Los filisteos le echaron mano, y le sacaron los ojos… y le ataron con cadenas para que moliese en la cárcel.
La gran caída de Sansón, debido a su alejamiento de Dios, fue profunda. Sansón, cuyo nombre significa semejante al sol, terminó trabajando para los enemigos de Dios en la oscuridad y ceguera de su nazareato perdido.
Antes de Sansón, las Escrituras hablan tan solo de una prisión. José fue encarcelado por su firme consagración a Dios y su determinación de no pecar contra él. Aunque sufrió grandemente, su compromiso lo llevó a la victoria. Sin embargo, Sansón nos presenta un contraste lamentable. La prisión de José es un símbolo de victoria, mientras que el encarcelamiento de Sansón nos habla de una derrota total. Los deseos desmedidos de Sansón lograron lo que una multitud de filisteos y todas sus astucias no pudieron. Aquel que había liberado a sus hermanos de los filisteos ahora era esclavo de ellos. El nazareo de Dios se convirtió en esclavo del diablo. Aquel que en una ocasión se echó al hombro las puertas de Gaza y las dejó en la cumbre de un monte, ahora era llevado cautivo a través de ellas; aquel que antes hizo temblar y huir a sus enemigos, ahora era un juguete delante de ellos (v. 25) en el festival del dios filisteo.
Las hazañas de Sansón nos enseñan lo que uno puede lograr en dependencia de Dios, pero su fracaso posterior nos advierte de lo que puede suceder si confiamos en nosotros mismos y vivimos en independencia de Dios. Para evitar una derrota similar, debemos recordar que nuestra verdadera fuerza reside en la dependencia de Dios y el juicio propio. Sansón no fue vencido por la fuerza de los filisteos, sino que sus propias seducciones lo desviaron del camino de la consagración a Dios. No fue vencido por temor a sus enemigos, sino por las seducciones y artimañas de Dalila.
El diablo desea engañar a todos los que son fieles al Señor, atrapándolos con aquello que no proviene de Dios. En los últimos días, este peligro se ha vuelto más grande que nunca.
J. T. Mawson