La justificación


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flag Tema: La justificación, la redención, la vivificación


1 - Cristo, nuestra justicia

«Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros llegásemos a ser justicia de Dios en él» (2 Corintios 5:21).

Cristo es nuestra justicia. En la parábola del hijo pródigo, el padre se lanza al cuello de su hijo arrepentido y lo cubre con besos; luego dice a sus sirvientes: «Sacad ahora mismo la mejor ropa y vestidlo» (Lucas 15:22). Era el vestido más hermoso. Nada podía superarlo. Tenía el mayor carácter posible para adaptarse a la presencia del padre. Sin embargo, hay algo que falta en esta imagen para dar la idea de la plena bendición de la justicia con la que cada creyente está ahora revestido en Cristo. Porque, no solo es llevado al favor del Padre, sino que «nos colmó de favores» en otro –«en el Amado» (Efe. 1:6)– de modo que llegamos a ser «justicia de Dios en él».

Gracias a Cristo, en virtud de su obediencia y de su obra que glorificó a Dios, aquellos por los que sufrió pudieron convertirse en justicia en él, según el pensamiento eterno de Aquel que es «Jehová, justicia nuestra» (Jer. 33:16). Por eso Dios, en su gracia, lo hizo «justicia» para nosotros (1 Cor. 1:30), «por fe y para fe» (Rom. 1:17). No hay paz asegurada para el alma hasta que haya tenido la «justicia de Dios». Él nos justifica «gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús… mediante la fe en su sangre»; esta justicia reconoce a los creyentes como justos en Cristo (3:21, 24-25). ¡De qué manera tan bendita el evangelio de Dios revela la justicia de Dios!

Es agradable saber que Cristo es nuestra justicia, que por una gracia sin igual hemos llegado a ser justicia de Dios en él. Cristo es así nuestra justicia permanente en la presencia de Dios. Él es el testigo siempre presente, no solo de que nuestros pecados han sido expiados con justicia, sino de que él nos ha sido hecho justicia por Dios. Qué descanso para el corazón y qué seguridad para el día del juicio, porque «como él es, así somos nosotros en este mundo» (1 Juan 4:17). Estas verdades tocan nuestros corazones y nos llevan a la alabanza y a la acción de gracias.

H.H. Snell

¡Vivamos entonces más como justos en nuestra vida práctica, de una manera que corresponda a lo que Cristo ha hecho de nosotros!

2 - La justicia de Dios, hermosa vestimenta del creyente

«Dios escogió lo vil del mundo, y lo despreciado, lo que no es, para anular lo que es; para que ninguna carne se gloríe ante Dios. Pero por él sois vosotros en Cristo Jesús; el cual nos fue hecho sabiduría por parte de Dios, y justicia, y santificación, y redención; para que, según está escrito: El que se gloría, que se gloríe en el Señor» (1 Corintios 1:28-31).

Cristo es la justicia del creyente, como también leemos en 2 Corintios 5:21: «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros llegásemos a ser justicia de Dios en él». Cuando no teníamos ninguna justicia ante él, Dios mismo nos proporcionó una justicia, y esa justicia es Cristo crucificado, resucitado y glorificado. Bajo la Ley, Dios exigía la justicia del hombre; con el evangelio, Dios provee la justicia para el hombre. Esto hace una gran y maravillosa diferencia para cualquiera que, con rectitud, lucha y se esfuerza por obtener una justicia por sí mismo ante Dios.

Había una gran diferencia entre el delantal que Adán se hizo y el vestido que Dios le proporcionó (véase Gén. 3). Dios no hizo nada en el primero, y el hombre no hizo nada en el segundo. Simbólicamente, no había nada de Cristo en el primero, y no había nada del hombre en el segundo. El delantal de Adán resultó inútil en la hora de la necesidad. En el momento en que Adán escuchó la voz de Jehová Dios, se asustó y huyó para esconderse. Dijo: «Estaba desnudo» (Gén. 3:10). Realmente sintió la inutilidad del delantal que había hecho, este no podía ni siquiera satisfacer su propia conciencia. Sin embargo, este no fue el caso del vestido de Dios. Entonces Adán ya no se sentía desnudo porque el mismo Dios se lo había puesto. La prenda que llevaba puesta había sido hecha por el mismo Dios. Se basó en el derramamiento de sangre, una verdad de suma importancia, que encuentra su cumplimiento en el sacrificio de Cristo.

La justicia divina descansa sobre la base de la redención cumplida. La cruz es el magnífico fundamento, la verdad central del cristianismo.

