El paso del mar Rojo

Éxodo 14


person Autor: Edward DENNETT 47

(Fuente autorizada: creced.ch – Reproducido con autorización)


En el capítulo 12 de Éxodo, Dios aparece como juez, porque desde el momento en que la cuestión del pecado se manifiesta, la santidad de su naturaleza exige que se ocupe de él, y que lo juzgue. Así, Dios estaba allí contra su pueblo a causa de su pecado, aunque en su gracia y según sus directivas, se encontrase algún medio para satisfacer sus justas exigencias por la sangre del cordero pascual.

Sin embargo, en este capítulo, aquel que estaba contra su pueblo a causa de sus pecados, ahora está a favor de él en virtud de la sangre. Su justicia, su verdad, su majestad –todo lo que Él es– fue satisfecho por la sangre rociada. Se llevó a cabo una propiciación[1], y, sobre esta base, Dios puede tomar entre manos la causa de aquellos que han sido puestos bajo su favor. Por consiguiente, aquí se presenta como Salvador, como Redentor. Desde el punto de vista histórico, un intervalo separa estos dos caracteres. Fue un Juez la noche de la pascua, y un Redentor en el mar Rojo. Y, en este orden, la mayoría de los corazones despiertos al Evangelio aprenden a conocerlo. Cuando una persona es llevada a la convicción de su estado de pecado, cuando es realmente la obra del Espíritu de Dios, Dios se le manifiesta como Juez a causa de su culpabilidad. Pero cuando la conciencia está en paz después de haber comprendido por la fe que la sangre de Cristo respondió a todas las exigencias de Dios y la purificó de toda culpa, el hombre discierne que Dios mismo está a favor de él y encuentra la prueba de ello en el hecho de que resucitó al Señor Jesucristo de entre los muertos.

1 - Dios es por nosotros

Estas dos etapas están claramente diferenciadas en Romanos 3 y 4. En el capítulo 3 se trata de la fe en la sangre, la fe en Jesús (v. 25-26); mientras que en el capítulo 4, se trata de la fe en Dios (v. 24). No hay verdadera paz sin haber llegado a esta segunda etapa. Aunque estos dos aspectos estén separados históricamente en relación con los hijos de Israel, y en general en la experiencia de los creyentes, no olvidemos que son dos lados de una sola y misma obra.

Bajo este aspecto, el mar Rojo, que manifiesta el poder de Dios, ya sea para la redención de su pueblo o para la destrucción de Faraón y de su ejército, es la consecuencia de la sangre que fue esparcida la noche de la pascua. La sangre era la base de todas las intervenciones de Dios que seguirían para Israel. Si es cierto que la redención no podía ser conocida antes del paso del mar Rojo, la aspersión de la sangre era una obra más profunda, porque por ella Dios era glorificado en relación con el pecado del pueblo, y ella también le permitía operar su completa liberación, en armonía con cada uno de los atributos de Su carácter.

Podremos comprender este capítulo solo si mantenemos la distinción, y al mismo tiempo la relación, entre estos dos aspectos de una sola obra. Entonces tendremos la clave de su interpretación, y veremos que todo su contenido está ligado a esta verdad.

2 - Una situación desesperada

Versículos 1-4: Lo primero que Dios hace es poner a su pueblo en una situación absolutamente desesperada a los ojos humanos. Llegando al mar y encerrado por el desierto, se encuentra en una situación aparentemente sin salida, ante la persecución de Faraón, tal como Dios lo había determinado. Dios tenía por objeto destruir a Faraón y hacer que los hijos de Israel recurran a Él en entera dependencia. Las dos cosas se realizaron, porque los egipcios debían aprender que él era Dios, y los israelitas debían reconocer que él era su salvación. Así lo veremos en la continuación del relato.

Versículos 5-9: ¡Qué revelación de la ceguera del corazón humano tenemos en el caso de Faraón! Dios había extendido su brazo a través de sucesivos juicios y, finalmente, provocó un grito de angustia en cada casa del país de Egipto. A pesar de esto, el rey y sus siervos se levantaron del dolor agobiador, se arrepintieron de haber dejado ir a Israel y los persiguieron con audacia para traerlos de nuevo a la servidumbre. «Siguiéndolos… con toda la caballería y carros de Faraón, su gente de a caballo, y todo su ejército, los alcanzaron acampados junto al mar, al lado de Pi-hahirot, delante de Baal-zefón». Como lo hemos explicado, Dios había dispuesto las cosas así. Para Faraón y su ejército, ponerse allí parecería una locura, y tal vez hasta una prueba de que eran dirigidos por la locura humana y no por la sabiduría divina.

