su estima por el hombre que sufría, y estaban deseosos de ayudarle en su momento de dolor. Pero la causa de la aflicción del patriarca los desconcertó por completo. No podían entender cómo un hombre tan perfecto y recto como Job podía sufrir tan duramente. Por eso, después de 7 días de silencio, con sus insinuaciones y afirmaciones erróneas, llevaron a este hombre paciente a gritar en la amargura de su alma: «Consoladores molestos sois todos vosotros» (16:2). Podrían haber sido de ayuda si se hubiera tratado de un caso ordinario; pero cuando un hombre eminentemente justo fue despojado de todos sus bienes terrenales de una manera sin parangón, sus lenguas guardaron silencio. No comprendiendo en absoluto los caminos de Dios hacia su hijo, hicieron sentir a Job, con sus falsas e indignas sugerencias, su total incapacidad para ayudarle, y esto lo arrojó de nuevo sobre Dios mismo. Finalmente dijo: «De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven» (Job 42:5).

3.2 - Contraste con el Señor Cristo que declara bienaventurados los que lloran

Es obvio, pues, que, en el dolor más profundo y amargo del corazón humano, no habría nadie para compadecer, nadie para animar, si Cristo no hubiera sido enviado para «consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado» (Is. 61:2-3).

Cuando vino el Señor de gloria, dijo lo que suena extraño a los oídos humanos: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mat. 5:4). Y es que la dulzura del consuelo que trae Aquel que es «El Bienaventurado» supera la amargura que ha causado el dolor. Con este espíritu escribió uno de los santos sufrientes de Dios: “Afirmo, en presencia del Ojo que conoce todo lo que escribo y pienso, que no quisiera que me faltase la dulce experiencia de los consuelos de Dios por toda la amargura de la aflicción; pero tanto si Dios viene a sus hijos con vara como con corona, si él mismo viene con ella, bien está. Bienvenido, bienvenido, Jesús, de cualquier forma que vengas, si podemos vislumbrarte”.

3.3 - La viuda de Naín – Consuelo y liberación

Es notable en los caminos del Señor en la tierra que antes de eliminar la causa del dolor de alguien con su gran poder, él daba una palabra de consuelo para dar seguridad y apoyo al alma. Así, cuando se encontró con el cortejo fúnebre que salía de las puertas de Naín, llevándose al único hijo de la viuda, no lo devolvió inmediatamente a la vida. Pero cuando el Señor vio a la mujer afligida, «tuvo compasión de ella» y ahuyentó sus lágrimas con sus palabras compasivas: «¡No llores más!» (Lucas 7:13). Estas palabras fueron eficaces, porque no eran las que un mortal insensible y superficial podría pronunciar formalmente, sino que salieron de los labios y del corazón de Aquel que él mismo lloró ante la tumba de Lázaro. Él fue capaz de entrar y apreciar plenamente los sufrimientos internos de su corazón como ningún otro podría hacerlo. Privada de la adecuada simpatía humana, esto era ya un bálsamo para su alma herida. Además, en las palabras de Jesús no solo había una compasión exquisita, sino también poder, promesa y esperanza. Era capaz no solo de consolar en medio de la tribulación, sino también de liberar (comp. 2 Cor. 1:3-10). La voz divina, que había traído primero la paz al atribulado corazón de la desconsolada viuda, trajo la vida al joven que yacía muerto sobre el ataúd. «Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se pararon. Y dijo: ¡Joven, yo te digo: Levántate! El muerto se incorporó y comenzó a hablar; y lo dio a su madre» (Lucas 7:12-15).

