Mirra, aloe y casia


person Autor: Pierre COMBE 19

flag Tema: Sus glorias morales, las ofrendas y los perfumes


1 - Los tipos (o figuras) y su interpretación

El Señor nos exhorta a examinar las Escrituras porque son las que dan testimonio de él. Así, los muchos tipos que contiene la Palabra ponen ante nosotros los diversos aspectos de la persona del Señor Jesús, su obra gloriosa y magnífica y los resultados de la misma. Estas figuras también nos enseñan grandes principios divinos sobre los consejos y los caminos de Dios. La elocuencia y la riqueza de tal lenguaje no debe ser descuidada.

Es importante, sin embargo, en la búsqueda del significado de los tipos, permanecer simple acerca de Cristo, siendo conscientes de que cualquier interpretación debe estar de acuerdo con el pensamiento de Dios y fluir de la enseñanza de la Palabra. Un espíritu humilde, sumiso y dependiente, será preservado de lo que es solo imaginación y fantasía que no puede convenir a la dignidad de la Palabra de Dios. Dado que un mismo tipo puede tener un significado diferente, incluso opuesto, según el pasaje en que se encuentre, debe considerarse sin aislarlo de su contexto. Por ejemplo, el león mencionado en Apocalipsis 5:5 nos presenta la realeza de Cristo, mientras que en 1 Pedro 5:8 es una imagen de Satanás. De la misma manera, la serpiente de bronce, en Números 21:9, es una figura del Señor levantado en la cruz y hecho maldición por nosotros, liberando de la mordedura mortal del pecado a todos los que lo miran, mientras que en Apocalipsis 12:9 la antigua serpiente es Satanás, el engañador de toda la tierra habitada. Podríamos multiplicar los ejemplos hablando de la lluvia, como imagen de la bendición o del juicio, de los ríos, figuras de la bendición o de la muerte, etc.

2 - Varias clases de tipos

Sin ampliar este vasto tema, que no es el objeto de estas pocas líneas, señalemos simplemente que los tipos pueden dividirse en cuatro categorías principales: las personas, los sacrificios, los eventos y las cosas.

2.1 - Las personas

El aspecto típico de muchos personajes bíblicos es más o menos completo, más o menos duradero. Ya sea que consideremos a Adán como cabeza de raza o esposo de aquella que es hueso de sus huesos y carne de su carne, a Isaac ofrecido en la montaña de los consejos de Dios, a José como el que fue puesto aparte de sus hermanos, a David el rey rechazado o a Salomón rey de gloria, los tipos más elocuentes están siempre por debajo de la medida perfecta del Antitipo que prefiguran.

2.2 - Los sacrificios

Los sacrificios que nos presentan los diversos aspectos de la obra de Cristo son el tema principal del libro de Levítico, que se abre con la mención del holocausto. El orden de los primeros capítulos de este libro enfatiza el hecho de que Cristo se ofreció a sí mismo en primer lugar a Dios sin mancha (Hebr. 9:14). Con una sola ofrenda, satisfizo el corazón de Dios y respondió a las demandas de su justicia y de su santidad, así como a las necesidades de su criatura caída en el pecado. En general, el lenguaje de los sacrificios se detiene en la muerte. Nuestra parte actual es considerar por la fe al Señor resucitado, sentado a la derecha de la Majestad.

2.3 - Los eventos

Los eventos también tienen enseñanzas maravillosas. La Pascua, el mar Rojo, el río Jordán, las fiestas levíticas y muchos otros eran demostraciones anticipadas de cosas futuras. Pablo, escribiendo a los corintios, les dijo: «Estas cosas les acontecían como ejemplos, y fueron escritas para advertirnos a nosotros, para quienes el fin de los siglos ha llegado» (1 Cor. 10:11). Así que no hay ninguna duda en cuanto al significado y a las enseñanzas que las circunstancias experimentadas por el pueblo de Israel tienen para nosotros.

2.4 - Las cosas

Las cosas también tienen su significado. Muchas de las que se mencionan en la Palabra nos hablan de Cristo, tanto la más pequeña como la más grande, las más débiles como las más fuertes. Así, el grano de trigo y el sol, la caña y la roca dan imágenes de su adorable Persona.

3 - Doce perfumes

Los doce perfumes que mencionan las Escrituras ocupan un lugar especial.

3.1 - El aceite de la unción

Como se ha recordado recientemente, cuatro de ellos, la mirra, la canela aromática, la caña aromática y la casia son los aromas utilizados en la composición del aceite de la unción santa con que se hizo aspersión sobre Aarón y sobre sus hijos, así como sobre el Tabernáculo y sobre su contenido. En esto tenemos una hermosa imagen de la unción del Espíritu Santo, ese precioso aceite rociado sobre la cabeza de Cristo (Hec. 2:33) y que baja por el borde de sus vestiduras, su testimonio (1 Juan 2:20).

