¿Cuál es el llamamiento del cristiano?


person Autor: Frank Binford HOLE 115

flag Temas: El llamamiento del creyente El carácter celestial de la Iglesia


1 - La importancia de caminar de manera digna del llamamiento

Una de las exhortaciones más impresionantes que nos dejó el apóstol Pablo en las páginas de la Escritura es: «Yo, pues, prisionero en el Señor, os exhorto a que andéis de manera digna del llamamiento con que fuisteis llamados» (Efe. 4:1). En todas las épocas, el llamamiento de Dios ha sido el factor determinante en la vida de todos los santos que han querido vivir de acuerdo con ese llamamiento. Así debe ser para nosotros, cristianos de hoy, y por eso es nuestra solemne responsabilidad aprender de los escritos apostólicos cuál es la naturaleza del llamamiento de Dios; y una vez descubierta, caminar de acuerdo con ese llamamiento. Nos proponemos investigar cuál es el llamamiento cristiano, en la medida en que sabemos que «irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios» (Rom. 11:29); es decir, Dios nunca “se arrepiente”, esto es, Dios nunca “cambia de parecer”. Su propósito y lo que establece en su llamamiento permanece para siempre.

2 - El llamamiento implica una separación

La primera ocasión en que aparece el llamado de Dios es en Génesis 12:1, donde leemos que: «Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré». El Nuevo Testamento lo recoge así: «Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir…» (Hebr. 11:8). Aquí encontramos inmediatamente una característica importante que marca el llamado de Dios en toda la Escritura, sea cual sea la naturaleza del llamamiento. Implica para los llamados una separación de la masa de la humanidad. Esto es así, tanto si Dios llama a un individuo (lo separa de su país, de sus parientes y de la casa paterna), como si llama a una nación o, más tarde, a una Asamblea formada por individuos la Iglesia]: llama de entre todas las naciones.

De este llamado de Abraham surgió el llamamiento de Israel como nación, y este llamamiento los separó no solo de Egipto, sino de todos los demás pueblos. El profeta dijo: «Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo» (Oseas 11:1). Aunque esta era una referencia lejana al Señor Jesús según Mateo 2:15, la referencia era más directa a esa nación según Éxodo 4:22-23. Además, la profecía de Balaam decía: «He aquí un pueblo que habitará confiado [solo], y no será contado entre las naciones» (Núm. 23:9).

A pesar de la infidelidad y apostasía de Israel, el Señor Jesucristo nació en medio de esa nación según la carne. Pero ellos lo rechazaron, lo que abrió el camino para la revelación de otro llamamiento de Dios. «Nos llamó con santo llamamiento, no según nuestras obras, sino según su propósito y la gracia que nos dio en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos» (2 Tim. 1:9), aunque permaneció oculto en los pensamientos de Dios, y no fue revelado hasta que Cristo murió, resucitó, ascendió al cielo y el Espíritu Santo fue derramado.

Este es el llamamiento de la Iglesia, de la que formamos parte; si nuestras mentes se fijan en el hecho de que la gracia nos fue dada antes de que el mundo comenzara con vistas a nuestro llamamiento, estaremos preparados para descubrir que tenemos un propósito más allá y fuera tanto del mundo como de todo el orden de la creación material, en una posición y un destino celestiales. El llamamiento llegará a su plenitud cuando la propia creación deje de existir. Es este llamamiento el que ahora nos proponemos examinar en su marco escritural.

3 - El aspecto individual del llamamiento. ¿En qué consiste?

Puesto que la Iglesia de Dios está formada por santos individuales, necesariamente el llamamiento de Dios nos alcanza y penetra a cada uno de nosotros por separado. Debemos considerarlo en primer lugar desde este punto de vista individual, recordando al mismo tiempo que no debemos disociar el llamamiento del individuo de aquel de la Iglesia como entidad colectiva, ya que leemos: «Fuisteis llamados en un solo cuerpo» (Col. 3:15). Si hemos de obedecer el mandato apostólico de caminar de una manera digna del llamado, sin duda debemos entender cuál es nuestro llamamiento. El apóstol lo expuso en los 3 primeros capítulos de Efesios.

