3 - Capítulo 3 — ¿Por qué los llamados “hermanos” no pueden unirse con otros cristianos en el servicio?

Los obstáculos a la comunión


Mi querido hermano,

Ahora voy a responder a su pregunta: ¿Por qué los llamados “hermanos” no pueden unirse con otros cristianos en el servicio? Muchos se hacen la misma pregunta continuamente; y recientemente [12], durante la obra evangelizadora de los señores Moody y Sankey, se pensó que era extraño, si no una prueba de que estábamos fuera de la corriente de los pensamientos de Dios, que no tomáramos parte activa en el movimiento. De hecho, se ha argumentado que, aun suponiendo que tengamos el pensamiento del Señor en cuanto a su Iglesia, no hay razón suficiente (en su opinión) por la cual no debamos tener comunión con otros en el servicio, cuando ningún principio eclesiástico está involucrado. Esta es su propia dificultad, y trataré de responderla en la medida en que el Señor me lo permita.

[12] No olvidemos que el autor escribe en 1876. Sin embargo, las mismas preguntas surgen hoy en día en relación con Billy Graham y Luis Palau, por ejemplo, por no mencionar otros problemas como la asociación con la Iglesia Católica Romana y el llamado movimiento carismático o los vínculos con organizaciones para-eclesiásticas y religiosas.

3.1 - Orar por todos

Podemos orar, y lo hacemos, por muchos siervos del Señor con los que no podemos estar en comunión. Recuerdo una vez, cuando estaba en el extranjero, que un evangelista predicaba el Evangelio en la misma casa donde se alojaban miembros de la comunidad de los “Hermanos” y, aunque no podían asistir a sus reuniones, se reunían para orar por él cada vez que predicaba. Eso es lo que estoy haciendo ahora mismo. Escribo esto en Alemania. En esa ciudad hay un conocido cristiano inglés predicando el Evangelio, y oro muy seria y fervientemente para que Dios lo utilice para Su propia gloria en la conversión de las almas. Pero hay muchas razones por las que no he podido asistir a sus reuniones. Además, cuando el Sr. Moody y el Sr. Sankey estaban en Londres, los santos de Blackheath oraban continuamente por ellos.

Así que usted verá que no es por indiferencia a su obra por lo que nos mantenemos al margen. De hecho, es una dura prueba vernos obligados a separarnos de muchos de aquellos cuyo celo y devoción admiramos, una prueba que no podríamos soportar si no hubiéramos recibido la preciosa lección de que la gloria de Cristo es lo único a tener en cuenta, que solo él debe ser nuestro objeto. Estoy seguro de que usted confesará que, si su pueblo nos es querido, él mismo es más querido que todos los demás.

3.2 - Sostener a los evangelistas

Tomemos primero el caso de los evangelistas, pues son ellos quienes presentan la mayor dificultad para muchas mentes. Nada es más claro en la Escritura de que el servicio del evangelista es individual. Él recibe su don de Cristo ascendido al cielo, y es a él solo, como Señor, a quien debe dar cuenta de su ejercicio (Efe. 4:8-11). Es importante tener claro este punto, pues hay mucha confusión al respecto.

La semana pasada leí un discurso de uno de sus “ministros”, que decía que la principal labor de la Iglesia era salvar almas. “No, le contesté, esa no es en absoluto la labor de la Iglesia. Es la obra de Dios a través de la predicación del Evangelio; y él ha confiado la predicación del Evangelio no a la Iglesia, sino a los evangelistas: a todos aquellos que, con un poco de talento, pueden predicar el Evangelio. La predicación del Evangelio es, pues, un servicio enteramente individual”.

[13] Los santos del lugar pueden identificarse con el evangelista (cuando camina correctamente) y con su obra, no solo mediante oraciones, sino también con ayudas materiales y de otro tipo. Sin embargo, el evangelista busca en el Señor dirección y sustento, pero por supuesto disfruta de la comunión con sus compañeros cristianos.

Hay todavía otro punto. El evangelista es también un miembro del Cuerpo de Cristo, y tiene su lugar como tal (hablo ahora de la condición normal de las cosas) en la Asamblea de Dios. Aunque su servicio es individual, y nadie puede interponerse entre él y su responsabilidad personal ante el Señor, él va, o debería ir, al servicio desde su lugar en la Asamblea. Por consiguiente, si el Señor se sirve de él para la conversión de las almas, llevará a los que han sido salvados por su predicación a su lugar en la Asamblea. En efecto, tan pronto como han creído, son sellados por el don del Espíritu que mora en ellos, son miembros del Cuerpo de Cristo y tienen su lugar como tales en la Mesa del Señor. Ciertamente, la obra del evangelista no se ha terminado hasta que los que se han convertido por medio de él no son guiados a su verdadero lugar como creyentes.

