4 - Capítulo 4 — Hasta que él venga

Los obstáculos a la comunión


Mi querido hermano,

Con estas pocas líneas quisiera dejarle, si es posible, en presencia de Aquel que es el único que puede hacer de la verdad una fuerza viva en su alma. Hay tanto peligro de dejar escapar la verdad, de consolarnos pensando que los demás siguen siendo felices. Por eso estamos inclinados a decir: “¿Para qué vamos a molestarnos con todos estos ejercicios del alma?”. Para responder a esta pregunta, me limitaré a mencionar 2 puntos.

4.1 - La venida del Señor

El primero es la venida del Señor. ¿Vive usted, querido hermano, en la espera diaria del regreso de Cristo? ¿Qué nos dijo en su último mensaje a su Iglesia? «El que da testimonio de estas cosas dice: Sí, vengo pronto» (Apoc. 22:20). Hace este anuncio 3 veces en este capítulo (v. 7, 12, 20). ¡Qué perspectiva tan bendita! ¡Él que descendió a la muerte para nuestra redención y afrontó toda la ira de Dios que merecíamos los pecadores! Su amor era tan vasto e intenso que muchas aguas (esas olas y raudales de ira que pasaron sobre su alma) no pudieron apagarlo. Se nos permite contemplar a este mismo hombre, aunque sus dolores ya hayan pasado y esté glorificado a la diestra de Dios. Sabemos que lo veremos tal como es, y que entonces seremos semejantes a él (1 Juan 3:2). ¡Qué perspectiva! ¡Cómo nos llena de indecible gozo anticiparla, apartando la mirada de todo lo demás y pensando en ese momento en que él mismo vendrá a buscarnos, para que donde él esté, estemos también nosotros (Juan 14:3)! Nuestro deseo más profundo debe ser anticiparlo, porque ese momento será el fruto de su propio gozo, así como la culminación de nuestras bendiciones.

4.2 - Las 3 expectativas del Señor

Hay una cuestión que se desprende de esto, y es lo segundo que quiero presentarle. Durante el corto tiempo, el intervalo de espera hasta que él venga, ¿qué espera nuestro Señor de nosotros en la tierra? Este capítulo (Apoc. 22) nos da la respuesta. Hemos destacado el triple anuncio de su inminente venida, y examinemos ahora sus diversos eslabones. El primero es: «¡Mirad que vengo pronto! Dichoso el que guarda las palabras de la profecía de este libro» (v. 7). De este modo nos enseña que la obediencia es lo que aprecia en los suyos mientras esperan su venida; y esta obediencia, como sabemos por Juan 14, es la prueba de nuestro amor.

¿Quién, pues, con tales palabras, tratará de excusar la desobediencia? Antes bien, ¿no dirá todo verdadero creyente: “¡Qué privilegio me ha dado mi Señor, al permitirme declarar mi amor a Aquel a quien el hombre ha rechazado, guardando su Palabra!”. ¡Con qué placer se posa su mirada en aquellos que, en medio de las pruebas e incluso de los peligros, hacen de él el único objeto de sus vidas!

Luego vuelve a hablar y dice: «He aquí vengo pronto, y mi galardón está conmigo, para recompensar a cada uno según su obra» (v. 12). Se nos enseña aquí que él busca la fidelidad de sus siervos y que los recompensará en consecuencia (comp. Lucas 19:12-26). De nuevo, y por última vez, dice: «El que da testimonio de estas cosas dice: Sí, vengo pronto» (v. 20). La respuesta de Juan es: «Amén; ¡ven, Señor Jesús!», una respuesta que debería brotar espontáneamente del corazón de todo santo. Se nos enseña así que, durante el breve tiempo de espera, nuestros afectos son muy preciosos para él.

Estas son, pues, las 3 cosas que él espera de nosotros ahora: obediencia, fidelidad y amor. A la luz de esta verdad, de la perspectiva de la venida del Señor y de lo que él aprecia en sus santos mientras esperan su regreso, le pido, querido hermano, de considerar y decidir sobre las cuestiones que he tenido el privilegio de plantearle en estas cartas.

Le encomiendo de nuevo a la guía y bendición del Señor,

Suyo afectuosamente en Cristo,

E. D.