3.4 - Jairo – El Señor alivia antes de sanar o liberar

Otro ejemplo: mientras la profunda desesperación se instalaba en el corazón de Jairo ante la noticia de la muerte de su hijita, las palabras del Maestro fueron: «No temas, cree solamente, y ella sanará» (Lucas 8:50). Antes de anunciar su sanación, en su gracia, calmó los angustiados sentimientos del desconsolado padre con sus compasivas y alentadoras palabras: «No temas». Del mismo modo, antes de calmar la tempestad, se oyó su voz en medio del aullido de la tormenta, diciendo a sus atemorizados discípulos: «¡Tened ánimo; yo soy; no tengáis miedo!» (Mat. 14:27). Es bueno, entonces, que aprendamos que el Señor no solo se conforma con liberar a los hombres piadosos de sus dificultades, sino que los sostiene con su palabra incluso en medio mismo de sus dificultades.

3.5 - La rehabilitación de Job es un ejemplo del consuelo de la Escritura

Y como este “consuelo de la Escritura” está siempre disponible en la hora misma del dolor, se convierte así en algo inestimable para el santo de Dios. El consuelo humano se da a veces generosamente cuando la prueba ha terminado. En el caso de Job, lo encontramos solo en la hora de su dolor, excepto por sus «amigos», cuyas palabras eran más irritantes que tranquilizadoras. Pero cuando «quitó Jehová la aflicción de Job», y «aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job», leemos: «Y vinieron a él todos sus hermanos y todas sus hermanas, y todos los que antes le habían conocido, y comieron con él pan en su casa, y se condolieron de él, y le consolaron de todo aquel mal que Jehová había traído sobre él; y cada uno de ellos le dio una pieza de dinero y un anillo de oro» (Job 42:11). Tal consuelo puede servir cuando hace buen tiempo, pero es inútil en la tormenta.

3.6 - El Señor consuela porque ha sido el Varón de dolores

La experiencia de Job dista mucho de ser única, como la mayoría de la gente puede atestiguar por su propia historia. Pero, ¿qué santo afligido ha consultado alguna vez con fe las Escrituras y ha buscado en vano consuelo y apoyo? Allí el bendito Señor vive y habla ante los ojos y oídos de su pueblo. Allí encontramos el hecho incomparable de Dios manifestado en carne sobre la tierra, incluso en medio de un mundo como el nuestro. Allí vemos que su condición humana lo pone en contacto diario con los abundantes dolores de este valle de lágrimas, pero la gloria de su divinidad nos sobrepasa y nos prohíbe pensar que él sea algo parecido a nosotros mismos. Por eso, nada calma más rápidamente el espíritu turbado que la consideración respetuosa de este Varón de dolores que «llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores», de aquel que es el Verbo de Dios y que, estando entre los hombres, comenzó a hacer lo que realizará definitivamente a su debido tiempo: enjugar todas las lágrimas de todos los rostros.

3.7 - El consuelo del Señor era eficaz por su presencia

Se ha dicho que la gran característica esencial de la compasión es que es concreta; para ser eficaz, debe tener una base sólida y permanente. Y nuestro Dios nos ha dado esta base en la persona de su Hijo. Porque, ¿qué hay más inmutable que aquel que es «el mismo ayer, y hoy, y por los siglos»? (Hebr. 13:8) En esto somos privilegiados en comparación con los santos del Antiguo Testamento. Ellos confiaban en las promesas, en lo que Dios había dicho que haría. Pero ahora la gracia y la verdad han llegado por medio de Jesucristo. En él, Dios se manifestaba y se manifiesta en toda la plenitud y ternura de su amor, de modo que ningún dolor puede resistirse a su presencia. Vemos lágrimas divinas brotando de sus ojos humanos, porque su interés y simpatía por las penas de aquellos con los que estaba no era solamente la de un hombre, sino la de Dios mismo.

3.8 - El consuelo del Señor era eficaz porque era Dios y hombre a la vez

Es doloroso pensar que hay quienes aún hoy enseñan que el Hijo inefable “se despojó de sus prerrogativas divinas” y no se hizo más que un hombre. ¡Nada más que un hombre! ¡Ay! ¡Ay! Porque la experiencia universal es que no hay hombre, no, ni uno solo, en quien podamos confiar ciegamente. No fue a los pies de un simple hombre, sino del Hombre omnisciente a quien Pedro, angustiado y contrito, se arrojó. No podía decir a nadie más que a Jesús: «¡Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero!» (Juan 21:17).