Entonces, los egipcios marcharon con la plena seguridad de tener la victoria fácil, porque ¿cómo un pueblo de fugitivos, lleno de mujeres y niños, podría escapar a su persecución? Los israelitas incrédulos tenían el mismo pensamiento. Estaban al abrigo de la sangre, eran guiados por la columna de nube, y podían decir sin dudar: «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rom. 8:31). Pero la vista fue más fuerte que la fe. El mar estaba delante de ellos, Faraón y su ejército detrás. Para el ojo natural, no había escapatoria; la cautividad o la muerte eran seguras. He aquí el efecto producido sobre ellos.

3 - Terror e incredulidad

Versículos 10-12: Cada una de las palabras de Israel lleva la marca de la incredulidad; ello se debe a que juzgan según lo que ven sus ojos. Tienen un gran miedo; están a punto de morir en el desierto. Ya lo habían dicho, como también que era infinitamente mejor la servidumbre en Egipto que la muerte que les esperaba ahora. Su error fue dejar a Dios fuera de sus previsiones –lo que hace siempre la incredulidad– y ocuparse ellos mismo de los egipcios. Sin embargo, Moisés era confortado; su fe no cedió y pudo entonces animarlos y censurar su incredulidad.

Versículos 13-14: En realidad, una doble obra debía cumplirse ese día, una obra en la cual el pueblo no podía hacer nada. Por un lado, debían ser liberados del poder de Satanás, representado por Faraón y su ejército y, por otro lado, de la muerte y el juicio, figura del mar Rojo. Ambas están unidas. Porque por el pecado del hombre, Satanás adquirió derechos y proclama la muerte como el justo castigo de Dios.

Es cierto que los hijos de Israel ya estaban al abrigo de la sangre del cordero pascual y que, por consiguiente, habrían debido gozar de una paz perfecta. Sin embargo, ignoraban el valor de esa sangre. Sabían que los había salvado del juicio, que sus casas habían sido protegidas cuando Dios hirió a los primogénitos de Egipto; pero no habían aprendido todavía que esa misma sangre era la base de una obra completa en favor de ellos, la liberación de sus enemigos, la dirección a través del desierto y hasta la posesión de la herencia prometida.

Entonces, cuando vieron a Faraón, «temieron en gran manera, y clamaron a Jehová». Dios vino delante de su debilidad y de sus dudas. Por el mensaje que Moisés les dio, les recordó que Él iba a operar para librarlos tanto del país del rey de Egipto como de las aguas del mar Rojo. No debían temer, sino estar firmes y ver la salvación de Dios, porque sus enemigos iban a desaparecer para siempre de delante de sus ojos. Dios combatiría por ellos y ellos deberían permanecer tranquilos.

¡La salvación es de Dios! Es una preciosa verdad, ¡qué lentos somos para comprender! Cuántas personas se dejan enredar por la idea de que deben hacer algo. ¡No! Aquel que dio el cordero pascual, cuya sangre nos purifica de todo pecado, lo hará todo. La salvación es Su obra, perfecta y completa. Querer agregar algo por medio de nuestros propios actos o esfuerzos deteriora su hermosura y su perfección. ¿Qué puede hacer el hombre cuando Satanás y la muerte están allí? Frente a tales enemigos está sin defensa. No puede ni escapar ni vencerlos. Su única salida consiste en quedar tranquilo para ver la liberación de Dios. ¡Qué aliento para el corazón temeroso y ansioso! Que los corazones aterrados por el poder de Satanás en presencia de la muerte puedan gozar plenamente de este precioso mensaje: ¡«Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos»! La continuación del relato nos mostrará cómo se verificaron las palabras de Dios por medio de su siervo.

Versículos 15-18: No hay incompatibilidad entre el mandamiento de Moisés: «estaréis tranquilos», y el que se da ahora: «que marchen». Convenía recordarles que no podían hacer nada; pero la fe tendría que haber comprendido que la obra estaba hecha, y tendría que haber marchado valerosamente a través del mar que parecía detener el avance del pueblo. La muerte y el poder de la muerte habían sido vencidos, la liberación había sido efectuada; por eso tenían que avanzar. Tanto el orden como la enseñanza que proporciona son muy hermosos. Dios hizo la obra, y, por la obra acabada de salvación, un camino para escapar al poder de Satanás fue abierto a través de la muerte. Queda abierto, y pertenece al creyente tomarlo, avanzar con paso seguro, con la confianza de que Aquel que fue su Juez vino a ser ahora su Salvador.

Dios va a poner esto delante de los israelitas en el nuevo mandamiento que da a Moisés. Manifestará su poder sobre el mar ante los ojos del pueblo para calmar sus temores, y garantizarles su protección y sus cuidados. Pero esto necesita explicaciones más precisas. Si Moisés debe mandar a los hijos de Israel que marchen, recibe al mismo tiempo la orden de levantar su vara, extender su mano sobre el mar y dividirlo para que los hijos de Israel entren por en medio del mar en seco. Los egipcios, cuyo corazón había sido endurecido, entrarán tras ellos, los perseguirán para su propia destrucción, y Dios será glorificado tanto en la salvación de su pueblo como en la destrucción de sus enemigos. Después de dar estas instrucciones a Moisés, Dios actúa.