3.2 - El incienso compuesto

Otros cuatro perfumes, estacte, uña aromática, gálbano aromático e incienso puro, componen el incienso que, triturado muy finamente, era puesto delante del testimonio en la tienda de reunión (Éx. 30:34-36). Este perfume muy santo, consagrado a Jehová, es una figura de la intercesión de Cristo ante Dios en favor de los suyos, en virtud de la excelencia de su persona y de la perfección de su obra. También es una expresión de la adoración del creyente, de la que Cristo es la sustancia.

3.3 - El «Jardín» de los perfumes

Quedan otros cuatro perfumes, nardo y azafrán, caña aromática y canela, que encontramos entre otros en el Cantar de los Cantares (4:14), un libro que fue llamado con razón el jardín de los perfumes.

4 - La mirra, el aloe y la casia

Consideremos ahora tres de estos perfumes, que forman un conjunto notable en relación con la persona del Señor: la mirra, el aloe y la casia.

4.1 - La mirra

La mirra, es una resina resultante de una lesión en la planta que la produce, nos habla de sufrimiento. Frecuentemente mencionada, ya está presente en el nacimiento del Salvador. En Mateo 2:11, leemos que los magos, habiendo entrado en la casa, vieron al niño pequeño con María su madre; e inclinándose ante él, le rindieron homenaje; y habiendo abierto sus tesoros, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra. Oro, un obsequio digno de un rey, mencionado en este evangelio que presenta al Señor como tal. El incienso, la imagen de la oración, de la intercesión, es ofrecido al Hijo de Dios, quien, siendo en forma de Dios, no consideró como cosa a aferrarse de ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose a semejanza de los hombres; y, siendo hallado en figura como un hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil. 2:6-8).

La mirra, una ofrenda que prefigura lo que sería la parte del hombre de dolor. Incomprendido, despreciado y rechazado, sufrió durante su vida de tres diferentes maneras. Estamos llamados a considerar a aquel que soportó la contradicción de los pecadores contra sí mismo, el único justo entre los injustos, y en esto conoció el sufrimiento por la justicia. También sufrió en simpatía, llevando nuestras enfermedades y sufriendo nuestros dolores (Is. 53:4). Viendo las multitudes, cansadas y dispersas como ovejas sin pastor, se sintió conmovido por la compasión (Mat. 9:36). Poniendo sus dedos en los oídos de un sordo y tocando la lengua de uno que hablaba con pena, mirando al cielo, suspiró (Marcos 7:32-34). Al ver a María y a los que estaban con ella sumidos en el sufrimiento después de la muerte de Lázaro, considerando a su criatura en la tumba, sufriendo las consecuencias del pecado, Jesús se estremeció en espíritu, se conmovió y lloró (Juan 11:34-35).

El Señor habiendo conocido el sufrimiento como hombre perfecto en la tierra, puede ahora, como sumo sacerdote que cruzó el cielo, simpatizar con nuestras enfermedades (Hebr. 4:15). En una consagración que va a la muerte y que está tipificada por las pieles de carneros teñidas de rojo (Éx. 26:14), el Señor afirmó su rostro para ir a Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados (Lucas 9:51 y 13:34). La sombra de la cruz y todo lo que implicaba para su alma santa se cernía sobre su camino, produciendo un sufrimiento por anticipación, cuya intensidad se describe particularmente en el huerto de Getsemaní. Allí, en el ardor del combate, pero en perfecta sumisión, pidió tres veces si era posible que esta copa de la ira de Dios contra el pecado pudiera pasar de él. Es solo en adoración y a un tiro de piedra que consideramos tales momentos en los que su sudor se convirtió en gotas de sangre que caían en la tierra.

Sin embargo, por muy ardientes que fueran los sufrimientos del Señor durante su vida, tipificados por la ofrenda de torta en sus diversas preparaciones, no podían eliminar ni un solo pecado. Por lo tanto, no se pueden confundir con los sufrimientos expiatorios que solo conoció en la cruz durante las tres horas de tinieblas. En la soledad absoluta, abandonado por todos y por su propio corazón, fue abandonado por su Dios, cuya voluntad cumplió perfectamente (Sal. 69:20; Sal. 22:1; Sal. 40:12). Según la figura que se muestra en Jueces 6:40, la sequía estaba solo en el vellón esa noche, por lo que el rocío de bendición estaba sobre toda la tierra. En aquellas horas en que el sol se oscureció por las grandes tinieblas que cubrían toda la tierra, el santo y el justo fue hecho pecado, la espada desnuda golpeó al pastor entre el cielo y la tierra (1 Cr. 21:16; Zac. 13:7). Al final de estas, el «hermoso» precio pagado, el pecado siendo condenado, habiendo hecho por sí mismo la purificación de los pecados, el Hijo de Dios sella su propia obra diciendo, «Cumplido está» –después de lo cual él mismo desprende su espíritu de su cuerpo, según su poder y el mandamiento de su Padre (Juan 19:30; 10:18).