Es digno de mención que, después de aludir al «consuelo que hay en Cristo», al «estímulo de amor», el apóstol, por el Espíritu, pasa inmediatamente a exponer las glorias esenciales de la persona de Cristo de la manera más sorprendente (Fil. 2:1). De este modo, el estado de nuestros corazones está estrechamente vinculado a la majestad y dignidad de la persona de nuestro Señor.

4 - El consuelo por la venida del Señor

La bendita función de la Biblia, que consiste en consolar las almas afligidas del pueblo de Dios, mediante el derramamiento de la luz de la verdad en medio de las circunstancias más oscuras y deprimentes, aparece de manera más llamativa en relación con la revelación peculiar del Nuevo Testamento, a saber, el regreso del Señor para llevarse a la Iglesia.

Esta verdad fue anunciada primero, en sustancia si no en detalle, por el Señor mismo. Más de una vez en el curso de su ministerio habló de la venida del Hijo del hombre, del resplandor de su presencia en un día futuro que sería la redención de su pueblo y la destrucción de sus enemigos (Mat. 24; 25; Lucas 21).

4.1 - Juan 14: la seguridad del regreso del Señor dada como gran estímulo

En Juan 14 el Maestro, en su gracia, se dirigió de forma directa a la necesidad de los corazones de sus discípulos, tanto en aquel momento como después. Les había hablado claramente de su inminente partida y, como consecuencia, la tristeza había llenado sus corazones. ¿Cómo sería el mundo para ellos sin su Señor? Por él, lo habían dejado todo para convertirse en sus discípulos. Puede que ese «todo» no fuera grande en el sentido humano. Pero no podían dejar nada más. Y ahora aquel por quien se habían despojado les decía que estaba a punto de dejarlos. Esta noticia los sumió en el dolor. Pero en medio de su angustia, el Señor, con la más conmovedora simpatía, les dijo: «No se turbe vuestro corazón; ¡creéis en Dios, creed también en mí! En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, yo os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Si voy y os preparo un lugar, vendré otra vez, y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:1-3).

4.1.1 - La seguridad de un regreso personal del Señor, como en Apocalipsis 2

El gran hecho, así presentado para sostener sus almas durante su ausencia, es la seguridad de que él volverá personalmente para conducirlos a ese lugar especial que iba a preparar. Desde el momento de su partida, por lo tanto, sus corazones fueron invitados a confiar en la promesa de su venida para llevarlos con él (Hec. 1). Como la misma bendita Persona dijo más tarde a la iglesia de Tiatira a través del evangelista (Juan) que registra estas palabras de despedida, como un estímulo para los fieles que velan en la noche oscura: «Le daré la estrella de la mañana» (Apoc. 2:28). No estaba previsto, ni era necesario que los discípulos supieran el día o la hora de su regreso. Les bastaba con saber que él vendría y, como aseguró a su esposa que le esperaba, que vendría «pronto».

4.1.2 - En Juan 14 el Señor no habla de la muerte del creyente

No debe pensarse que esta venida en Juan 14 es una referencia pictórica de nuestro Señor al hecho de que el creyente se duerma. Al contrario, la muerte de un cristiano en el Nuevo Testamento se representa invariablemente como una partida para estar con el Señor, no como el Señor viniendo a buscarlo. Como dice el apóstol: «Por ambas partes estoy apremiado, tengo el deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor» (Fil. 1:23). Y también: «El tiempo de mi partida ha llegado» (2 Tim. 4:6).

4.1.3 - El cuidado del Señor por los suyos en su ausencia

Por tanto, no tenemos derecho a pensar que se trata de otra cosa que de lo que está claramente implícito, es decir, que el Señor promete claramente volver pronto a por los suyos. No puede haber medio de consuelo más eficaz que este. El Señor muestra con esto que la misma causa de la tristeza de ellos debe ser en realidad motivo de alegría y gozo. Era verdad, aunque lo deploraran, que él estaría ausente de ellos; pero ahora sabían que él cuidaría de ellos mientras estuviera lejos, y que regresaría a su debido tiempo para llevarlos a un lugar de eterna bienaventuranza consigo mismo.