Su primera oración por los santos efesios fue: «A fin de que sepáis cuál es la esperanza de vuestro llamamiento» (Efe. 1:18), que obviamente se refiere a lo que había indicado anteriormente en el capítulo, a saber, que Dios Padre nos ha «bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» y nos ha «predestinado para ser adoptarnos para él por medio de Jesucristo» (Efe. 1:3, 5). Estas maravillosas palabras indican lo que es el llamamiento, en cuanto a la relación, el lugar o esfera y la dotación que implica.

3.1 - La relación a la que estamos llamados

La relación a la que estamos llamados puede expresarse con una sola palabra: “filiación”. Lo que esto significa se nos explica en Gálatas 3:23 al 4:7, donde la relación actual del cristiano como hijo se contrasta con el lugar de Israel bajo la Ley, cuando el santo era como un niño menor de edad, y por tanto bajo la tutela de un maestro, no diferente de un esclavo. Nuestra condición de hijos es fruto de la aparición del Hijo de Dios y de su obra, que nos redimió no solo de la maldición de la Ley quebrantada, sino también de todo el sistema de la Ley. La obra de Cristo fue seguida por el envío del Espíritu Santo a nuestros corazones, para que podamos conocer la relación, ser llevados a ella y tener la capacidad de responder a Dios como nuestro Padre.

Nunca debemos pasar por alto el hecho de que no solo estamos en la relación de hijos «para él por medio de Jesucristo», sino que estamos allí como colmados «de favores en el Amado» (Efe. 1:6). No es solo a través de él, sino en él, como Aquel que es infinitamente agradable. Compartimos su vida y su naturaleza, por lo que la filiación implica no solo inteligencia en el conocimiento de Dios y de sus cosas, como vemos en Gálatas, sino también amor. Esto es lo que vemos en Efesios 1, pues nuestro destino final es ser «santos e irreprochables delante de él, en el amor» (Efe. 1:4-5). Ya hoy somos santos e irreprochables ante él, limpios judicialmente de todo lo que una vez estuvo unido a nosotros, y el amor de Dios Padre por nosotros es tan real y fuerte como nunca lo será. Pero en el siglo venidero, lo que es cierto de nosotros ahora judicialmente será cierto de nosotros absolutamente y para siempre.

3.2 - El lugar o la esfera a la que somos llamados

El lugar o esfera a la que estamos llamados no es algún lugar en la tierra, porque nuestras bendiciones son «espirituales» y se dice que estamos «en los lugares celestiales en Cristo». Nuestro llamado es «celestial», según Filipenses 3:14, y en otra parte se dice que somos «participantes del llamamiento celestial» (Hebr. 3:1). En contraste con esto, Abraham fue llamado «a la tierra que te mostraré» (Gén. 12:1). También a esta tierra fueron llamados los hijos de Israel cuando salieron de Egipto –una tierra que Dios dijo que «fluye leche y miel» (Éx. 3:17). El llamamiento de Dios a Israel se cumplirá en la era milenaria, pero el llamamiento de la Iglesia mira a una esfera totalmente distinta. También a Israel dijo Jehová: «Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Is. 55:9). Y estas palabras podemos aplicárnoslas a nosotros mismos en el sentido más fuerte, más de lo que Israel podría saber jamás.

3.3 - Dotación del llamamiento = lo que se da con el llamamiento

Lo que se da con el llamamiento celestial se describe como «toda bendición espiritual… en Cristo». Reconocemos con gratitud cuando se nos conceden bendiciones materiales. Solemos hablar de ellas como gracias dadas por la mano de Dios, y reconocemos que son muchas; pero no son las únicas, pues en la era milenaria serán derramadas sobre los salvados de la tierra con mucha mayor riqueza que sobre nosotros ahora. Pero, por otra parte, las bendiciones espirituales del llamamiento cristiano se otorgan en tal escala que no son simplemente muchas, sino que se dan todas. Todas están en Cristo, y son nuestras como aquellos que participan de ellas en él. Por supuesto, podemos decir que no existe ninguna bendición espiritual que no provenga de Dios mismo. Detengámonos un momento para reflexionar sobre este hecho asombroso, e inmediatamente empezaremos a entender por qué, más adelante en Efesios, el apóstol habla de las «inescrutables riquezas de Cristo» (3:8).

3.4 - El llamamiento solo para los redimidos, los nacidos de nuevo (1 Pe. 1 y 2)

Hay otra característica que subraya la fuerte diferencia entre el llamado de Israel como nación y el llamamiento de la Iglesia. Cada individuo incluido en el llamado de Israel debía su inclusión al nacimiento natural. Si un hombre o una mujer había nacido de la raza de Israel, formaba parte de él, fuera cual fuera su estado espiritual. Multitudes, como sabemos, no tuvieron fe y perecieron en el desierto.

