El evangelio del gozo
Lucas
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(Fuente autorizada: creced.ch – Reproducido con autorización)
Llamamos al evangelio de Lucas así, aunque también se encuentran en él muchas situaciones dolorosas. Es por excelencia el evangelio humano, el evangelio del Hijo del hombre, un hombre como nosotros, aunque sin pecado, que simpatiza con todo lo que aflige a los hombres, y se adapta a todas sus necesidades. Aquel que «el Espíritu del Señor… ha ungido» anuncia «buenas nuevas a los pobres» (Lucas 4:18). Dice a los que lloran: «reiréis» (6:21). Jesús, entre los hombres, es la fuente de gozo que brota en el valle de las lágrimas. Nos hace pensar en el apóstol Pablo cuando dijo a los filipenses: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (4:4).
Seguramente no es sin significado que el autor inspirado de este evangelio sea Lucas, el compañero de Pablo, quien acompañó al gran apóstol a lo largo de sus viajes y trabajos, siguiéndole día tras día, y siendo testigo de todo tipo de tribulaciones por las cuales el Señor hizo pasar a su siervo para que aprendiera a contentarse, cualquiera fuese su situación (4:11). Estuvo con él en sus cautividades (Col. 4:14) y, al finalizar la última, Pablo puede testificar: «Solo Lucas está conmigo» (2 Tim. 4:11). Lucas sabía mejor que nadie, por haberlo visto, cómo un cristiano puede regocijarse siempre en el Señor, tanto en medio de un naufragio como en el fondo de una celda. El Espíritu Santo se sirvió de él para escribir un evangelio, ¿cómo nos extrañaríamos de encontrar algo de Pablo y de «su» evangelio?
En el evangelio de Lucas los relatos tristes no faltan. Las miserias corporales y morales ligadas a nuestra condición pecadora se presentan con un acento particular. Multitudes de enfermos y lisiados se encuentran allí, en eventos narrados también por los otros evangelios, pero con algunos trazos particulares del estilo de Lucas, que hacen resaltar de manera punzante o desesperante los sufrimientos humanos. La mujer que tenía un flujo de sangre desde hacía doce años había gastado todos sus bienes en médicos sin ser curada por ninguno (8:43); el joven lunático era el hijo único de un padre afligido (9:38); también la hija de Jairo era hija única (8:42); y la viuda de Naín también tenía un hijo único (7:12). El esclavo enfermo del centurión era uno «a quien este quería mucho» (7:2). Solamente Lucas presenta también a gran multitud del pueblo y de mujeres que durante la crucifixión de Jesús se golpeaban el pecho y lloraban, habiendo perdido toda esperanza (23:27, 48). Y Jesús mismo es señalado de manera más notable que en los otros evangelios como «pobre» (8:3; 9:58). Lucas solo lo muestra llorando sobre Jerusalén. ¡Y de qué manera –con rasgos que no se encuentran en ningún otro lado–, describe los terribles efectos de la agonía sobre su cuerpo humano: «su sudor como grandes gotas de sangre»! (22:44).
Por otro lado, podemos notar que en las parábolas de este evangelio vemos a los hombres intentando prevenir el pesar, juntando bienes, haciendo buena vida, engañando a los demás, pero todo esto sin resultado sino haciendo su fin aún más terrible.
Entonces, ¿hay solo penas y llantos aquí abajo?
¡No! «He aquí os doy nuevas de gran gozo» (2:10). Tal es el nuevo tema traído del cielo. Esta magnífica declaración de los ángeles llena todo el evangelio de Lucas, confiriéndole ese carácter particular. El mundo no quiere recibir esta buena nueva, pero aquellos que se acercan a Jesús con fe participan del gozo que hacía exultar a los ángeles (v. 13).
En realidad, encontramos en este libro unas veinte veces la palabra «gozo» o «regocijarse», y más de una vez se emplea «gran gozo». El ángel, respecto al nacimiento de Juan el precursor, dice a Zacarías: «Tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento» (1:14). Aún en el vientre de su madre, Juan salta de alegría al oír el saludo de la que será la madre de su Señor (v. 44), mientras que el espíritu de esta «se regocija» (v. 47). Las «nuevas de gran gozo», proclamadas en ocasión del nacimiento de Jesús, conmueven a los pastores, a Simeón, a Ana y a todos aquellos que esperaban la redención (2:38). Sin duda, «una espada traspasará tu misma alma» (v. 35) se le dice a María; también Jesús anunciará a sus discípulos que los hombres los azotarán y los apartarán de su sociedad, pero a través de todas esas cosas, les dice: «Gozaos en aquel día, y alegraos» (6:23). «Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis» (v. 21). Se trata de un gozo profundo y seguro, el de la recompensa celestial futura, y desde ahora el gozo del favor de Dios. Los ejercicios profundos que acompañan la entrada en ese reino divino (véase Hec. 14:22) son muy diferentes de la alegría superficial, pero efímera, despertada por la predicación de la Palabra en corazones livianos (Lucas 8:13).
Hasta el gozo de un servicio activo puede ser causa de decepción (10:17), pero para el que sabe que su nombre está escrito en los cielos, ¡qué gozo! (v. 20). El mismo Jesús, «en aquella misma hora… se regocijó en el Espíritu» y alabó al Padre porque estas cosas estaban escondidas a los sabios e inteligentes y fueron reveladas a los niños (v. 21). Es el mismo gozo del cielo, el de Dios y de su casa, evocado de manera incomparable en las parábolas de Lucas 15. El gozo del pecador salvado hace eco en la tierra, y es el gozo de Zaqueo que recibe en su casa al Salvador, al Hijo del hombre que vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (19:10), mientras que aquel que prefirió sus bienes terrenales, y no a Jesús, «se puso muy triste» (18:23). Un poco más tarde, la multitud de los discípulos es transportada de gozo cuando Jesús entra en Jerusalén (19:37).
¡Qué gozo, al fin, cuando, cumplido «el padecimiento de la muerte» (Hebr. 2:9), la resurrección disipa todas las sombras! «De gozo» los discípulos no se atreven a creer cuando ven al Señor (Lucas 24:41). Él les quita toda duda, los instruye, de manera que, cuando llega el momento de dejarlos para ser elevado al cielo –lo cual hace bendiciéndolos–, «con gran gozo» los discípulos vuelven a Jerusalén para estar «siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios» (v. 52-53).
«Regocijaos en el Señor siempre» (Fil. 4:4). Con él, sin duda, pero en él. Porque estuvo aquí abajo, porque está en el cielo, porque volverá, hay gozo en el cielo, y gozo en la tierra. El gozo del cielo es puesto en el corazón de aquellos que están todavía sobre la tierra donde las pruebas, que no faltan, vienen a ser motivo de gozo (Sant. 1:2). «Como entristecidos, mas siempre gozosos» dice el apóstol de él mismo y de sus imitadores (2 Cor. 6:10). Así lo vio su «amado» compañero (Col. 4:14), el evangelista del gozo.