C.H. Mackintosh

3 - Justificado por la fe en Cristo, y no por la Ley

«Os habéis separado de Cristo, todos vosotros que os justificáis por la ley; habéis caído de la gracia» (Gálatas 5:4).

La expresión caer «de la gracia» (o caer en desgracia) se usa a veces con un significado muy diferente al que se le da en la Biblia. Los gálatas, a los que se dirige esta expresión, no habían caído en el libertinaje, ni habían abandonado «el camino de la justicia», como una «puerca lavada» volviendo «a revolcarse en el cieno» (2 Pe. 2:21-22); ni tampoco habían negado la fe, sino que adoptaron un rígido legalismo y buscaron la justificación y la santidad a través de la estricta obediencia a la Ley; abandonando así la gracia, en su propia conciencia y experiencia, en favor de la Ley. En sus propios pensamientos ya no se presentaban ante Dios sobre la base de la gracia, sino sobre la base de la Ley; ya no se consideraban como hijos con el Espíritu del Hijo de Dios en sus corazones, sino como esclavos sujetos a reglas. La diferencia entre estas dos situaciones es tan grande que el hecho de dejar una para ir a la otra es una caída.

Por lo tanto, en su propio estado y experiencia, estaban caídos «de la gracia». Sin embargo, su posición ante Dios por gracia era en Cristo, de manera inalterable; es la posición de la que habla Romanos 5:2, si realmente pertenecían al Señor y eran así justificados por la fe.

A la luz de esto, podemos entender mejor la explosión de indignación del apóstol Pablo en Gálatas 1. Llamados por Dios mismo a beneficiar de la gracia de Cristo, los gálatas habían escuchado ahora «un evangelio diferente» (v. 6) basado en la circuncisión, el símbolo de la sumisión a la Ley.

¿Qué pensaría el apóstol Pablo del cristianismo actual? ¿Cuál es el estado del cristianismo moderno a la luz de esta parte de la Palabra en Dios? ¿A cuántos de nosotros podría ser esta locura reprochada? ¿Hemos abandonado la verdad del evangelio para volver a la ley de Moisés o alguna otra ley que, supuestamente, garantizaría nuestra posición ante Dios?

F.B. Hole

4 - Justificados por la resurrección de Cristo

«Jesús, Señor nuestro… fue entregado a causa de nuestras transgresiones, y fue resucitado para nuestra justificación» (Romanos 4:24-25).

¿Cómo sabe el creyente que es justificado? Ciertamente no mirando a sus sentimientos: ¡son tan cambiantes como el viento! Ni mirando a sus oraciones, ni a sus buenas obras: todo lo que hace está marcado por el pecado. Si mira a sí mismo de alguna manera, no podrá encontrar nada que ofrezca una base segura y sólida en cuanto al hecho de que está justificado, es decir, que está tan completamente liberado del pecado, que nada podrá serle puesto a su cargo. ¿Cómo puede un hombre pecador en este mundo saber que está así liberado de todo pecado? Se sorprenderá de la respuesta del creyente, simple, pero segura: Cristo ha resucitado.

Esta afirmación concierne directamente la justificación del creyente, ya que el apóstol Pablo nos dice: «Si Cristo no ha sido resucitado… todavía estáis en vuestros pecados» (1 Cor. 15:17). El pecador salvado cree en el amor mostrado por Dios al enviar a su Hijo para ser el garante del creyente y el que lo representa ante Él. Los ojos del creyente se abrieron para ver a Jesús llevando sus pecados «en su cuerpo… sobre el madero» (1 Pe. 2:24). Sabe que la sangre de Cristo, que es su garante, ha satisfecho completamente todos los requisitos de la santidad divina. Ahora puede decir: Tan seguro como que Jesús fue condenado por mi causa, tan seguro como que fue entregado a la muerte por mis pecados, tan seguro como que Dios lo condenó a la cruz como garante de mis pecados –tan seguro también, Dios lo hizo salir de la muerte para mi justificación.

Ahora bien, Cristo no tenía ningún pecado en sí mismo que requiriera su muerte, por lo tanto, estaba totalmente a nuestro favor. De la misma manera, no tenía ningún pecado en sí mismo del cual debiera ser justificado; por lo tanto, su resurrección también fue enteramente a nuestro favor. Murió como nuestro garante, resucitó como nuestro representante, para que todo lo que Dios le hizo a Cristo en la cruz nos sea conferido a nosotros si creemos. Y lo que Dios hizo a Cristo en su resurrección, se lo hizo a quien nos representa, a nuestro favor.