En el llamamiento cristiano, nadie está incluido a menos que haya sido redimido por la preciosa sangre de Cristo y nacido de nuevo por la Palabra viva y permanente de Dios, como dice 1 Pedro 1:18-19, 23. Esta es la única manera de entrar en la «casa espiritual» y «sacerdocio santo» de 1 Pedro 2:5. Y de nuevo, volviendo a la Epístola a los Efesios, nos encontramos incluidos como aquellos que son «hechura suya, creados en Cristo Jesús» (Efe. 2:10). Nada más que esta nueva obra de creación, obrada por Dios, nos ha dado nuestra parte.

4 - El aspecto colectivo del llamamiento de la Iglesia (Efe. 2:10-22)

Este versículo de Efesios (2:10), al que acabamos de referirnos, conduce a la consideración del llamado colectivo de la Iglesia, que, por supuesto, está íntimamente relacionado con el llamado del individuo. De hecho, este versículo es una afirmación preliminar al notable desarrollo del «llamamiento con que fuisteis llamados», que encontramos en Efesios 2:10-22. Intentemos resumir sus rasgos principales a medida que se van revelando.

4.1 - El llamamiento de los gentiles y de los judíos (Efe. 2:13-14)

Lo primero que observamos es que el apóstol tenía ante sí especialmente a los que habían sido llamados de entre los gentiles, cuya condición sin Cristo, sin esperanza y sin Dios describe en Efesios 2:11-12. Habían estado «lejos» de Dios (2:17), pero ahora, en Cristo, habían sido «acercados» por Su sangre (2:13).

Efesios 2:14 nos presenta a los que Dios ha llamado con el Evangelio de entre los judíos, así como a los que han sido llamados de entre los gentiles. Por un momento aparecen ante nuestras mentes como 2 compañías separadas, pero solo para que podamos entender que Dios «ha hecho de ellos uno», ya que el muro que había entre ellos ha sido derribado por la muerte de Cristo. Así, el llamamiento de la Iglesia implica que hemos sido «hechos uno» y que hemos sido «acercados».

4.2 - La unión de judíos y de gentiles mediante la creación de un solo nuevo hombre (Efe. 2:15)

Sí, dirán ustedes, eso está claro, pero ¿cuál es el carácter de esta unidad? ¿Debe el gentil de alguna manera ser elevado al nivel del judío? ¿O debe el judío ser rebajado al nivel del gentil? La respuesta no es ninguna de las 2. Dios ha hecho de ambos «un hombre nuevo». La palabra utilizada en Efesios 2:15 no es simplemente “hacer, ha hecho”, sino «crear, ha creado». Como en Efesios 2:10, aquí también tenemos una obra de nueva creación. Los llamados, ya sean judíos o gentiles, son los objetos de esta obra de nueva creación, y en ella –es decir, «en Cristo Jesús»– no hay judío ni gentil. Los antiguos antagonismos desaparecen; el viejo hombre, que los manifestaba, ha sido quitado de su lugar, y solo queda en Cristo el nuevo hombre. Así se ha hecho la paz.

En todas estas afirmaciones, la obra de Dios se considera de un modo abstracto, es decir, en su naturaleza esencial, excluyendo por el momento de nuestros pensamientos las complicaciones introducidas por los fallos en nosotros mismos. Solo excluyéndolas de este modo podremos comprender lo que es la obra de Dios en su perfección intrínseca. En la era venidera ya no tendremos la carne en nosotros, y entonces se manifestará plenamente su perfección.

4.3 - La unión de judíos y gentiles en un solo Cuerpo (Efe. 2:16)

Pero hay más en Efesios 2:16. No solo estamos acercados, hechos uno, hechos nuevos, sino que somos hechos «un Cuerpo», reconciliados con Dios mediante la cruz de Cristo. La palabra «Cuerpo» introduce el hecho de la unión orgánica en relación con Cristo. Se trata de un organismo vivo. Si solo tuviéramos Efesios 2:14, podríamos haber dicho: “Sí, unos éramos judíos y otros gentiles, pero ahora somos uno”. De acuerdo, ¿pero uno qué? ¿Una nación? ¿Una comunidad? ¿Una federación?». –No, un Cuerpo, lo que implica unidad, aunque en una sorprendente diversidad. «Un solo Cuerpo» es una figura retórica utilizada para subrayar el carácter cercano y vivo de la unidad existente, por muy diversos que sean los miembros individuales que la componen.