Estamos en plena comunión con todos los evangelistas que trabajan de este modo. Si no lo hiciéramos, no estaríamos en comunión con Dios a este respecto, porque, al trabajar según la mente divina, pueden contar con su presencia y descansar en la confianza de que Su nombre será glorificado, tanto si los hombres reciben como si rechazan su mensaje.

La mayoría de los evangelistas, ¿trabajan de esta manera? Echemos un vistazo al reciente movimiento evangélico en Inglaterra y Escocia. ¿Cuál fue su punto de partida? El acuerdo de no decir nada sobre las diferencias entre las “iglesias” y ¡aprobar a todas las sectas que se unieron para sostenerlo! El método de trabajo era el siguiente: Antes de que los 2 evangelistas fueran a ninguna parte, tenía que haber un acuerdo entre los ministros de todas las denominaciones. Clérigos “evangélicos”, disidentes de todas las tendencias y wesleyanos se reunieron codo a codo para formar un comité de apoyo al movimiento. Los evangélicos, por su parte, no debían decir nada sobre la iglesia o la capilla; enviarían a todos sus conversos de la misma manera. Así se procedió. Si Dios, en su gracia, convertía a un pecador, este era enviado a la iglesia o a la capilla a la que había asistido antes. Los nombres eran debidamente registrados y transmitidos a sus respectivos ministros.

¿Puede alguien afirmar por un momento que este era el camino de Dios? Si el hombre de iglesia piensa que la disidencia es cisma, ¿puede en conciencia recomendar a un alma, tan pronto como conozca al Señor, que entre en el cisma? ¿Puede el disidente, que considera la Iglesia del Estado como una abominación, en conciencia enviar a un joven creyente a ese sistema? Y, sin embargo, ambos lo hicieron; por poco tiempo hicieron una tregua en cuanto a sus diferencias. «El que es fiel en lo muy poco, también en lo mucho es fiel» (Lucas 16:10), principio divino que siempre permanece, pero el que quiere aplicarlo debe a menudo mantenerse al margen de las actividades de sus correligionarios.

3.3 - Otros movimientos y actividades

Solo he mencionado un movimiento, pero las mismas características pueden encontrarse en la mayoría de las actividades religiosas modernas. Muchas sociedades [14] se fundan sobre el mismo acuerdo tácito o declarado de ignorar a la Iglesia de Dios; y muchos siervos individuales, aquellos cuyos nombres atraen la mayor atención pública, profesan el mismo punto de vista. Permítame preguntarle, entonces, querido hermano, con toda franqueza, si cree que puede ser agradable a Dios permanecer en silencio sobre la cuestión de su Iglesia. ¿Podría la verdadera Cabeza de la Iglesia mirar con complacencia cualquier acuerdo hecho por el hombre? ¿Podría guardar silencio sobre arreglos que afectan prácticamente la unidad de su Cuerpo? No hay duda sobre la respuesta. Estamos ampliamente justificados en rechazar la asociación con aquellos que obran de tal manera.

[14] Este movimiento ponía demasiado énfasis en la vida espiritual interior y en la contemplación, pero subestimaba la necesidad del estudio objetivo de la Palabra de Dios. Era una forma de dualismo, vinculado a influencias paganas y al misticismo, según el cual las filosofías del cuerpo y las cosas materiales son de orden “inferior”, mientras que los asuntos espirituales y religiosos son de orden “superior”.

El argumento es aún más fuerte. No es meramente indiferencia lo que imputo a los que he mencionado, sino la hostilidad –abierta oposición al verdadero terreno en el que Dios quiere que se reúnan sus santos. Esta es una posición muy grave de asumir; porque si solo hay un terreno en la tierra (como enseñan las Escrituras) sobre el cual los creyentes deben reunirse, es una cosa solemne ser hostil a él, es decir, estar dispuesto a aprobar todos los terrenos del sectarismo, pero no el verdadero terreno de la Iglesia. No podemos, pues, sin faltar a la verdad, dar la mano a los que se oponen a la reunión por este motivo.

