Índice general
La pereza espiritual
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1 - El peligro actual de la pereza espiritual
En estos últimos días, un peligro muy real amenaza a los hijos de Dios, uno que es más insidioso, y por lo tanto más peligroso. Se trata de la pereza espiritual. En el pasado, confesar a Cristo significaba perder todas las posesiones, incluso la vida misma, y este peligro apenas existía. Para el creyente, el riesgo era tan real y tan grande que era consciente de esta amenaza antes de testificar. Pero en la cristiandad actual, en general, todo eso es cosa del pasado, cada uno piensa y cree como quiere, y nadie le hace caso. Ahora que prácticamente ha cesado la persecución, ¿cómo es que encontramos tan pocos cristianos, como el apóstol Pablo, dispuestos a dejarlo todo para «ganar a Cristo»? (Fil. 3:8).
Tantas personas comenzaron su camino cristiano llenas de celo, y muy deseosas de trabajar por Cristo, pero poco a poco el primer amor fue decayendo, y poco a poco les venció el sueño, y finalmente se contentaron con vivir, con una vida exteriormente irreprochable sin duda, pero sin un verdadero “corazón por Cristo”.
Él ya no es el único objeto de sus afectos, y a veces es difícil percibir alguna diferencia entre ellos (por muy verdaderos creyentes que sean) y los hombres del mundo. ¿No puede encontrarse la causa de esta triste decadencia en la “pereza espiritual”?
El Espíritu de Dios no ha dejado de tener en cuenta este grave peligro, pues solo en el libro de los Proverbios encontramos unos 18 versículos que hablan de la pereza y de sus efectos, y ¿cuántas veces se exhorta al creyente, directa o indirectamente, a ser diligente y laborioso?
2 - El descuido de la oración
Pero ahora veamos si no podemos encontrar cuál es, en la vida cristiana, la primera causa, o el germen, de esta terrible enfermedad espiritual, que mina la vida misma del creyente, y destruye por completo todo verdadero testimonio para Cristo. Creo que el principio de toda decadencia es la negligencia en la oración. En casi todas las Epístolas encontramos que el Espíritu de Dios subraya la gran importancia de la oración con palabras como: «Perseverad en la oración»; «Orando mediante toda oración y petición»; «Velad en oración»; «Orad sin cesar»; «Dad a conocer a Dios vuestras demandas» (vean Col. 4:2; Efe. 6:18; 1 Pe. 4:7; 1 Tes. 5:17; Fil. 4:6). Leemos que nuestro bendito Señor, durante los 3 años y medio de su ministerio público, estuvo constantemente en oración, y en una ocasión se nos dice que pasó toda la noche orando a Dios. Y en la noche en que fue traicionado, en el monte de los Olivos, oró una y otra vez, hasta que finalmente, estando en agonía, oró más fervientemente, y su sudor era como coágulos de sangre que caían en la tierra (Lucas 22:44). Si este hombre bendito, el hombre sin pecado, nuestro gran ejemplo, comprendió así la necesidad de la oración, ¡cuán grande debe ser nuestra necesidad!
3 - El descuido de las Escrituras
El siguiente paso en el camino hacia la caída será el descuido de las Escrituras. Cuando, después de la muerte de Moisés, Jehová instruyó a Josué sobre cómo conducir al pueblo a la tierra, le dijo: «Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él» (Josué 1:8). Además, se ordenó que, en los días venideros, cuando el pueblo deseara establecer un rey semejante a las naciones que lo rodeaban, este rey debía ser un hombre elegido por Dios, y que cuando se sentara en el trono del reino, él mismo debía escribir una copia de la Ley; y debía estar con él, para que pudiera leerla todos los días de su vida, y así aprender a temer a Jehová su Dios (Deut. 17:14-20). A lo largo de la Ley y los Profetas se menciona continuamente la Palabra de Jehová, mientras que los Salmos nos recuerdan constantemente la bendición que resulta del estudio y la meditación de los estatutos y testimonios de Dios. Cuando nuestro bendito Señor fue tentado por el diablo, le salió al encuentro y lo venció con la espada del Espíritu, la sola Palabra de Dios. Cuando los escribas y fariseos se le opusieron, su respuesta invariable fue: «Erráis, no conociendo las Escrituras» (Mat. 22:29).
El apóstol Pablo escribió a Timoteo: «Desde la niñez conoces las Santas Escrituras, que pueden hacerte sabio» (2 Tim. 3:15). El apóstol Pedro, en su Primera Epístola, dice: «Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, para que por ella crezcáis» (1 Pe. 2:2-3). Y más adelante, escribiendo a los que «han recibido una fe tan preciosa como la nuestra» (2 Pe. 1:1), les advierte seriamente del peligro de aflojar en el camino cristiano, para que no se vuelvan ociosos y estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, y trata de estimularlos recordándoles estas cosas.
4 - La conformidad con el mundo
Estos pocos ejemplos nos muestran la suprema importancia de leer y meditar en las Sagradas Escrituras, es decir, en la Palabra de Dios; porque el descuido de estas cosas conducirá gradualmente al alma perezosa a la tercera etapa de la decadencia, a saber, la conformidad con el mundo, y la pérdida de esa separación en la que las Escrituras insisten tan fuertemente. Sería fácil citar muchas Escrituras para probar esto, pero apenas es necesario.
Añadiré solo 1 o 2 frases de Juan 17: «No son del mundo, como yo no soy del mundo» (v. 14, 16). «Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre» (v. 11). Queridos hermanos y hermanas, estamos ya en los últimos días, y resuenan cada vez con mayor claridad en nuestros oídos las palabras de nuestro santísimo Señor: «Vengo pronto» (Apoc. 3:11). Prestemos, pues, más seria atención a lo que nos dice su amado discípulo Juan: «Y ahora, hijitos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos confianza y no seamos avergonzados por él [1] en su venida» (1 Juan 2:28).
[1] O: ser echados de delante de él.
Este pensamiento estaba también en Cristo Jesús.
«Haya, pues, en vosotros este pensamiento que también hubo en Cristo Jesús» (Fil. 2:5). ¿Cuál era el espíritu que también estaba en Jesús? Siempre se humilló… Cuanto más se humillaba, más pisoteado era… Se humilló… hasta que no pudo ir más abajo, hasta el polvo de la muerte… ¿Están ustedes satisfechos de hacer esto? ¿Están satisfechos con tener el espíritu que había en Cristo Jesús, satisfechos con estar siempre pisoteados?