4.4 - Acceso al Padre por un solo Espíritu (Efe. 2:18)

En Efesios 2:18, la palabra «uno» o «una» aparece por cuarta vez: (vean v. 14, 15, 16, 18). Estamos cualificados y capacitados para entrar en la presencia del Padre porque poseemos «un solo Espíritu» –el Espíritu Santo de Dios. Israel una vez conoció a Dios como Jehová, pero no tenía acceso real a él. Nosotros que entramos en el llamado de la Iglesia lo conocemos como Padre, y tenemos una santa libertad para acercarnos a él. Conocerlo como Padre y, sin embargo, estar excluido de su presencia, no es posible, de lo contrario el nivel de su Paternidad caería por debajo del de la paternidad humana normal. Un padre humano al que sus hijos no pudieran acercarse, ¡difícilmente sería considerado un padre! Podemos acercarnos con la confianza de que Dios es nuestro Padre, pero sin duda debemos acercarnos con reverencia, recordando que nuestro Padre es Dios.

4.5 - Los grandes hechos del llamamiento de la Iglesia, Casa y Cuerpo (Efe. 2:19-22)

Es a la luz de lo anterior que debemos entender los grandes hechos del llamamiento de la Iglesia, mencionados en los 4 versículos que cierran este capítulo 2 (v. 19-22). Aunque como gentiles una vez estuvimos «sin derecho de ciudadanía de Israel, extranjeros a los pactos de la promesa», ya no somos «extranjeros ni forasteros». Somos «conciudadanos», no de los habitantes de Jerusalén, sino «conciudadanos de los santos». Somos «de la familia», no de Abraham, ni siquiera de Moisés y Aarón, sino «de Dios». El pensamiento del Espíritu de Dios se mueve en una escala ascendente, de lo negativo a lo positivo; luego, desde el lado positivo, desde la asociación con los santos, progresamos hasta pertenecer no solo al reino, sino a la misma Casa de Dios.

Pero eso no es todo, pues el Espíritu pasa de aquellos de la Casa de Dios a la casa como edificio, sabiendo que la Iglesia, en su plenitud final, ha de ser el «templo santo en el Señor», el santuario en el que Dios quiere habitar. Pero ahora es también la morada de Dios por medio de su Espíritu. Como edificio, está «coordinado» (Efe. 2:21), y así crece hasta su culminación final. Como un Cuerpo, la Iglesia también está «coordinada y unida» (Ef. 4:16), y «creciendo en todo hasta él, que es la cabeza, Cristo» (Efe. 4:15).

5 - ¿Quién constituye la Iglesia?

5.1 - Todos los santos entre Pentecostés y el arrebato

Llegados a este punto, podemos divagar un momento para observar que la Iglesia nos está presentada bajo 3 aspectos.

Primero, como la suma total de todos los santos, llamados por Dios y habitados por el Espíritu, entre el día de Pentecostés, tal como se describe en Hechos 2, y el arrebato de los santos, tal como se predice y describe en 1 Tesalonicenses 4:16-17. En este sentido, estamos considerando a la Iglesia en su sentido más amplio y comprensivo, toda la Iglesia tal como existe en la mente de Dios hoy, y tal como será vista en la era venidera. Ejemplos de esto se pueden encontrar en pasajes como Mateo 16:18, Efesios 1:22-23 y 5:27.

5.2 - Todos los santos en la tierra hoy en día

Segundo, la Iglesia está presentada como la suma total de los santos en la tierra hoy, o en cualquier momento dado. Ejemplos de ello se encuentran en 1 Corintios 12:12-13, 28 y Efesios 2:22 y 1 Timoteo 3:15. Si consideramos el primero de estos pasajes de la Escritura, queda claro que los diversos dones –especialmente las sanidades y las lenguas– no se encuentran en la iglesia completada en la gloria, porque no hay uso para tales cosas en la gloria, sino en la Iglesia como existe ahora en la tierra. Tampoco se refiere solo a la iglesia local de Corinto, pues no todos estos dones, especialmente los de apóstoles y profetas, se fijaron allí. Leyendo los otros 2 pasajes de la Escritura citados, queda muy claro que la «morada de Dios», en la que Timoteo debía conducirse bien, se refiere a la Iglesia en la tierra como un todo, en su condición actual, y no a una asamblea local separada, como si Dios tuviera cientos de “casas” esparcidas por Palestina, Siria, Asia Menor, etc.