Hay aún otro aspecto del asunto. Mientras somos condenados por nuestros compañeros creyentes porque permanecemos solos, aquellos que nos condenan no quieren nuestra comunión, a menos que demos promesas, que ellos no tienen derecho a exigir, y que nosotros no podríamos dar sin ser infieles al Señor. Hace algún tiempo me pidieron que predicara el Evangelio en un edificio aconfesional. Antes de que pudiera responder, añadieron: “Por supuesto, no mencionará usted ninguna de sus peculiaridades”. ¿Acaso alguien, para ir a un lugar determinado, aceptaría de antemano guardar silencio sobre cualquier cosa que el Señor hubiera podido ponerle en el corazón decir? No, volvemos a la cuestión ya planteada en la última carta. ¿Es al Señor o a mi compañero creyente a quien debo poner delante de mí? El apóstol dice: «Si aún agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo» (Gál. 1:10).

Me gustaría profundizar un poco más en esta cuestión. Como hemos visto antes, nuestro lugar está «fuera del campamento» (Hebr. 13:12-13), y por tanto es un lugar de separación. ¿Estos siervos de los que hemos hablado están dentro o fuera del campamento? No están fuera, porque tácitamente sancionan o abiertamente se vinculan a todos los sistemas sectarios que el hombre ha organizado y levantado, esos mismos sistemas que, en su conjunto, forman el campamento. Si, pues, por la gracia de Dios, he sido conducido fuera del campamento a Cristo, ¿debo volver a él o unirme a los que están en él, por el bien de la comunión? Debo entonces, o perder la comunión con Cristo [16], o evitar la comunión con los que están en esa posición. Siendo este el caso, usted verá que es necesario que continuemos a separarnos; en efecto, la fidelidad a Cristo y la lealtad al testimonio que nos ha confiado nos prohíben tomar cualquier otro camino.

[16] En cuanto a la luz que el Señor me ha dado, perdería el goce de la comunión con él a causa de mi desobediencia. Esto no quiere decir que los creyentes en el campamento no tendrían comunión con el Señor. Ellos no conocen el verdadero carácter del campamento a los ojos de Dios, pero pueden disfrutar de comunión con Él, de acuerdo a la luz que tienen.

3.3.1 - Pero algunas personas son salvadas

Usted puede decir: “Pero considere cuántas personas están siendo salvadas; y si las personas están siendo salvadas, seguramente tal propósito requiere nuestra cooperación activa”. Hay 2 respuestas a esta pregunta. Primero, es triste comprobar cómo el hombre y su bendición continuamente excluyen o subordinan el pensamiento de Dios y de su gloria. Es cierto que almas están siendo salvadas mediante el ministerio de la Palabra, y estamos muy agradecidos de que Dios, en su tierna misericordia, reúna así antes de la venida del Señor. Pero, ¿debemos contentarnos con esto? ¿Acaso Aquel por cuya gracia se recibe la bendición, no ha de ser glorificado por los que han predicado la Palabra o por los que están siendo salvados? No quiero decir en absoluto que los predicadores y los convertidos olviden la fuente de la bendición, pero lo que quiero decir, es esto: ¿No es necesario afirmar el derecho de Dios sobre los que se salvan? ¿No deberíamos recordarles que, siendo salvos, lo son no meramente para su propia bendición, sino para la gloria de Dios, y que Dios será glorificado por su entrada en el camino de la separación y por ocupar su lugar en la obediencia y el testimonio? El deseo del corazón de Dios para ellos no se cumple hasta que salen del campamento hacia Cristo, llevando su oprobio.

Parece casi cruel decirles a los recién convertidos, en respuesta a su pregunta: “¿Cuál es mi próximo paso?”, remitirlos a su búsqueda personal en las Escrituras. Hace poco, le pregunté a un recién convertido: “¿Está en la Mesa del Señor?” Me respondió: “Hay tantas mesas que no sé cuál es la del Señor”. Por tanto, que los evangelistas se apoyen en la Palabra de Dios, dispuestos a cualquier precio, incluso en detrimento de la cooperación de muchos hermanos queridos, y también de la popularidad, para tener ante sí la gloria de Dios como lo primero en sus propias labores. Que la pongan también ante los que son salvos por su ministerio. Hasta que no lo hagan, yo no podría asociarme con ellos.

En segundo lugar, si he de cooperar con todos los que son utilizados para la conversión de los que no son salvos, tendré que asociarme con católicos, ritualistas y todos los demás sectores de la cristiandad [17]. Muchos son engañados de esta manera. Leí una carta de un pastor a un creyente que había sido conducido fuera del campamento, en la que tomaba este mismo motivo. Decía que era algo muy solemne oponerse a un ministerio que Dios había reconocido tan manifiestamente por la bendición que había otorgado a través de él. Pero la cuestión es esta (y seguramente un maestro de la Palabra debería haberla recordado): ¿Está sancionado por las Escrituras el ministerio en cuestión? Si lo está, estamos obligados a recibirlo; si no lo está, estamos igualmente obligados a rechazarlo. Lo mismo se aplica al que está utilizado para la conversión de las almas. Mientras honestamente bendigo a Dios por la manifestación de su gracia, solo necesito preguntarme, para mi propia guía, si los caminos y la posición del obrero están de acuerdo con la Palabra de Dios. Si es así, puedo darle mi mano de todo corazón; si no, no puedo unirme a él en su falsa posición, en su desobediencia. Porque es desobediencia de lo que estamos hablando, aunque él no sea consciente de ello.