4 - Bajo la protección del Ángel

Versículos 19-31: Las distintas etapas de esta liberación milagrosa reclaman nuestra atención. Primero, el Ángel de Dios se aparta para ponerse «entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel». Así, Dios se pone entre el pueblo redimido por la sangre y sus perseguidores. Porque todo lo que Él es, cada uno de los atributos de su carácter, está a favor del pueblo. Esta multitud con pánico se hallaba bajo la protección del Todopoderoso a pesar de ser el objeto de las burlas de la caballería selecta de Egipto. Antes de poder tocarla, era necesario enfrentar y vencer a Dios mismo. Qué fuerza y qué consolación se hallan en esta preciosa verdad: ¡Dios toma entre manos la causa del más débil de los que están al abrigo de la sangre de Cristo! Satanás puede ordenar todas sus legiones para la batalla y buscar aterrar el alma mediante el despliegue de su poder, pero sus jactancias y sus amenazas pueden ser ignoradas, porque la batalla es de Dios. Entonces, no se trata de lo que somos, sino de lo que Dios es. Notemos que aquel que es por el creyente está en contra del enemigo.

Lo que alumbraba a los hijos de Israel, para Faraón y su ejército eran nube y tinieblas. La presencia de Dios aterró a todos aquellos que no estaban purificados del pecado por la sangre. Así, el campamento de los egipcios fue separado del de Israel, «y en toda aquella noche nunca se acercaron los unos a los otros» (v. 20).

Con esta verdad –Dios por nosotros– plenamente revelada, ¡cuánto más tranquilos y seguros tendríamos que estar! Eliseo conocía el poder de ella cuando, frente a los temores de su siervo, Dios afirmó: «No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos». Entonces, en respuesta a la oración del profeta, se le abrieron los ojos al joven «y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo» (2 Reyes 6:15-17). Lo repetimos, si Dios es por nosotros, lo es únicamente sobre el fundamento de la sangre preciosa de Cristo. Aquí se nos enseña el primer punto: Dios protege a su pueblo del poder de Satanás.

5 - Un paso a través del mar

El segundo punto que hay que hacer resaltar es la división de las aguas del mar Rojo. Moisés debía levantar su vara y extender su mano sobre el mar (v. 16). La vara es un símbolo de la autoridad y del poder de Dios. Delante de ella, las aguas se dividieron. El recio viento oriental fue un instrumento empleado, pero en relación con la orden de Su poder expresado en el empleo de la vara. Así Dios abría un camino a su pueblo a través de la muerte. Por un lado, los ponía al abrigo del poder de Satanás, y, por el otro, los libraba de la muerte por medio de la muerte. He aquí el significado espiritual del mar Rojo –la muerte y también la resurrección– en la medida que el pueblo fue llevado a la otra orilla. Como alguien lo expresó: «En cuanto al significado moral de la figura del mar Rojo, evidentemente representa la muerte y la resurrección de Jesús y de su pueblo en Él, bajo el aspecto del cumplimiento real de la obra, de su propia eficacia bajo el carácter de liberación por redención. Dios actúa haciendo salir, por la muerte, a ese pueblo del pecado y del presente siglo, liberándolo absolutamente tanto de uno como de otro por la muerte en la cual Él había llevado a Cristo; por consiguiente, absolutamente fuera del alcance del enemigo» (J. N. Darby).

Esto se halla ilustrado de una manera hermosa por dos detalles. «Los hijos de Israel entraron por en medio del mar, en seco» (Éxodo 14:22). ¿Por qué? Porque –refiriéndonos a la enseñanza simbólica– Cristo descendió a la muerte y le quitó todo su poder. Por su muerte venció a la muerte y, en la muerte, encontró y abolió todo el poder de Satanás. Por medio de la muerte destruyó al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y libró a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre (Hebr.2:14-15). Toda la fuerza y el poder de la muerte recayó sobre Cristo y, como consecuencia, los creyentes la atraviesan «en seco». Además, leemos que tenían «las aguas como muro a su derecha y a su izquierda» (14:22). No solo la muerte no tenía más poder sobre ellos, sino que también los protegía. De ahí que el mar, al que temían y que parecía entregarlos en manos de Faraón, viniera a ser el medio de salvación. Por él fueron librados de Egipto; en vez de ser su enemigo, vino a ser su aliado.