5.3 - La iglesia local (asamblea)

Tercero, la iglesia también está presentada, por supuesto, como la iglesia local en una localidad determinada, como vemos en Hechos 9:31. Estas iglesias locales tienen su propia historia, y su propia responsabilidad, como se muestra en Apocalipsis 2 y 3.

6 - El testimonio de la Iglesia

Pero volviendo al tema original de andar de una manera digna de la vocación a la que hemos sido llamados, la exhortación es a andar con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad y paciencia, procurando «guardar la unidad del Espíritu en [o: mediante] el vínculo de la paz» (Efe. 4:2-3). Esta exhortación se da a la luz de la verdad que hemos examinado brevemente. Esta exhortación se refiere a la condición interna actual de la Iglesia en la tierra, y es de suma importancia. El valor y el peso del testimonio de la Iglesia dependen en gran medida de cómo respondamos a él. El colapso y los fracasos tan evidentes a este respecto explican gran parte de la debilidad de nuestro testimonio.

Ahora bien, a la luz de lo anterior, nos planteamos la siguiente pregunta: ¿cuál es el testimonio de la Iglesia? Una respuesta correcta a esta pregunta ayudará a determinar el camino y el testimonio de cada cristiano, ya que en la práctica el testimonio de la Iglesia depende de la vida y el testimonio de los individuos que la componen.

6.1 - Las grandes riquezas de la gracia (Efe. 2:7)

Antes de entrar en detalles, necesitamos una respuesta de carácter amplio y general, y la encontramos en la Epístola a los Efesios. En Efesios 2:7, los tiempos venideros están ante nosotros, cuando la Iglesia será testigo de «la inmensa riqueza de su gracia». La gracia de Dios resplandecerá en esas edades (eras) en relación con todos sus caminos hacia Israel y las naciones, así como hacia los santos del Antiguo Testamento. Pero para ver el despliegue de las inmensas riquezas de la gracia, los hombres y los ángeles volverán sus ojos a la Iglesia glorificada. No lo olvidemos nunca. Por tanto, con toda seguridad tenemos razón al suponer que la gracia debe caracterizar el testimonio de aquellos que son ellos mismos los receptores de la gracia en tan inmensa medida.

6.2 - El testimonio de la multiforme sabiduría de Dios (Efe. 3:10)

Una segunda respuesta se encuentra en Efesios 3:10, donde el testimonio de la Iglesia se considera, no en relación con las edades (eras) venideras, sino «ahora». Los principados y potestades del cielo leen en ella «la multiforme sabiduría de Dios». Si miramos mentalmente el estado práctico de la Iglesia hoy, podríamos preguntarnos ¿cómo pueden verla los santos ángeles? Pero debemos recordar 2 cosas:

  • Primero, son criaturas inmortales, y aunque hoy tienen ante sus ojos muchas debilidades, han visto a la Iglesia como divinamente instituida, y la vieron en los días de su primer amor antes de que comenzaran las faltas.
  • Segundo, debido a que la sabiduría de Dios es «multiforme [diversa]», ven nuevos aspectos de ella en la forma en que Dios trata las faltas que hacemos visibles, y cumplen Su propósito a pesar de ellas. La ruina de la Iglesia en su responsabilidad proporcionará una oportunidad para mostrar esta sabiduría diversa, que finalmente triunfará al presentar a los santos «sin caída, y presentaros sin mancha ante él, con gran gozo» (Judas 24). Por deficiente que sea nuestro testimonio, al final habrá en la Iglesia un abundante testimonio de la inmensa gracia y la diversa sabiduría de nuestro Dios, y del abundante gozo de nuestro Salvador en el pleno cumplimiento de su obra.

6.3 - Dar testimonio de Cristo

Tal como las cosas están, nuestro testimonio de la gracia de Dios es muy sencillo. Los portadores de las palabras de nuestro Señor eran «mis testigos» (Hec. 1:8; que significa “testigos de míos”), y él dijo esto justo cuando estaba a punto de ascender al cielo, después de haber sido rechazado de la tierra. En el mismo sentido, Pablo escribió a los corintios que era «manifiesto que sois una carta de Cristo» (2 Cor. 3:3). A pesar de sus flagrantes defectos, los santos de la asamblea de Corinto eran la carta de Cristo al mundo, puesto que Él estaba ausente en el cielo.