[17] Este es un problema real hoy en día con predicadores de buena fe como Billy Graham y muchos otros.

3.3.2 - Las sociedades religiosas

Si estoy obligado a mantener mi distancia de muchos obreros consagrados, estoy aún más obligado a mantener mi distancia de las “sociedades religiosas” que se están extendiendo por todo el mundo, con sus elaborados mecanismos de recaudación de fondos y diversas actividades, uno de los síntomas más tristes de la corrupción de este día malvado. Conozco íntimamente su modus operandi, por mi antiguo cargo y por haber formado parte de muchos comités. Pero no deseo levantar el velo que oculta tantas cosas ajenas a la mente de Cristo, y baste decir que ningún cristiano instruido puede asociarse con tales cosas [18].

[18] No estoy en condiciones ni autorizado para juzgar los motivos de quienes hacen estas cosas. La pregunta es si puedo asociarme con estas cosas, porque están en conflicto con la luz que el Señor en su gracia me ha dado.

Tome algunos ejemplares de periódicos “religiosos” o revistas patrocinadas por las iglesias, y encontrará anuncios de bazares, muchos de los cuales se hacen más atractivos con bandas militares o de otro tipo, y loterías. Anuncios de sermones de hombres notables, seguidos de colectas; reuniones organizadas de tal manera que atraigan al mayor número de personas gracias a la reputación de los oradores. Todas estas cosas se hacen en nombre de Cristo.

Oh, hermano, mencionar estas cosas es revelar su carácter, así como mostrar la condición irremediablemente corrupta en la que ha caído la iglesia profesa. ¿Es de extrañar, entonces, que nos mantengamos alejados o insistamos continuamente en separarnos de todas esas cosas que son tan completamente opuestas a la mente del Señor?

Sé que el camino del creyente, y especialmente del siervo, es cada vez más difícil en este día malo. Pero hemos sido advertidos, y nuestro recurso ha sido provisto. El apóstol escribe a Timoteo: «Pero debes saber que en los últimos días vendrán tiempos difíciles» (2 Tim. 3:1); y si examina todo el capítulo, encontrará principalmente 3 cosas. Primero, las características de los «tiempos difíciles» (v. 2-9); segundo, que la persecución debe ser la parte de los que desean vivir piadosamente (v. 10-12); y tercero, que la Palabra de Dios es nuestro único recurso (v. 14-17). Encomiendo este capítulo a su estudio serio en oración, con la esperanza de que el Señor pueda utilizarlo para desentrañar todo lo que es contrario a su voluntad y le dé confianza en sí mismo para tomar con valentía el lugar de la separación.

3.3.3 - Tener el pensamiento del Señor

Para concluir, añadiré que lo esencial en el servicio es tener el pensamiento del Señor sobre aquello a lo que nos hemos comprometido. Por tanto, es imposible establecer reglas absolutas que se apliquen a todos los casos, pero si estoy en comunión con Aquel que se digna enviarme, el camino será claro, aunque sea difícil de andar. Pero para estar en comunión, debo ser a la vez obediente y dependiente. Nuestro Señor dijo a sus discípulos (y seguramente también a nosotros): «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis cuanto queráis, y os será concedido» (Juan 15:7). El orden es significativo: permanecer primero en él, es decir, vivir en constante dependencia de él, y luego que sus palabras permanezcan en nosotros, controlándonos y gobernándonos enteramente; sí, formando al mismo Cristo en nosotros; es decir, primero el estado de alma, y luego el caminar, la vida, la actividad, formados por la Palabra. Empiece por Cristo, y no será difícil saber lo que le conviene en nuestro andar y servicio. Permítame pedirle, entonces, querido hermano, que apartes sus ojos de sus propios pensamientos, de su propio servicio, de los pensamientos y rostros de sus hermanos creyentes, y que su mirada se dirija únicamente a Cristo cuando clame: «¿Qué debo hacer Señor?» (Hec. 22:10). Porque «si tu ojo es simple, todo tu cuerpo estará lleno de luz» (Mat. 6:22).

Vuestro, con afecto en Cristo,

E. D.