Yo
Antes de su encuentro con Jesús, cuando estudiamos la vida de Pablo, podemos observar que tenía un gran celo por perseguir a la Iglesia y llevar a hombres y mujeres a la cárcel (véase Hch. 8:3). Sin embargo, este celo no era “conforme a ciencia” (Ro. 10:2). Es posible que él pensara que estaba sirviendo a Dios (véase Jn. 16:2).
En Lucas 11:42, el Señor Jesús dijo: “¡Ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios. Esto os era necesario hacer, sin dejar aquello”. La expresión “sin dejar de hacer aquello” siempre será el resultado de la estrictez de la ley, ya que el cumplimiento de la Ley no proviene del Espíritu Santo, sino de lo que la carne puede lograr.
En un creyente, la estrictez de la Ley también causará un abandono de “la justicia y el amor de Dios” (Lc. 11:42). Solo cuando dirigimos nuestra mirada a Cristo, la gracia y la verdad pueden manifestarse en nuestras vidas según los pensamientos de Dios. Lamentablemente, la estrictez de la Ley siempre le teme a la gracia, pues no la comprende. Esto es lo que le faltaba a Saulo: conocer la abundancia de “la gracia de nuestro Señor… y el amor que es en Cristo Jesús” (1 Ti. 1:14). Si no conocemos la gracia sobreabundante del Señor hacia nosotros, entonces no podremos entenderla ni transmitirla a los demás. El resultado será, como ocurrió con Saulo, destrucción en lugar de edificación, ¡y todo esto en el nombre de Dios!
Es importante reconocer que incluso algo bueno, como la verdad, puede causar daño si no es utilizada según la mente de Cristo, que es gracia y verdad, guiada por el Espíritu de Dios. Para lograr esto, es necesario tener encuentros diarios con Jesús y recordar su abundante gracia hacia nosotros. Fue después de un encuentro así que el antiguo Saulo se transformó en el nuevo Pablo.
Alexandre Leclerc