Está claro, por tanto, que nuestra tarea como cristianos no es solo dar testimonio de la gracia de Dios, sino también presentar a Cristo en nuestra forma de vivir y servir a sus intereses mientras todavía está rechazado. En el siglo venidero, Dios «juzgará al mundo con justicia, por un Hombre que él ha designado, dando prueba ante todos al resucitarlo de entre los muertos» (Hec. 17:31). Refiriéndose a esa época, Pablo también escribió: «¿No sabéis que los santos juzgarán al mundo?» (1 Cor. 6:2). Cuando el Señor reine, nosotros reinaremos con él. Cuando él juzgue, nosotros juzgaremos. Pero juzgar, que implica la administración pública de lo que es justo, no es en absoluto asunto nuestro hoy.

Cuando se corona a un soberano británico, los miembros de alta nobleza y las princesas, que tienen derecho a estar presentes en la Abadía de Westminster, traen sus coronas. Pero no se las ponen hasta que la corona se coloca sobre la cabeza del soberano. Hoy en día, muchos cristianos parecen ansiosos por ponerse sus coronas antes de que se manifieste el Salvador, antes de que sea coronado con sus muchas coronas. Anteriormente, Pablo escribió a los corintios: «Reináis sin nosotros [los apóstoles]. ojalá reinaseis, para que también nosotros reinemos con vosotros» (1 Cor. 4:8).

6.4 - Solo se podrá enderezar el mundo por medio de Cristo

No nos corresponde a nosotros reinar sobre el mundo, ni siquiera intentar mejorarlo. Solo el Señor Jesucristo puede enderezar el mundo, y si intentamos hacerlo antes de tiempo, solo estaremos mostrando nuestra insensatez, pues es imposible imponer un comportamiento cristiano a quienes no lo son, en ningún sentido de la vida. Solo el verdadero creyente posee la naturaleza divina de la que fluiría tal comportamiento.

6.5 - ¿Formar un pueblo para su nombre o mejorar la sociedad?

El programa de Dios para el tiempo presente es «tomar de entre ellos [los gentiles] un pueblo para su nombre» (Hec. 15:14), no educar o legislar sobre los gentiles para llevarlos a mejores esquemas sociales. Mucho nos tememos que, en la actualidad, incluso cuando el Evangelio se predica fiel y felizmente, se tiende a hacer demasiado hincapié en sus implicaciones sociales y a relegar a un segundo plano las cuestiones eternas que dependen de su aceptación o rechazo. Es cierto que los primeros avivamientos evangélicos condujeron a considerables mejoras en las condiciones sociales, especialmente en Inglaterra, pero esto fue solo un efecto secundario de la obra. El resultado principal fue que miles fueron sacados de la nación por amor del nombre del Señor, y añadidos a la Iglesia; fueron salvados de sus pecados y de una eternidad de infortunio.

Es un gran error elevar lo secundario al rango principal, tratar lo incidental como lo principal. También es un error enfatizar lo que el evangelio hace por el creyente ahora y dejar de mencionar lo que hace por la eternidad. Hemos oído de una reunión de estudiantes extranjeros donde el orador –un verdadero siervo de nuestro Señor– pasó prácticamente todo su tiempo enumerando los beneficios que el creyente obtiene en el presente –felicidad, clase de vida, etc. Cuando terminó, algunos oyentes se levantaron para afirmar los beneficios del hinduismo si se entendía correctamente; otros estudiantes con otras creencias hicieron afirmaciones similares, y la reunión terminó en fracaso. Si el orador, sin omitir mencionar los beneficios presentes del Evangelio, hubiera dado el lugar principal a sus efectos para la eternidad, señalando lo que Dios quiere en el camino de la justicia, lo que propone con respecto al pecado y lo que sucederá en relación con el juicio, el cielo y la condenación eterna, se habría mantenido en un terreno que sus posibles oponentes no habrían podido seguir tan fácilmente.