¡Cristo ha resucitado!

C. Stanley

5 - Vestido con el manto de la justicia

«Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros llegásemos a ser justicia de Dios en él» (2 Corintios 5:21).

Mientras Jesús estaba en la tumba, ¿dónde estaba la justicia? Buscad en toda la superficie de la tierra; ¿dónde se podría encontrar la justicia? En ningún sitio; todos habían pecado. El mundo entero fue encontrado culpable ante Dios. Todo era tinieblas, pecado y muerte. El único justo, estaba muerto en la tumba. Pero mira ahora: la piedra que cerraba la entrada ya no estaba allí; el Príncipe de la Vida había resucitado de entre los muertos. Ahí, y solo ahí, está la justicia, perfecta, brillante, sin mancha. Este Cristo resucitado es vuestro vestido de repuesto, el más bello manto de Dios para usted y para mí. Qué cambio de ropa: mis viejos vestidos, mi viejo yo, son quitados por tu muerte, Señor Jesús. Y tú, Cristo resucitado, eres mi eterna justicia, para brillar para siempre en el esplendor de la gloria de Dios.

No solo Dios nos ha encontrado en su infinita gracia, sino que nos ha provisto de un manto de justicia, que nos hace dignos de estar en su santa presencia. Es lo que nos muestra la tercera parábola de Lucas 15: no solo el padre se arroja alrededor del cuello del hijo pródigo y lo cubre con besos, sino que se le trae «la mejor ropa», junto con el anillo y las sandalias (v. 22) –todo está listo para el regocijo. Vestido con harapos, el hijo pródigo no habría podido ser feliz en la casa de su padre. Los redimidos no podrían ser felices en la presencia de Dios, con los harapos de sus esfuerzos para justificarse.

Dios le ha dado al creyente «la mejor ropa», una justicia mejor que la de Adán en la inocencia; mejor que la de los más altos ángeles. Adán fracasó, ángeles también fracasaron y perdieron su posición, pero Cristo resucitado no puede jamás fracasar; ninguna mancha puede contaminar esta ropa de incomparable justicia dada al creyente. Dios ha establecido a Cristo como nuestra justicia: «Por él sois vosotros en Cristo Jesús; el cual nos fue hecho sabiduría por parte de Dios, y justicia, y santificación, y redención» (1 Cor. 1:30). Tan cierto como que Cristo por nosotros fue hecho «pecado», –es decir, por todos los creyentes–, nos hemos convertido en «justicia de Dios en él».

C. Stanley

6 - ¿Justificado por la fe y/o por las obras?

«Abraham, nuestro padre, ¿no fue justificado por obras al ofrecer a su hijo Isaac sobre el altar? Ves que la fe actuaba con sus obras, y por las obras la fe fue hecha perfecta. Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios» (Santiago 2:21-23).

En Romanos 4 leemos que Abraham fue justificado por la fe. Por lo tanto, es bastante embarazoso escuchar a Santiago decir que Abraham fue justificado por las obras. ¿Pueden estas declaraciones ser ciertas las dos? Sí, lo son. Encontramos la respuesta en Romanos 4: «Si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué glorificarse; pero no ante Dios» (v. 2). Dado que Abraham no puede glorificarse ante Dios, ¿entonces ante quién puede glorificarse? Él puede glorificarse ante los hombres. La Epístola a los Romanos habla de la justificación ante Dios, la justificación de Santiago ante los hombres.

Dios ya había contado la fe de Abraham como justicia incluso antes de ofrecer a Isaac. Encontramos esto en Génesis 15: «Creyó a Jehová, y le fue contado por justicia» (v. 6). Más tarde, en Génesis 22, encontramos el relato del sacrificio de Isaac. Este relato demuestra a todos los que lo escuchan que Abraham tenía una fe incuestionable en Dios. La obra de Abraham, ofreciendo a su único hijo, lo justificó ante los hombres mostrando la realidad de su fe en Dios.

La Epístola de Santiago nos dice: «Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin las obras, y yo por mis obras te mostraré mi fe» (2:18). Este es el rasgo característico de esta epístola: ¡muéstrame, y yo te mostraré!

Dios no necesita ver nuestras obras para saber si tenemos fe o no. La fe es el vínculo vital de nuestra relación con Dios, pero la fe no es una cosa inactiva, estéril. Por el contrario, su verdadero carácter es producir buenas obras para Aquel que es nuestro Salvador; entonces serán un testimonio, visible para los que nos rodean, de la realidad de nuestra fe.

L.M. Grant