Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.
¡Consumado es! Estas palabras finales de Jesús en la cruz son muy significativas y profundas. Representan la culminación de todas las profecías y sacrificios que apuntaban a la cruz. No había nada más que agregar; todo estaba cumplido. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”. Además, se agrega: “Nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (He. 10:14, 17).
A través de esta obra consumada, se nos ha abierto el camino al Lugar Santísimo. Ahora podemos entrar libremente y con plena certidumbre de fe a la presencia de Dios (véase He. 10:19-22), ¡qué santo privilegio! Podemos hablar con Dios como un a un Padre amoroso. “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura… Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (He. 10:22, 24-25).
Muy pronto, llegará un día que traerá muchas bendiciones más. Una y otra vez, el Espíritu de Dios dirige nuestra vista hacia el Cordero de Dios. Al derramar su preciosa sangre, el Cordero ha preparado el camino para las bendiciones futuras, las cuales se revelarán cuando él establezca su reino. Juan el Bautista, cuando vio a Jesús acercarse a él en el río Jordán, proclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Este versículo contiene todos los propósitos de Dios para los siglos venideros, los cuales culminarán en el día de Dios, cuando, según sus promesas, haya “cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 P. 3:13). ¡Hemos sido bendecidos para el tiempo presente y para toda la eternidad! ¡El Cordero es digno de nuestra alabanza!
Jacob Redekop