No olvidemos la enseñanza de nuestro Señor en Lucas 12:13-21. El hombre interrumpió el discurso del Señor planteando una cuestión de equidad social. La respuesta que recibió del Señor hizo que su mente, y las mentes de los demás, pasaran del lado social y terrenal de las cosas a los asuntos eternos y celestiales. La codicia era el centro de la cuestión, y ¿de qué habría servido la herencia asignada a uno de los hermanos si hubiera muerto esa misma noche? La muerte disipa la ganancia presente. Centrarse en el presente es una locura con vistas a la eternidad.

6.6 - Producir frutos de la vida divina

Nuestro verdadero testimonio consiste, en primer lugar, en preocuparnos por producir nosotros mismos los frutos de la naturaleza divina. Entonces, si trabajamos el Evangelio, y lo hacemos según el plan presente de Dios, tendremos el gozo de ser utilizados y de ver estos frutos, no solo para el presente, sino también para la eternidad.

Si gastamos tiempo y esfuerzo en lo que no es el plan de Dios, no tendremos fruto que mostrar ante el tribunal de Cristo. Pedimos a nuestros hermanos que consideren estas cosas muy cuidadosamente, porque tememos que muchos pierden su tiempo tratando de hacer lo que no se les ha dicho que hagan.

6.7 - El ejercicio de los dones

Por otra parte, si leemos Efesios 4:11-16, vemos que los dones que proceden de Cristo en el cielo, así como lo que hace cada parte del Cuerpo, deben ser «a fin de perfeccionar a los santos», «para la edificación del cuerpo de Cristo» y «para el crecimiento del cuerpo para su edificación en amor». Los dones no son para que el hombre dotado reúna a su alrededor a unos pocos santos y los perfeccione en su línea particular de enseñanza; ni son dados para que algún otro hombre dotado trabaje meramente para la edificación y aumento de un grupo que él considera especialmente favorecido o correcto.

Es obvio que ningún siervo de Dios puede hacer más que contactar y ayudar a un pequeño número de personas; ni siquiera el apóstol Pablo pudo contactar a todos. Sin embargo, los pocos con los que se puso en contacto debían estar atendidos como miembros del Cuerpo de Cristo, –no como meros contactos humanos del siervo.

6.8 - Finalidad: edificar la Iglesia

Insistimos en que nunca debemos olvidar que nuestro llamamiento es el de la Iglesia, y que no debemos aspirar a nada menos que eso, ni a nada más. Las palabras del Señor Jesús fueron: «Edificaré mi iglesia [o: asamblea]» (Mat. 16:18). Es solo lo que él edifica, que perdurará hasta el día de eternidad. Los hombres han construido lo que llaman iglesias. Han instituido uniones religiosas, sociedades, asociaciones, gremios, misiones, en infinita variedad y con los más diversos caracteres. Es triste decir que los (o las) mejores a menudo se han viciado con el paso de los años, hasta el punto de que la corrupción ha penetrado en la iglesia profesa. Ninguno(a) de ello(a)s es permanente. Cuando el Señor llame a sus santos a reunirse con él en el aire, no se encontrará en su presencia ningún rastro de estas agrupaciones, pero los restos de algunas dejarán su huella en la tierra. En su presencia se hallará la Iglesia escogida por la cual él murió, y será completa y gloriosa: habrá eso, y solo eso.

Si el propósito de Dios se convierte en nuestro objetivo, y servimos en sumisión a su Palabra, no viviremos nuestras vidas en vano. Por supuesto, reconocemos que el propósito de Dios es elevado y está más allá de todos nuestros pensamientos naturales, por lo que a menudo nos quedamos cortos en nuestro carácter, comportamiento, adoración y servicio al nombre del Señor. Pero si no cumplimos, mantengamos ante nosotros el objetivo correcto, en lugar de desviarnos de él hacia algo más acorde con nuestros propios pensamientos y, por tanto, menos acorde con la Palabra de Dios.

Recordamos haber oído la historia de un tirador de élite que había puesto todas sus balas en el corazón del blanco, ¡y sin embargo recibió una puntuación de cero porque había disparado al blanco equivocado! ¡Es mejor ser un mal tirador disparando al blanco correcto que un tirador de primera clase disparando al equivocado! Es mejor servir a lo que es la voluntad de Dios para el momento presente, aunque sea imperfectamente, que hacer lo que no es su voluntad con éxitos aparentes.

Pidamos y busquemos la gracia para que nuestras vidas y nuestro servicio estén de acuerdo con el llamamiento de la Iglesia (Asamblea). Y recordemos que tendremos que dar cuenta de nosotros mismos a Dios en el tribunal de Cristo.