En el libro del Cantar de los Cantares encontramos siete veces la mención de la mirra, en relación con la amada o la sulamita. Aquel de quien el nombre es como un ungüento derramado es comparado con un manojo de mirra y sus labios la destilan (1:13 y 5:13). Viendo a la que ama dormida, aunque su corazón estaba despierto, le habla y luego se acerca a ella para mover «sus entrañas», su ser interior. ¿No es esta somnolencia una imagen de la decadencia de la Iglesia por la cual se entregó, pero que pronto abandonó su primer amor, así como de nuestros corazones dormidos, tan poco sensibles a la dulzura de las relaciones en las que somos introducidos por gracia? Aunque dejado fuera, con la cabeza bañada de rocío, el Amado habla con amor al objeto de su corazón. La llama sucesivamente mi hermana, aquella con la que las relaciones no están rotas, mi amiga, evocando con este título la cercanía y la dulzura de estas relaciones, luego la llama mi paloma, mi perfecta, según lo que ella es para él y en él, pura y sin mancha. Desea reavivar el afecto de aquella que le ha arrebatado el corazón, recordándole el poder de su brazo y el amor de su corazón. Para ello, deja la mirra clara en las manijas de la cerradura. Cuando ella abre, conmovida por este testimonio de sus sufrimientos, desea encontrar a aquel de quien se ha distanciado.

Pero se ha retirado, ha ido más allá. Su alma no se ha mantenido despierta por su voz, lo busca, lo llama, pero sin encontrarlo. Solo a través de una dolorosa disciplina y por el despojo que hace de ella la más bella de las mujeres, se restablece la comunión. Entonces ella puede hablar abundantemente de la belleza de su amado como de aquel cuya persona entera es deseable. El Señor desea reflejarse en los suyos y, viniendo a su jardín cerrado que es solo para él, a este manantial cerrado y a esta fuente sellada donde solo deben fluir afectos no mezclados, es para recoger, dice: mirra con mis aromas, comer mi panal con mi miel, beber mi vino con mi leche (Cant. 4 y 5). ¡Qué enseñanzas! Velemos con oración para no dejarnos vencer por el sueño espiritual que nos oculta su belleza y priva al Señor de lo que tiene derecho a encontrar en nosotros. Que la palabra de Dios habite en nosotros ricamente; meditémosla, movidos por el deseo de conocerle, y el poder de su resurrección, y la comunión de sus sufrimientos. Es en la medida en que estemos llenos de la fragancia de su persona, que seremos a su vez la fragancia de Cristo para Dios, en cuanto a los que se salvan y a los que perecen (2 Cor. 2:15).

4.2 - El aloe

La mirra nos habla de sufrimiento, el áloe es el perfume que se desprende de la muerte del Señor. Estos dos perfumes se mencionan a menudo juntos, porque el sufrimiento y la muerte de Cristo no pueden disociarse. Constituyen un tema de contemplación y de adoración, presente y eterno. Después de la muerte del Señor, José de Arimatea, un discípulo en secreto, un consejero honorable, un hombre rico, de bien y justo, y Nicodemo, un discípulo temeroso que no había seguido a Jesús mientras vivía, traen una mezcla de mirra y aloe de unas cien libras (Juan 19:38-40; ver también 2 Cr. 16:14). Estos dos hombres, despertados por la iniquidad de su nación, pero preparados para este servicio especial en el tiempo señalado por Dios, son una imagen del Israel arrepentido, los últimos, en el orden de la fe, lento de corazón, pero que honoran al que fue traspasado. De la nueva tumba en la que se encuentra el cuerpo del Hombre perfecto, que ya no es hecho pecado, surge la fragancia de la mirra y el aloe. Mientras que el primer hombre fue colocado en el primer jardín que Jehová plantó en el Edén (Gén. 2:8), en el segundo jardín y en un nuevo sepulcro descansa el cuerpo del segundo hombre (Juan 19:41) en el que la plenitud se complació en habitar y del que el espíritu profético podía decir: «No dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción» (Sal. 16:10). ¡Qué contraste con Lázaro en la tumba, de quien Marta dice: «Ya hiede»!

En Números 24:6 como también en el Cántico de los Cánticos 4:14, el pueblo de Dios es visto como árboles de aloe que el Señor ha plantado, plantas que son como un paraíso de árboles de incienso, de mirra y de aloe con todas las principales especias. ¿No son los que el Señor ha plantado en su casa el fruto del divino grano de trigo que cayó en la tierra? Si morimos con él, también vivimos con él (2 Tim. 2:11). Que de nuestra vida se desprenda tal aroma para su gloria, llevando siempre en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús para que la vida de Jesús también se manifieste en nuestra carne mortal (2 Cor. 4:10).