El bendito cumplimiento que todo esto encontró en la muerte y la resurrección de Cristo debería ser familiar a todo creyente. No solo hemos sido puestos al abrigo del juicio por la aspersión de la sangre, sino por la muerte y la resurrección de Cristo, y por nuestra muerte y nuestra resurrección con Él, hemos sido conducidos fuera de Egipto y liberados del poder de Satanás y de la muerte. Ya hemos pasado de la muerte a la vida; hemos sido arrancados de nuestra antigua condición y puestos sobre un nuevo terreno en Cristo Jesús. Aún podemos hacer un paso más e indicar una aplicación diferente. La muerte, que es la enemiga del pecador, viene a ser la amiga del creyente. Por ella seremos introducidos en la presencia del Señor, si hemos de morir antes de su regreso.

6 - La destrucción de los enemigos

El último punto a señalar es la destrucción de los egipcios. En su temeridad y su presunción audaz, «entraron tras ellos hasta la mitad del mar, toda la caballería de Faraón, sus carros y su gente de a caballo» (Éx. 14:23). Ni siquiera la columna de fuego los detuvo. Con vana confianza en sus propias fuerzas, se precipitaron a un juicio seguro. «Aconteció a la vigilia de la mañana, que Jehová miró el campamento de los egipcios desde la columna de fuego y nube, y trastornó el campamento de los egipcios, y quitó las ruedas de sus carros, y los trastornó gravemente». Se convencieron así de la inutilidad de su rebeldía y quisieron huir, pero era demasiado tarde.

Bajo la orden de Dios, Moisés extendió otra vez su mano sobre el mar, y las aguas volvieron y cubrieron todo el ejército de los egipcios, de manera que «no quedó de ellos ni uno» (v. 28). «Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados» (Hebr. 11:29).

Una solemne lección se enseña aquí: Hacer frente al poder de la muerte sobre la base de la confianza humana es ir hacia una destrucción segura. Solo el pueblo redimido por la sangre puede atravesar con absoluta seguridad. Todos los demás serán indefectiblemente ahogados; no obstante, muchas personas creen poder enfrentar la muerte y el juicio por sus propias fuerzas. ¡Que sopesen la advertencia que se nos da mediante el relato de Faraón y de su ejército! No puede haber liberación fuera de Cristo. Él solo es el camino de salvación, porque solamente él encontró la muerte y la venció. Estuvo muerto, resucitó, vive para siempre y tiene las llaves de la muerte y del hades.

Tres elementos terminan este capítulo. En primer lugar, se repite el hecho de que Israel caminó en seco por en medio del mar, y que las aguas fueron para ellos un muro a su derecha y otro a su izquierda. Se acentúa el contraste entre la salvación de Israel y la destrucción de los egipcios. Entonces, hay solo dos clases de personas: los perdidos (los egipcios) y los salvados (los israelitas). Los primeros fueron tragados en la muerte y en el juicio. Los segundos atravesaron en seguridad, porque estaban protegidos por el valor de la sangre del cordero.

Luego leemos que «salvó Jehová aquel día a Israel de mano de los egipcios» (v. 30). Los había puesto al abrigo del juicio, pero entonces los libró de la mano del enemigo. El poder de este fue reducido a nada, resultando por consecuencia la salvación. El capítulo siguiente mostrará el entero significado de este término; pero notemos que aquí, por primera vez, la palabra «salvación» toma su sentido completo.

Para terminar, se realza el efecto producido en el alma de los hijos de Israel. «Y vio Israel aquel grande hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo». Tal despliegue de poder, de destrucción por un lado y de redención por el otro, tocó sus corazones y produjo en ellos un santo temor. Seguramente que en Egipto también temían a Dios, como a un Juez santo; pero ahora era un temor diferente, suscitado por la manifestación de su poder en milagros, y que los llevaba a considerarlo como su Señor. El temor era resultado de una relación íntima: el temor de desagradar a aquel que era el objeto. Surgía como resultado de reconocer la santidad de Dios en su salvación. El hecho de que creyeron a Dios y a Moisés, su siervo, lo comprueba. El testimonio de lo que Él era y de quién era fue manifestado delante de sus ojos. Lo recibieron, y entonces Dios no solo los eligió para ser su pueblo, sino que ellos también, por la fe, lo reconocieron y lo recibieron como su Señor. Creyeron igualmente a Moisés, su guía establecido por Dios. Fueron efectivamente bautizados en Moisés en la nube y en el mar (1 Cor. 10:2). Se efectuó un trabajo tanto por ellos como en ellos, y tanto el uno como el otro procedían del poder y de la gracia de Dios. Aquel que, de una manera tan maravillosa, los había hecho salir de Egipto y los había conducido a través del mar Rojo, produjo en sus corazones una respuesta a lo que Él era y a lo que había hecho por ellos. La salvación jamás puede ser comprendida ni disfrutada antes que esos dos puntos estén unidos.

Así, la obra sobre cuya base Dios puede salvar a los pecadores, está terminada desde hace mucho tiempo; pero el pecador es salvo solo cuando cree. «De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida» (Juan 5:24).