Este conocimiento de la maravillosa actividad de su amor estaba destinado a desviar sus corazones y los nuestros de ocuparse de las pruebas de una difícil peregrinación, para disfrutar, por la fe, incluso en la prolongada ausencia del Señor, de la evidencia de su preocupación por nuestra bendición final. Además, al no saber el momento exacto de su regreso, nuestras almas están constantemente alerta en gozosa espera de verlo. Y comparada con la perspectiva de tal ganancia eterna, la pérdida o el dolor de un momento parece insignificante.

4.2 - Los tesalonicenses

4.2.1 - El temor de que los que dormían no se beneficiarían del regreso del Señor

Esta verdad, revelada en Juan 14 de forma muy general, está desarrollada y expuesta más adelante en las Epístolas, y a menudo con un objetivo similar de consuelo. Citemos solo un ejemplo, el de los santos de Tesalónica. Al igual que los discípulos, estaban afligidos, pero por un motivo distinto. Su tristeza se debía, en cierta medida, a que no sabían qué efecto tendría la venida del Señor sobre los santos que dormían. Uno de los propósitos de la Epístola era iluminarlos sobre este tema, y por ese medio eliminar la causa de su tristeza. «No queremos que ignoréis, hermanos, acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza» (1 Tes. 4:13).

Es evidente que los tesalonicenses se imaginaban que los que habían dormido se perderían, por esta razón, las alegrías especiales asociadas con el regreso del Señor. Por eso estaban abatidos. No solo les habían arrebatado a sus seres queridos, lo cual ya era bastante amargo allí donde la luz de la verdad aún no había disipado las tinieblas paganas, sino que a este dolor se añadía el hecho de que los muertos no podrían saludar al Señor en su esperada venida.

4.2.2 - Los que se han dormido serán los primeros en gozar de la presencia del Señor

Sin embargo, el Señor no actúa con ellos como con la viuda de Naín, o con el jefe de la sinagoga y las hermanas de Betania, a quienes consoló devolviendo la vida a sus muertos. Aquí el apóstol está especialmente encargado, «por la palabra del Señor» (4:15), de consolar sus corazones afligidos diciéndoles que los santos dormidos, en lugar de perder su parte en la felicidad de la venida del Señor, serían de hecho los primeros en compartir el poder y la bendición de su presencia.

Está claro, pues, que su ansiedad y su dolor se basaban enteramente en un malentendido. Y ¡cuántos espíritus de hijos de Dios pasan por los mismos problemas, por razones similares!

Pero la Escritura, en cada caso similar, despeja las nieblas de la ignorancia o de la verdad distorsionada, y trae así el consuelo más verdadero.

4.3 - Advertencia a los que quieren ignorar la venida del Señor

Nos resta decir una breve palabra de advertencia a quienes pretenden privar a los santos del consuelo del Nuevo Testamento, así como del Antiguo. Hombres orgullosos e incrédulos no dudan en acusar al apóstol de ignorancia, de error e incluso de algo peor. No temen destruir de un solo golpe la esperanza de la Iglesia, y, «festejan y se apacientan a sí mismos sin temor» (Judas 12), llenos de toda mundanidad, suficientemente satisfechos de los placeres que les rodean, no desean que el Maestro vuelva y les pida cuentas de su infiel administración. Pero atesoremos la palabra de su promesa, que ninguna palabra de hombre podrá jamás anular. Y que «nuestro mismo Señor Jesucristo, y nuestro Dios y Padre, quien nos amó y nos dio eterno consuelo y buena esperanza por gracia, consuele vuestros corazones y os fortalezca en toda obra y palabra buena» (2 Tes. 2:16-17).