4.3 - La casia

Si el aloe, junto con la mirra, evoca la muerte del Señor y las consecuencias para los suyos, un tercer perfume añadido a este maravilloso conjunto nos habla entonces de una escena de gloria: es la casia. En el versículo 8 del Salmo 45 leemos: «Mirra, aloe y casia exhalan todos tus vestidos; desde palacios de marfil te recrean». También entrando en la composición de la unción santa, la casia es la expresión de Aquel que es más bello que los hijos de los hombres, cuya persona entera es deseable. Cesia (casia) fue el nombre dado a una de las tres hijas de Job, conocidas por su belleza (Job 42:14). Así, la casia, que proviene de un árbol grande y hermoso, no es el lenguaje de Cristo sufriendo y muriendo en la cruz, sino del Hijo del hombre apareciendo en toda su gloria, para establecer su reinado. Entonces se cumplirá el Salmo 24: «Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria» (v. 7-10).

A través del estrado que Dios Padre se complacerá en preparar poniendo a los enemigos del Hijo bajo sus pies, él accederá a su propio trono para establecer su reino de justicia y ejercer su sacerdocio real según la analogía de Melquisedec. Él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y será sacerdote en su trono (Zac. 6:13). Tal será el triunfo del Hombre Cristo Jesús a quien Dios se complace en honrar, cuya imagen tenemos en José vestido de lino finísimo, ante el cual gritaban «Doblad la rodilla», como también en Mardoqueo vestido con la vestimenta azul y blanca real, una gran corona de oro y un manto de lino y púrpura (Gén. 41:43; Ester 8:15).

Pero en la gloria el recuerdo de su sufrimiento y de su muerte subsiste. Por eso el citado pasaje del Salmo 45 reúne los tres perfumes: mirra, aloe y casia. Tenemos una figura muy elocuente de esto en el transporte del altar de bronce en Números 4:13-14. Después del sacrificio, el altar se cubría con una sábana púrpura sobre la que se colocaban todos los instrumentos que se habían usado para el servicio: las paletas, los garfios, los braseros y los tazones, todos los utensilios del altar. Luego se extendía una manta de pieles de tejones sobre todo. La púrpura, como sabemos, nos habla de la gloria real que sigue al sufrimiento; así que no es sin razón que los utensilios eran colocados sobre la sábana púrpura, y no debajo de ella. Esta precisión está en perfecta concordancia con el Salmo 45 y demuestra el recuerdo imborrable de la obra de redención cuyos signos son visibles en la gloria. Cuando el Señor resucitado vino y se puso en medio de los suyos, les trajo la paz que había hecho a través de la sangre de su cruz y les mostró sus manos y su costado (Juan 20:19-20). De la misma manera, cuando el Señor resucitado se presenta personalmente a los suyos en Zacarías 13:6, lleva en su cuerpo glorificado las marcas de su sufrimiento y de su muerte. A la pregunta de los que lo contemplan: ¿Qué son esas heridas en tus manos? puede responder: Las que me hirieron en la casa de mis amigos. En efecto, tal fue la parte de Aquel que el hombre adquirió como esclavo desde su juventud y que vino a arar la tierra, sometiéndose voluntariamente a la condición asignada al hombre como resultado de su desobediencia.

Cuando lo contemplemos, rodeándolo entonando el nuevo cántico, proclamaremos la dignidad del Cordero que fue inmolado (Apoc. 5:9). Nuestra actividad perfecta y eterna será adorar a Aquel que sufrió por nosotros en la carne (1 Pe. 4:1), que murió y vive por los siglos de los siglos (Apoc. 1:18), a quien Dios Padre ha coronado con gloria y honor (Hebr. 2:7).

5 - Conclusión

Alimentémonos, como Jeremías, de las Escrituras, y dejemos que su meditación deleite nuestros corazones (Jer. 15:16). Mientras esperamos ser semejantes a él y verlo tal como es, nuestra parte presente es contemplar la gloria del Señor por la fe, a cara descubierta. Por eso, hermanos santos, participantes en el llamado celestial, consideremos al apóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión, Jesús, Aquel que, fue hecho tanto superior a los ángeles, cuanto ha heredado un nombre más excelente que ellos. El resultado será una «transformación en la misma imagen» y la gracia de reproducir sus caracteres en nuestra conducta en la tierra.

Entonces, el Amado recogerá su mirra y sus aromas en su jardín, es decir, en el corazón de aquellos cuyos afectos están ligados a su Persona cuyo nombre es un perfume derramado.

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1972 (págs. 152-187)